Antes de leer alguna entrada de "Cierto personaje acusado de alta traición":

30 de diciembre de 2020

Problemas con la ocupación

Cuando he vivido en algún lugar (compartido o no, con muchas piezas o no, con cocina o no) tiendo a colonizar todo el espacio disponible. Hace años me di cuenta, aunque me venía pasando hacía muchos más. Me di cuenta cuando mi hermano buscaba un lugar en donde tomar té, pero la mesa del comedor estaba ocupada con papel y restitos de basuritas que yo había dejado desperdigadas por descuido. Siempre he tenido muchos objetos, primero relacionados con pasatiempos, luego con la escritura y la revistas, desde 2013 con material de trabajo (Me pego un tiro). A medida que iba recibiendo más pega y ganaba más dinero, más cosas adquiría y, como había mucho espacio en casa, acabé llenando todo con papel y mil otras cosas que sirven para hacer libros. 
Cuando llegué a esta cabaña, era solo eso: cocina-living-comedor, dos piezas, un baño. Para una persona, este espacio es más que suficiente. Cuando mi familia llegó a vivir a la ciudad (en otra casa) trajo un montón de cosas que se quedaron acá por espacio o otras tantas que yo había dejado en Calama; todo ocupaba el "living" y la "otra" pieza. Tiempo después que llegara mi familia, mi padre recuperó un galpón y lo convirtió en una sala grande (es un poco más pequeño que la cabaña completa); me dijo que ahí podía dejar las cosas del trabajo ("¡uf! por fin el desastre de papel dentro de la cabaña estaría fuera de la cabaña, fuera de la vista"). Ellos vienen con frecuencia (sí, el lugar donde vivo es de mi familia) y yo intentaba que estuviera "soplado" -despejaba, ordenaba, escondía mis cosas, fondeaba mis papeles, guardaba las impresoras, apilaba material sobre material-. Limpiaba todo por encima y debajo, pensando en no incomodar a la familia, pensando en que las cosas de mi trabajo eran "feas" de ver todas dispuestas sobre una mesa para seis personas; además de pensar en que la mesa que yo uso para trabajar es la única en donde nos podemos sentar y comer cómodos todos los miembros de la familia. Al principio en serio me esmeraba en que todo luciera impecable, aunque me tomara todo un día dejarlo así y aunque ese día de limpieza profunda fuera un día de trabajo perdido, me gustaba que la familia sintiera que podía moverse con libertad dentro de la casa y que se sintiera cómoda, sin tener que toparse con cosas feas de ver. Pensaba que lo mínimo que podía hacer era dejar limpio (un día) y compartir con ellos sin hacer nada más (otro día). 
Al final resulta contraproducente que la gente (sea o no de tu familia) no te vea trabajar porque termina pensando que no trabajas. Me pasó alguna vez con alguien que conocí y venía seguido; no me gustaba que me viera escribir porque era como que no le prestaba atención o quizás sentía vergüenza por hacerlo frente a alguien que yo consideraba que escribía mucho mejor. A los años escondía tanto los momentos que escribía que parecía que no lo hacía o no avanzaba; quizás me quedé en borradores o en manías de respaldar todo porque no puedo vivir pensando en que perdí algo escrito (aunque su destino no siempre es ser publicado). Con mi familia me pasó algo similar: escondí tanto los asuntos de mi trabajo que ellos pocas veces me han visto hacerlo. Hace algunos meses yo creía que mi familia pensaba de mí lo siguiente: "esta se las tira todo el día". Después del estallido me lo confirmaron: "consíguete un trabajo de verdad". 
Durante el encierro tuve tiempo para escucharme, de verdad escuchar lo que yo pensaba porque, literalmente, no había nadie más a quien escuchar. Tuve algunas caídas existenciales, algunos pensamientos problemáticos y tiempo para mí: esos meses no moví un dedo, no hice ningún libro. Ordené mis archivos y borradores (en papel y en virtual), no pude sistematizar todo lo que tengo porque me pareció imposible hacerlo sin romper más mi corazón. Pensé también -entre otras cosas jodidas- que las labores que realizo son completamente inútiles. Los libros que hago, por muy bien pagados que sean, terminarán en la basura. Muchos de los libros que publico quizás sean comprados, pero nadie me asegura que serán leídos. Oh, esto se remonta a más atrás... antes del encierro, pero después del estallido: en algún momento renuncié a escribir (quizás lo cuente mejor algún día). Con el encierro, también iba a renunciar a encuadernar. Iba a renunciar a algo mucho más importante en realidad y eso no sé si pueda llegar a escribirlo algún día. 

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22 de diciembre:

-¿Aló?
-Hola. Mañana vamos a hacer asado y a regar.
-Vale.
-Vamos a almorzar en el balcón, así es que no es necesario que desocupes el galpón.
-... puedo desocupar si quieren.
-No, ahí no más.

24 de diciembre:

-Yo sólo quiero una cosa de ti, Pía, algo sencillo, súper fácil de hacer.
-Dime.
-Quiero que cuando vayamos a la cabaña, el galpón no esté lleno de cajitas, que podamos comer ahí y usar la salamandra.
-Fácil... súper fácil.
   

29 de diciembre de 2020

Buenas

Hola amigx.
Las circunstancias no han sido favorables, es posible que ninguno de nosotrxs esté bien ¿importa? Si no hablas, pues no nos enteramos y ahí quedamos, como gente jodida, egoísta y fatal. Bien, no tienes que hablar, pero tampoco decidas por el resto; quizás pensando en que no quieres provocar preocupación, guardas silencio, continúas reservado y terminas tragando lo que te provoca daño: no, no es opción guardarlo para ti. Dale, guarda silencio... no, eso no es opción ahora mismo, no quiero despertar para enterarme de que algunx de ustedes ha desaparecido de esta tierra. 
No lo tomes a mal, tampoco a bien: no tiene que ver con "a quien", sino "para quien". Puedo ser yo -ahora mismo-, puede ser otrx -también ahora mismo-; no te lo tragues, no lo evites, no lo ocultes. 
Puedes hablar, no se te juzgará. Puedes dejar un mensaje y será leído. Puedes dejar una carta y será respondida. Puedes pasar por casa y serás recibido. 
Amigx, tengo damascos y en un tristrás hago tartitas si te gusta algo dulce o pancito si te gusta algo salado. Podemos comer fruta desde el árbol cargadito o hacernos limonadas con menta del jardín. Podemos beber té o café, comer dulces que yo no he preparado o helado que iremos a comprar al almacén. 
Espero que estés bien. Espero que despiertes en un buen lugar. Espero que no te falte el amor y si no lo tienes, ve a buscarlo. 
Yo te quiero.   

28 de diciembre de 2020

No me siento linda

Hace una década no pensaba en ninguna enfermedad -o en el dolor- porque no los padecía; me sentía afortunada de no haber sido sometida a cirugias, de no haberme quebrado un hueso, de no haber tenido un accidente, de no sentir dolor de cabeza o retorcijones menstruales. Bueno, hace diez años no pensaba en eso, pero lo cierto es que sí había sentido dolor físico antes de eso, pero en tan pocas oportunidades que las recuerdo bien. Al mudarse mi familia a otra ciudad, sentí que todo lo que conocía se acababa; comencé a cambiar drásticamente de un modo evidente (a los ojos de mi entorno) y de modo devastador para mi familia (que tuvo que soportarme "así" durante un año y medio). Durante ese año y medio con mi familia en otra ciudad, me dio dos veces tortícolis -mientras cursaba tercero y cuarto medio- y no había ninguna razón para padecerla... ninguna razón física, porque -segura- eso fue provocado por el intenso odio que sentía por toda la situación: ciudad horrible, colegio horrible, preu horrible, compañeros de curso horribles, profes horribles, todo mal a mis ojos (y no es que todo fuera totalmente malo, pero tampoco tuve la oportunidad de acostumbrarme a eso antes de abandonarlo). Las dos veces que me dio tortícolis no me permitieron faltar al colegio, me ponía la ropa entre lágrimas y apenas podía girar la cabeza; es un tipo de dolor muy particular, algo que recuerdo con detalles. Las dos veces me pincharon -creo que un relajante muscular- y me dieron pastillas. La primera vez, entretanto ya me estaba recuperando (sentía dolor, pero leve), me apunté a un paseo de curso al Pozo 3 (un camping con piscina en San Pedro de Atacama) y obtuve dos "curas", bebí vino hasta el vómito y dejó de dolerme el cuello -aunque dormí poco, pésimo y en el suelo de una carpa-. A pesar de que me dijeron que el dolor provenía de mi mente (o sea, era algo psicosomático) yo me negaba a creerlo: estaba haciendo lo que debía hacer, cumplía con lo que se requería de mí, casi no tenía problemas, mi familia era (y es) muy funcional... yo cumplía, pero no es que yo creyera que tenía otra opción, de hecho no tenía otras opciones. Por muchos años me negué a creer que ese dolor era producto de algo que me preocupaba o me hacía daño, porque no me importaban las notas (lo mínimo era mantener un promedio que no pusiera la atención de mis padres sobre mí), menos la psu (quería un puntaje que me permitiera entrar a la u, pero no me importaba en qué o dónde, necesitaba algo que mantuviera la atención de mis padres lejos de mí), porque no me importaba no tener un grupo del cual sentirme parte, porque no me importaba lo que pensara la gente de mí: lo único que llenó mi cabeza durante ese tiempo era la idea de morirme.

Pasé hartos años sola acá, sola de los cojones y se puede resumir en tres hitos: no pude construir relaciones de amistad que perduraran más allá del "compañerismo" universitario (hay una chica a la que aún le envío mensajes y siento que  de algún modo raro me aprecia, ella de entre otras 100 personas que conocí mientras estudiaba), me acerqué mucho a la familia de mi tía (la que ahora considero una segunda familia -gracias tía, te quiero mucho-) y tuve tiempo para construir lo que soy ahora ("literariamente" hablando). No, no padecí de dolor físico -dejo fuera la cogorza-, pero sí dolor emocional y lo recuerdo, también, con detalle. Hace diez años pensaba que estaba bien tomar todo lo que me había sido negado durante mi adolescencia: el amor y el cariño (en el aspecto íntimo), la pereza, el hedonismo, el capricho, la impulsividad. Era adulta y era responsable de mi actos, nadie iba a hacerse cargo de mí o asumir las consecuencias de mis actos: flor (para mí). Tenía una lista corta de deseos, cosas que siempre quise hacer o tener en el colegio y, a los 23, ya había cumplido todo, aunque algunas cosas no las volvería a hacer. 

