Antes de leer alguna entrada de "Cierto personaje acusado de alta traición":

29 de junio de 2021

Acabo de tener una epifanía, creo.

Estaba fumando, viendo la tele (la tele está dentro y yo en la puerta, en el patio, justo donde llega todo el viento desde el jardín) e intentando cubrirme un poco del frío porque acaba de dejar de llover. Estaba pensando en escribir algo sobre dejar de escribir por entender que jamás llegaré al lugar donde quisiera estar, acababa de leer un artículo sobre una narradora reconocida y con unos libros geniales, al final del posteo te recomendaban cinco libros -en los que es autora o colaboradora- y es un curriculum amplio para alguien tan joven (nacimos el mismo año).

Hace pocos meses me enteré de que algunos poetas que conozco serán publicados por una editorial local, lo conversé con algunas amigas que escriben y me produjo sentimientos muy contradictorios; en algunos casos me alegré, pero de un modo seco ("me parece genial que les ofrecieran publicar"); en otros casos me alegré mucho, incluso dejé mis apreciaciones personales ("ay, me alegro mucho, ya era hora de que se interesaran en publicarla, más si es en una editorial local, más con esa en particular, me alegro de verdad"); en un caso me pregunté si valía la pena publicar a ese autor ("nah, ese weón es re fome"). No es envidia lo que siento en primer lugar, sino sorpresa; por mucho que estoy atenta al trabajo de otros autores, evidentemente no tengo acceso a todos los escritos -en especial los de aquellas personas que son lejanas a mí-. Me siento muy feliz, en segunda instancia, porque tengo una amplia red de cuervos que me mantienen informada de modo eficiente: las noticias literarias corren como el agua y llegan a mí, llegan de algún modo, mucho antes de que sea público (o publicado, alumbrado incluso), además tengo la posibilidad de corroborar los datos con los involucrados y voilà. En última instancia, en algún momento como el de hoy, me vienen esos pensamientos que tienen que ver con la evaluación del camino que yo he decidido recorrer y ahí está la clave: revisar nuestro camino, no el ajeno.

La autora a la que se hacía referencia en el posteo, de seguro, ha invertido cada momento de su vida a escribir (no literalmente, tampoco tan fanática o fantástica). Está disfrutando un momento muy especial, es una autora reconocida a nivel nacional y tiene con qué sostener ese reconocimiento: no se trata de alguien que saltó por una obra mediocre o a quien se le ha prestado atención en los medios porque sí. Yo sé de su existencia porque varias veces me la han recomendado y hemos comentado sus textos en el taller de Los Viajeros. 

Con Guise, en muchas tardecitas de café y conversación, varias veces hemos tocado el tema del autor, la escritura, el lugar que ocupamos y el lugar que deseamos como autoras. La historia de ambas se desarrolla con 30 años de diferencia, más menos, el tiempo que yo llevo sobre la tierra es igual al que ella ha dedicado a escribir. Mi motivación tiene que ver con lo fantástico, lo extraordinario, las nuevas formas, experimentación y sorpresa; lo de ella viene desde un profundo interés en la mujer y el feminismo, lo real, brutal, crítico, anecdótico. Yo no soy capaz de publicar algo que tenga más de cincuenta páginas, ella tiene publicaciones de doscientas páginas. A mí me gustan las rrss (en especial los blogs e instagram), ella tiene whatsapp y era. Yo tengo toda la mano para (auto)publicarme y me cuesta planear, armar y terminar una publicación, ella desea que la publiquen fuera de La Serena y produce un texto de cuatro planas a la semana (tiene publicaciones de 150 planas o más, más menos una al año). Queremos distintas cosas, deseamos algo y sabemos qué, pero no ha llegado el punto en donde lo consigamos; se queda en "deseo". 

