Antes de leer alguna entrada de "Cierto personaje acusado de alta traición":

31 de marzo de 2021

Metidas de pata navideñas

Una navidad x, hace algún tiempo reciente.
Me gusta regalar algún chiche cuando tengo dinero, algún chiche, algo pequeño y lindo (cuidadosamente escogido para la persona que recibirá el regalo). Esa navidad, en mi ausencia prolongada de la casa familiar, se les ocurrió hacer una actividad que nunca me ha gustado: el "amigo secreto".
Me enteré el mismo día que esa próxima navidad debía regalarle algo a alguien y me pasaron un papelito cuidadosamente doblado. Guardé el papelito en el bolsillo trasero de mi pantalón y lo olvidé un par de días, después lo encontré y me sorprendió el nombre que me salió, me reí harto también.
Hacía algunos meses andaba con las ganas de hacer una pajarera, no sé, pero era como si necesitara hacer una pajarera, aunque jamás había hecho una. Me costó hacer una, pero fue muy grato hacerla. Me quedó chusca, pero me gustó harto el resultado. El mismo día de navidad, hice un paquete mucho más grande que el regalo y lo adorné mucho con cintas.
Al llegar a la casa familiar, me encargué que cada miembro de la familia viera que mi regalo era el más grande y, de seguro, el mejor envuelto; generando curiosidad: ¿a quién le tocaría ese regalo tan grande?
Llegada la cena, la curiosidad era mucha, como que todos veían de reojo el paquete y estaban que iban a sapearlo para intentar averiguar el contenido.
Después de la cena nos sentamos con nuestro regalo y comenzaron -de derecha a izquierda- a entregarlos a su respectivo amigo secreto... mamá a Panchita, Panchita a Sebastián, Sebastián a papá, papá a mamá... los cuatro entregaron su regalo y también recibieron uno, pero éramos cinco los que estábamos jugando al amigo secreto navideño. Ya cuando terminó la ronda de entrega, yo aún tenía mi regalo sobre la mesa y me lo regalé a mí misma. Panchita, la organizadora, me preguntó qué onda y yo le expliqué que cuando hiciera amigo secreto tenía que asegurarse de que los participantes no sacaran su propio nombre en el sorteo; a ellos les tocó alguien distinto, pero a mí me tocó mi nombre.
Me reí harto y me seguí riendo, todos rieron; mi regalo era el mejor, era justo lo que quería.

30 de marzo de 2021

Sueños inquietos. El legado

El año pasado, mientras estuvimos encerrados -de igual modo, quizás, antes y después del encierro-, he estado levantándome con una sensación desagradable en la cabeza, como cuando sabes que viste o viviste algo feo o malo, pero no recuerdas bien qué; como que se bloquea el detalle, pero te queda la sensación. Vale, tengo imágenes y no las entiendo porque no recuerdo el sueño completo, son inquietantes por lo demás. Me cuesta dormirme también, no tanto rato, pero más de lo común -aunque esté muy cansada-.

El año pasado tuve que recurrir a la sobreestimulación a través del consumo casi obsesivo de mangas, manwas y manhuas; cosa de tener tramas animadas en la cabeza y poco más (como "mañana tengo que terminar x cosa" o "mañana tengo que regar"), ahí pensaba en monitos animados todo el tiempo y poco me detenía en los pensamientos que generaba mi cabeza; funcionó en gran medida, pero igual algunas veces pensaba en asuntos muy desagradables y ahí me costaba mantenerme en la cama, tuve que obligarme a quedarme en la cama, tuve que obligarme a pensar en otras cosas porque levantarme significaba que estaría haciendo caso a un impulso y ese impulso podría haber significado hacerme daño. 

Cuando comenzó a pasarme eso, ya había tomado resguardos. Dejé a personas a cargo del destino de mis objetos más preciados (mi historia literaria y vital); no había hecho esto de modo tan serio y cuidadoso desde el 2009, aunque todos los años, en verano, ordeno todo para lo que sea que pase.

Ahora mismo, creo que sólo son sueños inquietos, pero la sensación es más y más desagradable a medida que pasan los días.   

27 de marzo de 2021

La polera de la discordia

Alguna vez, nah, siempre mientras estuve en el colegio, mi madrecita me regalaba ropa que no era para mí. Digo, era ropa a la moda y de colores vistosos, ropa para mujeres de mi edad con strass y brillitos, poleras ajustadas y largas porque los pantalones que se llevaban en esos años eran "a la cadera"; todo guay con un cuerpo como el que tenían muchas de mis compañeras de curso, muy parecidos a esos cuerpos de las chicas del axé (pero con tetas en crecimiento), capaces de llevar bikinis pequeñisimos y llenarlos de buena forma: tetas adecuadas, centradas, bien formadas, redondeadas; brazos largos, delgados y parejos, sin manchas en la piel; torso largo, que hacía que ambas piezas del bikini se vieran muy bien; abdomen firme y plano, de curvas suaves en los costados sin estrias; pubis recto, perfectamente restringido a la entrepierna; traseros duros y levantados; piernas largas y libres de pelos. A esas chicas que podían ponerse un bikini de moda -sin verse mal- podías regalarle esa ropa de moda con brillitos y colores vivos, porque esas tallas juveniles estaban pensadas para chicas de un solo aspecto, de ese aspecto. Vez que fui a por ropa nueva, lo hacía con mi madrecita y a ella no le gustaba que yo escogiera prendas "de vieja": en ese tiempo estaba de moda la microfibra, tuve muchas blusas de manga larga y colores tierra, anchas y muy largas, sin estampados ni detalles que llamaran la atención; esas blusas las encontraba en la sección de "señoras" -risitas-; esa era la ropa que me quedaba cómoda y que a mí me gustaba porque yo iba a talleres literarios, cafés literarios, ferias de los libros, bibliotecas, exposiciones, bares literarios y no quería ser alguien que me viera "menor de edad" en ese tipo de lugares, viéndome como una chica que la gente mirara a huevo por su aspecto (porque sabía también que nadie te toma en serio cuando te ve "chica" y, por último, podría engañarlos un poco con mi ropa) y necesitaba que mi ropa no me incomodara, no sentir ganas de llorar porque estaba vistiendo algo que me hiciera sentir como un animalito embutido en tela elasticada, no quería una prenda que dijera algún mensaje estúpido en inglés que yo ni compartía.

Alguna vez mi madrecita me regaló una polera elasticada, morada, con una palabra sencilla y en inglés escrita con strass de colores arcoíris a nivel del pecho: yo creía que esa polera era horrenda porque juntaba todo lo que yo odiaba en la ropa. Pensé también que mi madrecita se estaba burlando de mí, regalándome algo que jamás me quedaría bien y que no me gustaba ¿cómo era posible que tu propia madre te regalara algo que te hicera ver como una prieta? ¿cómo era posible que tu propia madre te regalara algo que jamás te gustaría porque ni te gustaba el morado ni te gustaba el strass ni usabas pantalones a la cadera ni salir con ropa ajustada porque odiabas que tu cuerpo se viera así? En serio pensé que mi madrecita me había regalado esa jodida polera porque me odiaba y quería que me sintiera mal con ese regalo, quería verme incómoda con una prenda que me quedaba incómoda, una prenda que odiaba con todo mi ser por cómo me hacía sentir y por como se me veía con ella. Evité usarla durante mucho tiempo, la guardé al fondo del cajón olvidándola mucho tiempo. 

Algún día, creo que cuando estaba en media, tuve que ponerme la jodida polera porque no me quedaba otra para usar; la tenía debajo del polerón del buzo y estaba yo sentada ahí en clases. No recuerdo cómo comenzó, pero la etiqueta de esa polera me pareció insoportable, comenzó a picarme el cuello de un modo muy desagradable y no bastaba con rascarme obsesivamente porque eso no aliviaba la sensación de que esa etiqueta me estaba haciendo daño -de un modo que no entendía-, pensaba en que mi madrecita me había regalado esa polera para hacerme sentir mal porque cuando usaba ropa holgada no me sentía mal, no sentía mi propio cuerpo y nada picaba, nada dolía, no me sentía mal con la ropa que yo había escogido; era la polera, la jodida polera que me apretaba el pecho y sentía las tetas contra la tela, sentía mi guata contra la tela, sentía mis hombros contenidos, sentía cada costura en el cuerpo y me sentía muy mal. Con rabia y pena, agarré la etiqueta con una mano y la arranqué -de un lado y luego del otro-, tironeando fuerte y hacia adelante, sin mirar la polera porque la tenía puesta y estaba en clases y no quería ir a baño a verme el cuerpo metido en esa prenda tan incómoda, tener que desnudarme el torso y luego arrancarle la etiqueta. Lo hice en clases, en medio de alguna clase que ni recuerdo. Con la etiqueta en la mano ya me sentí muy aliviada, ya picaba menos, ya molestaba menos, ya no sentía rabia ni pena, sino alivio, un alivio muy grato. 