Desde 2013, año en que me inventé "Me pego un tiro", trabajé cada día y cada hora en los asuntos que tenían que ver con libros; en ese tiempo gratis, después como una pega formal y luego de forma independiente. En esos años me enfermé mal tres veces: dos gripes con fiebre "alucinante" y una intoxicación por andar haciendo experimentos con venenos botánicos (cuek). En ninguna me vi obligada a recurrir a médicos. Con los años, porque la salud y la edad me lo permitían (gracias a que me había acostumbrado a extralimitarme, además de explotarme), era capaz de hacer tres veces más cosas de las que soy capaz ahora -en el mismo tiempo- y sin desfallecer, sin enfermar, sin dolor y sin perder; lo tenía todo y podía hacerlo todo. En ese momento no me sentía alguien especial, pero ahora -y comparado con lo que acabo de mencionar- me siento un estropajo al lado de esa Pía con diez años menos. Sí, dirás que es evidente, pero para mí no lo era hasta que me comenzaron a "aparecer" abscesos en el rostro (eso fue el 2018, creo). Esas mierdas que dolían como el infierno fueron consecuencia de algo bien puntual, algo que padecí por dentro y en lo más profundo del corazón; nuevamente algo psicosomático. También me costó reconocer la causa, no era la primera vez que me sentía "así" de mal, pero era la primera que esa mala emoción provocaba infecciones dolorosas que tomaba tiempo sanar. ¿Cómo es posible que algo real no me enferme? no lo sé... si tienes alergia te enferma el polen -o el maní o una picada de abeja-, si tienes algún hueso malo te dolerá con el frío, si tienes una hernia verás tus capacidades físicas disminuidas. Por ser tan re sana, sentir repelús por los hospitales y médicos, sentir asco al tragar pastillas; cuando me pasa algo es para recordarlo y en mala, recordar el dolor que te provocó y lo mal que la pasé, escribir de eso y volver a la demoniaca sensación de que algo nuevo aparecerá, algo como lo de ahora y que justifica la entrada completa.

Hace algunos meses me contactó alguien para quien había trabajado hacía muchos años; me propuso una pega y la acepté medio pensando en que no se concretaría -por las circunstancias webiadas del 2020 y porque mucha gente me llama preguntando y con pocos llego a un trato/pega-. Vale, agradecí harto que alguien pensara en mí, que confiara en mí, que usara mis servicios; porque lo que es yo, pues estaba viviendo en la comodidad, siendo como vagabundo en una casa lujosa, sin preocuparme de dinero ni comida ni cigarros, en la más cómoda soledad, en la más irresponsable pereza, en la más miserable de las actitudes humanas frente a la incertidumbre; no me arrepiento, no me arrepentiré de esto. Reincorporarme a un ritmo que podía llevar, pero que no deseaba, me sacó de una patada hasta la vida que abandoné y que llevaba hasta septiembre del 2019; con un año y medio más de vida, con los dedos tullidos, cero ganas, cero ánimo, cero necesidad. Dale, es pega, agradece que no terminaste viviendo debajo de un puente. No me había agarrado tan fuerte un padecimiento mental desde los abscesos, no tenía razones para que mi cuerpo provocara otro padecimiento y aquí estoy.

Hace poco más de un mes, en casa de un amigo, amanecí con dos pequeñas  protuberancias enrojecidas en el párpado derecho; no le di importancia porque casi siempre me agarra la conjuntivitis y creí que era algo así (la conjuntivitis te da en los ojos, pero también se te hinchan los párpados y pica un poco). Vale, llegué a mi casa y gotitas, pero continuó picando. No era el ojo porque no lo tenía enrojecido, era el párpado derecho, abajo y arriba, además también se estaba manifestando en el párpado izquierdo. Picaba y, para no rascarme directamente con los dedos -porque siempre los llevo teñidos o “encigarrados”- lo hice con la manga de lo que llevaba puesto; fue para peor, porque con la tela de los puños (rugosa y áspera) acabé haciendo peor la irritación en la piel. Esas zonas bien delimitadas, enrojecidas e irritadas, se desprendieron de la capa más superficial de piel en forma de escamas gruesas y duras. Yo, viéndome al espejo, intentando arrancar con pinzas esos trocitos inquietantes de piel, haciendo que se me escaparan las lágrimas porque parecía que estaban desprendidas, pero se agarraban las malditas a un cachito de piel viva; opté por no rascarme –aunque picara-, opté por ignorarlo –aunque era difícil estando despierta e imposible mientras dormía-; me desesperaba, pero no era evidente y sabía que si se mantenía “así”, nadie me cuestionaría al respecto.

En casa debo sacarme los lentes oscuros que siempre llevo y mi madrecita siempre me observa demasiado -tanto que es incómodo a veces-. Un día, luego de que esto empeoró y se extendió, llegué a casa y me llevaron de un brazo al dermatólogo. Me miró la mujer y me diagnosticó de inmediato, se acercó para verlo mejor y lo confirmó. Me dijo que se producía por stress y, en menor medida, por mi trabajo (en particular por el polvillo de libros viejos); me recetó tres medicamentos y que me pusiera lentes que aislaran mis ojos de la exposición al polvillo. En el momento no supe bien qué decirle a mi familia, no sabía si replicar lo que me había dicho la dermatóloga tal cual u omitir la parte del stress.

¡Ey! ¿por qué omitiría información? Yo considero mis labores diarias como trabajo –uno informal y precario-, pero es un trabajo; mi madre y padre lo consideran un pasatiempo que me provee dinero de vez en cuando, no voy a mencionar el escribir porque tengo opiniones tan contradictorias que no sé qué pensar realmente. Yo comprendo que ese juicio sobre mi trabajo es producto de la preocupación, pero les he oído cosas que me aterran un poco. A principios de este año mi madrecita me dijo: “búscate una pega de verdad”. Quizás el juicio no es tan pesado como la contradicción: mi madrecita también trabaja en las mismas condiciones, en una labor precaria e informal. Yo me pregunto ¿acaso es más válido trabajar en la casa en su caso que en el mío? ¿el hecho de que ella gane más dinero que yo le permite menospreciar mi trabajo? ¿acaso ser autodidacta invalida mi trabajo? (ella tiene un título que avala lo que hace, aunque no directamente) ¿acaso dedicarse a telas es un trabajo más valioso que dedicarse al papel? No la entiendo en realidad, pero ese razonamiento me encamina a mentir u omitir (y lo hago mucho cuando trato con mi familia) porque me evito problemas, discusiones y que pongan una atención indeseada sobre mí: esta vez decidí omitir la mención del stress… porque padecer de consecuencias físicas a partir de algo mental, achacado a un trabajo “de a mentiritas” y que ni siquiera me provee el dinero necesario para comprar lo mínimo para sobrevivir es un CHISTE. En algún rato también me negué a creer que fuera por stress, me mentí porque no deseaba aceptar que sí había sentido rabia con un trabajo en particular, por lo tanto, que me había involucrado más allá de lo acostumbrado y necesario, incluso de lo que yo considero sano. No me había percatado hasta que fue demasiado tarde, claro, no es que uno escoja padecer de algo físico a partir de algo psicosomático; lo que me produce molestia e incomodidad es que esto es nuevo, algo nuevo con que lidiar, algo nuevo que aprender y algo nuevo con lo que debo esperar convivir en el futuro.

No me siento linda porque me siento incómoda, no porque me encuentre fea; esto es visible y odio que la gente me mire con atención, más si es para mirarme los párpados descascarados. 

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-¿Sabes por qué la Pía tiene eso?
-…porque se alimenta mal.
-No.
-…porque está expuesta al polvo de los libros.
-No.
-…*ruiditos de duda* porque está estresada.
-Sí, mamá, eso es lo que le pasa.

25 de diciembre de 2020

Conflictos que creí superados

Hace un montón de tiempo, en una tierra lejana, me quedé con una idea fija en la cabeza. No encuentro el sentido para contar la historia completa, por lo tanto dejaré las pistas mínimas para situarse. 

Cuando era menor de edad, mientras cursaba los últimos años escolares, papá proclamó algo que hirió mi corazón y mamá apoyó esa idea guardando silencio (y llorando mucho); en la mente adolescente -que tenía en aquel entonces- concluí que ambos compartían la misma idea y por eso ambos estaban del mismo lado manifestando algo que, en ese momento, terminó rompiendo mi corazón. En varias oportunidades posteriores (varias veces en varios años), manifesté mis emociones a mamá esperando que ella me escuchara, solo eso, no deseaba que me hiciera sentir mejor, que me aconsejara, que resolviera por mí, que me dijera algo motivador o que me diera la razón; insisto, sólo necesitaba que me escuchara. A los veintiocho -después de ingerir algo parecido al ácido-, decidí no volver a hablar sobre este tema con mamá (ya había descartado hablarlo con alguien más de mi familia) porque comprendí que siempre había recibido la misma respuesta y continuaría recibiéndola, decidí que era mejor dejar de insistir porque pensé que ella debía sentirse agobiada, cansada o molesta. Desde mis veintiocho no volví a siquiera mencionar el tema y después, cuando necesitaba hablar, lo escribía o lo comentaba a algún amigo (a la "pasá", livianito y riéndome para que nadie se sintiera responsable de algo así). Cumplí treinta y tres este año, pasé 16 años pensando que papá y mamá -ambos- pensaban igual, pasé 16 años pensando que la razón por la cual mamá no me escuchaba era porque no creía en lo que yo le decía, pasé todo ese tiempo escuchando la misma respuesta cada vez... se suponía que respondía lo mismo cada vez porque lo que me decía (respondía) era concordante con lo que ella pensaba. 

A veces, en casa, mientras conversamos después de almuerzo, salen temas varios: noticias, opiniones, asunto familiares. Hace algunas semanas, estaba yo preparándome un tecito y escucho a mi mamá decir: "oye, si nosotros tenemos historia familiar con esto... el tío x, el tío z, la tía k..." y me quedé escuchando un rato. Con la tacita de té en la mano, me quedé patidifusa: sentí algo que no pude identificar, tenía tantas ideas en la cabeza que era difícil enfocar una. Volví a la mesa y, minimizando hasta el ridículo mis emociones y pensamientos, salté a decir: "qué, si esas cosas son inventos, son weás que la gente se inventa, tonteras, paparruchas..."; papá salta de regreso y avala lo que yo acababa de decir; mamá -con el rostro muy muy serio- dijo: yo creo en eso.
Recuerdo que salí con mi hermana y no podía expresarme con claridad. En la noche continué sin saber bien qué estaba sintiendo. Días después pensaba contarlo a una amiga, pero decidí que "mejor no". Semanas después terminé conversando con mi amiga y tampoco pude decirle lo que sentía o pensaba al respecto. Ya ha pasado un mes o poco menos, no puedo ponerle nombre al sentimiento que me embarga, no puedo aceptar culpa o culpar a alguien, no puedo dejar de pensar en eso. 

Yo no puedo (no soy capaz de) revivir la pena que me provocó darme cuenta que mamá no me escuchó en 16 años; después de todo, en ese tiempo, yo era mayor de edad y, le dijera o no, era mi responsabilidad lidiar con eso. Quizás lo que me molesta o no me permite pensar con claridad es que lamento mucho que esa Pía menor de edad se quedó con una idea errada sobre mamá y ese asunto. En ese año, mamá también rompió mi corazón guardando silencio. 

Azul

A pesar de ser muy mala para el dibujo, me gusta mantenerme cerca de gente que dibuja. Creo que su trabajo es valioso porque tienen una visión artística distinta, una visión que ellos manifiestan a través de la imagen (y cientos de formatos de presentación), me gusta que existan muchos medios de "hacer", que se interesen en muchos temas y puedan llevar a la realidad lo que imaginan, haciéndonos ver lo que ellos ven. Me gustan, en particular, los fanzines y los comic; ahí se junta algo que me gusta y puedo hacer -escribir- con algo que me es imposible hacer -dibujar-. Si bien en La Serena no se ve mucho fanzine (es más fácil encontrar libros autoeditados que fanzines), cuando los encuentro, intento adquirirlos porque pienso que son importantes; sea que el contenido me guste o no, verlos publicados en papel ya me parece admirable. No puedo hablar mucho más de esto, porque realmente se me escapa un poco el mundo en que se desarrollan y se mueven los ilustradores locales, aunque sí me consta que comparten algunos problemas que también tienen lo que se dedican a la literatura. Hay algunos ilustradores que me gustan harto y tuve la oportunidad de conocer (incluso trabajé en alguna oportunidad con algunos); hay otros que sólo conozco porque tengo sus publicaciones; otros que he conocido por las ferias recientes de ilustradores; otros que me han presentado por casualidad. Claro, no siempre tengo la posibilidad de comprarlos, pero lo intento u ofrezco un trueque; a veces me han cambiado libros por fanzines y siempre me quedo con la sensación de que salgo ganando [risitas]. 
Dejé esta entrada guardada hace rato y me parece que deseaba recomendar un manga: Blue Period. Eso, es muy interesante y he aprendido harto: se los recomiendo si son ilustradores o les gusta dibujar.   

