Antes de leer alguna entrada de "Cierto personaje acusado de alta traición":

26 de septiembre de 2020

Su reclamo piola.

Ya han pasado varios meses. Es gracioso que en las entradas comunes y corrientes tenga siete u ocho visitas durante la primera semana desde la publicación, ya pasado el mes acumulan alrededor de quince, pasados los años tienen sobre 20 y de ahí no pasa. Entradas comunes y corrientes en las que cuento cosas que quiero dejar escritas, sobre mí, sobre mi entorno, sobre las cosas que vivo. Hay algunas que han rebotado más allá del blog, de boca en boca y de link en link; aquellas que hablan de otros de modo desfavorable, las que caen en el reclamo y el odio, las que son largas y pesadas. Me parece gracioso que la única oportunidad en que este blog existe para quien NO acostumbra leer lo que escribo es cuando se siente ofendido -con o sin razón-. 

En el verano, hablando con alguien que conozco poco -por compromiso más que con convicción-, tuve que decir algo que estoy acostumbrada a ocultar porque me incomoda; tuve que reconocer en público que me pesaba que no me leyeran; no por cantidad de lectores, sino por alcance. Así, a grandes rasgos, porque ir más lejos significaría escribir algo que no estoy preparada para escribir. 
En verano también, antes de lo que cuento en el párrafo anterior, acompañaba a Nury en la inauguración de la feria del libro; nos gusta ir a picotear y conversar ahí, nos reímos y molestamos porque es chistoso sentirse un trapezoide entre "personalidades literarias y políticas"... hasta escribirlo me resulta gracioso. La actividad es comer y beber gratis, escuchar y conversar, sobre todo reírnos mucho y fuerte (aunque eso último siempre pasa cuando me junto con Nury). En algún momento llegó un periodista y escritor bastante conocido en Serena, Nury me cuenta que este escritor reclamaba en facebook algo relacionado con los escritores jóvenes (algo así como "dónde están" o "quiénes son"), luego me cuenta que ella comentó en la misma plataforma para recordarle algunos nombres. Es irrelevante decir que Nury conoce a mucha gente, pero es muy importante decir que ella conoce escritores de todas las edades y es porque a ella le importa saberlo. El primer punto cuestionable es que ese escritor también es periodista, por lo tanto es fácil pensar que si desea leer a escritores "nuevos" sería capaz de buscarlos por su cuenta y no sería tan inocente como para escribirlo en redes sociales; como pensando en que nadie le contestaría o que no habían. Dale. Por otro asunto, él se acercó a nosotras y comenzó a comentarme algo muy aleatorio, luego Nury le recordó el posteo y la respuesta, le dijo que existían y que estaban ahí; los nombró y todo. Ahí otro punto cuestionable: "a ese lo he leído", "a ese lo he leído y bieeen", "a ese lo he leído, pero no lo entiendo... y cuando no se entiende es porque algo hay", "no, a ti no te he leído" (los cuatro comentarios iban para cuatro personas distintas, dos de entre veinticinco y treinta, los otros dos de treinta y tantos); el resto de los mencionados tienen sobre 35 y no se comentó más que "los conozco". ¿Los conoce y no los lee? ¿no los conoce, por lo tanto no los lee? ¿no los conoce, pero tampoco quiere conocerlos/leerlos? De nuevo, es periodista y escribe, le gusta la literatura y tiene mano para indagar, investigar, conseguirse libros incluso y no, nada de nada. 

Al parecer hay sólo uno que comparte conmigo la edad, por lo menos de los circuitos más visibles. Conozco a pocos cuentistas locales publicados, ninguno es cercano a mí en edad. Los que más compran mis libros y plaquettes, son amigos y familia, además de Viajeros y unos pocos "fans" (lectores que no conozco). Tengo dos libros publicados que no he elaborado yo, uno por fondo editorial y otro a través de una editorial independiente. Tengo dos publicaciones colaborativas (mitad del contenido ilustrado y la otra mitad escrito) con ilustradores locales mucho más célebres que yo. Me siento conforme porque lo que escribo es leído, tengo la posibilidad de publicar y estoy presente en cada etapa de cada publicación que saco. No me siento contenta por el poco alcance que tiene lo que hago, pero sí me siento muy feliz de que las personas que me leen aprecian lo que hago. Hace una década no me imaginaba lo que podría estar haciendo a los treinta, hace cinco años no sabía si continuaría haciendo lo que estoy haciendo ahora, hace un año sentí que estaba perdiendo el tiempo y, por lo mismo, renuncié a algo muy importante. Quizás en algún momento flipé con la idea de que estaba haciéndome conocida, supongo que a todxs, tarde o temprano, se nos pasa la idea por la cabeza. Pienso mucho en que llevo harto tiempo bien involucrada en esto (en todo lo que puedo, de hecho) y es desproporcionada la relación entre "el tiempo que invierto en esto" versus "lo que obtengo por hacer esto": soy más conocida como encuadernadora que como cuentista. Conozco a la mayor parte de las personas que me leen porque yo misma les vendo las publicaciones, estoy consciente de quiénes y cuándo y por qué y qué, sé lo que les interesa de lo que hago. Sentí pánico cuando alguien me miró en la calle y me dijo "ah, tú eres Arco Camaleón", porque confirmaba -aunque de modo parcial- que era más conocida por otras cosas y no por escribir [toma tu bici y pedalea hasta tu casa, corazón]. Siento un pequeño alivio cuando pienso en que no soy muy leída en círculos formales, pero es como vivir sobre una isla de hielo: incierto, frío e impreciso. Me siento bien cuando pienso en las historias que escribo, porque sé que son leídas por gente que me interesa; los plaquettes llegan a personas que pueden leer estas historias y pueden sentir cariño por estas historias. Me ha dado por pensar que es estúpido continuar escribiendo. Me ha dado por intentar hacer otro tipo de cosas y he obtenido resultados mediocres y, a pesar de eso, si enfoco mis energías en actividades recreativas soy capaz de disfrutarlas. 