En casa, me saqué la polera y la tiré por ahí, supongo. Mi madrecita me preguntó después por qué había arrancado la etiqueta a la fuerza, sabiendo que ella misma podría haberle sacado la etiqueta con un descosedor y yo misma sabía cómo hacerlo; le respondí, para no hacer más problema, que me molestaba en el colegio, no tenía modo de descoserla y la arranqué. Ella lamentó que una polera nueva y tan bonita estuviera arruinada (tenía dos agujeros terribles en el cuello, por detrás), me dijo que si no me gustaba, que podría haberla regalado nueva, sin dañarla; lo lamentó en serio. No recuerdo qué pasó con esa polera, pero no la usé nunca más y tampoco recuerdo haberla visto, después, entre mis cosas. Mi madrecita no volvió a regalarme ropa -sin que yo la escogiera- hasta mucho después. Yo opté por pensar que mi madrecita no me conocía del todo y que tampoco conocía mi cuerpo, que el regalo de la polera había sido un desatino y nada más; porque continuar pensando que mi madrecita me quería hacer sentir mal era un mal pensamiento y no podía decirle que odiaba mi cuerpo, porque uno no quiere hacer sentir más mal a la madre, porque callarse es el medio más fácil para pasar desapercibida entre los demás miembros de tu familia, porque no entendería jamás que yo -día a día- evitaba mirarme el cuerpo para no pensar en lo desagradable que era, apenas me tocaba porque me recordaba que no me veía bien ni bonita. Que yo no quería verme más que el rostro -si es que- porque, por lo menos, mi cara nunca me ha parecido fea; aunque no es un rostro de chica.  

24 de marzo de 2021

Mira las estrellas, muchacho, tú que puedes.

En alguna oportunidad, hace un par de años (creo), papá y mamá se sentaron a hablar conmigo, ellos dos, sin mis hermanos y en la casa donde vivo. Yo debía trabajar, debía hacer cosas y ahí me tuvieron como dos o tres horas en ese tipo de conversaciones que siempre son incómodas, porque no son provocadas por algo livianito o grato (curiosidad por mi pega o algo del futuro, conversar por conversar digamos), sino que tienden a acumular molestia, reclamos, enojos, cuestionamientos y miedo, durante meses o años, luego los lanzan algún día y ahí quedas, explicando meses o años de asuntos que ya resolviste, que superaste solo, que ya quedó atrás o que ni te habías puesto a pensar con profundidad, pero los traen al presente y te obligan a parlotear como perico poncho porque jamás hablan de verdad con nosotros, no plantean sus dudas a tiempo y no reclaman en el momento: todo se patea al infinito para caer en un día festivo, un cumpleaños (muchas veces el mío), navidades y años nuevos. Como la molestia se acumula mucho tiempo, imagina esa catarsis de malas emociones correr incontrolable: yo tiendo a ahogarme. En esa oportunidad, descubrí que mi padre cree que los padres no son necesarios para educar sexualmente a los hijos y que "pa eso son los libros" -o sea, tomé una buena decisión al agarrar una enciclopedia antes de preguntarles a ellos y, en consecuencia, mi postura en tanto a sexo y educación sexual es totalmente desafiante a sus conceptos al respecto-. Me preguntaron también sobre mi hermano, pero -para mí- él es un vacío que se comporta igual, patea un problema y le he oído decir "si alguien la embarra conmigo, esa persona tiene que darse cuenta sola de su error y buscarme para disculparse" (y podrían pasar años porque no todos tenemos las mismas ideas que él, si algo le molestó o se sintió herido, pues podría otra persona no saberlo y jamás disculparse, nadie es adivino), también tiene la mala costumbre de hablar en el peor momento (onda, esperar hasta que tienes que viajar fuera de la ciudad, para largarte alguna mierda y retrasarte y joderte el viaje, para sentir que no sólo fue "honesto", sino para tomar venganza -o algo así, ve tú a saber-). Esos fueron dos planteamientos de muchos esa aburrida tarde en que mis padres se sentaron a conversar conmigo. 

La tercera -y motivo de esta entrada- fue algo relativamente "nuevo". No recuerdo bien de qué forma la conversación se desvió para ese lado, pero terminé hablando sobre mí y la universidad... creo. El asunto iba más o menos así: mi madrecita diciéndome que el hijo de una amiga suya era astrónomo, que era muy bueno en su profesión, el chico estaba en EEUU con un trabajo espectacular y, además, su familia estaba muy orgullosa de él. Creo que comencé diciendo que hay "personas y personas", algo así como que la gente que tiene éxito es porque tiene recursos para ir a estudiar afuera, un patipelado cualquiera no sería capaz de salir del país, tener un trabajo espectacular -por muy bueno que sea en ese campo- y, menos, tener éxito en algo. Mi madrecita va otra vez y me cuenta que, a pesar de que la familia del chico no tenía muchos recursos, él había podido salir adelante porque era esforzado y también lo había logrado por su familia; vale, no sabes cómo odio que me planteen una problemática sin darme todos los antecedentes o tirándome weás a media conversación. Acá también la embarré, porque continué achacando el éxito a factores externos (como lo estaba haciendo también mi madrecita) y no mencioné al chico en particular. Mi papá llegó a la conclusión de que yo era una "resentida social", porque achacaba el éxito del astrónomo al dinero de su familia o a contactos, digamos obviando sus capacidades (sí, eso era exactamente lo que estaba haciendo). 

¿Te tomaste un respiro? vale, acá el destripe.

Las preguntas con trampa también son especialidad de mis padres: comenzar preguntando algo nah que ver, para luego preguntarme ¿qué onda contigo?; calificarme mal porque hablo mal, porque me expreso de modo impropio o despotrico contra alguien x; lamentar algo triste, para escucharme decir algo poco empático; largar algo con pocos antecedentes y, luego, voltear el asunto con más -impactantes- datos que yo no consideré antes de hablar. Me gustaría poder saber bien qué quieren en el momento apropiado -cuando la duda se les pasa por la cabeza-, si me preguntaran ¡por supuesto que no estaría obligada a contestar! pero sabría qué les agobia o les complica, incluso si puedo hacer algo al respecto o si debo aclarar algún malentendido; creo que si leyeran este blog, sabrían mucho más de mí de lo que se han atrevido a preguntarme, sin derecho a réplica evidentemente, pero al menos sabrían algo.

Me dolió que mi padre me dijera "resentida social", pero entendía que era eso o escoger decirles la verdad y eso hubiera dolido más, me hubiera herido confesarlo y nadie estaría a mi lado para superar esa herida (ellos se van a su hogar y a mí me queda Birdo si deseo llorar entre su pelito negro). ¿Qué pensé? pues lo de siempre: las personas tienen distintos tipos de habilidades -no todas son igual de valoradas, por supuesto-, sería ideal si todos pudiéramos dedicarnos a algo que nos gusta y para lo cual, además, tuviéramos cierta habilidad. Quizás incluiría, dentro de este ideal, una buena expectativa económica y cierta estabilidad laboral, que esa labor -trabajo, actividad- te mantuviera lejos de la precariedad y te diera lo suficiente para vivir una vida decente (sin carencia de necesidades básicas). Sé que mis padres, lo único que deseaban para mí, era una carrera y no pude, no fui capaz de terminar una carrera universitaria; no papá, tus recursos monetarios no me brindaron habilidades académicas; no mamá, tus cuidados y dedicacion no me brindaron el tipo de inteligencia que se requiere para sacar una carrera. No quiero decirles que no soy capaz de sacar una carrera, que no fui capaz de hacerlo cuando entré a la u y tampoco seré capaz de hacerlo en el futuro; si entré fue porque exploté mi último recurso y capacidad de síntesis machacada hasta el cansancio en mi cráneo en dos años de preuniversitario. Conocí gente que salió 10 años después y la familia les pagó todo ese camino aunque, de buena forma, lo hubieran sacado en 4 años y medio; especulo que mi familia me hubiera cubierto los años que me hubiera tomado -de continuar en la u-, pero ¿qué sentido tenía? ¿para qué consumir recursos que no son míos en pro de algo que no hubiera sido capaz de hacer en el tiempo que correspondía? ¿qué pasaba después con mi hermano y su carrera, con mi hermana y su carrera, con los recursos familiares desperdiciados en alguien como yo? ¿qué derecho tenía yo de tomar y tomar plata que se botaba en mis fracasos?... ¿saber cuándo dinero le debes a tu familia por tu educación universitaria? yo sí, ellos me dijeron cuánto habían invertido en mí y mi carrera trunca. Algunas otras veces, conversando con otras personas, también les he dicho que si hubiera seguido en la u, me hubiera matado; en ese entonces lo sentía así y estaba sola, no lo hablé con otras personas porque sentía mucho miedo y también huí de ese lugar, no fui capaz de plantearlo cara a cara con mi familia también porque fui y soy cobarde. Sé que, a veces, me quejo por estar sola, pero me sirve mucho estar sola y es ideal para encuadernar (para esto sí tengo habilidad) y para escribir (esto es un deseo que tengo muy enraizado dentro de mí, aunque no tengo la habilidad nata para hacerlo); no vivo como mis padres quisieran, pero no creo que deba castigarme constantemente por eso o pelear por algo que no seré jamás. Quedé de resentida social y, seguramente, de egoísta, pero eso fue mejor; a mí me importa no tener que decir que soy tonta y que no soy capaz de sacar una carrera, me hiere.