23 de noviembre de 2020

Cuando tienes la certeza de ser desagradable

Estaba viendo un programa x en youtube y me acordé de algo que me pasó cuando llegué al último colegio en que estuve –en séptimo básico, año 2000, creo–. En ese año, no recuerdo por qué, fue la segunda vez en mi etapa escolar que usé el pelo muy corto, menos de dos dedos de largo (mucha más corto que ahora); quizá mi papá –que tiene una obsesión con que lleve el pelo corto porque dice que me veo bien, tampoco entiendo la razón– le dijo a la peluquera que me dejara la cabeza así. Uno sabe que cuando te llega la regla (menarquia) ya te han pasado en el cuerpo algunas cosas: lo que más recuerdo fue que se me comenzó a abultar el pecho y me dolían los pezones con el frío (cosa que lamenté mucho porque me dolía usar ropa delgada en verano); te crece el cuerpo de un modo “nuevo”, como que se te crecen las caderas y desde ahí creces poco en estatura, eso no fue doloroso, pero noté que crecí de modo notorio y comencé a subir de peso. Si bien nunca tuve problemas de sobrepeso (entendido como sobrepasar un rango de peso normal para una persona de mi estatura), mi cuerpo no creció de un modo agradable o eso tenía en la mente. Jamás me interesó cómo se veían las mujeres compañeras de curso, porque a mis ojos todxs los del curso éramos iguales (mocosxs, sucixs, descuidadxs, groserxs y estúpidxs) y no había diferencias físicas entre niños y niñas, excepto el pelo largo y la falda –si es que no llevaban pantalones– en el caso de las niñas. No por mi interés, en ese año me fijé que sí existían diferencias y, a medida que pasaron los siguientes dos años, esa diferencia se hizo más y más evidente. Andar sangrando era un puto suplicio, porque me daba vergüenza ir con mochila al baño; te decían que nadie tenía por qué saber que andabas con la regla, pero cuando llevabas la mochila (un bolsito o los bolsillos llenos de toallitas y confort) al baño era obvio que andabas sangrando.

Alguna vez en el baño –con mi cuerpo extraño a medio desarrollar y un poco “grueso”, estatura baja, buzo de dos tallas más grandes y pelo cortísimo, sin aros ni pulseras– mientras le cuidaba la puerta a una amiga, una cabra de otro curso me miró con cara de ¿asco? y me preguntó qué hacía yo –un niñito– en el baño de niñas; no dije nada, porque no tenía respuestas, pero sabía que tampoco tenía que explicar la razón de mi presencia en el baño porque yo era una niña y, daba lo mismo, en cualquier caso ella era la estúpida porque pensaba que los niños llevaban siempre el pelo corto y las niñas llevaban siempre el pelo largo. Ella misma se sorprendió, creo, convenciéndose de que yo DEBÍA ser una niña porque estaba en el baño de niñas, nadie más entraba ahí y los niños –en esa época escolar, como que le tienen fobia a las niñas– no entran al baño de las niñas; se dio media vuelta y se fue, creo. Yo no sabía bien qué pensar, pero me quedé con la sensación de que quizás yo era fea como niña (aunque el punto no estaba en si yo era “linda” o “fea”, sino que parecía un niñito). Ya conté de la obra de Adán y Eva, el jardín del Edén y que fue la mejor obra que se presentó porque NO escribimos el libreto (era de un dramaturgo real), además de que los padres habían gastado cachá de plata en un escenario en tonos azules y celestes que abarcaban toda la pizarra; éramos siete niñas y todas estábamos muy comprometidas con la obra (los padres de cada una, también), creo que sólo hubo un error en el diálogo en todo el rato –¿una hora?– y las demás “obras” eran sobre drogadictos, asesinatos y carretes (imagínate un montón de gente que no pasaba el metro y medio de estatura, con cara de guagua, intentando hablar en flaite, actuando un drama tipo “Doctora Polo”, pero con diálogos de “Bakán”). En la obra de mi grupo, yo era Adán y era la única del grupo que sí parecía un hombre (ok, niñito hombre) porque tenía la contextura, el pelo, el rostro (caracho de persona “seria”, pero de 12 años) y la ropa de mi hermano –polera azul de Gardfield, jeans azules, zapatillas–; disfraz perfecto. Nos fuimos a vestir juntas al baño en horario de clases (por lo tanto no habían más alumnas de otros cursos deambulando por ahí). Cuando salí del baño, un compañero de curso –un guacho x– me dijo: “es Paul Schäfer*, ay, auxilio” y comenzó a medio correr hacia la sala de clases y siguió webiándome por mucho rato. Yo tenía una vaga idea sobre “ese tal Schäfer” por la tele, pero jamás entendí la acción del compañero de curso ni las palabras, tampoco de qué forma estaba relacionado con mi aspecto o con la obra o con la intención de ¿insultarme?; no sé, todo fue muy confuso y aún lo es. ¿Era yo una degenerada? ¿mi aspecto me hacía parecer una persona peligrosa? ¿qué le provocaba para que me molestara? ¿por qué sentía la necesidad de repetirlo y repetirlo? Había algo que yo podía hacer y que me aseguraba que no seguiría molestando, ya lo había hecho una vez antes y me había resultado.

Siempre me costó insultar, porque en mi casa nadie se insultaba, no se decían garabatos ni malas palabras; tampoco aprendimos nada de la calle porque no salíamos a jugar con los vecinos o amigos, salía con mi hermano y nos inventábamos juegos que sólo nosotros entendíamos. En 2020 con 33 años, a mi mamá aún le da repelús cuando yo hablo chuchás en la mesa porque ella no las dice; mi papá me webea por la misma situación, pero él sí habla chuchás y muchas –aunque si las dice él son necesarias, pero si las digo yo es feo [risitas]–. Crecí en los noventa, vi mucha tele noventera y lo que sé de la vida (onda, relaciones interpersonales) me lo enseñó “My Little Pony” (el viejo) y “Los Cariñositos”; crecí viendo que los valores más importantes eran el amor, la amistad, la comprensión, la solidaridad, el amor y el amor y el amor. Los Cariñositos no se insultaban, se abrazaban y todo se solucionaba. Con esto entenderás que mi solución para que dejaran de molestarme no fue insultar de vuelta; de hecho creo que si molestas del mismo modo, todo se agranda y es para peor (ese insulto de un día, pudo haber durado todo el resto del colegio que me quedaba).     

En el jardín infantil (mi madrecita me metió al jardín a los 3 años) fue la primera vez que alguien me molestó… aunque no fue a mí directamente, sino al auto de mi papá (otro cuek); la niñita en cuestión me webiaba porque el auto de la familia era un Peugeot viejo –año xx– y no del año; mi mamá me aconsejó (me dio a entender esto, pero me dijo otra cosa) que la molestara de vuelta, que le encontrara algún defecto físico o algo fuera de lo común para insultarla (me dijo: “dile monito”, porque la chica era morena, de esa piel que parece permanentemente tostada y cabello negro brillante); no recuerdo haberla insultado de regreso (creo, no lo recuerdo). A lo largo de los años en básica, nadie se rió de mí o me molestó porque tenía los ojos verdes, tenía buenas notas (estaba en el cuadro de honor), jamás faltaba a clases, mi mamá me obligaba a participar en TODO y la profe me amaba; mi mamá hacía los trajes para todas las presentaciones y era la mejor apoderada de curso de la vida (la señora era jodidamente proactiva y comprometida con el curso, también amaba a la profe); esto pasó mis primeros cuatro años de básica y no me vi en la situación de insultar a nadie y tampoco la gente se metía conmigo.
 
Cursé quinto y sexto en otro colegio, en Calama, un colegio católico. Los niños de ese colegio eran demasiado correctos, devolvían las cosas perdidas y rezaban todas las mañanas; yo los encontraba tontos (¿o eran sumisos?), no sé, eran personas muy raras. Ahí también fui popular porque era la nueva y tenía los ojos verdes y hacía cosas “malas” [risitas] como tirar la mochila por la ventana de la sala, también le quebré la nariz a una niña (chan). En ese tiempo sentí que mi mamá me dejó un poco de lado y me dolió, después entendí que ella ayudaba a mi hermano tal cual lo había hecho conmigo y también mi hermana chica estaba guagua; era obvio que yo estaba más grande y no necesitaba de tanta supervisión ni ayuda.
 
Desde sexto a séptimo básico, me cambiaron de un colegio católico a uno donde el clasismo era evidente; éramos un curso con pura gente de colegios malos y pencas que llegaron a un colegio que le prometía a los padres prepararnos muy bien para llegar y sobrevivir en la u (todxs lxs que salieron de ese curso son profesionales, excepto yo).  

Los primeros años que estuve en ese lugar aprendí a odiar profundamente el colegio (como algo obligado) y a muchos de mis compañeros de curso (la mayoría, unos sacos de wéas), me retiré a la biblioteca y pasaba un montón de tiempo ahí; con los años terminé siendo amiga de la señora bibliotecaria y perdí a las amigas de mi edad (no teníamos temas en común para compartir, aunque digo “que las perdí”, con algunas seguía teniendo una relación hasta cuarto medio; siento que mínimo, más por cortesía que por afinidad); o sea, pasé muchos años siendo muy antisocial y leyendo todos los libros que pude, y, a pesar de leer mucho, no recuerdo haber usado eso para tratar a la gente mal, onda en plan intelectualoide de primer año de u.