Con los días, las semanas y los meses viviendo en este absurdo que se nos presentó, asumo que todos nos hemos ido en la profunda, pensando en muchas cosas para las cuales no teníamos tiempo antes, cuestionando hechos de los cuales fuimos parte, replanteando el modo de vivir y, quizás, pensando más allá en el tiempo, "proyectarse" en otros escenarios. 

Si me preguntaran para quién escribo, no sabría responder. Si me preguntan cuántas publicaciones mías quisiera vender, tampoco sabría responder. No creo que el éxito se pueda medir con ejemplares vendidos o más publicaciones en tu historia; entendiendo por éxito: "alcanzar lo que cada autor desee obtener cuando escribe". Si me preguntan qué quiero, tampoco puedo responder; quizás podría decirte que me siento feliz de que me lean, aunque sean siete u ocho por acá y alrededor de cincuenta por cada plaquette publicado (lo sé porque puedo vender cincuenta copias de cada plaquette). Ahora, cuando pienso en que llevo muchos años teniendo la misma cantidad de lectores, no me siento tan feliz. 

No nos ha pasado mucho este año, algunas cosas cambiaron a virtual y algunas otras desaparecieron. La entrada más picante e incómoda de este año juntó sesenta y tantas visitas en un par de semanas, sólo porque alguien se encargó de pasar el link y decir "ey, acá hablan de ti" y no se detuvo ahí, continuó copiándose el link y la entrada siguió siendo visitada. Por los motivos equivocados, una entrada que no es común y corriente tuvo un alcance extraordinario por algunas semanas; el resto del blog, que existe desde el 2007, es aburrido para esos lectores que llegaron de rebote por las razones equivocadas. 

Hace algunos años, también por las razones equivocadas (desear participar en un fondo editorial), me dediqué un par de meses a escribir "Aguas Pesadas". Fuera de este blog, todo lo que es escribo es ficción, mis cuentos son ficciones que a mí me parecen guays -la idea, independiente del resultado... que no siempre es bueno-. Con Aguas Pesadas hice una excepción, tenía muchas cosas atravesadas que deseaba dejar escritas y, ojalá, publicadas. En algún rato me preguntaron por qué lo había escrito y respondí lo mismo: son cosas que tengo atravesadas y quiero que se publiquen. Más allá de eso no tenía mucha noción de lo que estaba haciendo, mucho después pensé que eso destacaba mucho de entre mis otros textos porque era un género distinto: un libro de género referencial. Ya cuando pensé en que ese texto era poco común (comparado a mis otros textos), pensé también en que sí tenía razones para escribirlo: quería que la gente supiera eso, quería sacarme la rabia y la pena, contar que la historia personal puede cambiar, contar que también he sido feliz y me siento contenta aunque tengo un carácter más bien pesimista. No quería que la gente lo comprara por los motivos equivocados, no quería que se buscaran ahí ni que se lo pasaran de mano en mano porque les parecía picante. Pensé en no publicarlo yo y tampoco que fuera en esta región, por casualidad me encontré con un amigo en Valpo y se lo presenté pensando en que iba a aceptar lo que me dijera; si me decía que le interesaba, pues bien; si me decía que no le interesaba, también estaría bien. Afortunadamente le interesó y trabajamos juntos para corregirlo y editarlo, ampliarlo y limpiarlo. El libro se vendió acá, pero mucho menos pensando en que yo no tuve nada que ver con la venta del mismo; me sentí bien porque el alcance que tuvo no fue consecuencia de las razones equivocadas, alguien allá afuera pensó que era interesante y que se debía publicar, así de sencillo. No siento que lo que escribí sea una realidad muy local y particular, pienso que muchas de las cosas que cuento pasan en muchos lugares del país; tampoco pienso que esto resuelva lo malo y realce lo bueno, es un testimonio parcial en mi historia y puede ser común a otrxs; no sé si lo publiqué porque pensaba que serviría a alguien (no lo recuerdo), pero sí fue una respuesta para la pregunta "¿por qué quieres publicarlo?".     