20 de marzo de 2021

La primera vez

Hace muchos muchos años, antes de que saliera del colegio, me enteré de que existían los blog: en la tele salían notas de que "era la nueva moda" y entrevistaban a algunos santiaguinos que se entretenían escribiendo. En esos años mi cabeza -y supongo que la de toda una generación- estaba llena de cuentas de fotolog y no conocí a otros blogueros hasta mucho tiempo después. En esos años leía un blog de una chica santiaguina muy friki, en un blog amarillo de columna larga y centrada, llena de monitos kawaii y letra minúscula. Si bien no leí todas las entradas de su blog -según mi impresión, la chica escribía mucho-, de la temática del blog solo recuerdo que era personal. La entrada que más recuerdo fue aquella en que escribía sobre el día en que se graduó del colegio: la ceremonia, la fiesta, el apoyo familiar, las cosas que hizo, el asunto con los zapatos. Ella describía un día normal, pero con una actividad extraordinaria; describía un día lleno de cosas que hacer, pero con los matices propios del cansancio y las equivocaciones... no se parecía en nada a las películas. Yo anhelaba salir del colegio, no porque quisiera ese recuerdo o porque deseaba esa fiesta o esa cena: yo quería salir del colegio y no regresar jamás. Vi muchas películas durante mi época escolar y la gente (actores que no tenían 18 años) la pasaban muy bien, hacían locuras, complían algún deseo escondido, se declaraban, daban un discursito motivador, era una fiesta guay en que pasaban cosas que jamás volverían a pasar. Yo no sabía bien si aferrarme al recuerdo normal que había leído en el blog de esta chica friki o al recuerdo de una película cualquier en donde pasan cosas geniales porque sí; lo único que tenía claro, era que deseaba, más que nada en el mundo, salir de esa mierda de colegio y no volver a ver jamás a los otros estudiantes. 

Ya debía saber que todo ese show de las fiestas es un fiasco de lloriqueos y estupideces, una mentira que se sostiene con cada persona que asiste y avala esta mentira, pero aún guardaba esperanzas de pasarla ¿bien?... nah, mi idea era "pasarla normal". Recuerdo vagamente algunos hitos.
1.- Un paseo de curso al que no fui porque mi papá me dijo que no quería que fuera "así" (con cara de culo, supongo, porque él no cree que existan las personas deprimidas y alerta de spoiler: en ese tiempo pensaba mucho en lanzarme por una ventana desde un piso alto... "ideaciones suicidas" se llaman, lo aprendí años después... pero ¿cómo sabía que pensaba lanzarme de una ventana? ah, el profe jefe le dijo que temía que yo me suicidara porque me veía deprimida; mi padre me retó sin preguntarme, mi madrecita lloró y no dijo nada; nadie jamás volvió a hablar del asunto y fin).
2.- Una ceremonia en el gimnasio del colegio en donde recibí dos "reconomientos"... uno del profe de artes porque siempre iba a clases aunque sabía que el resto del curso se había puesto de acuerdo para no ir y uno de la bibliotecaria porque le ayudaba a arreglar la impresora y pasaba mucho tiempo con ella. Ambos premios eran algo que, supongo, ellos pensaron que me alegraría o sería significativo: me sentí como con las medallas de octavo. Ir a clases siempre -como corresponde- no merece un premio, saltarse clases en la biblioteca -con la complicidad de la bibliotecaria- no merece un premio. Evidentemente todos con los ojos como platos porque yo no destacaba en nada, no valía nada para el colegio, no era nadie, no tenía un grupo, no era querida entre mis compañeros, no estaba sacando buenos puntajes en la psu, no quería a mis profesores, no quería a nadie realmente y nadie debía quererme tampoco (ya, me quería Lucía, quizás, y algunas otras chicas que me dieron sus tarjetas de despedida).
3.- Una cena horrible en donde un espejo -de lado a lado, de piso a techo, de camino al baño- en un pasillo, me recordaba constantemente que odiaba mi cuerpo y mi cara, y que mi mamá no me dejó llevar mis lentes ópticos, por lo que todo se veía mucho más distorsionado y era asqueroso todo en ese lugar y que odiaba ese "vestido" -no, no usé vestido, sino una falda pantalón hasta los tobillos y una blusa con drapeado que cubría cada centímetro de mi piel, menos el cuello y las manos- que yo no quería usar porque no era la ropa que yo había escogido... me veía como la madrina gorda en una boda en que te invitaron porque eres la soltera y te da pena mostrar piel porque te ves fea y las chicas delgaditas y sabrosas te recuerdan que nadie debe verte el cuerpo porque te odias de verdad y te poner un ropa tan tan tan impropia de ti, ni el color te gusta, ni la tela, ni el diseño, ni nada. Comimos un trozo de carne horrible sobre una lechuga aplastada desde hacía horas, supongo que había algo más para comer, pero no lo recuerdo. Mostraron fotos -en una cutre presentación de ppt) de cuando éramos niños -digamos, de antes de esa nefasta época escolar en ese colegio- y mis ojos verdes en ojos grandes en cada foto y la sonrisa genuina que mostraba antes de que naciera mi hermano y hermana, los vestiditos confeccionados por mi madrecita y el luminoso mediodía en Chuquicamata hicieron que la gente presente (compañeros de curso, madres y padres) lanzara muchos "¡es la Pía!" y "ah". Yo, muerta de vergüenza, me preguntaba ¿para qué?, yo era un estropajo feo y triste comparado con esa feliz Pía infantil; creo que después le reclamé mucho a mi madrecita, que jamás me contó nada de esto y, obvio, las escogió a su gusto sin siquiera hablar conmigo -como había estado sucediéndome desde los tres años; enterándome de las dicisiones familiares cuando me empujaban a la puerta de los colegios el primer día de clases-.
4.- Una fiesta de fin de curso a la que no me dejaron ir por una pelea por un vestido (el que yo quería, mi padre lo calificó de "ridículo" y él decidió que yo no iría para hacer el ridículo y mi madrecita no dijo nada -como siempre- y ahí quedó el asunto)... parece que tampoco hablé con nadie después, por lo que jamás supe cómo había sido la fiesta.

Todo fue normal, como contaba la chica del blog. Yo envidiaba su capacidad de escribir (a los 18 años) tanto y tan bien, describiendo todo lo que le sucedió, contando a lectores desconocidos su noche especial. Pasaron muchos años antes de poder alcanzar la misma extensión de las entradas de la chica del blog amarillo, ejercicio constante e interés en el blog supongo. No tengo historias interesantes o extraordinarias que contar, por lo que los grandes hitos bloguísticos de livejournal o wordpress nunca fueron mis referentes, sino esa chica santiaguina del blog amarillo que contaba su vida normal en un blog que leían desconocidos.   