Ahora mismo, con las noticias de esos poetas que se publicarán este año, me pasó eso de desear también ser publicada por alguien que no tiene que ver conmigo (Taller Editorial Me pego un tiro). Ahora, algunos antecedentes. Pensando, leyendo, escuchando y recordando, mi historia escritural ha sido larga y constante, no tanto en cantidad de textos, sino en trayectoria -no he dejado de escribir ni publicar desde 2012, excepto ese jodido 2020-. Me he involucrado en diversas instancias literarias, propuestas desde muchas organizaciones gubernamentales, municipales, universitarias, organizaciones varias, formales, informales, autogestionadas, independientes y callejeras... no he sido prejuiciosa en ese aspecto y agradezco que muchas personas de distintos ámbitos culturales me inviten o consideren de alguna u otra manera (considerando que también tengo mis críticas en cada contexto); conozco casi todo lo que la ciudad me puede ofrecer como autora, aunque por mi participación transversal también he sido cuestionada, criticada y atacada -incluso-, pero siento que fue necesario para las personas que emitieron esos comentarios aunque, como contraparte, ni hubo una conversación de por medio. Siento que estoy bien posicionada como creadora y soy lo suficientemente conocida por lo que hago, sin embargo, me revienta un poco ser más conocida como encuadernadora que como autora (weás que pasan, mi pega con libros es más visible y frecuente). Con los años sí he sido publicada "por fuera": 1.- “Teleidoscopio”: Libro de cuentos. Publicado a través del concurso Fondo Editorial Municipal Manuel Concha. La Serena. (2014). 2.- "Fantástica. Mujeres en la Ciencia Ficción, el Terror y la Fantasía". Antología por Editorial Biblioteca de Chilenia. Santiago. (2018) y 3.- "Aguas Pesadas" –Género referencial– por Editorial Isi Cartonera. Valparaíso. (2018). No encuentro que sea poco, pero siento que debería ser más y debería ser acá... sabemos que si eres publicado afuera de la ciudad, el libro se conoce, se difunde y se comercializa poco acá. El alcance de mis textos publicados a través de Me pego un tiro tienen poco alcance -según mi experiencia editorial y comparando con lxs otrxs autores que publico-: saco 50 ejemplares que demoro alrededor de un año en vender (que está bien, considerando que son publicaciones tipo plaquette, a bajo costo y que las instancias de venta son constantes, pero escasas -ahora las instancias "reales" no existen-); el poco alcance que tiene mis publicaciones tiene que ver, también, con quién compra lo que hago: generalmente tengo un 10% de ventas a completos desconocidos -nuevos lectores-, el resto de la tirada la compran personas que conozco, me siguen, están pendientes de lo que hago o conozco de algún lugar (talleres, eventos, circuitos, amigxs, familia, etc.). Sé que es el momento de la autoficción y temas como el cuestionamientos al sistema, movimientos sociales, demandas de género, lucha; lo mío es la ficción, me gusta escribir ficción y no es algo que yo considere interesante en este contexto; entiendo que escribir es algo para mí y por mí, independiente del saber que la autoficción genera mucho más interés por leer, comprar, comentar y difundir; me tocó vivirlo con "Aguas Pesadas", me impresionó la cantidad de personas que me lo comentaron o hablaron del libro mientras que en mis otras publicaciones recibo, a lo más, un par de comentarios de personas muy cercanas. Escribo lo que me gusta, pero entiendo que aún no llego a un punto refinado o interesante, o sea, tal cuál me gustaría escribirlo (a "la altura" de mis influencias literarias, de mis héroes); con los años publico menos porque me impongo mayores exigencias con respecto al texto y cada vez es más difícil cumplir con esas exigencias; participo todas las semanas en el Taller de Los Viajeros del Mary Celeste, mantengo un ejercicio constante y consciente, escucho a otrxs y comento con interés: lo que escucho es bueno, interesante y, muchas veces, digno de ser publicado, pero la mayoría de los asistentes al taller no ha manifestado interés en publicar. Me gustan los escenarios más informales y/o marginales, siento que lo que escribo (leo, adapto y presento) cabe perfectamente en esos lugares; me sorprende que lxs asistentes se enganchen con lo que hago y me encanta esa sensación de valor que me transmiten, las invitaciones después, los agradecimientos, los comentarios favorables y críticos, las impresiones positivas y los rostros que veo; me siento muy afortunada de que valoren lo que hago y, comparando, no he podido llegar a provocar eso en las instancias formales, no he podido llegar a generar ese nivel de interés y quizás, por lo mismo, me he ido alejando del interés que podría hacer posible que se me publique fuera de Me pego un tiro. 

Ahora, ya sabiendo un poco en dónde estoy y en qué lugar me desenvuelvo, toca hablar de lo que quiero. Quizás no te des cuenta, pero cada paso y decisión (grande o insignificante) que tomas te encauza hacia algún lugar: lo que hice en el pasado me ha llevado a estar en donde estoy ahora. Como autora, se me ha hecho difícil mirarlo de un modo analítico u objetivo desde un primer momento -porque no sé cuándo me transformé en autora- hasta ahora -porque no le encuentro el punto de tomar el "ahora/presente" como un final-; por lo que me tomó tiempo pensar en la correlación estrecha que existe entre el camino que he tomado y las consecuencias a las que me ha sometido el recorrer este camino... Poner un huevo en cada canasta hace de mí alguien que aporta mínimamente en cada lugar, por lo que me consideran más como colaboradora ocasional, por lo tanto, no soy la primera que se te viene a la mente cuando piensas en autoras. No tengo un perfil (incluso una identidad) bien determinado en tanto a intereses y puede ser difícil describirme en un contexto literario temático; lo único certero es decir que soy cuentista, pero eso dice poco al momento de pensar en mí como autora. La cantidad y calidad de mis escritos aún distan mucho de algo pulido, soy inmadura como autora y eso descarta la posibilidad de generar interés para ser publicada; no acostumbro trabajar tampoco pensando en una publicación grande (un libro que cumpla lo mínimo para llamarse "libro de cuentos"), me voy por los compilados breves, me gusta algo que se pueda publicar en formato plaquette. Mi trabajo con los libros ajenos es muy frecuente y visible, razón por la cual (y para mi tormento) soy más conocida por lo libros que hago que por lo que escribo; en serio esto me revienta, pero pienso que si mi trabajo con libros es reconocido es porque sí es valorado, además, el volumen de libros con los que he trabajado no se compara con los propios (al año, saco 50 copias de algo mío, pero entrego -en promedio- 200 trabajos ajenos entre copias de publicaciones, libretas, reparaciones y copias a pedido). Si bien estoy en las ferias como encargada de Taller Editorial Me pego un tiro, en las ferias soy una vendedora encargada de difundir lo que hacemos como taller y poco me "autopromociono"; se me da natural, no acostumbro a hablar de mí como autora a menos que alguien me busque o pregunte por mis publicaciones; curiosamente, me pasa lo mismo cuando me entrevistan por el taller: "yo encuaderno, publico autores locales, reparo libros y me dedico a toda labor relacionada con libros" (y no menciono que también escribo y tengo plaquette publicados)... pésima autogestión publicitaria -risitas-. En las ferias, de repente, también me ofrecen leer: ahí prefiero darle espacio a algunxs pares -de Los Viajeros- y prefiero leer en lugares en que me siento más cómoda, con los años me ido restando de eventos formales y prefiero instancias alternativas; lo que provocará que la percepción de mi visibilidad pública disminuya con el tiempo y, algún día, desapareceré -en apariencia- de ciertos espacios, quizás ya alguien se esté preguntando si yo continúo escribiendo. Mantengo varios espacios en que muestro lo que hago, pero dividido en intereses o "pegas" (blog personal, blog de cuentos, blog del taller; rrss del taller, rrss personal) y asuntos que no muestro (diarios de vida, diarios de sueños, bitácoras, borradores, proyectos personales), generalmente mis lectores o quienes se interesan en mis textos tienen acceso selectivo a lo que escribo, haciendo difícil que me sigan como autora o que estén al tanto de mis publicaciones "en tiempo real". Al no ser consistente en las temáticas de mis cuentos y tener muchas publicaciones que no son cuentos o son difíciles de clasificar, estoy muy segura de que es improbable que alguien guste de todas mis publicaciones; en sí no tiene nada de malo, pero me gustaría más que este juicio se emitiera en tanto a la calidad de las publicaciones y no por la diversidad de las mismas. Lamentablemente el trabajo se ha comido mi tiempo de escritura, afortunadamente puedo trabajar tranquila en lo que me gusta hacer; en todo caso quisiera tener más tiempo para escribir en paz, sin tener que estar pensando en que debo reparar tal libro o imprimir éste otro, en que debo entregar esto antes del fin de semana o que debo priorizar una diagramación. Gracias por leer hasta acá. 