Volviendo a la obra y al insulto en séptimo. Cuando entré a ese colegio no fui popular porque todxs éramos “nuevos” y había que hacer amigos rápido. Mi desarrollo era una maldición (tetas, regla y mi vista comenzó a fallar), mi aspecto era extraño (las niñas tenían el pelo largo y los niños lo tenían corto), no tenía ninguna habilidad de la cual presumir (no era sociable, ni amistosa, ni agradable), no hacía nada guay (dibujar, tocar un instrumento o algo así), no hacía nada ilegal (no podía presumir que conocía siquiera la yerba, como lo hacía otra gente), no tenía aficiones o pasatiempos (andar en bici o aficionada a los videojuegos); ay, jodido lugar para crecer. Al poco tiempo del comienzo de clases, armé una especie de “club secreto” (un juego que me gustaba desde muy pequeña) y tenía a un amiguito con el cual compartía ese club. No recuerdo las razones, pero este amiguito comenzó a molestarme; creo que porque era raro que niñas y niños jugaran juntos, no lo sé en realidad –¿o sería mi aspecto ambiguo? –. Yo no podía insultarlo porque me costaba hacerlo y nunca me atreví a hacerlo con maldad (onda para hacerle daño o burlarme) y tampoco quería que este niño siguiera molestándome. Un día, mientras me molestaba, yo me acerqué de modo muy odioso y le decía que lo amaba mientras intentaba abrazarlo, lo perseguí un rato y se cabrió; desde ahí, jamás volvió a molestarme, ni me miraba. Con el niño que me molestó en la obra, hice lo mismo: cuando me cansé, comencé a perseguirlo y decirle que lo amaba, acercarme de modo odioso e intentar abrazarlo; dejó de molestarme y jamás volvió a decirme “Paul Schäfer”, después ni me miraba. Yo no le di muchas vueltas en ese entonces, porque había llegado a la conclusión de que yo era fea para ser niña y era evidente que no era del gusto de mis compañeros de curso, por lo tanto que una niña fea te persiguiera y te dijera que te amaba era desagradable entonces, para evitar que esta niña fea se relacionara contigo, tenías que ignorarla; todos felices. Después pensé que tenía que ver con prejuicios y volás de género. Si los niños se juntaban con niños y las niñas con niñas, no podía existir amistad entre ambos grupos, sólo simpatía o gusto (me gusta x compañerx, pero nada más); de ahí, era extremadamente desagradable que alguien de aspecto masculino te dijera que te quería, porque te convertía en un gay y eso era una cruz que cargarías hasta que salieras del colegio. Que una niña fea te dijera que te amaba era desagradable, pero que una niña con aspecto masculino te dijera que te quería era asqueroso; no me consta, pero tampoco tengo otra teoría. Ese actuar me hizo casi intocable hasta primero medio. Ahí otro cabro weón comenzó a  decirme “loco” (yo era medio pitiá, pero pudo haberme dicho “loca”) y tengo tres recuerdos, pero no sé bien cuál de ellos concluyó el asunto: 1.-yo diciéndole “macha” como respuesta a su “loco” [risitas], 2.- yo diciéndole que lo amaba, intentando abrazarlo a la fuerza y 3.- yo intentando pegarle patadas (una pelea muy estúpida, porque era como si estuviéramos actuando; pegando en la dirección correcta, pero evitando llegar al contacto físico). Igual no importaba tanto que me molestaran porque yo era guay (o sea, me sentía guay): me sentaba con dos chicos repitentes en el banco de atrás, entendía química y matemáticas –ramos que se volvieron más difíciles ese año–, jugaba a los spinners en clases y era la única que leía enteros los libros obligatorios. Ese año disfruté los últimos estertores de mi niñez a concho: jamás me preocupé de crecer como una “mujercita” y tampoco de comportarme como una (de lo que recuerdo, las chicas comenzaron a preocuparse por el aspecto físico, llevaban crema de manos, brillito labial, falda, zapatos lustrados, pelo peinado y amarrado, aros, pulseras, anillos, maquillaje piola, etc.); dejé de mirar a mi cuerpo crecer (decidí dejar de usar sostén e ignoré las molestias de llevar una toallita entre las piernas una vez al mes); tampoco tenía la posibilidad de hacerme –mentalmente– una muchacha porque no me juntaba con muchachas (ellas y la influencia de revistas para adolescentes como “Seventeen”, programas de tv de moda como “Mekano”, conversaciones de quién te gustaba porque no me gustaba nadie, parloteo sobre reglas y tampones porque lo encontraba de adultos –sé que te dicen que cuando te llega la regla te dicen “ahora eres mujer”, pero nop, una capacidad física limitada para concebir no se corresponde con la capacidad psicológica para enfrentarlo–). Estoy convencida de que esos dos amigos repitentes no me veían como una niña, porque no me trataban como una; eran brutos conmigo y me gustaba, porque podía ser bruta con ellos y me sentía como una igual, una persona igual a ellos.

Ahora me da risa cuando alguien me confunde con un chico, porque la gente se pone muy nerviosa y se pierde en disculpas que no son necesarias (a mi parecer) ¿debiera sentirme mal porque alguien se refiere a mí como hombre? ¿tan mal está que te confundan con alguien de un género distinto? ¿acaso debiera sentirlo como un insulto? Yo creo que no y por eso me da risa, porque la gente se siente muy incómoda, pero yo no.                   


*El mismo Schäfer con cargos criminales por abuso sexual infantil, violación, secuestro, abuso deshonesto, posesión ilegal de armas de fuego y explosivos; según el mundo y el internet.      

1 de noviembre de 2020

Para Ofelia.

  [2:27] Domingo / 1-noviembre-2020

Ofelia: 

Sí, he sido terriblemente negligente. Hace poco encontré esa palabra para definir, a la perfección, mi relación con el trabajo y la vida: negligente. Sabemos que tengo una carta tuya que jamás respondí (aunque prometí que lo haría y te lo dije más de una vez), a estas alturas me siento estúpida, aunque debiera sentir vergüenza.

Me gusta todo lo que tenga que ver con las cartas, desde muy muy pequeña escribí cartas antes que literatura. Cuando estaba en básica aprendí las reglas para escribir una carta, apenas aprendí a escribir comencé a molestar a mi mamá para que fuera al correo a dejar mis cartas, casi cada año nos decían que debíamos escribir y lo hacíamos. Escribí cartas por el colegio, para navidad, para entretenerme en vacaciones de verano o de invierno, para el día de la amistad, para quejarme, para felicitar, para los cumpleaños, para las declaraciones de amor, para las amenazas, para manifestar mi bienestar o mi soledad; ahora lo hago para quien lo valore, para legar (varias veces y de distintos modos) el tocho de tonteras que tengo escritas y mis diarios, para canalizar la ira, para disculparme, para amar, para conservar pensamientos. Las primeras cartas que escribí fueron para mi abuelo (desde Chuquicamata hasta Las Compañías) y cartas a mi abuela (desde Chuquicamata hasta Calama): porque había que escribir. Cada año también escribía una para el viejito pascuero, aunque mi mamá jamás las envió porque ¿sabes? las cartas que llegan al correo son respondidas por voluntarios y, a veces, hacen caridad con los niños desamparados; nosotros no necesitábamos las cosas que otros niños sí, mi mamá respondía con regalos a las peticiones para el viejo pascuero. 

Con muchas de mis mejores amigas, nos carteábamos en clases, de un banco a otro; de ese tiempo tengo una declaración de amor lésbico (o eso creo, por el corazón rojo y las palabras “Pía, te quiero”), un par de avioncitos de papel (que declaran “por favor no me botes”), papeles que podrían ser cartas (con algunas otras consignas de amistad y cariño) y dibujos (que también tenían la intención de ser cartas). Cuando me cambié por primera vez de colegio, comencé a recibir y enviar cartas de amor por primera vez: mi abuela vio las cartas, le dijo a mi madre que yo estaba pololeando y ella se enojó mucho –aunque yo no entendí jamás por qué)… acabé quemando todo lo que había recibido. Desde ese momento fui mucho más cuidadosa con mis escritos, porque mi abuela no era capaz de respetar la privacidad de nadie. Algunos años más tarde descubrí que mi madre era igual, leía todo lo que yo tenía y se hacía la tonta cuando ella misma se ponía en evidencia: de ahí mi paranoia con la privacidad de las personas y la obsesión de archivar y ocultar todo (incluso bajo llave si lo considero necesario). Cuando dejé ese colegio, anoté la dirección de una amiga para mantener contacto a través de correspondencia escrita y enviada por correo: de esos años tengo varias cartas, esa amiga (trece años después) aún es mi amiga y tenemos la oportunidad de vernos cuando se realiza la feria del libro independiente de Antofa. En un tercer colegio un compañero de curso hacía de intermediario entre una amiga (que conocí en segundo básico) y yo, muchas cartas más vienen de ese tiempo, prácticamente leímos nuestros cambios mientras pasábamos de ser niñas a adolescentes: ella también es mi amiga hasta el día de hoy (nos conocemos hace veintisiete años). Cuando iba en octavo recibí una declaración de amor en una tarjeta de opalina (por el día inventado de “San Chuquitín”) junto a una rosa roja y un prendedor precioso: el amigo iba en tercero medio y daba a entender que sentía amor por mí, pero sólo manifestó amistad y mucha simpatía; en la tarjeta iba escrita la mitad de lo que tenía para decir, luego me pasó “la versión completa”. Cuando salí del infierno del colegio, pedí la dirección de las mujeres con las cuales me relacioné en los últimos dos peores años de mi vida escolar, me carteaba con algunas de ellas en mis dos peores años de universidad; creo que acabé deprimiéndolas porque no recuerdo cómo terminó nuestra correspondencia (¿dejaron de responder? porque yo tengo recuerdos de que iba sagradamente al correo a dejar dos o más cartas cada mes). Cuando me enamoré, mandé cartas de amor y, luego de amenaza, fueron tres o cuatro que no fueron respondidas; ella se asustó de seguro y no me importa, me quedó debiendo 30 lucas y un bolso que no era mío. 

Unos cuantos meses antes de abandonar la u, comencé a cartearme de modo serio (como un compromiso impostergable) con dos poetas en simultáneo: pronto aprendí que la gente no valora las palabras (1.- las cartas que yo escribía eran leídas en carretes rancios y fueron objeto de burla) y que escribir cartas puede ser una fuente inagotable de vergüenza (2.- me pidieron las cartas y yo devolví las que yo había escrito, pero me quedó la impresión de que quería las que él había escrito; además me consumió dos veces la ira por el tema de las cartas). De ese tiempo tengo: 1.- de mi parte 23 misivas más 3 no enviadas, de su parte 38 misivas; 2.- de su parte, más menos, 200 misivas y de mi parte, más menos, 370 misivas. Por mi parte y para que les de vergüenza, yo puedo asegurar que nadie más que yo ha leído todo ese tocho de cartas y tengo todo ordenado y archivado: las cartas en las que fui remitente y las cartas en las que fui destinataria. Además tengo todos los mails impresos, un álbum de chicheríos insignificantes y la historia editorial de ambos. 

Antes de darme cuenta, había comprado un montón de libros que hablan –o son– sobre las misivas y el género epistolar: la historia de la correspondencia, cómo escribir cartas correctamente, cartas entre dos autores que leo, cartas de un autor que leo (¡aguante Capote!), cartas entre autores que no me gustan, cartas encontradas en la calle, cartas que llegan en fardos de objetos desechados en países primermundistas, cartas que acompañan muñequitos inconclusos, mails que imprimo para imitar un carteo. No me he puesto a contar, pero creo haber escrito más cartas que cuentos; en tanto a cantidad de palabras, las cartas sobrepasan por mucho a los cuentos. Mi legado epistolar es más amplio y rico que mi legado literario; me interesa más dejar mis cartas y diarios bien resguardados que mis borradores u originales (incluso las publicaciones).            

Ahora mismo, después de tanta trayectoria epistolar y sabiendo que muy pocas personas valoran la correspondencia como un ejercicio impulsado por la dedicación y el cariño, soy capaz de tomar ese compromiso, pero con cautela. Reconozco que me cuesta comenzar porque muchas veces se me descontrolan las emociones y si estoy mal, escribo como si me fuera a morir o me fuera a matar; hay otras veces en que he usado las cartas como medio para canalizar mi ira y me siento mal por haber tomado esa mala decisión; a veces mis cartas son declaraciones de un dolor intenso y jamás son enviadas; a veces guardo cartas con la intención de responderlas, pero encontrar el ánimo “correcto” (intención feliz) para hacerlo es complicado. 