Quisiera que las personas leyeran mi blog y mis plaquettes por las razones correctas, pero ¿cuáles son las razones correctas?

24 de septiembre de 2020

Anhedonia musical, catalizadores y disparadores.

En algún momento, mientras experimentaba mis últimas vueltas por las publicaciones de facebook, me topé con un artículo sobre la Anhedonia musical (el link va para Wikipedia, pero hay varios artículos al respecto). Yo pensé que podría padecer de esto porque tengo problemas para decir "la música me produce felicidad", sé poco de música, no sé tocar instrumentos, me cuesta aprender nombres y retener grupos, no entiendo que la gente vaya a conciertos o que se conmueva con la música. Ya, es mucho, entiendo que me estoy yendo al extremo y, pensándolo, claro que estaba exagerando. No puedo decir que me guste oír algo en particular, tengo música para cada cosa que hago: música para blogguear, música para plaquette, música para cocinar, música para el karaoke, música para bailar, música para fumar, música para encuadernar. Lo que me cuestionaba era que no tenía música para oír, para siquiera llegar a considerar que oírla era "hacer algo"; inconcebible sentarme a escuchar música. Y ahí pensé que la música por sí misma no me producía mucho (hay excepciones, especialmente cuando me recuerda algo y eso algo fue triste), pero que aún así había música que escuchaba sin pensar más allá del "esto es agradable". Cuando me preguntan qué tipo de música escucho, les digo que "onda disco" (principalmente porque me gusta bailar). Cuando me preguntan si me gustaría aprender a tocar algún instrumento, les digo que no me interesa (considero que no tengo habilidades para aprender y tampoco paciencia). Cuando alguien pone la radio, me aburro re luego y busco los audífonos (porque prefiero algún disco mío que la música aleatoria que puede salirte en el FM). Escucho de todo un poco y si me suena bien, pues la sigo escuchando. Me gustan las que puedo cantar o intentar hacerlo. Me gustan las que puedo bailar, pero sólo las antiguas y sé más de cómo se bailan que de cómo se llama tal o cual estilo. 

Hay música que se me ha quedado pegada por circunstancias ajenas a la propia música -como el "soundtrack de tu vida", pero a escala minúscula-, momentos que tienen asociado algún tema o canciones que alguien escogió para oír en algún instante fuerte. Hay otros temas que me gustan porque puedo cantarlos y me gusta el karaoke porque puedo usar mi voz a un nivel que no puedo en otras oportunidades. Hay música que sólo bailo y el acto de bailar sí que me emociona, me absorbe y consume mi energía; me encanta quedar muerta después de moverme todo el rato. En mi diario tengo algunos temas anotados por ahí, al borde de las páginas; al lado tengo escrito lo que sucedió durante el día. Cuando hay temas -escritos en los diarios- puedo recordar con facilidad por qué los tengo anotados ahí, si quiero recrear un poco la experiencia, voy y pongo esos temas; también me agrada recrear esos momentos cuando quiero escribir, se me hace fácil imaginar una escena y puedo describirla como si estuviera viendo una fotografía. 

Hay música que no entiendo y, por lo mismo, no me agrada escucharla; aunque alguien diga que es sublime (para verificar este punto, es cosa de leer los comentarios en youtube de "clásicos" del rock). En algún momento rechacé mucho oír música de mi época: si no lo escuchaba mi papá, no era bueno; así de fuerte era el mensaje con  respecto a la música que él escuchaba. Los cd´s que tengo me los ha regalado él y es música ultra "vieja". Tengo un cd´s en español: "Los Gatos" (argentinos) y me encantan algunos temas y es porque puedo cantarlos -y me sale bien, creo-. Me gustan los temas cantados por negras, de esos difíciles y me encantaría cantar como ellas: Gladys Knight, Aretha Franklin, Gloria Gaynor, The Pointer Sisters -por mencionar algunas-. Ay, llegué acá y me aburrí un poco [risitas].