17 de marzo de 2021

Pasa pa ca´ mi cajita de alimentos

Desde hace mucho he tenido la noción de que mi familia no puede pedir ninguna clase de ayuda, esa idea se terminó extiendo a mí: digamos ayuda gubernamental, municipal, institucional, bancaria, laboral, incluso personal. Cuando yo vivía en la casa familiar, muchas veces se habló (no a mí, pero yo estaba escuchando) de que alguien de "x lugar, ese familiar x" necesitaba o pedía ayuda a mi padre y se le auxiliaba -por decir algo amplio y no especificar el favor-; de vuelta, jamás lo oí pidiendo ayuda a alguien. Por un lado entendía que quien tiene cosas, comodidad, espacio, bienes, dinero y es ordenado, no puede pedir porque nadie le dará algo a alguien que posee aquello que mencioné arriba, por otro lado no debe pedir porque siempre hay personas que están en una peor situación y esas personas son las destinadas a recibir esa ayuda. Siento que en ese aspecto soy igual: me cuesta pedir ayuda porque pienso mientras pueda hacerlo por mí misma, conseguirlo de alguna manera o hacerlo aunque cueste es más que suficiente, complementando con siempre hay alguien en peor situación que yo y esa persona merece ayuda. Cuando se trata de bienes (objetos, comida) es relativamente fácil, manejo de buen modo los recursos y creo que es suficiente. Cuando se trata de algo más "grande" -igual en tanto a objetos y cosas materiales- pues mi padre es quien salta de inmediato y pocas veces le he pedido algo directamente, por lo general "descubren" alguna necesidad -no cubierta- u "observan" y se adelantan por cualquier cosa -como cuando anunciaron la cuarentena o me vieron con los párpados reventados de infecciones y reacciones alérgicas-; las veces que les he pedido algo, pues me lo dan, pero apenas lo recibo y dejo de verlos -se van- rompo en llanto por la culpa (supongo que es culpa, no lo sé) y, aunque tengo que estar muy desesperada para pedirle algo a mi familia, me desagrada pedirles. No sólo me desagrada pedir ayuda a mi familia, me cuesta también pedir ayuda a alguien ajeno (aunque sea amigo); siento también que ellos tienen más necesidades que yo, por lo tanto, para qué webiarlos pidiéndoles algo.

Primera caja:
El año pasado se anunció por la tele la famosa caja de alimentos. Al tanto de las ollas comunes y un montón de iniciativas personales, particulares y de amigxs, yo me preguntaba como era posible que los esfuerzos municipales no se coordinaran con las iniciativas particulares; como siempre, la gente tiene las ganas, la necesidad, sabe lo que pasa, conoce quién tiene necesidades y qué le falta, mientras la muni tiene recursos que podrían destinarse a estas iniciativas que cubren necesidades reales (ahora mismo: no drones, no señalética, no semáforos, no embellecimiento peatonal, no realce turístico, no hipervigilancia con cáramas hd, no altavoces, no hostigamiento, etc.). Las cajitas comenzaron a repartirse con camionetas y personas que estaban tapados en logos; alúmbrense más, por fa, que puedo olvidar quién me vino a dejar una cajita que me durará -demás- los meses que tengo que estar encerrada. Acá, por estar sola la mayor parte del tiempo, cualquier estímulo distinto o poco frecuente (de lo que veo y escucho cada día y noche) me pone los pelos de punta, siento ansiedad e inquietud y hasta miedo: señales luminosas de ambulancias, bomberos y pacos, ruido de emergencias (digamos, luces, ruido y los vehículos pasando muy rápido), el maldito dron cuando está muy cerca, gente corriendo afuera, los perros -de muchas cuadras a la redonda- ladrando y vueltos locos, frenazos y piques de autos y pacos, altavoces anunciando "las cajas de alimentos se entregarán ahora, salga con su mascarilla". Ignoré harto rato el altavoz, me dio tiempo para grabarlo y todo -era inquietante por lo demás, me acordaba de esas películas de guerra en donde pasan anunciando algo por un altavoz-, al rato comencé a escuchar el golpeteo en las puertas vecinas y llegó a mi puerta; no tenía intención de abrir, en serio. Escuché traqueteo en la casa de mi vecina -mi tía- y comencé a inquietarme más. Terminé abriendo la puerta del frente, decidida a rechazar la cajita con la idea de que alguien más la necesita mucho más que yo. Me costó convencer a la señora, aunque debo decir que fue muy amable también fue muy insistente. Un tiempo después, comentando esto de la cajita con mi tía, me dijo que debía recibirla sí o sí, porque aunque no la necesitara, ya después la podía hacer llegar a quién sí la necesitara, incluso que no sintiera que "no la merecía" o que "no era justo que la recibiera"; imposible, me sentí incómoda con la idea que me transmitía, incluso me preguntaba: si nos quejamos de que la muni o el gobierno se roba todo ¿acaso no estamos haciendo nosotros lo mismo cuando recibimos algo que no necesitamos o recibimos algo para nosotros (por las nuestras) darle "un mejor destino" que nosotros decidimos? Mucho tiempo después, comenté lo mismo con mi madrecita y ella me contó que una amiga suya -que estaba encargada de repartir las cajitas- se había acordado de que mi madrecita tenía una casa en Las Compañías (casa donde vivo) y había insistido mucho acá porque se conocían; cuek. Mi madrecita me dijo que debía recibirla porque si no lo hacía yo, se las robaban o llegaban a cualquier lado menos adecuado; sí, algunas cajas que quedaron de un día para otro se extraviaron (lo oí de una fuente fiable). Por mientras Izaura -hija de una amiga mía-, profesora de sectores marginales en educación para adultos, contaba que ella usaba sus permisos personales para gestionar la entrega de alimentos a los pocos estudiantes que pudieron continuar sacando su enseñanza media, repartiendo lo que llegaba equitativamente y, luego, ir a entregarlo casa por casa: los alimentos consideraban un curioso huevito que llevaba impreso en la cáscara un pequeño "cuídate". Guise me dijo que debía recibir esa cajita porque, aunque yo considerara que no la necesitaba, era un derecho. En simultáneo, se viralizó un video -hasta salió en la tele- en donde unas personas de una junta de vecinos de Las Compañías se peleaban y gritaban por las cajitas, una corría con dos cajas apiladas una sobre otra, diciendo "en mi casa viven dos familias" y de regreso la empapelaban en chuchás; acusando, además, a la presidenta de la junta de asegurarse con muchas cajas para ella.

Intermedio entrecajas:
Pertenezco (todavía) a una agrupación de la zona, no estoy en el grupo de WhatsApp de quienes sí están participando activamente, pero igual estoy en el grupo genérico y me pillaron por ahí. Junto a algunas otras chicas -miembros también del grupo- se coordinaron para ayudar a las colegas repartiéndoles cajas con verduras (no sé bien cómo funcionaba, siento no haber puesto tanta atención a ese asunto). Alguien que no creo conocer personalmente me contactó un día -me mandó un mensaje- y me dijo que habían venido a mi casa (¡¿qué?!) a entregarme una cajita con verduras; vi el mensaje, por la tarde, a la pasada y lo respondí muy tarde -cuando regresé a casa por la noche-. Algo como: muchas gracias, pero creo que hay otras chicas que lo están pasando mal y lo necesitan más que yo; muchas gracias por considerarme, pero no es necesario que piensen en mí para estas cosas; muchas gracias, pero no se preocupen. No puedo decir que me molestara en particular la iniciativa ¿cómo podría molestarme? si alguien se acordó de mí para algo bueno, para darme algo, para pegarse un pique tremendo -supongo- y auxiliarme... nah, no me molestó, pero sí me provocó una serie de pensamientos muy nefastos. Alguien se acordó de mí (muchas gracias), no me preguntó si necesitaba ayuda (mal). Alguien pensó en que quizás necesitaba ayuda (muchas gracias), pero no habló conmigo antes de venir a mi casa (¿cómo es que llegas a la casa de alguien sin conocer a esa persona? ¿quién le dio la dirección?). Alguien asumió que necesitaba ayuda y ayudó (muchas gracias), pero no me preguntó antes y tampoco sabe nada de mí, muy poco o quizás nada (¿alguien sabe realmente cómo vivo, de qué vivo, qué necesito o qué me falta? ¿qué piensan de toda esta ayuda unidireccional? ¿alguien se habrá dado cuenta de que me cuesta un montón pedir ayuda? ¿alguien sabrá que la decisión de pedir ayuda es silenciada por el pensamiento de no debo pedir ayuda o no puedo recibir algo porque siempre alguien más lo necesita más que yo? En ese momento, respondiendo ese mensaje, pensaba en las chicas que tienen críos, las que arriendan, las que están solas y sin familia, las que viven en casas tomadas, las que fueron expulsadas de la casa familiar... mis pensamientos iban a las que hacían teatro (se me ocurría que la pasaron mal el año pasado) y a las marikas (me imaginaba que la pasaron peor el año pasado); no pensé en gente que escribe (porque los que escriben no viven de eso), no pensé en los colegas editores (porque todos nos las hemos arreglado, por años o décadas, en una labor que es terriblemente precaria), no pensé en mis amigxs más cercanos (porque igual, sé que todxs, de algún modo, se las arreglan día a día y cada unx supo cómo mantenerse a flote), no pensé en mi familia (porque en cualquier situación y todo el tiempo, mi padre ha cuidado de nosotros de un modo tan impecable, que me cuesta siquiera pensar en el concepto de "carencia" cuando estoy en la casa familiar), no pensé en mi vecina/tía y su familia (porque sé que, dentro de todo, esa familia jamás se dará por vencida). 