Creo que quiero convertirme en autora más que en cualquier otro tipo de creador.                         

24 de junio de 2021

No aquí, no ahora

*Esta entrada se escribió el 24 de enero de 2021.

Yo sé que, para muchos, debe ser un momento intenso -por decir algo amplio, pero que no comprometa una emoción en particular-; asumo que sabes a qué me refiero, pero prefiero no nombrarlo porque aún es pronto para referirse a algo así. Me empuja a escribir algo más, algo que recordé a propósito de lo que acaba de acontecer.

Un sábado cualquiera, en el segundo semestre de mi segundo año de universidad, fui a carretear con los que yo consideraba mis amigos. Para todos ellos, era muy común reunirse en alguna casa arrendada, en ese tiempo los que vivían en casa (y no en pieza) era porque arrendaban con otros estudiantes; ese era el caso del lugar en que estuvimos ese sábado. Si bien a algunas de esas personas las consideraba amigos, muchos años después comprendí que esa cercanía que yo llamaba "amistad", ellos lo consideraban "conveniencia": si bebían, yo ponía las chauchas que no cubría el cheque sodexo; si comían, yo pagaba más de lo que comía; si carreteaban, yo era enviada a casa por jugosa y nijo me acompañaban; si estaba sola no importaba, pero si ellos estaban solos había que acompañarlos; si lloraba era sola, si ellos lloraban había que consolarlos. Vale, estoy siendo egoista o quizás estoy sobredimensionando los recuerdos y es que cada vez que pienso -en aquellos años y aquellos "amigos"-, me pego con la misma piedra ¿en dónde están esos amigos? de ninguna parte hubo jamás un ánimo de mantener contacto ni siquiera un trato amable o atento. Yo, por muchas cosas, me sentí herida o dañada y por lo mismo no me dolió salir de todo eso, abandonar y con eso dejar de ver a un montón de gente. A modo de conclusión, yo no entendía lo que era la amistad y ellos tampoco tenían un interés amistoso en mí (más allá de un interés "por defecto", porque no nos quedó otra que existir como compañeros de carrera).

Ese sábado y como yo estaba muy perdida en ese tiempo, no recuerdo nada más que instantes, lo importante es que llegué caminando al carrete porque vivía cerca y volví de madrugada a mi pieza, totalmente ebria. Ese carrete fue de los pocos en donde me fueron a dejar a donde vivía, aunque quedaba a un par de cuadras de distancia y me había ido sola en peor estado y desde mayor distancia (ya fuera porque no querían dejar el carrete por mí o porque yo me iba sin decir nada y me importaba medio carajo). Por esta "dejada en casa/pieza" y por lo que pasó después, recuerdo ese detalle. Como yo estaba muy borracha perdida, me dormí súper rápido y dormí casi todo el domingo, por la tarde/noche comenzó a sonar el celular (en ese tiempo nadie tenía rrss o mensajería instantánea). La Sierra Morena -una chica que era amiga de la Rubia- vivía a algunas cuadras de distancia, por lo tanto quedamos de reunirnos a medio camino, en la pieza de ésta última -que vivía en la pieza más grande, tranquila y que tenía una mesita en que podíamos sentarnos, las tres, cómodamente-. La noche anterior un compañero de carrera se había colgado (suicidado), era uno de los arrendatarios de la casa del carrete, uno de los chicos que me fue a dejar a mi pieza la noche anterior. 

Las chicas se sentían extrañas e inquietas (tanto o más que yo), debíamos hablar y lo hicimos, estuve ahí como seis horas -me parece que me fui alrededor de las 3 am. a mi pieza-. Ese chico no era mi amigo -ni tampoco pretendíamos serlo-, era muy amigo y cercano de los chicos con los cuales yo me juntaba, los mismos que me habían invitado al carrete, los mismos que tenían mucho (en serio mucho) en común con la mayor parte de los estudiantes que entraron un año antes a esa carrera. 