Volviendo un poco al título de la entrada, desarrollo la idea. Si voy más allá, entendí que necesito un catalizador que medie entre la música y mi capacidad de disfrutar la música; deben existir tres elementos. 
Recuerdo que alguna vez se me escaparon unas lágrimas en un concierto de violín, me invitaron una amigas que tocaban -y era obvio que les interesaba ir a escuchar- y yo no podía entender cómo es que aquello que apenas entendía, que disparaba mi inquietud -ahí, entre el público-, me había conmovido, había provocado que mi corazón se acelerara y mis ojitos se nublaran porque estaba llorando (tenía como 15 años); no fue exactamente el concierto, era la invitación y poder disfrutar de una actividad grupal con personas que me consideraban y me invitaban a algo que, para ellas, era importante. En otras circunstancias, no me habría provocado mucho, quizás me hubiera aburrido o quizás no se me hubiera ocurrido ir al lugar, me cuesta mucho encontrar el ánimo para ir a un concierto, aunque sea en un teatro municipal y sea gratis.   
Un amigo, en alguna oportunidad, me trajo algunas sustancias estimulantes -guiño guiño-; en algún rato pusimos música y me reencontré con algunos temas que conocía, pero que no entendía hasta ese momento (escribo "entender", pero se acerca más a "sentir"). Aunque soy terriblemente ñurda y no tengo oído para disfrutar la música, reconozco que hay cierta música que es buena, me guste o no ¿quién podría decir que "Kashmir" de Led Zeppelin es mala? Bueno, me pasó con Kashmir que durante el viaje me hizo sentir escalofríos y, hasta hoy, me provoca algo extraño, como que pudiera ir un par de niveles de entendimiento más allá, sintiendo eso que la gente interpreta como deleite. Si no me hubiera pegado ese viaje, no comprendería que Kashmir es música capaz de provocar sensaciones. 
Conocí a algunos aspirantes a escritores a los cuales les encantaba la música clásica. Yo entendía ese gusto como cualquier otro, sin pensar en que quizás ellos sentían algo más al oírla y tampoco pregunté mucho más. No me molesta escuchar música clásica, incluso hay muchos "temas" que puedo silbar de memoria (algunas partes de Carmen, por ejemplo, porque mi papá se la sabe también); de ahí a escucharla por gusto, no. Tampoco puedo decir "esta es mala" o "esta me provoca algo x", considero que es una buena opción para oír, pero no entendía lo que significaba. Hace unos años, con una idea en mente para escribir y recordando que este tipo de música me podría ayudar a recrear ciertas escenas específicas o ayudarme a imaginar algunos escenarios vistos en fotos o internet, busqué los temas que conocía de oída. Tengo algunos anotados porque me sirvieron mucho, especialmente por el carácter que quería para el texto. Me sirvió y creo que conseguí un buen resultado en las descripciones (no el óptimo, pero sirvió), entendí un poquito lo que esos amigos sentían; vuelvo a eso cuando quiero un resultado similar. No puedo decir que me guste la música clásica, pero si la ocupo para escribir, está bien en algunos casos. 
Si estás leyendo esto y alguna vez me enviaste un tema, si alguna vez esperaste un comentario de mi parte y no lo recibiste, si alguna vez me preguntaste si me gustó y sólo respondí "sí"; acabas de leer la respuesta que no puedo darle a cada persona. Este es un gustito que quería darme porque sí.  