Hoy llegué a mi casa muy tarde, pasé el día con mi mejor amigo. Apenas el portón estuvo abierto, encontré una carta en una bolsa autosellable (excelente decisión para este clima webiado y húmedo), casi me da algo cuando vi el símil de estampilla, pero holográfico: una estación espacial espectacular en medio del espacio, un planeta, un astronauta, un satélite y un transbordador espacial. Reconozco que después de emocionarme, me impuse una expresión emocional neutral: no podía saber si la carta era de alguien que quiero o de alguien que odio (sí, gente de la cual no quiero saber nada, me ha dejado cartas); el sobre no tenía nada escrito. Me ocupé un poco del patio y la casa, prendí luces y cerré cortinas. Salí con un cigarro en la boca y me senté tranquilamente a leer. 

Agradezco mucho que te tomaras el tiempo para escribir y hacerme llegar esta misiva (¡¿cómo porras le hiciste?!); se me estremece el corazón cuando leo una carta, sentí mucho amor al leer ésta. El sobre, las esquelas y la letra a mano son elementos significativos porque tú me los destinaste. Este texto es una respuesta larga y apropiada tanto para una epístola como para la web, es el momento preciso para unir aquello a lo que más tiempo le dedico últimamente. Quisiera renunciar a escribir, es inútil escribir, es estúpido escribir, es una pérdida de tiempo y energía, es un acto absurdo, es algo que toma mucho de ti y te consume; escribas lo que escribas terminarás destrozadx. Quise renunciar, pero las manos se me fueron al diario, después al blog, después al intercambio, después a la máquina, después al computador, después al lápiz, después, después, después, después. Quisiera hacer algo o dedicar el tiempo a algo que permanecerá en la tierra como algo útil y valioso, algo de lo cual tenga la certeza de que no terminará en la basura como basura. Me doy media vuelta y odio perder el tiempo en esto, me doy otra vuelta y tengo las manos en las letras, soy la estúpida que regresa a algo que entiende mal y ejecuta pésimo. Me siento encajonada entre el raciocinio y la voluntad, me pego cabezazos porque me pillo escribiendo sin ganas de hacerlo y sin tener nada valioso que escribir. ¿Escribes? Sí ¿sientes que vas a algún lado? No ¿sientes que morirás pronto? Sí.  

Siento si me fui por las ramas, al parecer me cuesta mantener una línea coherente y eficiente de comunicación. El resto es de nosotras, espero pronto poder conversar contigo. 

Entablar un intercambio de misivas escritas es un compromiso. Decidí responder en este blog, de modo público a tu carta, porque quería hacer de esto un reconocimiento.   

*PD: Mis disculpas por la desprolijidad del texto. [4:58]    

13 de octubre de 2020

Planta un árbol, ten un hijo, escribe un libro.

No me gusta el dicho y a nadie debería: vivimos la época en que todo es desechable y corto. Cada premisa en el dicho quiere promover, de modo amplio, la idea de trascendencia y estamos condenados: no hay vuelta atrás. 

Planta un árbol para que te sobreviva, para que esté sobre la tierra. Cómpralo por ahí y prueba escoger un lugar bonito, haz un agujero y jódete más la espalda. Cuida de él o déjalo a su suerte o en manos de otros. Ese árbol quizás hace cien años podía sobrevivir aunque nadie lo cuidara; anda ahora a plantar uno a lo loco y se muere en un tris trás. No queremos árboles longevos, queremos los que crecen rápido y provocan alergias estacionales, los que crecen en espacio absurdos en medio de aceras estrechísimas, los que se pueden arrancar fácil para reformar la ciudad. Queremos árboles para talar y procesar. Queremos árboles que no queremos visitar en la vejez porque el árbol es lo menos importante y en tu vejez se te olvidará.   

Ten un hijo para que te sobreviva, para que esté sobre la tierra. Para traerlo a romperse el lomo junto a la descendencia infeliz que le es contemporánea. Tenlo por ahí, por casualidad u, ojalá, deseado. Cuídalo para que cuide de ti y hable de ti y muestre las fotos que subiste a las rrss alrededor del 2020. Tenlos para que no te digan egoísta, tenlos para enseñarles lo que quisiste que tus padres te enseñaran. Muéstrales qué y cómo odiar, diles que el helado frito es rico y comer insectos será natural cuando sea mayor. Ruega de noche que no meta la pata y que no se dé por vencido, que no baje los brazos, que camine junto a otros y que ame. No le prohíbas, porque terminará haciéndolo "a la mala". Enséñale que el amor es importante, enséñale a vivir y luego muere para que hable de ti y de lo que le enseñaste.    

Escribe un libro para que te sobreviva, para que esté sobre la tierra. Mentira, jodida mentira. Hay libros que se olvidan incluso con el autor vivo. No tiene sentido sacarlo por sacarlo, pero tampoco tiene sentido sacarlo aunque estés convencido. El papel se bota a la basura y los libros terminan siempre en la basura, más temprano que tarde -especialmente si es de un escritor local-. No te atormentes, no vale la pena. 

Compra un árbol: eso es fácil, viene listo. Procura cuidarlo o se muere.
Ten un hijo: eso es fácil, sólo nace. Procura amarlo.
No escribas. 

¿Qué me sobrevivirá si no planto, no tengo y no escribo? 

11 de octubre de 2020

Perdón que me emocione (no, mentira).

Otra vez pensando en el encierro. Otra vez en la incertidumbre e intentando no irme en la profunda porque sé que hay otros en peor situación. 
A pesar de ser enemigo de la rutina y la disciplina, he pensado en que es necesario un orden; bajo las circunstancias es necesario asirse a algo. Lo he evitado por mucho tiempo, décadas en que he escapado de hacer actividades con horarios determinados. Como si me da hambre, duermo si siento sueño, me recreo si necesito distraerme: esa fórmula funciona en tanto esté relativamente bien, en la medida en que siento que hago algo útil y debo hacerlo porque es parte de mi trabajo. No se trata de evitarlo porque me sea difícil -pues resulta que soy buena en tareas repetitivas-, se trata de que hay tiempos en que exploto y me voy a la chucha; soy capaz de abandonar cualquier cosa cuando me pierdo y si estoy sola es más fácil explotar en paz y que la responsabilidad de ese abandono de actividades sea tomado por mí -cueste lo que cueste-. 
Después del verano exploto, cada verano después de la feria del libro y me recupero después de septiembre, quizás porque me recuerda que he estado viva otro año completo. Cansancio, mucha calle, gente y horarios: me mata todo junto y, al finalizar el verano, detenerme a tomar aliento significa morirme un buen rato. Cero actividad, cosas que hacer arrastradas desde el verano, devolver y cuadrar la vida, desaparecer un buen rato y morirme unos meses.
De repente quisiera disculparme con todas las personas que me han pasado pegas y a las cuales no he devuelto ni una llamada; estoy en eso, aunque me tomaré mucho tiempo. De repente quiero llorar o pienso en que sería una buena ocasión de hacerlo, pero no he podido llorar... ni recuerdo cuándo fue la última vez.  

Dar la espalda [Parte III]

*Final*
Si me preguntas, poco pasado tengo y aquello que sí creo propio ha desaparecido con las personas a las cuales conocí en alguna oportunidad -por casualidad o por cercanía-. Desaparecí de la vida de mis compañeros escolares, desaparecí de la vida de mis compañeros universitarios de dos carreras, desaparecí de la vida de las primeras personas que conocí y que, creía, tomaban la literatura en serio. 
No me cuesta dar la espalda cuando siento que no quiero algo, me es fácil decir "no" cuando entiendo que no soy bienvenida o cuando creo que la gente no valora quien soy o me trata como un estropajo cuando yo soy una persona. No aspiro a que la gente me tenga en alto estima o que esté dispuesta a dar todo por mí, simplemente que me traten de modo amable o me ignoren, y me basta. Espero, de quien me ame, que me escuche y me deje llorar en paz cuando lo necesito. No quiero que la gente sienta compromisos conmigo, de ningún tipo, por muy cerca que esté, aunque me ame. Dar la espalda es algo que hago y que siempre considero como opción; hay más personas con las cuales relacionarse, hay más gente con la cual puedes conversar y entablar relaciones. 
Hay constantes y hay elementos disruptivos, hay aciertos y tropiezos. Hay diarios y hay cartas para ver el pasado y recordarlo como propio, aún cuando ya no lo siento mío. Durante un tiempo he sentido que "el hacer" es equivalente a un absurdo, todo lo que hacemos terminará en la basura y no hay mucho que podamos cambiar. Quizás lo único que vale la pena es hacer "cosas" intangibles, preocuparse de conversar con las personas o de reconfortarlas, compartir emociones o sentimientos: no lo sé. Recuerdo mis libretas hechas a mano y me pregunto si alguna de ellas terminó en la basura. Recuerdo mis plaquettes y me pregunto cuántos de ellos han terminado en una caja llena de polvo o hechos trizas en una bolsa de basura; cuántos de ellos fueron desechados porque no valía la pena conservarlos o porque la gente que me los compró ahora me odia. Me llama Nury y le planteo el asunto, me dice que ese pensamiento podría esperarse de una vieja, pero no de alguien de mi edad. No lo sé, no tengo las respuestas y me inquieta estar pensando en eso (que todo es basura) antes de pensar en que creo -de "crear"- para satisfacer mis gustos (y eso que, últimamente, he estado dando un discurso más bien hedonista). No he conseguido mucho, tampoco se pude decir que poco: siento esa desazón de cuando se está en algún punto entre el origen y el final, pero tampoco sabiendo cuánto queda del camino ¡y no tengo un jodido mapa! 

Esa amiga que notó algo extraño en mí (porque ella estaba viviendo lo mismo), me miró a los ojos y me intimidó. Yo había huido al patio del casino universitario, encontré una de esas sillas blancas de plástico y me senté encima, me tiré hacia atrás y me recargué hasta quedar mirando al cielo, con las piernas abiertas y los pies lejos de la silla. "Yo sé qué te pasa". Maldita sea -pensé-, ella lo sabe, pero ¿qué sabe exactamente? Yo la miré porque sí, porque estaba pensando en algo que decirle mientras planeaba otra huida. La miré con cara de tonta porque sabía que mi cara la disuadiría o la obligaría a escupir todo lo que quisiera decir. Ella vomitó todo lo que estaba pensando, las palabras le salían de la boca en un torrente a ritmo entrecortado y yo quedé tiesa, sentí un poco de miedo. Sí, sí. De seguro regresé a por mi mochila y me largué, como siempre hacía. 
Años después, la misma chica me pilló en algún cumpleaños de alguien conocido -supongo-, no recuerdo todo con claridad. Yo estaba full borracha perdida porque había llegado tempranísimo al cumpleaños, porque era re-lejos y no habría sabido llegar sola y de tarde/noche. Desde temprano y wenaza pa chupar en ese tiempo, wenaza también para no saber mis límites y dejarme llevar por el efecto desinhibidor del alcohol; fui extremadamente estúpida y espero que nadie recuerde esa persona absurda que fui. En la misma, bajo el cielo de coquimbo, despejado y con estrellas que yo veía como asteriscos de luz, casi recostada sobre una sillita de plástico, con las piernas abiertas y los pies lejos de la silla. La vi medio borrosa y sólo sabía que era ella porque la voz era la misma, medio de lástima y medio de vengo a poner en palabras lo que estás intentando ocultar. Yo lloraba como si me hubieran hecho algo muy malo, pero sólo me pasaba rollos y sufría alcoholizada porque no era capaz de hacerlo sobria, lloraba borracha perdida porque no era capaz de llorar o siquiera aceptar que tenía problemas cuando estaba sobria. La misma, supongo, intentar agarrar mis cosas y salir corriendo, pero estaba tan borracha y tan perdida que ni me dejaron salir de esa jodida casa. 
La misma chica, esta vez en un karaoke. Intentó concluir o poner en palabras lo que ella creía que sucedía; no le atinó, tampoco tuve que pensar en agarrar mis cosas y huir. Ese día salí dando la espalda a esa persona; cuando yo quería irme, no porque me pusiera en evidencia; no con ganas de huir porque me sentía intimidada, sino porque ya había acabado mi tiempo de estar con mis amigos en el karaoke. 
Dar la espalda no siempre significa huir, más recientemente significa dejar de estar en algún lugar, con alguna persona o haciendo algo en particular.            
Hay ocasiones en las que me hubiera gustado hablar "a tiempo" ciertos asuntos, pero me cuesta hacerlo y me cuesta, también, encontrar el momento apropiado; de repente es una señal tan absurda que me siento ridícula. Espero que a quien le lleguen mis escritos más íntimos sepa entenderme.  