Recuerdo que la conversación en la pieza de la Rubia fue muy cálida, casi familiar, pausada, atenta, reflexiva; en todo momento la percibí honesta y a corazón abierto. No quiero que se malinterprete, no es que en otras oportunidades no hubiera sentido eso, pero la ocasión nos obligó a tomar -al mismo tiempo- una actitud particular, un hecho extraordinario que nos dejó perplejas y nos dejó una cicatriz que perduró durante algunos años más (hasta que dejé la carrera, un par de años después, aún se comentaba aquello). Esa noche me enteré de hechos que quizás no quería saber o de cosas que me hubiera gustado no escuchar; reconozco que no pude evitarlo, no pude decir "no", aunque me sentí incómoda cuando terminó todo y debía volver a mi pieza. 

El lunes nos enteramos de que la escuela (agro) facilitaría un bus gratuito para quienes quisieran ir al entierro (en Ovalle). Yo no deseaba ir, no quería ir, no tenía por qué ir, no conocía al chico, apenas habíamos cruzado palabras, apenas si conocía su nombre, apenas si conocía Ovalle. En ese tiempo era mi deseo contra el deseo de mucha gente, era mi "no quiero" contra el "debemos ir" de -por lo menos- 40 personas; en ese tiempo no tenía una razón de peso para negarme y dudo que yo misma lo entendiera; esto no pasa todos los días, esto no pasa a cada momento, esto no es natural, esto no debe pasar. Por supuesto y, como estarás acostumbradx, ya con muchos años más lo entendí mejor, puedo ponerlo en palabras y decirlo (en ciertos lugares y con ciertas personas), pero me sienta fatal hablarlo en el momento; lo vine a entender hace un par de años, con la muerte de la madre de un amigo muy muy querido. 

Me subí a ese bus y el ambiente estaba tan cargado (no de "energías", sino de mal ánimo) que era desagradable solo estar ahí. ¿Mencioné que llovía ese día? estaba nublado, muy frío y estaba lloviendo; no una lluvia pesada, pero todo estaba húmedo y seguía cayendo agua, a veces más fuerte y a veces más leve, pero todo estaba mojado en Ovalle, en el mismo lugar que las personas del norte escogen para vivir porque se parece -en clima- al desierto. Llegando a Ovalle, creo que caminamos un tramo hasta una casa familiar donde lo estaban velando, yo me negué a entrar y esperé en la cera del frente, ellos entraron serios y salieron llorando: "se ve en paz". Otro recuerdo, en una iglesia, una misa; me negué a entrar y me quedé mascando una marraqueta en la entrada de la iglesia; comí, mastiqué y tragué ese pan con rabia y desprecio, con hambre y hastío, sintiéndome obligada a quedarme hasta que eso terminara porque no sabía cómo volver al bus y tampoco tenía dinero suficiente para volver a Serena por mi cuenta. Aborrezco las ceremonias religiosas, las misas, los entierros, las oraciones, los cantos: me molesta todo de las iglesias y las creencias religiosas. 

De regreso, todos iban durmiendo; en mi hombro durmió ese chico que más consideraba "amigo". Yo ni dormí, el apuro por regresar a Serena me hacía tener los ojos abiertos y estar muy atenta a cada cosa que aparecía por el camino. Ovalle como ciudad no me agrada, se parece mucho a Calama; cuando me tocó ir dos o tres veces a la semana (por la carrera) odiaba tener que quedarme allá durante el día. Al parecer estuve viajando un semestre y acabé por decidir que eso era estúpido, estaba gastando recursos que no se convertirían en nada y yo sabía bien que no terminaría esa carrera: en esos años creí y le achaqué la culpa a la carrera (y me cambié en vez de renunciar definitivamente), pero debí, en ese entonces, intuir que era yo: mi incapacidad intelectual, mi falta de paciencia, mi repulsión a espacio educativos formales, mi pereza, mi falta de ambición, mi intolerancia a las rutinas, etc. 

A veces, después del entierro (y muchos años después), salía el tema de este chico; me incomodaba de sobremanera porque quienes lo mencionaban lo recordaban con dolor, aún se sentían mal con ese hecho, pero volvían a recordarlo con la misma intensidad de ese domingo en que supimos que se había suicidado. No tenía problemas con el dolor que sentían y manifestaban -entiendo que no puedes evitar que las personas sientan dolor, más si ellos eran muy amigos-, me provocaba cierta incomodidad que les fuera tan difícil aceptar que una persona había tomado su propia vida y que estaba muerto, que no volvería y que revivir ese dolor, en ese momento, era hacerse más daño. 

Si bien hace más de diez años que no tengo contacto con esas personas, me los imagino (todavía) hablando, de vez en cuando, de este chico; no sé si les producirá lo mismo, no sé si alguno de ellos va a ver a la familia o continúa yendo al cementerio. La vida sigue, de una u otra manera.     

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Cuando era niña, cada dos años, mi familia venía a vacacionar a La Serena; entre las salidas obligatorias estaban las visitas al cementerio (mi familia proviene de esta región, por lo tanto, los muertos están enterrados acá), las visitas a la familia de Coquimbo (no tengo muy clara la relación sanguínea, pero es una especie de familia extendida), la visita a familiares en el valle entre casas rurales y cementerios casi abandonados encima de algún cerrito (acá tampoco tengo muy clara la relación, aunque tampoco íbamos mucho para allá). 