16 de septiembre de 2020

Sueños y la incapacidad de encontrar las ganas de dormir

Me gusta escribir mis sueños, especialmente cuando se presentan con una trama clara: saber dónde, quién, por qué, qué y todas las reglas. De mis sueños han salido muchas historias que ahora son cuentos o escenas que vi y que sólo puedo escribir para recordar (a veces me gustaría poder dibujarlos, pero el dibujo se me da fatal). Tengo alrededor de cien páginas con relatos oníricos, hace muy poco decidí darles un espacio adecuado y ordené todo con números, esperando pasarlos a una libreta que esté a la altura de lo que está escrito; encontré una -que me regaló mi madrecita hace años- y que es perfecta para tal propósito. 
Sueño con cosas geniales a veces, escenarios tan coloridos que ya quisiera mostrarlos a otras personas. Cosas alucinantes que aparecen sin tener relación directa con la trama, pero que llenan cada espacio de ese viaje. Pienso que el escenario de cada sueño es un fragmento de un mundo mucho más grande, conectado por detalles que aparecen al fondo: una pared -la cual vi desde el otro lado, en otro sueño-, un camino -por el cual se puede llegar a otro lugar con el cual he soñado antes-, un viaje -que se completa de uno a otro sueño-, un arma -que usé en otro sueño-, una persona -que conocí antes en otro sueño- y así. Cuando pude colocarlo en palabras, aunque con poco éxito, pude decir que ese mundo de sueños estaba dentro del mundo que conocí, pero era la cubierta interior del mismo -por lo tanto ese mundo onírico era más pequeño que el real y podía ser explorado, mapeado y explorado en su totalidad-. A veces, cuando me he dormido con un problema que debo resolver, encuentro la solución en imágenes: una encuadernación, una solución a una maqueta, una disposición que me ha costado cuadrar. A veces hay inventos (digamos, cosas que no me consta que existan) y me gustaría poder hacerlos, diseñarlos y armarlos; no son objetos útiles o que resuelvan un problema, sino objetos que responden a lógicas más complejas, solucionan un problema ficticio que también se presenta en sueños. Muchas veces desempeño trabajos extraños o muy alejados de lo que soy, a veces debo salvar a alguien y a veces debo escapar; siempre tengo una misión o un objetivo bien definido, cosa que no me pasa en la vida. Por casualidad, programando la alarma para que suene cada tres minutos, soy capaz de recordar con detalle lo que sueño y estuve usándolo para escribir cuando se me acababan las buenas ideas; no entiendo por qué tres minutos, pero funciona a la perfección: tres minutos entre dormir y despertar, pudiendo recordar tramas complejas con lógicas propias. 
Ahora mismo llega la hora en que se supone debo dormir y no quiero, no siento el tipo de cansancio que desemboca en el acto de dormir, me resisto hasta que el frío comienza a provocarme dolor en los pies o cuando pienso en que si me quedo despierta me fumo los cigarros del día siguiente. Si hay algún detonante -ganas de escribir en cualquier soporte o plataforma- alrededor de la medianoche, me quedo hasta que termino. Me gustaría que no sentir ganas de dormir fuera efectivamente porque mi cuerpo no necesita o requiere dormir, pero siento apaleado el cuerpo y, a la vez, la cabeza me chispea, los dedos se me van al lápiz, al teclado o a la pluma y me aguanto el dolor en el trasero durante tres o cuatro horas porque la mesa es muy baja y el banquito muy alto y paso demasiado tiempo encima intentando acomodar las piernas y escribo, escribo hasta que considero que he terminado y dejo de hacerlo, y ojalá no me pille otro detonante porque ahí agarro algo más y comienzo hasta que se agote y decida que es suficiente y que tengo la boca muy quemada. 
Es evidente que el encierro ha sido la causa principal, pero no entiendo cómo; ahora mismo estoy viviendo en las mismas condiciones que hace tres años. Ha cambiado la frecuencia de la interacción humana y las escapadas nocturnas, las relaciones sociales en ambientes artísticos; el resto es igual. No comprendo totalmente las causas, tampoco quiero pensar en eso porque no me incomoda experimentarlo e intentar usarlo para conseguir algo más. Lo único que puedo identificar como algo molesto y, a veces, insoportable, es el silencio; si me quedo un rato en el exterior, intentando oír algo que no provenga de mi casa, parece que estuviera realmente sola. No me produce mucho saber que estoy sola, pero cuando el pensamiento se va por un mal lugar siento repelús; a veces pienso que si no hay ruido, estoy sola y, por lo tanto, la gente de los alrededores ha muerto. 

9 de septiembre de 2020

Pasta de líder

Cuando estaba en octavo, nos propusimos -con una amiga- llenar la hojita triste de las anotaciones con puras "buenas"; si sabíamos que con tres te ibas suspendido ¿qué regalo obtendríamos si conseguíamos tres buenas o si llenábamos la hoja de puras anotaciones positivas? Nah pu, puro fraude; una verdad que funcionaba unilateralmente, como muchas cosas en la vida. En cada oportunidad que se nos presentaba, hacíamos algo para conseguir la dichosa anotación y ambas llenamos la hojita, nada pasó: ni felicitaciones, ni premio, ni nada. El bueno no merece ser premiado, se hace porque es bueno y sin esperar recompensa; el malo debe ser identificado, destacado y castigado porque así funciona la escuela -y todo allá afuera-.
Al final de ese año y de modo muy estúpido, tendríamos nuestra licenciatura; aunque seguiríamos en el mismo colegio, pero en "media": denominación que significaba que oirías la abreviatura PAT -prueba de aptitud transitoria- o PSU -prueba de selección universitaria- más veces de las que te hubiera gustado oír. Antes de la licenciatura, votamos para escoger a algunos compañeros de curso que destacaban en "algo"; sólo recuerdo tres categorías: mejor amigo, más cooperador y líder. Todo el curso sabía quienes iban a ganar, era evidente, todos hicimos público nuestro voto entre cuchicheos. Yo veía el premio del "líder" como algo jugoso y digno de portar; me hubiera encantado ser considerada para ese premio. Era un sueño lejanísimo, yo estaba marginada a la mesa del fondo junto a mi amiga mormona, lo único que teníamos era una hoja llena de anotaciones positivas; entenderás que ninguna cabía en la categoría de líder. Llegado el día de la licenciatura recibí una medalla que no merecía, el premio a la "más cooperadora"; fue triste porque yo sabía que ese premio no había sido ganado por votación popular. No sólo nos mintieron diciéndonos que nosotros elegiríamos, sino que nos hicieron votar para, luego, decidir en privado quién recibiría cada premio. El mío no era para tanto, al final era un premio de consuelo para la marginada y mi hojita llena de anotaciones podía justificar, de algún modo, el premio (aunque eso le valía más a la profe que a mis compañeros). Lo que más dolió a todos fue el premio al líder: lo ganó una chica que destacaba por su belleza y que ese año abandonaba el curso para irse al sur con su familia. Le dieron el premio para que se fuera con un recuerdo de su curso, no porque fuera líder; se juntaba con tres chicas más y para de contar. Otro fraude de proporciones en el mismo año. 
Para mí, el paseo de fin de año a Iquique tenía sabor a fracaso, ahí sentí en el corazón que estaba totalmente marginada de toda actividad grupal. Recuerdo que dormí en la misma cama con una amiga y, por la noche, veíamos películas por cable. Ahí probé a mirar la tele con los lentes que usaba mi amiga, le sacaba los lentes del rostro cuando se quedaba dormida y yo, por fin, podía ver películas con subtítulos. No sabía que necesitaba lentes, en ese paseo descubrí que los necesitaba. 
Pucha, recuerdo mucho de ese viaje y odio todo lo que recuerdo; dejo esto acá porque me da vergüenza escribir todo lo que recuerdo.  