La ausencia de crítica.

Hablemos de editoriales.
Hay pocas editoriales en la región, son alrededor de doce; la mayoría de los editores son de La Serena. Es difícil saber con certeza cuántas son a nivel regional: no hay catastros actualizados, sabemos que "nacen" y "mueren" rápido, es difícil mantener un proyecto así, tampoco están las redes necesarias para apoyarlas o ayudar a sostenerlas en el tiempo, sabemos también que los proyectos editoriales no son prioritarios porque no son labores que recompensen monetariamente a los editores y autores. Participar en un proyecto editorial significa que te gusta la literatura, que tienes tiempo libre para hacerlo y dinero para invertir en eso; en consecuencia, el compromiso de los editores con un proyecto a largo plazo desaparece (pocas sobrepasan los cinco años de existencia). No conozco cada proyecto en la región (de algunos sólo he oído un nombre o una ciudad), sin embargo, podría apostar a que ninguna de las personas que integran estos proyectos viven y persisten sólo de los ingresos de la editorial. A grandes rasgos, las editoriales regionales no cabrían en la denominación de "microempresas", "negocios" o, incluso, "industria creativa"; apelando a que ninguna produce el dinero necesario como para sostener la editorial misma, pagar un sueldo a los miembros o recompensar justamente a los autores; en algunos casos, sólo las buenas intenciones sostienen estos proyectos. Sé de éstas doce porque es imposible no conocerlas si eres escritor o si participas de eventos relacionados a la literatura (ferias del libro, mesa del libro, lanzamientos, cafés, etc.); en algún momento te topas con alguien, adquieres un libro o vas a algún lugar y comienzas a relacionarte frecuentemente con otras personas que también escriben. Ahora, tampoco es necesario escribir o comprar libros de autores locales, las mismas editoriales y los mismos escritores son los que frecuentan todos los eventos; son pocos lugares, editoriales y personas, así es como todos se encuentran con todos

Cadenas largas y cortas.
A los largo de los años me he topado con hartos casos en que escritores/creadores desconocen que son parte de "cadenas" más largas; ignoran que son un eslabón que debe, necesariamente, relacionarse con otros. Cuando menciono "saber" o "relacionarse", me refiero a los eslabones más cercanos a tu rubro u ocupación -ojalá fuera más, pero reconozco que demanda mucho tiempo-; si eres escritor, debieras relacionarte con otros escritores, luego con grupos o agrupaciones, participar de ferias (desde asistir hasta presentar y vender o comprar libros), leer a otros autores, conocer las editoriales (como mínimo) y relacionarte con editores, traductores, encuadernadores, agentes, lectores, etc. (espero haber mencionado a todos los que están más cerca).
Acá aparece un concepto que tampoco se oye mucho entre escritores: el ecosistema del libro. No digo que si escribes es necesario que sepas de esto, simplemente te cuento que es poco frecuente y quizás sería bueno que quienes escriben, se involucren más con lo que está a su alrededor: ferias, editoriales, planes de lectura, presentaciones, lanzamientos, bibliotecas, clubes de lectura, presentaciones, promoción y difusión. 
Me topé con esto Política Nacional de la Lectura y el Libro 2015 - 2020 (en la pág. 24 está el gráfico que muestra el ecosistema del libro) cuando comencé a relacionarme con la cultura a través de propuestas gubernamentales; de repente pienso que si no hubiera participado, quizás no hubiera tenido acceso a esta información (aunque el PDF está disponible para descargar libremente y puedes leer cuanto quieras sobre estos temas). 
El famoso ecosistema del libro: por temas de espacio (el "monito" es gigante) y porque no siempre todos los elementos considerados existen en un lugar particular, la imagen se recorta o resume, digamos para simplificar o enfocarse en algún punto en particular; razón por la cual quizás no conozcas cómo se ve el ecosistema del libro y todo lo que considera. ¿Sirve de algo saber esto? cuando no sólo te dedicas a escribir, sino a producir publicaciones y cuando tienes algo que quieres publicar o deseas involucrarte con algún proyecto editorial: sí, creo que llegado cierto punto es necesario conocerlo, considerarlo y situarse. ¿Es vital para los escritores? Realmente no, podrías morir ignorando esto y nada pasa, no te preocupes. ¿Es vital para las editoriales? En este caso, sí.  

Panorama.
Durante la feria del libro me he topado con mucha gente que busca la "movida literaria" y me cuentan que les ha costado encontrarla, les respondo e intento darles muchos datos y siempre terminan sorprendidos. A mí me sorprende saber que ellos quisieran participar (o derechamente saber) de algún evento, lanzamiento o taller, saber de editoriales o de posibilidades de hacer literatura "fuera de la casa"; en muchos casos dicen que no encuentran a otros escritores, que les ha costado conocer los circuitos y que tampoco pueden seguirlos de tal manera que puedan participar la mayor parte del tiempo. 
Acá van algunos datitos y razones por las cuales es un poco difícil integrarse al circuito literario serenense.
1.- No puedo decir que la ciudad ofrezca un programa grueso, en La Serena hay tres ferias que se hacen todos los años (aunque quizás el otro año no): Feria del Libro en verano, Feria del día del Libro en abril y Boulevard del Libro en Noviembre. En Coquimbo -casi todos los años- hay feria del libro, pero que sea constante, no. 
2.- Hay poca coordinación entre las partes -no hay un programa global de actividades literarias-, lo que hace difícil que el público de eventos municipales (por ejemplo los lanzamientos en la Biblioteca Pública) sea el mismo que el de eventos universitarios (los cafés del Centro de Extensión); por poner un ejemplo y recordando que no se excluyen entre sí. 
3.- El circuito independiente (referido a escritores que se encargan de sus propios eventos) no es constante ni frecuente, por lo tanto seguir a los autores que participan en revistas autofinanciadas o proyectos editoriales incipientes, es imposible si no conoces a alguno en persona, alguien que te informe de primera mano sobre lo que hacen. 
4.- Ningún local (bares, pubs, restoranes o lugares de reunión particulares) destaca o se especializa en eventos literarios, por lo que "se hace donde se puede" y no siempre se obtiene difusión efectiva. Sin embargo, hay algunos lugares que son frecuentados por escritores, pero su elección responde al poder adquisitivo de los autores más que al ambiente literario.
5.- Curiosamente, las bibliotecas no son lugares que los escritores frecuenten comúnmente (o sea, los puedes pillar ahí, pero no van de escritores, sino como usuarios) o que sean elegidos para albergar reuniones de corte literario y tampoco es el primer lugar en donde se realizan actividades relacionadas con literatura; se prefieren los centros culturales municipales para lanzamientos, lecturas y actividades. *Dato curioso acá: de todos los talleres que se ofrecen en la Biblioteca Regional, sólo hay dos que tienen que ver con "escribir" y uno que otro club de lectura al año; la Biblioteca Pública no tiene club de lectura y, me parece, que tampoco un taller de escritura que funcione a lo largo del año. 
6.- Los escritores son difíciles de encontrar -algunos más que otros en todo caso-, pero no suelen ser personajes públicos y su actividad o participación se subordina a actividades literarias; creo que el escritor se comporta como escritor en tanto sea en un ambiente literario, todos tienen ocupaciones y trabajos que no tienen que ver directamente con literatura (hay muchos profesores, psicólogos, abogados, incluso ingenieros).
7.- Si bien hay, existe y se mantiene la movida literaria (siempre que sepas dónde encontrarla), es fundamentalmente poética; viendo un poco más allá, también hay cuentistas, ensayistas, dramaturgos, novelistas y cronistas, creo que en ese orden, referido a la cantidad de personas que se dedican a ello, de más a menos. De acá sale también algo que me contaron hace poco (aunque es obvio si lo piensas un poco), pero que aún así me impactó escucharlo, ya que lo conversé con alguien a quien tengo en alta estima: en Chile hay poetas y somos tristes para escribir (casi no se escriben textos cómicos), en Argentina hay muchos narradores y se nota; la historia literaria chilena está llena de poetas (con historias más o menos afortunadas) y en Argentina está lleno de narradores (cuentistas y novelistas). Si comienzas a pensarlo bien y cuentas los autores que conoces de cada nacionalidad, te das cuenta de que es así y puedes hacer el ejercicio aunque no leas mucho. Razones por las cuales, si no escribes poesía, te costará aún más encontrar a otros que se dediquen a lo mismo.      
En conclusión: no puedo decir que falte literatura o escritores a La Serena, pero debes saber que cuesta un poco tener una idea más o menos acertada de todo lo que pasa alrededor de la literatura local (a mí me tomó alrededor de dos años darme cuenta de todo lo anterior -que no representa el 100%- y eso que tenía harto tiempo, prácticamente asistía a todo).