En Coquimbo, íbamos a ver a una señora muy amable y siempre nos preparaba algo rico para comer, su casa era muy entretenida y mis padres siempre hablablan horas y horas con ella, se notaba que era una mujer muy querida. En algún momento dejamos de ir porque crecimos y los paseos ya no eran "tan familiares" (o sea, no íbamos todos juntos). Ella tenía un hijo y falleció muy al sur -creo recordar que en el mar, algo con un barco-. Mi papá me dijo en ese entonces -en estas ocasiones en que fallece alguien cercano a nosotros o alguien cercano a alguien que conocemos- que no mencionáramos eso, que no es necesario, que las personas sienten dolor y que nosotros no tenemos que recordarles constantemente que alguien querido ha muerto. 

Es una de las pocas veces en que mi padre nos ha enseñado algo "tan serio" -y útil a la vez-, ya que casi todo lo que nos ha enseñado, mostrado y explicado tiene que ver con cosas prácticas: saber caminar en la oscuridad sin caerse (por si se corta la luz), saber ponerle las pilas a la linterna con los ojos cerrados (para tener algo de luz en caso de catástrofe), no caer en pánico cuando hay sismos (mi madrecita, en cambio, le tiene terror a los temblores), tener cuidado con la electricidad, saber como funcionan las cosas más básicas de una casa (llaves, enchufes, interruptores, cálefon, visagras, etc.), arreglar pequeñas cositas que se rompen en casa y consejos para sentirse seguro en casa (despejar vías de escape, saber siempre dónde dejas las llaves, saber qué hacer en casi todos los casos en que se necesiten acciones prácticas/rápidas/eficientes, etc.). En otro aspecto, pues digamos que a mis padres no se les dan los asuntos de "anticipación", por llamarle de alguna manera, porque es difícil calificarlo bajo un solo nombre. Asuntos como: mis niños son adolescentes y es necesario conversar sobre sexualidad (jamás tuve "la charla"); mis niños no se ven tan felices como nosotros esperamos (weno, que se jodan porque tienen de todo); pensamos que están haciendo algo "malo" (violemos su privacidad y sapiemos su pieza a ver si encontramos algo, porque preguntarles ¡jamás!); creemos que alguien está bebiendo demasiado (organicemos una competencia de beber chela pa cachar cuánto aguanta, pero preguntar, hablar o manifestar preocupación ¡jamás!... true story). Por un lado ha sido bastante grato aprender por las mías: sin la censura familiar; sin cesgos morales, éticos o religiosos; sin restricciones ni límites; sin intervenciones; prácticamente sin opiniones. Ahora, el asunto con el "juicio", pues eso es notable: la lógica parece ir entre dos ideas que desembocan en una tercera que no tiene sentido. 1.- no hablamos de ti y tampoco te escuchamos porque no nos interesa y 2.- queremos saber de todo, pero no te preguntaremos; finalmente, 3.- como somos tu familia, tenemos la facultad de juzgar lo que haces -te guste o no-.

Esta entrada quedó escrita hasta acá y, un tiempo después, fallece otra persona que conozco (con la cual tampoco tenía ningún lazo particular).

*Esta entrada se reanudó el 7 de marzo de 2021.

Yo sé que, para muchos, debe ser un momento intenso -por decir algo amplio, pero que no comprometa una emoción en particular-; asumo que sabes a qué me refiero, pero prefiero no nombrarlo porque aún es pronto para referirse a algo así. Me empuja a escribir algo más, aunque esto no tiene mucho sentido tantos meses después. 

Esto, pocas semanas después, volvió a suceder. Fue distinto, no fue sorpresivo... al enterarme, pensé: "me alegro en realidad, es un alivio para ella". Por una amiga en común, me enteré de que me andaban buscando: ¿para qué? ¿por qué? Bueno, sabía por qué me estaban buscando, pero dudaba de las intenciones y "más vale prevenir que curar" (¿o no?); en realidad no fue haciendo de aquello mi consigna. Creo, profundamente, que las personas tienen el derecho de pasar el tiempo con quien se les de la gana, en cualquier circunstancia: cuando se está mal, cuando se está bien, cuando uno se enferma o cuando uno está sano. Cuando alguien te llama, te ve constantemente y quiere estar contigo -o tú mismo sientes ese impulso- pues se van afianzando las relaciones (de todo tipo). Si no sientes esa cercanía o interés, nunca te acercas y evitas relacionarte con estas personas; esto no debería cambiar cuando el contexto cambia, no puede cambiar ¿quién es el distinto acá? ¿cuáles son los motivos para cambiar de idea? No puedo concebir que alguien, de un día para otro, cambie de parecer: "hoy no me interesas, pero -de pronto y sin alguna causa que comprendas- mañana pretendo ser algo tuyo"... nah, a mí no.

Aparte de no creer (ni en mí misma), me apesta todo lo que tenga que ver con el compromiso obligado que sienten algunas personas al momento de fallecimiento de un tercero: esa gran mentira de que alguien te importa cuando se murió, pero no te interesó en vida, pero finges en el funeral, pero no le preguntaste cuando estaba vivo, pero lloras y vas a meterte en lo que debiera ser íntimo, pero jamás te permitiste una amistad con esa persona, pero ahora te duele y, diantres, ve a meterte porque sí. Gente: hacer algo por alguien, mientras puedes, es lo mejor y ese "mientras puedes" es en vida. No, no voy a ir a meterme; y si es que algún día voy a algo, voy a llegar tarde porque soy malísima en eso y me siento inútil porque no tengo idea de cómo actuar "pa bien"; asuntos como el dolor, el sufrimiento, la angustia, la pena, la rabia, me atemorizan cuando las siento y me remecen tanto cuando las veo en otras personas que me nublan todo sentido de practicidad; me comporto como una imbécil y no sirvo para eso, estorbo más que ayudo y ¿para qué? Ese dolor es de quien también lloró contigo cuando lo necesitaste. 