7 de septiembre de 2020

Modo Marcha

Cuando veo a mucha gente reunida me asusto, muchas veces no sé qué hacer y repercute en mi ánimo. Me pasa en las marchas y en otras ocasiones, pero en las marchas es en donde más extraña me siento.  

El primer recuerdo que tengo sobre "reclamos masivos" (no era una marcha), fue de mi época de colegial. Los profesores estaban en una situación que los perjudicaba -tampoco recuerdo bien cuál era la razón-, los alumnos desde primero a cuarto medio (los de media estábamos apartados de los de básica) se pusieron de acuerdo para protestar. Todos, exceptuando tres o cuatro alumnos, se sentaron en el patio con los profesores. No lo recuerdo todo, tengo una imagen borrosa en la cabeza, como cuando miras al desierto con un sol deslumbrante que hace que todo sea brillante, tan luminoso que los bordes se desdibujan. Las salas estaban dispuestas a los costados y el patio en el centro, cuatro salas arriba y cuatro abajo en cada lado, dos puentes que unían el segundo piso de cada lado; a un extremo del patio, la salida hacia un patio más amplio, más allá la entrada del colegio, las salas de los alumnos de cursos menores y la biblioteca; al otro lado del patio estaba el kiosko y los laboratorios, si ibas más allá había un lugar amplio en donde había canchas y el límite del colegio con una reja alta. Yo decidí no unirme a los alumnos sentados en el patio, recuerdo que estaba de acuerdo con el reclamo de los profesores, pero me parecía un poco tonto el modo de apoyar las demandas: sentados en el patio durante ¿qué? diez minutos quizás. Me senté en el puente, alejada del centro del mismo, por un momento me hicieron señas para que bajara y me uniera, escribí algunas líneas y me sentí extraña. No recordaba haber presenciado algo así, tantas personas de acuerdo con una premisa y actuando del mismo modo, eran tantas ahí sentadas y en silencio; no recuerdo mucho más, pero sentí algo muy extraño dentro, creo que la palabra "desasosiego" es la que define mejor aquella sensación. 

La segunda vez que sentí algo extraño fue en la u -dos mil seis, primer año, primera carrera-, tenía dieciocho y llevaba algunos meses viviendo sola por primera vez en mi vida. Jamás estuve atenta a nada que sucediera alrededor, las demandas de Los Pingüinos me eran absolutamente ajenas. En todo el tiempo que estuve en el colegio (y la u) mi familia no era candidata para hacerse de bonos, becas, ayudas sociales, ayudas estudiantiles, becas de alimentos, descuentos o apoyo; tampoco fue tema intentar conseguirlos o postular a algo -aunque sí habían algunas opciones para mí en ese tiempo-. No recuerdo en qué mes comenzaron, pero, por casualidad, caminando hacia el centro, me topé con la mayor aglomeración de personas que había visto hasta ese momento; sabía que era una marcha y sabía qué pedían. Desde calle Benavente con Av. de Aguirre -donde está el colegio Japón- yo podía ver las calles llenas de gente, desde ahí se puede ver hasta los bomberos y más allá (tres cuadras y tanto más). Yo no tenía intenciones de unirme, estaba mirando embobada e intentaba encontrar la mayor cantidad de detalles posibles, intentaba grabarme esa imagen porque me parecía extraordinaria. Se me acercó un caballero (un sujeto mayor) y me preguntó si estaba con ellos, yo no alcancé a responder porque no pude pensar ninguna respuesta breve. Me tomó la mano y me dijo que me felicitaba por esto, por manifestarse, por luchar, por marchar. Me quedé sorprendida un momento, me sentí extraña porque yo no merecía las palabras de ese desconocido; yo no sabía de eso, yo no era parte de eso, yo no sentía rabia por eso. Me fui en la marcha, caminando detrás, caminé seducida por la masa y llegué hasta calle Pedro Pablo Muñoz; ahí me devolví a casa. Recuerdo que también fui en otra oportunidad (no sabría decir si fue el mismo año u otro), recuerdo que corrí a lo loco por alguna calle secundaria porque la masa también me inoculó miedo, pánico masivo, gente corriendo porque alguien gritó que venía el guanaco. No, no era cierto; corrimos y huimos por nada. 