No me leen ¿existo?
Lo que siempre oyes de escritores y más recientemente lees en rrss: "nadie me lee" (o "nadie lee a mujeres", "nadie lee a locales", "nadie lee a jóvenes", "nadie lee ensayos", etc.; según el contexto). ¿Es cierto? Hace un par de días, alguien me envío un artículo en donde se habla de un Tweet y una reflexión respecto a lo que escribió una autora, las respuestas y la polémica; te dejo el link y te advierto que es largo, pero vale la pena leerlo: Cómo se construye una autora: algunas ideas para una discusión incómoda. Esto no es de hoy, tampoco se remediará a corto plazo; siempre habrá alguien que alerte o denuncie que no lo leen (inserte acá la razón que sea). 
¿Qué pasa en este presente, desde el 2018 hasta hoy? la denuncia o la alerta va en tanto a género -insisto, no es la primera vez ni será la última-; las mujeres están diciendo "nadie lee a mujeres" y hay harto de lo que pueden echar mano para reforzar la idea de que pasa realmente. Ahora una pregunta: si reclamas que nadie lee a mujeres ¿lo haces tú? 
¿Las mujeres escritoras están leyendo a otras mujeres escritoras? ¿leen a contemporáneas? ¿leen a autoras muertas? ¿leen a autoras mayores o menores que ellas? ¿leen a creadoras que escriben el mismo género literario o distinto? ¿leen todo tipo de literatura o tema si lo escribe una mujer? ¿leen a escritoras chilenas o extranjeras? ¿leen ensayos escritos por mujeres o sólo poesía escrita por mujeres? 
¿Cuántas de nosotras podríamos mencionar, al hilo, el nombre de veinte mujeres escritoras? 
Hace algunos años me puse a despotricar contra una mujer que decía que no se leía a mujeres y yo me fui en la cuática y le dije "¿a cuáles mujeres? si el volumen de libros escritos por mujeres disponibles en esta misma biblioteca es mínimo". Ahora, pucha que fui weona porque ni yo sabía si estaba de acuerdo o no con la idea de que había que leer a mujeres, tampoco las razones que me impulsaron a responder de ese modo. Ahora sí puedo responder con motivos y explicarlos: ahora mismo, situándome como lectora puedo decirte que creo en lo siguiente. 
1.- Creo que la lectura no debiera preferirse por el género de quien escribe, sino por la calidad de aquello que se lee (según el criterio del lector, básicamente). 
*Aunque a propósito de lo anterior, siempre caigo en este loop de ideas y no encuentro una solución que me saque del sinsentido
a.- se lee menos a las autoras, 
b.- porque también se publican menos autoras, 
c.- porque el lector confía más en los autores masculinos, 
d.- porque también hay más hombres que escriben, 
e.- porque viene un prejuicio con el género del autor, 
f.- porque no hay el mismo volumen de libros escritos por hombres y mujeres, 
g.- porque al final tienes disponibles más libros escritos por hombres, 
h.- porque hay menos mujeres que escriben... 
...ahí se me va la vida porque siempre termino dando vueltas en lo mismo.  
*Para ver dos ejemplos de lo que digo arriba (páginas 51, 59) : La edición independiente en Chile Estudio e historia de la pequeña industria (2009-2014) El documento completo es súper interesante, ya sea que leas, escribas o tengas una editorial.
2.- Creo que no debiéramos discriminar o juzgar un libro antes de leerlo: lee y, luego, descartas o recomiendas. 
3.- Creo que podemos dividir a los lectores en dos grupos: los que "leen porque les gusta leer" y los que "leen porque quieren aprender a escribir". Ambas opciones son válidas y te conducen a distintos tipos de lecturas, ni más ni menos. 
4.- Si quieres reclamar por algo, comienza por resolverlo en casa. Lee, juzga, opina, recomienda, abre la discusión, aporta tus sugerencias. En un primer momento, todo esto puede tener un alcance mínimo, pero puedes conseguir que el "boca a boca" le permita a otrxs conocer nuevos autores o autoras. 
Me ha pasado juntándome con Los Viajeros (siempre nos recomendamos libros) que cuando me llegan recomendaciones de autoras, las leo y, a veces, son autoras que en la vida hubiera escogido leer; de repente no me gustan, de repente me gustan mucho, a veces me aburren y a veces me pego con alguna. Ojito, lo mismo me pasa con autores, con otros géneros literarios, con jóvenes, contemporáneos, viejos o muertos.   
¿Debo leer a mujeres porque soy mujer? No.
¿Debo exigir que todos lean más autoras sin dar razones? No.
Insisto: me sitúo en este punto como lectora. 

Relación sesgada.
He tenido problemas cada vez que me relaciono o escojo marginarme de tal o cual lugar, creo que los creadores están más en la disposición de apuntar con el dedo antes de preguntar sobre la causa de las decisiones; dice de ellos que no les interesa realmente lo que hagas o si es beneficioso o perjudicial para quien toma la decisión, pero sí es necesario dejar en claro que "ésta no piensa como yo, por lo tanto tomó una mala decisión". Lamentablemente no he podido trabajar de modo sostenido con ninguna persona (hago pegas de edición, corrección, diagramación, impresión y encuadernación: todo sola), me relaciono de tal modo con otros creadores que se dan dos oportunidades de hacerlo: talleres de narrativa (Viajeros del Mary Celeste) y talleres de encuadernación (Me pego un tiro). Con los que frecuentan los talleres de Los Viajeros mantengo una buena comunicación y muchos de ellos terminan publicando a través de la editorial o piden mi ayuda para que les enseñe cómo pueden hacer un plaquette. Los que asisten a los talleres de encuadernación, casi siempre lo hacen por un interés particular (un tipo de encuadernación o alguna técnica en particular) o como un pasatiempo; muy pocos de los que asisten a talleres de encuadernación participa de un proyecto editorial. Esa situación se entiende si sabes que resulta difícil vender libros hechos a mano (por el costo), de autores locales (porque la gente no los conoce, por lo tanto no los compra) y mucho menos libros que rebasen el costo de un libro corriente (acá casi nadie se dedica a hacer libros objeto y es poco frecuente que los libros publicados en La Serena luzcan distintos de un libro convencional). Por otro lado, hacer algo único o de un modo especial (los microempresarios le dicen "nicho") hace que tu proyecto destaque o sea preferido por sobre otros; cubre una necesidad y ofrece alguna propuesta distinta que es apreciada por otro tipo de consumidor.
Nota para finalizar: sé que esto suena fatal para quienes creen que la escritura y creación -por un lado- y la publicación -por el otro-, no deben hablarse en términos que los relacione con el dinero que se obtiene por hacerlo o en términos de "negocio". A mi favor puedo decir que intento cubrir lo que más puedo en relación al tema. 

Relación de amistad, te leo; relación de odio, no existes.
Ha sido mucho más grata la relación con editoriales que con autores, digamos a nivel de organización y gestión de esfuerzos: las editoriales son pocas y todos tenemos problemas similares, por lo que llegar a un acuerdo es más fácil; es complicado que los escritores se pongan de acuerdo en algo, especialmente cuando cada uno tiene sus propios "ataos" (no siempre relacionados con la escritura). Quizás tenga que ver también con cierta afinidad entre algunos de ellos, poetas con poetas, mujeres con mujeres, carreteros con carreteros... no lo sé en realidad, pero puedes fácilmente ir separando o clasificando según con quien se junten; casi siempre es la amistad la que prima por sobre lo demás. Mientras eres amigo de algún editor, te publican; si eres amigo de alguien que tiene revista, te consideran; si tu amigo o grupo se ganó un fondo, sales en la antología; si un amigo se consigue una presentación, también estarás ahí. De ahí también sale la desconfianza en las publicaciones: no hay un criterio literario para publicar, sino una garantizada cercanía personal. ¿Podría entonces decir que las antologías son representativas -de algún modo-? no, jamás lo han sido. ¿Podría llegar a conocer a los escritores locales si leo las revistas que se publican en mi ciudad? no, no todos son publicados en revistas. ¿Podría llegar a salir en alguna antología? si no eres amigo de quién está encargado de la antología, no te considerarán.
Te propongo un ejercicio con algunas condiciones (lee el ejercicio completo y luego consultas los asteriscos): asume que hablamos de alguien que puede leer todo lo que se escribe en alguna ciudad* y que lee sin filtros**: creo que este sujeto hipotético, bajo esas condiciones, podría convertirse en un crítico y los escritores podrían confiar en su opinión aunque sea desfavorable.  

*¿Por qué es imposible leer todo lo que se publica en un lugar?: En primera instancia, porque es imposible saber exactamente cuántos libros se publican en una ciudad; imagina el entuerto para siquiera enterarte. Luego viene el acceso ¿cuánto dinero tienes para adquirir estos libros? ¿los autores están dispuestos a que sus libros sean leídos "gratis"?. De ahí comienzas a hilar fino: no todas las publicaciones son promocionadas a través de una editorial: recuerda la autoedición y la autopublicación. Para ser sinceros ¿de verdad te interesa leer todo lo que se publica?, nah, nadie desea leer todo, mucho menos si es de tu ciudad o tu región.
**¿Qué significa leer "sin filtros"?: lee todos los géneros literarios, lee sin que le importe el género del autor, la edad del autor, la extensión de la publicación, lee publicaciones formales e informales, lee en cualquier formato y soporte, lee libros para cualquier edad, lee de todo y bajo cualquier circunstancia.

Es curioso también que sea difícil confiar en la opinión de otro escritor. Acá va la experiencia personal: al pasearme por círculos frecuentados por poetas, sólo intuía que mis textos no eran "de interés"; o sea, entre leer poesía y cuento, siempre se priorizaba la poesía (en ese momento no era tan obvio para mí). En algún momento me sentí muy relegada o incluso un adorno que andaban paseando y me quedé con esa mala sensación por mucho tiempo, hasta que alguien me dijo: "Pía, son poetas, les interesa la poesía y tú escribes cuentos, por eso no te consideran como tú quisieras.". ¡Oh! era muy evidente y yo tan ciega, llorando por nada. Ahí me pregunté ¿en dónde estaban mis pares? ¿en dónde estaban los cuentistas? y me quedé mirando al techo porque no conocía a ninguno. Al tiempo después y por casualidad -en un taller de encuadernación-, conocí a un muchacho y le pregunté si tenía un blog (en ese rato aún había mucha gente con blogs activos). Hablando y hablando, llegamos a que ambos compartíamos el gusto por leer cuentos y novelas, además ambos escribíamos; ese mismo año comenzamos a juntarnos porque ambos necesitábamos con quién hablar sobre lo que nos gustaba hacer. Al mes le pusimos "Los Viajeros del Mary Celeste" y ese mismo año llegaron dos cuentistas más; terminamos el año con una lectura que bautizamos como "Rave Capgras". Con el primer Viajero yo parloteaba mucho sobre mi experiencia en ambientes literarios (casi siempre mala); creo que eso ayudó mucho a definir la ruta que acabamos tomando todos. A grandes rasgos, ninguno quería estar en un mal ambiente, tampoco ser complacientes, serviles, egoístas, aduladores, hostiles o sectarios; queríamos un lugar para desarrollar y explorar aquello que nos gustaba, además de invitar a otros para compartir lo que sabíamos (después de todo, nuestro conocimiento siempre fue instintivo y nadie podría decir que se las sabía todas). Yo solté todo lo que sabía y ellos también soltaron todo; nada era irrelevante u obvio, nada sobraba o resultaba poco interesante. Algunas veces era como ir completando el buscaminas sin morir, otra veces era como aprender a usar bien una herramienta que acabas de adquirir o descubrir un mapa nuevo en un rpg.   

Es triste, pero la mayor parte de las veces serán reacios a reconocer que alguien escribe bien si no es un amigo o serán extremadamente benignos con las opiniones si desean algo de ti o si se consideran  amigos o pares. Uy, también me pasó y fue triste porque dejé de tener valor en cuanto me retiré, renuncié o dejé de asistir a ciertos lugares, incluso cuando dejé de ver a ciertas personas. Cuando escuchaba algún comentario de alguno de mi cuentos me emocionaba (¿para qué te voy a mentir?), pero después comencé a notar que los comentarios eran súper vagos: "está bien", "es bueno", "es bonito", etc. Ya ¿y qué más? ¿notaste errores, cuáles? ¿notaste incoherencias, poca coherencia o cohesión? ¿está realmente bien escrito? ¿hay errores ortográficos o algo más que decir al respecto? Nada, jamás algún comentario certero. Y ahí comienzas a preguntarte si estás perdiendo el tiempo o si estás desperdiciando tiempo porque no es bueno lo que haces y no mejora con el tiempo; mil otras tonteras que parecen ser más importantes porque, en algún momento, la amorosa opinión propia aguanta poco. Debo decir que algunas personas, fuera de Los Viajeros (porque con ellos es un ejercicio constante), han hecho una pega de análisis más profundo y en su momento lo agradecí harto, pero esas mismas personas que me leyeron con atención y dedicaron tiempo a comentarme los cuentos, dejaron de leerme en cuando me alejé; lo que escribo desapareció de su vista, al igual que yo quise que ellos desaparecieran de la mía. *Lo último es una trampa ¿adivinas en dónde está la trampa?
  