¿Sabes? lo único que agradezco en el 2020, es que nadie que considere amigo, amiga o amigue, cayera en total desgracia, que no murieran o se suicidaran, que no pasaran hambre o que no se perdieran de alguna manera; todxs estamos un poco trastocados, tristes, asustados, sentimos miedo (de ese miedo que paraliza) y nos hemos sentido deprimidos en algún momento, pero seguimos existiendo. 

Segunda caja:
Apenas se anunció una segunda caja, me volvió a contactar el grupo en que estoy, esta vez alguien que sí conozco en persona. Me ofreció gestionar una cajita para mí y volví a agradecerle por considerarme (por pensar en mi nombre de entre tantos otros), pero volví a rechazarla. De nuevo: hay alguien, una chica, que la necesita mucho más que yo. Las camionetas con las cajitas no volvieron a pasar por esta calle, creo; se me olvidó todo este asunto y pensé poco en la gestión que continuaron haciendo las demás personas. 

Lo que gano me alcanza para mis asuntos y mi gato, apenas si puedo darme algunos lujitos extra (que consumo con placer porque eso sí me lo merezco y no estoy dispuesta a compartirlo) y me es imposible prestar ayuda monetaria, tampoco soy capaz de unirme a iniciativas comunitarias porque pienso que sería ¿extraño? no lo sé bien, es como un campo desconocido al cual no puedo ni quiero acceder, por lo mismo, si no necesito ayuda y tampoco soy capaz de brindarla, pues ¿qué porras haría en iniciativas así? Me pregunto a veces: si de verdad no tuviera nada para comer ¿iría? ¿sería capaz de olvidarme de todo y sería capaz de pedir un plato de comida?    

Cajitas inexistentes:
Bueno, he mentido un poco también... se me hace muy muy dificil "prestar ayuda" a personas que no conozco; eso no me hace merecedora de ayuda de terceros. No puedo soportar que alguien que no quiero coma de algo que yo preparé, si alguna vez comiste algo hecho por mí pues ¡te quiero mucho! No puedo o me cuesta mucho recibir cosas (algo concreto), me siento en deuda casi eterna y me incomoda mucho como para interactuar con frecuencia a ese nivel. Me sienta fatal pedir ayuda por algo insustancial, por ejemplo, solicitar terapia psicológica; esto tiene mucho tiempo. Cuando lo he querido plantear, muchas veces me "miran a huevo" (por decir algo suave, porque me he sentido herida muchas veces por este asunto y por personas que son realmente cercanas) y, más veces de las que puedo recordar, termino tragándome esos malos pensamientos -por lo que debiera pedir ayuda o apoyo- y he podido sobrevivir* a base de cigarros, café y escritura compulsiva. ¿Escribiré algún día de esto como corresponde? ¿seré capaz de expresar lo que me hace falta, aquello por lo cual definitivamente debería pedir ayuda?

*Sobrevivir: mantenerse viva sin daño físico evidente. 

16 de marzo de 2021

Fotos antiguas y fotos nuevas - Parte I

No recuerdo bien las razones para comenzar a "enriquecer" este blog, digamos más allá de las entradas; ya tenía una lista de "menciones" y otra de "blogueros amigxs". Vale, escribiendo esto, recuerdo que fui subiendo info porque no tenía otro lugar -de fácil acceso para mí y otros- en que pudiera tener un registro que es imposible de imprimir (o tener como respaldo físico). Comenzó, supongo, por los fondart; para actualizar el famoso perfil cultura, sin tener que autobuscarme en páginas y páginas, en rrss o en notas de prensa virtual del año de la cocoa. El año pasado me dio por subir las fotos que tengo de eventos, ferias, lanzamientos y lecturas, porque pensé que también le servirían a alguien más y no tiene sentido que las guarde para mí en mi computador (cuando alguien más podría necesitarlas o desear verlas). 

No me agarró el fotolog -aunque sí miraba uno y sapié en otros tantos-, aunque sí myspace. Tenía dos cuentas de mail y cerré una, la que cerré tenía asociada una cuenta de myspace y, antes de renunciar a ese mail, borré todo lo que estaba asociado a ella (o eso pensaba pues, hace poquito, me di cuenta que la foto de perfil de ese mail que no existe, aún está dando vueltas por ahí; cuek para mí). A veces tengo que recurrir a los álbumes de fotos que tengo en este blog para enviar a algún evento, para un afiche o para otros asuntos; no me gustan mis propias fotos -en las que salgo- y, ahora mismo, siento un poco de pena cuando veo a la gente que quiero en otras tantas fotos.

Hay pocas fotografías de mí en internet, yo pensaba que desde los 23 o algo así (las que yo misma he subido), sin embargo, mi madrecita se ha encargado de llenar su facebook con fotografías mías y de mis hermanxs de cuando éramos niñxs y me revienta. Hace rato que no tengo facebook y no regresaré ahí; una amiga en común me cuenta, cada tanto, que mi madrecita subió una foto mía y otra y otra y otra y otra. Poco lo entiendo, ella podría subir las fotos/selfies que se saca y todos felices, pero no, no puede, está enganchada mostrando algo que es suyo porque las amigas también muestran lo suyo: hijos, nietos, intereses, viajes, mascotas, flores, telas, labores, comida, café y pastelitos. 

Desde hace algunos años, ella aparece con su celular en las celebraciones familiares y comienza a sacar fotos aunque ninguno de nosotros (el resto de la familia) esté de acuerdo: le pedimos que no saque fotos, que la corte con el show, que deje de molestar y disfrute, que no suba las fotos a rrss. Yo hubiera preferido poder escoger qué tipo de fotos mías están en internet; siento vergüenza cuando me veo en fotos que mi madrecita piensa que son "lindas"... a ella quizás le haga gracia, a mí no. Es el mismo tipo de vergüenza que siento cuando mi mamá le muestra los álbumes fotográficos familiares a alguien que no es familia directa (por muy amigo que sea). Cuatro contra una, no podemos estar tan equivocados cuando le decimos que pare el show

Si fuera sólo por la imagen, creo que no tendría problemas, pero es lo que significan: mi cara de culo cuando mi hermana estaba por nacer, mi cara de odio cuando nació, mi cara de cansancio en las vacaciones familiares, mi cara de odio con mi hermano guagua al lado, mi cara de fastidio por cualquier weá, mi cara de pena cuando comencé a crecer, mi cuerpo del asco cuando ya era notorio el cambio, mi cara de odio cuando me cambiaron de colegio dos veces, mi cara de tristeza cuando iba al colegio o tenía que participar de alguna weá, mi cara de "no quiero estar acá", mi cara de "no me siento bien con mi aspecto", mi cara de "deja de webiar con la cámara, maldita sea". Y no por nada, en las fotos que no sé que me están fotografiando, salgo relajada y medianamente decente; cuando veo cámaras, me espanto y siempre arruino esas imágenes.

13 de marzo de 2021

Ira de carretera

Hace un año -y poco más- me regalaron un vehículo; algo sencillito y fácil de conducir (gracias Tía, te quiero mucho). Algo sabía antes de que me lo regalaran, porque las noticias/cotilleos se esparcen más rápido que cualquier otra cosa. Yo me resistía a la idea porque pensaba: "pero ¿cómo? y ¿para qué?, me las arreglo perfectamente con mi bici y, definitivamente, no sería buena conductora. No tengo como para comprar algo así y tampoco es algo que desearía, no tengo medios para mantenerlo... blablabla". No conozco las razones para ser beneficiaria de este regalo porque no era yo la opción más obvia. Mi tía se aseguró, por meses, de arreglar para bien todo aquello que podría causar el rechazo del regalo: le habló a mi familia (¿les pidió permiso?), lo conversó con su familia (supongo, no lo sé), preparó el regalo (lo dejó impecable) y me enseñó a conducirlo (se notaba que confiaba plenamente en mí cuando se paró delante y me dijo cómo hacerlo avanzar). 

Conducir es algo que jamás me provocó la curiosidad suficiente como para pedirle a mi padre que me enseñara (en la familia, es el único que sabe conducir), tampoco se me pasó por la cabeza la idea de que algún día tendría un vehículo, pues no tengo poder adquisitivo y tampoco de ahorro. Cuando yo tenía 19, me encontré con una chica de 29 y me aconsejó que aprendiera pronto a conducir porque decía que, mientras más edad tuvieras al aprender, más temerosa era la persona y la probabilidad de sentir miedo "para siempre" era más alta; mi madrecita intentó aprender a condudir alrededor de los 40 y jamás pudo volver a intentarlo. 