Quizás me fui un poco en volá, lo siento si perdí un poco el hilo de lo que estaba escribiendo. ¿Sabes? no quiero mentirme en esto, no quiero actuar según las expectativas, no quiero ir allá a mentir a la cara de quienes en realidad sufren con eso. No quiero verlos, no quiero darles explicaciones, no quiero que me digan que esperaban que yo estuviera ahí, no quiero verlos llorar, no quiero decirles estupideces porque no existe nada bueno para decir en esos momentos. 

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PD: A quien más conozco es a mí, nadie más puede decir que me conoce más que yo; lo mismo para cada unx de ustedes. Este blog tiene más de mí de lo que he dicho en la vida a alguna otra persona, parte importante de mí está acá -abierto y disponible para quien le interese-. No, no es un lloriqueo, estoy usando lo que sucede para escribir un poco al respecto. 

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Postdata 2 de algo que mencioné, pero de lo que no escribí en los párrafos anteriores:
Mi familia cercana es muy pequeña y me ha tocado "ver de cerca" la muerte muy pocas veces, la última vez fue mi abuela y digamos que me agobió un poco por la actitud del cura (que dijo puras weás -en serio- en la misa e hizo llorar a mi madrecita); por lo demás, pues todo muy como corresponde.

Hace algunos años la madre de un amigo -muy muy querido- falleció, yo comencé a donar sangre por ella y seguí donando sangre hasta ahora (voy en cuanto puedo, aunque no sea para alguien que conozca). Entre que me enteré por otros amigos cercanos y lo rápido que fue todo, no me planteé ir al funeral porque soy súper inútil y pensé que sería un estorbo más que una ayuda (incluso descarté mi presencia, que igual creo que es inútil en estos casos, en serio). Entre que pasó el funeral, algunos días después, otra amiga de este amigo me retó por mensaje: "oye ¿por qué no fuiste?" o algo así... me sentí muy rara, ni mi amigo exigió mi presencia, pero esa amiga me retó; fue extrañísimo porque yo justo estaba pensando en escribirle algo a ese amigo, pero no sabía ni qué deseaba escribirle. Puede que una semana después le escribiera diciéndole algo y disculpándome por no acompañarlo; nuestro trato siguió igual, creo que es de las pocas personas que me comprende bien y me escucha (aunque no esté de acuerdo con lo que digo). *No le digan que escribí de esto... si saben a quién me refiero.

Hace menos tiempo, el padre de un amigo falleció e igual fue bastante rápido todo, me enteré porque me mensajearon un montón y cedí ante la presión de ir (aunque era bastante lejos). No soy de llegar extremadamente tarde, a lo más quince minutos o algo así -a menos que existan circunstancias externas a mí, como el tráfico o falta de locomoción-. Recuerdo que "la hice laaaaaarga", me tomé tanto tiempo que apenas llegué casi al final, cuando ya las personas se retiraban; no entré tampoco hasta último momento porque me agobié mal. Esa vez preparé un paquetito con algo que creí sería más útil que mi propia presencia y me evitaba decir algo: entregar el paquetito, decir "espero te sirva" y "escribe", retirarme... sentí que fui útil de alguna manera y no interrumpí, creo.

En el patio hay cuatro gatitos enterrados: tres de una camada de gatitos recogidos de días y uno que vino a dar aquí envenenado (después me enteré que era la mascota de alguien). Yo hice lo que creí necesario hacer y si bien advertí a mi familia que había enterrado a los gatitos en el patio, no les dije dónde exactamente, pero sí les dije "por ahí, cerca de ese lugar x". Sabía que si les decía, los buscarían o terminarían desenterrándolos porque sí... ya, yo la paranoica -dirás-, yo la cuática -pensarás-; en las semanas que siguieron mi madrecita reformó partes del patio al azar (una parte bien linda que había arreglado ella misma) y cerca de los gatitos chicos; mamá ¿por qué chucha moviste ahí? estaba tan lindo todo, tú misma lo arreglaste y pensé que, por lo mismo, eso se quedaría así... (y por eso enterré ahí a los gatitos). No entiendo que los busque, no entiendo que quiera saber dónde están, no entiendo por qué chucha mueve constantemente las cosas que ella misma pone en algún lugar; de modo antojadizo, caprichoso, que no responde a una decisión práctica o siquiera a una decisión pensada. Lo mismo con el gato envenenado... puse plantas encima, hice un armazón con cañas para guiar las plantas y, de un día para otro, aunque había plantitas creciendo (ya no estaban las que trepan, pero sí había hartas con flores) arrancaron todo: las plantas, los brotecitos, el cuadrito que contenía el agua encima de las plantas y tiraron al olvido el armazón de cañas, quedó otra vez la tierra pelada y seca. ¿Por qué y para qué? Soy muy mala para esto. 