Moderadores y críticos. No te metas con mis weás.
Acá debiera aparecer la figura del moderador, de quien sea un lector abierto y que pueda emitir una opinión basada en aspectos literarios (en ningún caso tener relación personal con los autores, porque no confío en que la amistad no será un factor que determine la opinión). Digo moderador, porque la figura del crítico literario no existe en estas tierras (¿o sí? me cuentan si conocen alguno). Me referiré, en lo posible, a todos los casos probables; lo intentaré.
Los que escribimos no hablamos de lo que leemos; no leo a mujeres; no leo a hombres; no leo a jóvenes; no leo a viejos; no leo a disidentes; no leo revistas; no leo antologías; no leo a desconocidos; no leo a poetas, dramaturgos, cronistas, ensayistas, cuentistas, novelistas, etc.; no leo en papel; no leo en digital; no leo porque no tengo plata; no leo a locales. Excusas, nos encanta buscar una excusa para cuando nos preguntan, más encima nos da cosita (o sentimos culpa) cuando callamos o cuando tu respuesta es "no me interesa". Quizás es que somos poco exigentes con lo que nos llega a las manos y como nos importa tan poco, pues pasa como agua. 
Bah, paparruchas. No te metas con mis weás... ah, legal que no te interesan mis weás, dejamos de trabajar juntos o dejamos de ser amigos, legal que no te interesa nada que provenga de gente a la cual le tienes cero estima.
Qué pésima forma de terminar una entrada.

PD: Pucha, tenía la sensación de que esta entrada debía contener algo más que parloteo, pero la guardé por mucho tiempo y ahora que la retomé, pues olvidé el punto. No importa en todo caso, como que todo esto perdió volumen desde que decidí escribirlo hasta que lo terminé. Saludos. Gracias por leer. 

10 de octubre de 2020

Coartar la imaginación y cientos de posibilidades para no hacerlo.

¿Hasta dónde puedes entrometerte en la escritura de otro? 
Nunca fui muy "amiga" de los talleres literarios y no sabía bien la razón, algo no muy definido entre que me aburría y rechazaba ir porque no me parecían interesantes. Me enteraba de varios y, aún así, no me provocaba ir, pero estaba al tanto de lo que se hacía; ya fuera por amigos que asistían o porque conversaba con los talleristas o los conocía. Mi primer taller fue en el colegio y estaba enfocado en la poesía, pero no me obligaron a escribirla; me sentía buena asistiendo porque fui la única que terminó asistiendo hasta el final. En Serena fui a uno, creo que se hizo a propósito del café literario de la u; tengo un diploma y todo; ni recuerdo qué conversamos ahí. Desde ahí en más, no volví a pisar un taller hasta que un poeta del sur hizo uno acá que duró tres meses, una pasantía financiada por fondart; terminé involucrada y asistí porque estaba muy cerca del ayudante de este poeta y, bueno, casi que no tuve alternativa. La pasé bien -me entretuvo-, no puedo negar que aprendí muchas cosas -aunque no era mi tema aprender sobre poesía- y participé lo mejor que pude, pero me aburría: jamás he sido buena para estar sentada haciendo una sola cosa durante dos horas, mucho menos en algo que parecía una clase y, luego, te proponía ejercicios que debías hacer ahí mismo. Siento que le saqué más provecho que el resto porque sabía todo del taller, hasta lo que sucedía tras bambalinas y fue interesante. Ahora sé que los talleres a los que pude haber asistido ofrecían poesía y eso era lo que me disuadía de participar; la poesía es algo que me queda como poncho y no me interesa realmente, no me gusta leerla, no escribo poesía y, en general, no me provoca mucho. 
Los Viajeros -como taller- fue una casualidad que llenó un vacío y terminó siendo aquello que más anhelaba, después fue cambiando y se transformó para mejorar, pero no ha perdido importancia para mí: especialmente porque cada Viajero que llega aporta desde su experiencia y es generoso con los demás. Llevamos muchos años y no me aburre, no me cansa, no me agota, no me agobia. 
Hay una cosilla que había notado y que hace algunos años alguien lo puso en palabras, planteándolo en una sesión. "Me llama la atención que en cada taller al que he asistido, la gente sólo aplaude: nadie dice "no me gustó", nadie dice nada más del texto, nadie hace recomendaciones y siempre aplauden". Pasaba en los cafés literarios, pasaba en los talleres a los que asistían mis amigos, pasa todo el tiempo y la persona que lo dijo confirmaba lo que yo sabía: a los talleres vas a expresarte y poco más. Claro, quizás detenerse en cada texto hace que la gente termine aburriéndose, comentario tras comentario podría ser contraproducente ¿a qué hora se escribe entonces? No hay fórmulas y tampoco una manera correcta de hacerlo, deben de existir ejercicios fijos y otros que mutan con el tiempo, debe de existir cierta coincidencia entre un taller y otro, debe de existir quizás un método más formal para hacerlo.
Ya que no sabía exactamente las razones para no asistir a talleres, cuando me preguntaban por qué no iba, mi respuesta -y de paso excusa, porque también sentía la necesidad de dar una razón, aunque yo misma no supiera definir bien esa razón- era: "nah, si vas a un taller terminan metiéndote en un cuadrado, terminas escribiendo como ellos". Medio mentira, medio verdad: yo suponía que si ellos se juntaban, de algún modo eran personas que tenían cierta afinidad, por lo tanto leerían a los mismos autores y terminarían escribiendo de modo muy similar entre ellos. Era medio mentira porque no tenía pruebas. Con el tiempo me he dado cuenta que leer a ciertos autores no define el carácter de tu escritura, pero sí le confiere ciertos rasgos particulares; depende mucho también del género que escribas y de qué tan cerca o lejos estés de los autores que lees; depende también del objetivo que persigas, de las razones que tienes para escribir. 
Esto va breve porque tenía ganas de escribirlo, pero sin tener un propósito claro. Al final hay cientos de posibilidades -en solitario o en grupo- y podemos explorarlas ya que la vida es re-larga y tenemos el tiempo para detenernos en todo aquello que nos pueda resultar interesante. Procura que escribir sea "en serio", trabaja para alcanzar tus objetivos y persigue aquello que imaginas. Suerte Viajero.  

7 de octubre de 2020

Miedo para ir a dormir

Me he estado dando vueltas durante hartas semanas en varias preguntas, sé que la situación me ha empujado a ciertas conductas extrañas y a otras conductas que ya conocía -aunque la última vez que aparecieron fue hace muchos años-. Supongo que algún día terminaré escribiendo de ese algo que conozco poco de mí, algo que es preocupante y que redescubrí en los últimos meses, pues he tenido también harto tiempo para reflexionar al respecto, la misma situación de encierro me ha dado tiempo y paciencia para pensarlo; eso algún día saldrá y con es costumbre en este blog "si está escrito, está resuelto". Otra cosa es la inquietud al momento de dormir, de eso sí puedo escribir ahora. ¿Por qué me ha estado costando tomar la decisión de ir a dormir? ¿por qué alargo mucho mis horas despierta para no tener que acostarme y dormir? 
No soy alguien que somatice los problemas o estados de ánimo terribles, en general hay pocas ocasiones en la vida en que he sentido dolor físico o me he enfermado porque estoy preocupada, estresada o siento miedo de algo; creo que recuerdo todos esos episodios en que no pude explicar un padecimiento físico con una enfermedad, sino con un padecimiento mental (angustia). Recuerda también que soy ultra sana: nunca me he quebrado un hueso, tampoco he estado hospitalizada, me enfermo re poco y no padezco de ninguna enfermedad crónica. 
Una vez en mi vida tuve serios problemas con dormir, los dos primeros años en que viví sola, esos dos primeros años de u. Padecí de insomnio esos años, no podía dormir o dormía muy poco (un par de horas y de modo intermitente). Recuerdo que, cuando comenzó a pasarme, era alucinante vivir en horarios extraños; acostumbraba aprender cosas en las horas en que no podía dormir y no fue una mala experiencia. Todo se volvió "serio" (o comencé a percibirlo así) cuando comencé a olvidar cosas aleatorias y la vida diurna se vio trastocada hasta que la realidad se distorsionó; durante harto tiempo la pasé mal porque estaba consciente de que ese insomnio era serio, pero era una parte de lo que me pasaba (tampoco quiero escribir de lo otro). Aún ahora, no puedo decir con certeza qué fue antes, si el insomnio era una causa o una consecuencia. 
En el año tres y medio de u, cambié el rumbo que llevaba y mi vida mejoró bastante, ya había superado harto y el insomnio se me había pasado. Comencé a quedarme más horas despierta para conseguir objetivos importantes para mí; hasta ahí es necesario contar para esta entrada. 
Dormir es algo que acostumbro evitar cuando requiero de más tiempo para llevar a cabo mis proyectos, más por negligencia que por gusto; no me duermo hasta que lo termino. Hace algunos años podía pasarme varios días durmiendo poquísimo, más porque me caía de sueño que por considerar que necesitaba dormir para descansar, pasaba días y días arriba de la pelota funcionando bien, con mis facultades disminuidas (menos concentración, atención al medio y empatía), pero bien. Me gustaba la sensación de control que tenía sobre los periodos de sueño y hacer lo que se me ocurría con ese tiempo; recuperarme también era más fácil y rápido, dormía normal y listo, al otro día andaba high otra vez y otra vez. 
Cuando cumplí treinta me fui a la chucha y mal, me cuesta trasnochar y mucho más quedarme despierta terminando algo. Por un lado sé bien que no tengo el mismo cuerpo que antes, por otro lado he perdido el impulso que me permitía obsesionarme con alguna labor. Ahora mismo no padezco de insomnio, pero mi horario de sueño se ha distorsionado harto. He estado evitando la hora de sueño y, hasta hace poco, no sabía la razón. No tengo problemas con dormir, me gusta dormir y me gusta lo que pasa cuando duermo, no soy ordenada ni constante con los horarios, pero no había tenido problemas con eso. Ahora sé que he estado evitando dormir porque tengo sueños inquietos, de esos malos sueños que no alcanzan a despertarte -como sí lo hace una pesadilla-. Tengo vagas ideas de lo que sueño y despierto con la sensación de que son cosas feas e historias súper darks, recuerdo algunos elementos y no se  corresponden a los sueños que tengo la mayoría de las veces. 
Hace algún tiempo se metió un weón, al patio por la noche, y se robó algunas cosas, yo estuve teniendo pesadillas jodidas durante más de una semana; el miedo que sentía me empujó a perder mis preciados sueños extravagantes. Estuve una semana apaleando a este weón imaginario mientras dormía, despertaba con rabia y pena, apenas descansaba por las noches. Estuve meses saliendo al patio, a cualquier hora, con un fierro en la mano y con ganas de encontrarme a alguien; en ese rato ya había perdido el miedo y también había dejado de soñar con apalear a ese weón. Recuperé el tipo de sueño que me gustaba, espero que ahora también pueda volver a tener el tipo de sueño que me gusta tener.