Si bien escribí arriba que yo no era la mejor candidata, por otro lado sí lo era: soy una mayor de edad que no te imaginas que tomaría riesgos innecesarios en la calle (onda, hacer carreritas en la calle o sentirme atraida por las carreteras y los viajes largos); llevo años andando en bici por todos lados y conozco a nivel conductor las normas viales; no he estado jamás involucrada en accidentes con la bicicleta (sólo dos caídas absurdas y por descuido); no tengo la edad para no temer o para sentirme invulnerable -risitas-; trabajo dentro de la casa por lo que el vehículo no me serviría a diario como para estar expuesta todos los días a posibles accidentes; en fin, muchas razones por las cuales, creo, mi tía me escogió. 

Estuve un mes dando vueltas por los alrededores (Las Compañías), sin licencia, sola, aprendiendo sobre normas viales, recorriendo caminos que conocía a pie e intentando no ponerme nerviosa o sentir miedo, conociendo la lógica en la dirección de las calles y las carencias propias de las calles de sectores periféricos; me costó harto agarrar confianza -tal como decía la chica de 29- porque significa conducir algo mucho más grande, pesado y peligroso que una bici (tanto para el conductor como para las personas que te encuentras en el camino). Pasado el mes, fui a sacar licencia y salí a la primera; lo que fue un alivio. 
             
Llevo poco menos de dos años conduciendo. Uso el vehículo para ir a ver a personas que están lejos, a veces voy a dejarlas a casa, no se me ha ocurrido salir de la ciudad, voy a la casa familiar, voy a tomar tecito con mis amigxs. Me alegra poder ser útil -ir a buscar gente o ir a dejarla- porque uso poco el vehículo para "pasear" o para mi propio ocio; supongo que con mi mejor amigo, hemos viajado más por las calles que separan el lugar donde vivimos (porque vivimos lejos uno de otro). Antes de cualquier atisbo de toque de queda (octubre de 2019) agradecía mucho tener el vehículo, porque si lo deseaba, podía irme a la casa de mi amigo a las tres am. Desde entonces, me movía a la casa familiar y de regreso a donde vivo, con uno o dos gatitos en la mochila y con miedo de estar involucrada en un accidente, incluso temía que me pararan los pacos o los milicos (me produce asco siquiera verlos cerca) para pedirme "los papeles" (que, por cualquier cosa, están "al día"). Cuando ya se acercaba el final del verano del año siguiente y terminaba la feria del libro, estaba pensando en el modo de acostumbrarme bien a usar las horas del día en que nos permitían salir sin problemas. Me costó mucho dejar de salir de noche o madrugada, me dolió no poder disfrutar de las calles vacías e ir a la velocidad que yo quería y me parecía cómoda; me dolió dejar de ver a mi amigo a la hora que yo quería o tener que molestarlo cuando se me pasaba la hora y no podía volver a casa (me quedaba con él, aunque no me agrada quedarme en casa ajena); me dolía que mi familia me recordara constantemente que me fuera rápido porque ya la hora estaba cerca del toque de queda. Con el encierro, pues todo fue a peor con los tiempos fuera de casa, pero agradecí mucho tener un vehículo propio que me evitara usar alguna locomoción pública; me evitó perder tiempo esperando micro o coleto y enfermarme (incluso de resfríos comunes).  

Como he viajado en el vehículo familiar durante décadas de mi vida y le he puesto mucha atención a todo lo que sucedía en la calle o carretera; fue fácil moverme, aprender y conducir un vehículo propio. Lo que no sabía, era que también estaba aprendiendo a manifestar la infame "ira de carretera" y como entenderás, lo aprendí del único que sabe manejar en la familia: mi padre. Aparte de notar que en distintas ciudades las personas tienen una educación y comportamiento vial muy distintivo, también notas que la geografía y el estado de las vías es muy distinta dependiendo de la ciudad e, incluso, de la zona dentro de la ciudad en la que estés. Creo que acá es muy grato aprender a conducir, pues las personas son más bien "lentas" para trasladarse: dan la pasada (aunque sea contraproducente o absurdo hacerlo en ciertos lugares), tocan poco la bocina (aunque sea necesario), se toman la vida para estacionarse (aún en el centro, con tremendo taco detrás), se demoran en reanudar la marcha en los semáforos o disco pare (como que se ponen a hablar o se distraen con facilidad), se detienen en cualquier lado sin pensar que ese lugar no es apropiado porque estorba al resto de vehículos (autos, motos, bicicletas y peatones). 

Me he preguntado mucho en estos meses: ¿manejo bien? ¿soy respetuosa? ¿he sido impertinente? ¿he provocado la ira o miedo de otros conductores? ¿me temen los ciclistas o los peatones? ¿mi pasajerx siente confianza cuando conduzco? Con mi familia -en el vehículo familiar y con mi padre conduciendo-, nos hemos visto envueltos en dos accidentes de consideración: uno en medio del desierto, con una carretera de dos vías, sin quebradas o cerros alrededor y, por fortuna, sin otros vehículos en la carretera; otro, en medio de otra ciudad, en medio de unas vacaciones de verano. 

Cuando fue lo de la carretera éramos seis en el auto y nos hubiéramos matado todos si el auto hubiera dado "vueltas de campana" (eso lo supe después) o si hubieran estado otros vehículos en la carretera, pero no fue así, sólo zigzagueamos unas tres o cuatro veces hasta que el auto se detuvo perpendicular a la carretera, con el frente sobre la parte de la carretera en iba en dirección contraria y la cola (con el peso de cuatro pasajeros y las maletas) fuera del camino. En el norte, la carretera es de dos vías y en muchas partes está sobre el nivel del suelo -quizás un metro o algo así-, especialmente en las partes rectas de muchos kilómetros de largo, habiendo un desnivel breve de tierra entre la parte pavimentada y el resto del desierto: ahí quedó el auto y mi papá no pudo sacarlo con nosotros dentro, nos bajamos todos y, con mi hermano, empujamos desde atrás hasta que mi papá pudo regresar el auto a la carretera y del lado del camino que correspondía. En todo ese rato (20 minutos o media hora) no pasó nadie más por ahí. Yo acostumbro dormir en los viajes, siempre con el lado izquierdo de la cabeza apoyado en la puerta y ventana del asiento detrás del conductor; iba durmiendo esa vez, me desperté porque me golpeé la cabeza un par de veces -aunque no podría asegurarlo porque fue muy rápido-. 

Cuando tuvimos el accidente en otra ciudad -Iquique-, fue porque allá conducen muy rápido, las calles están llenas de autos abandonados porque es más barato comprar uno nuevo que mandarlo a reparar (lo que obstaculiza la visibilidad en casi todas las calles) y justo estábamos en una calle que daba con otra con una pendiente pronunciada: los tres factores y una mala decisión (acelerar antes de asegurarse de que no venía otro auto desde la calle perpendicular), hizo que un colectivo con pasajeros impactara de frente con la parte posterior izquierda del nuestro, el coleto se detuvo cruzado en la calle y el nuestro quedó a centímetros de impactar un poste de alumbrado público de madera. El coleto quedó echo pebre (se desarmó todo el frente) y el de nosotros quedó con una abolladura del lado del impacto. Mi papá, después de preguntar si estábamos bien, se bajó a dialogar con el conductor del coleto. Con mis hermanos comenzamos a reirnos muy fuerte y mi mamá estaba tiesa temblando adelante, al rato me dolió la cabeza muy re fuerte y, aunque no lo recordaba, de seguro con el impacto, mi cabeza chocó contra la puerta y no lo noté hasta que comenzó a dolerme mucho, pero seguía riendo. 

Dos accidentes vehiculares en treinta y tres años; ni siquiera sé cuántas décadas lleva conduciendo mi papá ¿es él un mal conductor? Yo he tenido dos accidentes... o más bien caídas feas en bicicleta; no he dañado a nadie ¿soy yo una mala conductora? 