Tenía una amiga y ella me gustaba, mientras estábamos en la u (entre clases) otro amigo comentó que este amiga había salido en la portada del diario local, en primera plana sobre el día de la "marcha gay". Yo salté y sonreí porque, para mí, era algo guay salir en la portada de un diario cualquiera y en una circunstancia que a mí me parecía natural ¿por qué debía sentir que ir a la "marcha gay" era algo malo? La amiga se puso roja y me trató de weona porque creí en lo que decía el otro amigo, me dijo muchas cosas y me hizo entender que era mentira, que yo era tonta porque creía eso, que jamás iría, que era algo feo o malo ir a esa marcha. Me sentí extraña, me costó entender la molestia y las razones, yo merecía ese reto porque yo era tonta; para alguien que gusta del sexo opuesto dentro de toda regla, ir a la marcha gay era indigno. Ir a esa marcha no me fue posible (no me enteraba a tiempo) hasta que yo fui mucho mayor y por muchos años fui sola; me iba caminando detrás del camión porque me gustaba la música y la alegría que expresaban, me gustaba también el cañón de confeti y las luces. No entendía bien la felicidad que expresaban, pero me gustaba ese carácter de carnaval, la fiesta, el carrete que venía después, la ropa, los colores, la gente que podías ver ahí. A veces me iba detrás del camión, a veces me quedaba de pie al costado para ver a los que caminaban, a veces me iba detrás. La última vez que fui, me metí "en serio": coordiné con unas amigas glamorosas y yo iba de traje. Nos juntamos en la salida del puente Libertadores y esperamos el final de la marcha para unirnos; llevábamos un lienzo negro que no tenía escrito un mensaje feliz, enviaba un mensaje para recordar que eso no era una fiesta, que debíamos recordar también a las caídas. Cuando desplegamos el lienzo, un paco -que por su baja estatura parecía un juguete- nos preguntó si estábamos a favor o en contra de la marcha: "mírenos ¿parece que estamos en contra?". Los pacos se pusieron detrás de nosotrxs y mantuvieron cierta distancia. Cuando se me pasó toda curiosidad con respecto a esa marcha, comencé a pensar más en el ánimo que me provocaba; no entendía la alegría y la música, no podía sentirme cómoda con las luces y el carrete, no podía disfrutarla como los demás. Eso no me cuadraba, la marcha no reflejaba lo que yo sabía de ese ambiente; principalmente, era eso lo que me producía incomodidad. 

Dos mil dieciocho, marcha feminista. Antes de ese año, había adherido (uso esa palabra porque estaba ahí, pero sola y caminando a un costado y casi al final) a algunas marchas feministas, ya estaba en los círculos que me permitían saber las fechas, el horario y lugar de reunión; si bien iba con la mejor disposición, creyendo plenamente en lo que se demandaba, tampoco sentía que estaba "en mi lugar". En apariencia, me ajustaba mejor a la "marcha feminista" que a la "marcha gay"; en apariencia, todas cabían ahí -de algún u otro modo-. En dos mil dieciocho recién comencé a involucrarme de modo más activo, a escucharlas, a ir a verlas, a participar con ellas y apoyarlas; aunque a cada actividad siempre fui como invitada, no como organizadora o participante activa. Me molestaba el ánimo de esas marchas, la felicidad que salía por algún u otro lugar, el carácter festivo que saltaba por ahí; no lo sé con certeza, pero por ahí iba el punto. Pensaba en que nadie está en una marcha para agradecer algo o porque está conforme con lo que vive, para celebrar o realzar algo bueno. Por lo mismo me es muy difícil ir con una sonrisa en la cara o con ropa colorida, aplaudir o gritar con júbilo. Voy con ropa sobria, voy caminando lento y pausado, voy casi triste y siempre atenta a los alrededores; prefiero ir sola que con amigxs y, aunque ya ha pasado harto tiempo desde que me impresionaba una marcha, continúa siendo extraordinario ver a tantas personas que se ponen de acuerdo por una misma causa.  