23 de junio de 2021

Un episodio para declarar amor

Eran pasadas las cinco de la tarde. Con un llamado y algunos otros mensajes, este chico me recuerda que me mueva al tiro, antes de que anochezca. Es insistente porque está preocupado de que no sea capaz de llegar al lugar acordado -de noche- dado lo lejano del lugar y lo difícil que es acceder. Yo pensé mucho en si asistir o no: me habían invitado especialmente, me habían insistido para que fuera, me había comprometido, tenía todo preparado y estaba en casa a las seis de la tarde (aunque debí salir mucho más temprano). Cuando comenzaba el atardecer recibí otro llamado. Entérate de que se te nota mucho que estás alcoholizado cuando llamas porque arrastras las palabras, balbuceas aunque intentes ocultarlo y los esfuerzos por pronunciar bien hacen que tu voz suene extraña, muy extraña. Siete y tanto, al colectivo; hombros cargados con carpa, mochila, cigarros y vino. Voy acompañada aunque no te lo digo, continúas llamando y el tono ya no es de preocupación, sino de enfado porque he retrasado mi llegada y quizás crees que no iré -aunque te rejuré que iría-. Si hubiera ido sola, quizás hubiera sentido miedo, pero ¿quién siente miedo con un celular que te guíe y alguien que usa el GPS por ti (porque me apesta usar tecnología de posicionamiento), que puede ayudarte si te caes o que te dejará morir si se lo pides? Aún con un mapa, una captura del pantalla y un GPS: erramos el camino; no puedo dejar de contártelo, viramos a la izquierda en vez de a la derecha y terminamos a los pies de una quebrada bestial que nos impedía continuar por ahí. Miro el mapa y puedo traducir, viendo un dibujito con líneas representando caminos de tierra, "virar a la derecha, entre el camino estrecho y el final de la pista de aterrizaje"... ¿por qué viramos hacia el otro lado? ¿quizás no vimos la pista o el navegante de GPS quería probar otro camino que no se apreciaba correctamente con la vista satelital? ¿había siquiera internet para corroborar nuestra posición en tiempo real? Por eso prefiero mapas y los dibujo, por eso prefiero ir sin linternas y guiarme por el tacto y la vista; me gusta lo análogo y creo en lo práctico. Volvimos sobre nuestros pasos y, yendo unos metros más allá, pudimos apreciar el final de la pista de aterrizaje; seguimos al norte y vimos una reja alta. Caminamos buscando una salida o una entrada... ¿debíamos salir para llegar al lugar o debíamos entrar a un lugar enrejado? Algunos automóviles y el ruido nos guió hasta una puerta. Por fortuna no tuvimos que arrastrarnos por debajo del enrejado o pensar siquiera en saltar; quizás me hubiera dañado las rodillas o las manos, jamás he tenido suerte con las rejas, odio las rejas.

El camino era largo y angosto, de tierra, por lo que era raro que hubiera esa cantidad de automóviles; por eso vimos muchos al costado del camino y, aún pasando al lado de muchos de ellos, no llegábamos a destino. El ruido estridente es signo evidente del noise, a ese tipo de lugar íbamos invitados. La casa era tremenda, no me imaginé jamás que algo de ese tamaño pudiera estar en ese lugar (por lo lejos, por lo alto, por lo difícil que era llegar). Había mucha gente y mucho ruido, me costó ver entre tantas personas a la que continuaba llamándome -llamados que decidí ignorar porque el tono en que me hablaba se estaba tornando muy desagradable y demandante-; cuando lo encontré, digamos que no me alegré tanto por verlo. Comenzamos a beber, continué fumando. Durante un par de horas me sentí molesta, pero escogí no hacerlo patente, no dije mucho y seguí mirando: las intervenciones fueron sorprendentes. En medio de la gente, aparecieron dos chicos muy jóvenes que me preguntaron si leería, "sí" -les dije-, pero esa respuesta no llegó a concretarse; no leí esa noche, lo juzgué como inapropiado, lo que leería no estaba a la altura de lo que había visto hasta el momento. ¿Sabes? también sentí miedo en el lugar porque pensé que encontraría a un sujeto desagradable ahí (alguien me comentó que ese sujeto estaría) y yo sentí miedo en algún momento, pero me convencí de que estaría protegida por la gente que amo; si me encontraba al mal sujeto, no iba a ser capaz de hostigarme porque yo no estaría sola.

Vi un lugar extraordinario, vi objetos extraños y vi jardines, paisajes muy amplios y estrellas, cielo claro y espacios negros en donde el agua se hace invisible por la oscuridad de la madrugada. Las personas acostumbran a ignorar aquello que no les produce familiaridad, ahí cabía yo, entre aquellas personas que pasan inadvertidas porque beben té después de las una de la madrugada, las que caminan acompañadas de otros y que no puedes abordar porque está acompañada y no sola. Digamos que ya no tengo edad para permitirme el abandono, para permitirme vicios públicos o disfrute hedonista; siento miedo y, a la vez, siento que no debo volver a exponer mis debilidades porque hay personas que son abusivas. Ya no me siento valiente como a las veinte o despreocupada como a las veinticinco, tampoco confiada como a los veintisiete. No recuerdo haber hablado mucho o haberme reído, hacía mucho que no me encontraba en la situación que pasaría más entrada la madrugada: quedarme en una carpa porque era imposible salir de ahí hasta el otro día. Iba preparada, no como la última vez que me quedé en una carpa en un lugar extraño, iba con harto té y abrigadísima, llevaba comida y muchos cigarros; por último, si me sentía mal, podía armar la carpa y esperar el amanecer, para luego caminar sobre mis pasos, volver al camino y regresar (me alegro de poseer una excelente memoria espacial: si voy a algún lugar -aunque sea una vez- puedo volver a encontrarlo fácilmente o regresar hasta otro lugar conocido sin indicaciones). 