Cuando apenas había comenzado a vivir en esta casa, me gustaba hacer celebraciones de todo tipo; año nuevo, halloween, cumpleaños. Me esforzaba harto para que la gente se sintiera feliz, que pudiera celebrar hasta el otro día pasando el mediodía, hacía galletas, pan, salsas y compraba dulces de muchos sabores; cosa que nadie se curara mal y pudiera celebrar hasta que quisieran irse. La última vez que hice algo, pues sentí la obligación de animar la madrugada porque la gente no se "veía feliz"; saqué una botella de absenta -que compré a medias con un amigo, para el lanzamiento de Teleidoscopio y que, para esa oportunidad, no consumimos- y casi que obligué a los presentes a beber: todo se transformó en un desmadre muy absurdo (acá el relato de esa curadera: Hoy recordamos el irrelevante origen de “Chicharrón” el chichón.). Esa fue una caída fea y me pegué en el mismo lado de la cabeza que en los accidentes en vehículo, pero contra el pavimento. La última vez que me caí mal en bici, iba a una feria (día del libro, plaza de armas); no había dormido en toda la noche y tuve que escoger si ir en vehículo o en bici. Pensé que me sentía tan cansada que si iba en vehículo y me caía, iba a morirme; por lo tanto amarré todo a la bici y, por el cansancio, me caí en una ranura con bordes metálicos dentro de una bencinera. Como llevaba tanto peso encima, la bici se sentía pesada: miré la rueda trasera para saber si estaba desinflada y, al mirar de regreso adelante, ya la rueda estaba dentro de la ranura y -me parece- que salté a un costado mientras la bici quedó al revés. Si no hubiera saltado a un costado, me hubiera pegado en la cabeza de frente y probablemente hubiera quedado medio inconsciente; como salté al lado, todo el peso de mi cuerpo lo recibió mi mano derecha (la palma y la muñeca). Esa vez me ayudó un tipo que trabaja en el semáforo y dos trabajadores de la bencinera; pararon la bici, recogieron mi mochila, me ayudaron a levantarme. Lo único que pensaba era que, a causa de lo espectacular que se vio la caída, esas personas fueron a ayudarme, porque cuando me había caído sin tanto show (un resbalón o cuando se me había caído algo de la bici, nadie se acercó e incluso más de alguien se rió de mí). La bici no "andaba", el tapabarro, la rueda y el canastillo delantero estaban tan chuecos que no dejaban que la bici avanzara; la dejé amarrada en la bencinera y cargué mis cosas como pude hasta un coleto. Llegué tarde media hora, evidentemente. Me bajé a una cuadra y media de la plaza de armas y me costó un montón llegar al lugar: me dolía tanto la mano que apenas podía tomar las cosas y me estaba doliendo el brazo. ¿Estaba quebrada mi mano? ¿tenía dañado el brazo? Ese mismo día, en la feria, me di cuenta que era un golpe y nada más. Estuve con la mano hinchada y delicada por poco más de una semana; no tenía nada de cuidado, sólo un machucón cerca de la muñeca. Le pedí a mi papá que fuera a desamarrar la bici y la llevara a casa porque yo no iba a poder arrastrarla hasta la casa. Mi tía estaba muy asustada porque pensó que me había caído conduciendo su regalo, no, si me hubiera caído en otro tipo de vehículo quizás hubiera muerto. Llegué a la feria, a duras penas y sola; misión cumplida, supongo. Yendo sola, sabiendo que me muevo sola, estando un poco decaída o cansada, pidiendo que la gente vaya -aunque sea un rato- a las ferias: me siento un poco más animada, acompañada y querida. Y eso me quitó un poco el dolor ese día; tengo una foto con Guise y Juanita, en que mi carita es de "ouch" -risitas-. 

¿Soy mala conductora? ¿mi pasajero siente confianza cuando voy conduciendo? 

Padezco de ira de carretera porque mi padre también la padece, porque he aprendido de él las normas viales y un modo impropio de expresarse al volante. Es extraño, porque no lo noté hasta que comencé a llevar a mi hermana y a mi madrecita: "ay, Pía, eres igual que tu papá". Sí, las mismas chuchás, las mismas palabrotas, los mismos improperios: dichas por lo bajo, masculladas o, a veces, a viva voz. Me estresa conducir de día porque, en serio, me da mucha rabia que los conductores serenense sean tan re-pavos, poco prácticos, poco decididos y leeeentos. Podría alguien decirme que no, ahí recuerda que he estado dentro de un vehículo en varias ciudades y, comparando, se nota mucho cómo conduce la gente. Ni amarrada podría conducir sintiéndome segura en Valparaíso o Iquique (la gente suele ser muy re cuática para conducir), en cambio sí podría hacerlo perfectamente acá, Coquimbo o Calama. No me he metido mucho en las carreteras, igual me da un poco de miedo; aunque me encantaría ir a Paihuano a ver a una amiguita que vive allá, ese será un viaje que haré sí o sí (algún día). 

No puedo escribir mucho más de mi experiencia de conductora, creo que hasta acá queda (mientras reúno más vivencias).

8 de marzo de 2021

Tirando tejos y petardos - Aventuras antofagastinas [Parte III]

 Aún no tengo claro si fue culpa del lugar o era porque sentía más confianza en mí, quizás porque iba acompañada o porque era un lugar en dónde nada podía pasar “a más”. Antofagasta, el paraíso de las teiboleras. Antofagasta y su imposible Feria del Libro Independiente. Antofagasta y su extraña forma de invitarme, devolverme y volver a invitarme. 


                                                                              ***

Cuando se hizo el primer slam poético en la Feria del Libro Independiente, pocos se inscribieron y quedó la tandalá -como volvió a ocurrir el año siguiente y por eso dejó de realizarse-. Esa primera versión fue aburrida, ya que se disputaban el premio un puñado de santiaguinos histriónicos versus un puñado de antofagastinos muy tímidos. Nadie sabía muy bien de qué iba un slam -aunque en las bases se describía todo el proceso- y asumo que los que se inscribieron tampoco estaban muy convencidos; provincia, feria independiente, primera versión, poca convocatoria, poco interés. Yo me pasé un par de veces por el escenario, pero se sabe que no me gusta la poesía y no me dieron ganas de quedarme; igual se escuchaba desde el módulo que nos asignaron, pero -según yo- no había nada interesante ahí.

Ya en la noche del último día, la organización nos invitó a una celebración en un lugar amplio, tan amplio, que dentro del lugar estaban haciendo un asado. En ese tiempo percibí una especie de boom del veganismo (pues, para mí, sólo en aquel momento fue muy evidente), o sea, casi todos los invitados de editoriales eran veganos o vegetarianos y, como estarás imaginando, se sintieron profundamente ofendidos por el mega asado que se estaba cocinando dentro del lugar. En algún rato se notó porque, de un momento a otro, sólo quedaron unos pocos editores, los que trabajaron como "tramoyas" en la feria y algunos miembros de un círculo literario de Antofagasta. 

La tendalá de ese slam se relacionó con la participación mayoritaria de hombres y la mínima participación de mujeres; con esa queja, se organizó un mini slam de mujeres en la celebración/finalización de la feria. Se inscribieron 5 mujeres, creo recordar: tres antofagastinas (Beatriz, Tania y Aída del Círculo de Artes Manuel Durán), una boliviana (Iris, que venía de Arica, por Editorial Cinosargo) y una serenense (yo pu ¿quién más? -risitas-). Con una mínima cantidad de personas y poquísimo público interesado en este repechaje de slam aunque hubo quejas unánimes (todos los vege/veganos se habían ido a otro lado), comenzó esta primera versión abreviada y exclusiva del gran slam femenino... no alcanzaba ni pa eliminatorias, así es que se fue al "aplausómetro". 

Yo hice trampa (acá el texto, aunque ha sufrido varias modificaciones a los largo de los años: Sexotopia), nijo leía poesía porque no escribo poesía; la hice "parecer" poniéndole histrionismo, sacando la voz de cantante de country y usando una lectura que acá provoca que me malcalifiquen y me presenten como "poeta" -a todo esto, odio a los que me presentan como poeta ¡porque asumen que escribo poesía sin haber leído nada de lo que escribo!-. Gané pu, me gané cien lucas. Igual fue bien triste todo, porque a quienes debiera interesar una lectura (en este caso, editores y escritores que venían con editoriales) no estaban, además parece que quedó mucha comida y copete; yo esperaba que la gente que se había quejado, por último, se quedara a escuchar. No puedo negar que estaba contentísima con esas cien lucas, aunque duraron menos que un candy; me los gasté en los dos días siguientes y en puras weás. 

Al bajar del escenario -mucho más improvisado que aquel de la feria- me felicitaron y me sentí muy feliz (aunque, claro, no era para sentirse así, éramos cinco en total y nadie tenía ganas de escucharnos o siquiera se quedó). A los minutos se me acercó un hombre mayor, más o menos de mi estatura, medio calvo y corpulento; supuse que era un antofagastino parte del círculo de artes -porque jamás he generado, en lecturas, el interés de ninguna editorial- y conversé, en tono amable, un rato con él... hasta que comenzó a tirarme los tejos y comencé a sentirme muy incómoda. Me molesta mucho que la gente quiera creer que lo que uno lee es cierto, a tal punto de que los convence de que te conocen y son capaces de actuar movidos por esa creencia. Creo que me fui de mala manera porque yo sabía hacia dónde iba esa conversación y me incomodó mucho, me sentí extraña. Cerca de la puerta, me pilló otro grupo -unxs chicxs mucho más jovenes- y una chica comenzó a hablarme, ella tenía las piernas muy largas, muslos gruesos en medias negras y un shorcito de mezclilla, polera anudada a la cintura, pelo muy largo y negro, piel tostada. No alcancé, de inmediato, a darme cuenta del tono que iba tomando la conversación, hasta que me tocó la pierna de modo sugerente: también me estaba tirando los tejos. También me sentí incómoda y me fui, también de modo poco amable*. 