En el interior, siempre he tenido problemas con sentirme dentro de o parte de un grupo x, siento un conflicto entre lo que creo correcto y lo que creo necesario, no me he visto en esa de conmoverme por alguna causa, tampoco sentirme plenamente identificada con lo que causa este tipo de manifestaciones aunque crea en lo que demandan. Nací y crecí en un lugar en donde era poco frecuente la vida de barrio, la vida comunitaria; esto no lo sé porque yo misma lo descubriera, sino que muchas veces escuché a mi madrecita referirse a eso: "acá nadie pide nada a los vecinos", "acá la gente no se sale de la casa", "acá no existe la vida comunitaria", etc. Para mí era natural que todo fuera así, eso es todo lo que conocía desde que nací; no habría podido notar la diferencia o, incluso, saber que en otros lugares era distinto. Cuando nos mudamos de ciudad, no fue distinto para mí; salí pocas veces de la casa porque el colegio consumía todo mi tiempo y tampoco soy una persona que guste de salir (con algún propósito o sólo por ocio). En ese nuevo lugar, en esa nueva ciudad, sí pude notar la diferencia: mi madrecita conocía a todas las personas que vivían en la misma cuadra, mi hermana jugaba con las vecinas, mi padre conversaba con mucha gente en la calle. Implícitamente, mi familia se mueve en torno a la autosuficiencia, a la idea de que la familia se encarga de la familia y no se pide ayuda a otras personas, pero sí se brinda ayuda cuando nos la piden o cuando se desea brindar. Yo no pienso que sea algo malo, pienso también en que es consecuencia de circunstancias ajenas a las personas que conforman mi familia; pienso que la austeridad en la que viven es un elemento esencial, también el considerar el futuro para orientar las decisiones del presente, el ahorro de recursos en caso de cualquier eventualidad y algunos otros elementos en lo que no he indagado más. En tanto a mí, como persona que vive fuera del nucleo familiar, me cuesta un montón decidirme para hablar sobre algún problema que tenga o pedir ayuda cuando me he visto en algún atao, me produce conflictos tener que exponer un problema y pedir ayuda, incluso pedir cualquier cosa por muy pequeña que sea. Me cuesta hacer públicas algunas cosas, me cuesta desenvolverme con familiaridad ante gente que no conozco (o conozco poco), me cuesta exponer un problema al que me veo enfrentada o el cual me sobrepasa, me molesta cuando me veo en la obligación de explicar algo porque ya no puedo continuar callando al respecto. No puedo decir que tenga grandes problemas ¿qué problemas podría tener? Soy re-sana, tengo un lugar donde vivir y es un buen lugar, trabajo en lo que me gusta, tengo una relación sana con mi familia ¿Qué más puedo pedir? Tengo amigos, círculos en que me siento querida, personas que me quieren, personas a las cuales les gusta lo que hago. ¿Qué más puedo pedir?  

*PD: Publiqué esto y, minutos después, pensé que debía poner algo más.

Siento que existe empatía cuando voy a pesar de sentirme incómoda, también existe la generosidad cuando me muevo de casa para caminar junto a otras personas; son estados emocionales complejos en que pienso a veces. No siento que deba tomarse de mal modo, incluso tampoco de buen modo; escribir esto es un tanto irrelevante a estas alturas, cuando todo ha cambiado tanto y nosotros también nos hemos transformado de alguna manera. Y no, esto es sólo un aspecto porque estoy convencida de que soy muy egoísta.  

5 de septiembre de 2020

Soy un Osito de migajón químico.

Como a muchos les ha pasado, por el tiempo que llevamos restringidos y porque lo único con lo que contamos cuando estamos solos es con la memoria; me puse a ver un chilión de weás que tengo guardadas. Encontré un montón de chiches que recuerdo bien porque siempre los saco para molestar o mostrar a alguien, colecciones de tonteras que guardo porque me gustan los objetos pequeños y los juguetes. Por ahí tengo varios álbumes con recortes, recuerdos, tarjetas, cartas y cositas que guardé porque tenían un valor sentimental. Viendo algunos pude saber inmediatamente quién me había regalado ese objeto, incluso cuando no tenían nombre, fecha o lugar. En otros me di cuenta que no recuerdo dónde chucha los obtuve o quién me lo dio.
Me dio risa encontrar una tarjetita llena de brillitos en tonos pastel que decía "Para Pía, más conocido como Osito de migajón químico". Ay, yo tenía un póster de ese mismo osito, en tamaño block de dibujo, pegado en mi pieza de escolar. Con los años, mi madrecita botó muchas de las cosas que tenía en esa pieza y terminó de deshacerse de muchas otras cuando se mudaron definitivamente de la ciudad. Perdí ese póster del osito y lo extrañé harto, me lo regaló mi hermana. No nos llevamos por tantos años, pero es evidente que crecimos en mundos distintos. Cuando encontré la tarjetita me reí, me gusta esa representación de mí; sé que es extraño sentirse como un osito y que te agrade el "apellido" del osito (de migajón químico). Recién busqué el significado de "migajón": 1.- miga de pan o parte de ella. 2.- Coloquial. Sustancia o virtud interior de algo. Ay, para mi hermana fui un Osito de migajón químico y me siento como uno. ¿Qué habremos estado pensando o haciendo para llegar a ese tipo de conclusión? Ni me acuerdo qué edad teníamos.