En menos de una hora, había quedado patidifusa por los efectos inesperados de leer un texto y ganar un slam poético con un cuento, aunque no era eso lo que estaba pensando en ese momento. En el rato, pensaba que me sentía terriblemente incómoda y decidí que no leería más ese texto -aunque sí lo leí en alguna oportunidad mucho después-, salimos de ahí y fuimos a lo de siempre: dormirse temprano para levantarse temprano a la mañana siguiente. 

*PD: Un creador tiene la capacidad de crear y, en este caso, escribir de lo que se le cante y lo mejor es que puedes escribir lo que desees, creas o no, conozcas o no, lo vivieras o no. Lo único que puedo decir de ese texto es que me di cabezazos para que el lector sea incapaz de definir el género del personaje que narra; esa noche confirmé que había cumplido el objetivo, punto para mí.         

4 de marzo de 2021

Soy pésima para las crisis existenciales de las buenas personas

Ya he dicho que soy práctica -o eso recuerdo, pero en una de esas no lo he escrito acá-, por lo mismo soy un poco o muy bruta en algunas oportunidades, dependiendo de la situación y la persona.

Recordando y yendo un poco lejos en los años, un día alguien se acercó a la cabaña (donde vivo) a pasar una tarde/noche de lo que parecía una retiro necesario, asumo que tomó la invitación que, a veces, hago: "Si lo necesitas, ven a pasar un rato acá; total no hay nadie y yo no molesto. No necesitas hablarme". Noté a esta persona muy agobiada, casi al borde del colapso y me recordé a mis veinte desesperada visitando a extraños para que me empastillaran porque estaba al borde del mismo colapso (pero yo no tenía a quién chucha recurrir en esos años). Ni pregunté. No por insensible, sino porque si alguien no me quiere contar algo, pues no obligo a nadie; me sirve y tranquiliza que usen la cabaña para respirar en un lugar seguro. Prefiero el silencio con té a que alguien pase el desamparo en la calle o en bares asquerosos, solx, vomitando la miseria interior sintiendo que no tiene a nadie a quien recurrir. 

Pucha, quisiera decir que no tiene que ver conmigo, pero me alumbré en el párrafo anterior y va más profundo: cuando era más joven y estaba sola acá -sin amigxs- anhelaba un lugar en que pudiera ir y sentirme resguardada para calmarme, para dormir en paz y saber que nada me pasaría mientras durmiera o llorara o gritara o me desahogara. Pasé mis crisis universitarias en piezas pequeñísimas y sola, a veces en casas ajenas muerta de miedo y en alerta constante porque igual la pasé mal por confiar en la gente incorrecta. Cuando por fin pude vivir en una casa, después de dos años sola, pensé que permitiría la entrada a la casa a gente que necesitara un momento para despejarse (no por siempre, pero sí en tanto no molestara a mi hermano -en ese entonces vivía junto a mi hermano-); pero eso no fue posible hasta que, de verdad, comencé a vivir sola acá en la cabaña. Yo sé que vivo en una situación bien particular, es raro que alguien de mi edad tenga un lugar para vivir solo y es gracias a mi familia que me permite vivir acá -en ningún caso es por mi esfuerzo o porque me lo gané-. Acá he compartido lo que tengo con amigxs, con gente que quiero (o he querido) y, finalmente, puedo usarla de vez en cuando para albergar a alguien que se siente miserable. Por el lugar, pues bien; por mí, pues soy alguien horrible.

Algunos días después o pudieron ser semanas, me encontré a esa persona y me contó lo que le había sucedido: yo, en mi brutalidad, no sabía qué decir ni hacer. Me incomodé y comencé a pensar -automáticamente- en cosas que había leído al respecto, intentando buscar algo práctico para decir, intentando encontrar algún dato o hecho útil que pudiera ayudar... nada, soy estúpida para esos asuntos tan fuertes. Claro, alguna que otra weá incomodó a la persona y respondió y yo me sentí terriblemente mal; intenté decir algo "para bien" y la embarré, me la devolvieron y me dije: "eres tan estúpida, no hables más weás". 

Algunos días antes que terminara el 2020, mi hermana me contó que un amigo andaba "pa la cagá" y me preocupé. Con ese amigo ya habíamos compartido ideas preocupantes y uno sabe que esas cosas no se toman a la ligera porque ves tu propio rostro en ellos, sabes lo serio que es para ellos porque para ti lo es también. Me costó dos horas sacarme el pánico de la cabeza y dejar de pensar en datos útiles de libros, meterme en la cabeza que la idea era "contener" y "acompañar" antes de comenzar a parlotear estupideces teóricas o prácticas sobre algo que ni siquiera sabía con certeza. Iba a otro lugar, iba vestida para una cita y me disculpé apropiadamente con quien dejé plantado; de ahí,me fui a la casa de una amiga cercana a calmar mi nerviosismo y terminar de convencerme de que no ayudaría si me comportaba de modo torpe y estúpido; de ahí -una hora y algo después-, fui a la casa del amigo "pa la cagá". Digamos que ayudó harto que no estuviera solo en casa ya que, al llegar y verlo, sentí unas ganas inmensas de cachetearlo; no porque se lo mereciera, sino porque yo misma estaba tan nerviosa que fue lo único que se me pasó por la cabeza al verlo. Yo me tragué todo pensamiento absurdo y dominé toda mi brutalidad porque había "público" y yo aún no sabía bien de la situación, por lo que decir algo fuera de lugar podría ser peligroso y contraproducente: iba a intentar ayudar, no a cagarla más y menos con la familia parando la oreja. Hablé tonteras sacadas de cualquier lugar aleatorio, para escucharlo responder de vuelta y nada más; no pude hacer nada útil, pero tampoco metí más la pata; no lo ayudé, pero tampoco lo perjudiqué. Vale, no hice nada más que ir a verlo, pero siento que valió el gesto porque tampoco tenía nada más que ofrecer que mi (muy propia) brutalidad. A veces, solo ver a alguien es necesario para esa persona, pero no tienes cómo saberlo hasta que te dice "me sirvió que me vinieras a ver". 

Hace unos meses, un chico que vive cerca y que me visita mucho, me viene contando un drama que no comenzó como tal. Ahora, digamos que estalló por todos lados porque la weá se volvió súper turbia y, para mi gusto, era muy evitable; claro, no soy yo, esa opinión mía le vale un carajo. Me provocó tanta rabia en un momento que me desbordé en practicidad, tanta, que noté que me fui un poco para el lado detestable de todo amigo: el insensible de mierda (pero no malintencionado, ojito). Me tenía enferma porque cada cosa mala, a mi parecer, podría haber sido evitada a tiempo y no, en este caso se pasó todo a catástrofe con una rapidez que sorprende. Ahí yo metí toda la pata hasta el fondo, con intenciones de sacarle todos los demonios internos, porque me hartó que fuera capaz de concatenar muchos malos pasos. Con todos los años que lo conozco, ambos y mutuamente, nos hemos sacado de agujeros, zanjas y ataúdes; no nos buscamos, sino que nos hemos pillado en una mala y actuamos como nos dicta la razón (más que la emoción, creo). Compartimos pocas ideas/creencias comunes, pero congeniamos a un buen nivel porque -más menos- entendemos de lo que habla el otro y tenemos harto tiempo para escucharnos. Ahí, cuando pierdo la paciencia, ya deja de importarme el ser bruta, porque se me interpone la idea de que lo único que sirve es, precisamente, la brutalidad; nada de sensibilidad, nada de bondad, nada de misericordia ni piedad. Y no es que deje de importarme, sino que ya he quemado la paciencia y la razón no es la vía, para fatalidad de ambos, me he quedado sin recursos para ayudar de modo constructivo (si es que dar los datos útiles que he leído sirve de algo). 

Creo que el problema -más que la brutalidad- es caer fácilmente en pánico; pocas veces me cuentan cosas fuertes e, inevitablemente, siento miedo y pánico, no sé qué hacer, no sé qué decir y no tengo las palabras para provocar/invocar lo que deseo para esas personas. Quisiera decir algo exacto, algo preciso y sincero, algo que les ayude en serio, algo que les pueda hacer sentir mejor (aunque sea una sensación pasajera); no pretendo arreglar algo definitivamente, sé que ninguna palabra arregla "por arte de magia" los problemas. Quisiera conocer alguna frase, palabra, expresión o alguna cita alentadora, qusiera poseer optimismo o creencias suficientes para transmitir algo benigno siquiera -a veces, solo a veces-.