Me acosté temprano: aguanto poco despierta en el exterior, los trasnoches ya no me sientan bien y me es difícil mantenerme despierta si me siento cansada. Me fui a acostar. Quizás llevaba un par de horas dormida cuando sentí que abrieron la carpa y me agarraron una zapatilla, doblando mi pie; me dolió un poco y, con un reclamo (de mi parte) además de un balbuceo (de su parte), ambos supimos que éramos quienes pensábamos que éramos. Todo bien, aunque yo me sentía muy enojada, tenía los pies fríos y me quedó doliendo cuando doblaron mi pie. Al rato, creo, el muchacho que llamaba -insistentemente hacía muchas horas atrás- se acomodó también al lado y supe que era él porque su voz era igual de extraña que cuando llamaba reclamando por mi tardanza.

No puedo dormir profundamente en una carpa, no tuve infancia de acampada y he dormido tres o cuatro veces en la vida dentro de una; apenas se aclaró afuera, salí -intentando no molestar mucho-. Tenía té, un pancito para el desayuno, una sombrilla para el sol, una chaqueta, mis lentes oscuros y apareció un gato gris con el que conversé un rato mientras miraba el paisaje claro de lado a lado, admirando la tierra y el cielo, el agua correr metros abajo, regocijándome en el silencio y la conversación errática que mantenía con ese gato ajeno; se notaba que el gato ya tenía la costumbre de ver a personas extrañas, pero tampoco confiaba en ellas; miraba todo, olía todo, maullaba y cambiaba de posición porque buscaba el sol. Recorrí el lugar, ahora de día y con luz natural, vi a muchas personas dormidas y tantas otras despiertas oyendo música en vivo -dentro de la casa-; me parecía increíble que alguien continuara despierto. Usé el baño y regresé a conversar con el gato. De muy mala gana y con un ánimo súper denso, desperté a los muchachos que continuaban en la carpa y les dije que debíamos irnos; casi no hablé, no dije que estaba enojada -porque no quería pelear o decir algo desagradable-, pero se notaba.

Es posible que nos despidiéramos de alguien o es posible que solo saliéramos del lugar en silencio. Ahora la reja se veía menos imponente y no nos costó encontrar la puerta, ahora sí sabíamos que esa reja significaba que estábamos entrando a un lugar privado: los límites del aeropuerto. Los caminos hechos por los pies de quienes cruzaba, en automóvil o a pie, se notaban claramente y no nos costó ver el final de la pista de aterrizaje... ¿el final? Por curiosidad, supongo, me quedé viendo hacia la pista y me imaginaba que estábamos muy lejos del edificio del aeropuerto, pero no; se veía, lejos, pero se alcanzaba a ver y venía un avión de frente hacia donde estábamos nosotros. Mi memoria es difusa, esto pasó hace muchos años, tantos que me cuesta calcular porque no tengo referencias, hitos o piedras miliares a las cuales pueda acercar el recuerdo: sé que los muchachos que me acompañaban aún lo hacen y me consta que me quieren, en muchos sentidos nada ha cambiado y me alegro. Visto desde la pista, el avión se veía como tremendo cacharro deforme: de frente, la punta con dos ventanitas minúsculas con las cabecitas de los pilotos, las ruedas demasiado pequeñas para siquiera creer que puede sostener tal máquina, las alas delgadas, cortas y desproporcionadas. ¿Recuerdas a esos sujetos -de las películas- que sostienen luces o bengalas al final de la pista para hacer señales en la niebla? Con un día soleado, debes imaginar que eres uno de esos sujetos, pero que vas con ropa ligera, con mochila, con una sombrilla chillona y sonriendo; tus gestos no tienen propósito (porque los pilotos ven claramente la pista y saben lo que deben hacer), pero te empeñas en que los pilotos vean tu sombrilla porque te imaginas que jamás volverás a hacer algo así. El avión se da la vuelta, es el punto donde el avión se despega de la pista, pero -esa vez- no venía con la velocidad suficiente para despegar por lo que debe dar la vuelta hacia el comienzo de la pista, agarrar velocidad y volver a este punto observado para levantarse del suelo e irse lejos. Más allá vemos una camioneta que se acerca rápido y decidimos correr hacia la salida buscando un borde descuidadamente delimitado, que colindaba con un terreno abandonado porque nos guiaría hasta la calle. Me fui a casa, con el avión se me había olvidado todo rastro de enojo o de molestia. 

Ese mismo día, por la tarde, me reuní con el chico de las llamadas; yo estaba fumando -como siempre- y ambos estábamos sentados en un cafecito medio oculto, en algún verano, en alguna feria, en algún punto del centro de la ciudad. Toda la historia que te conté tiene que ver con un episodio de amor, una declaración de amor, un instante que yo no esperaba porque siempre estoy pensando en que no soy digna de que me sucedan cosas así o me siento incómoda porque ya no estoy para ese tipo de  declaraciones ¿quién lo está cuando jamás eres agradable -"livianita"-, no coqueteas -porque no estás buscando el amor-, no te gusta mirar a los ojos -para no originar malosentendidos-? Yo oía atentamente porque me tenía intrigada, no sabía bien lo que iba a decir y, quizás, se trataba todo de un reto y estaba pensando en alguna excusa por la demora, por no haber leído, por ser desagradable por la mañana; no lo supe en ese momento hasta que terminó de hablar. Lo siento -me dijo-, fui muy odioso anoche y te llamé mucho, aunque no debí, eres capaz de llegar bien y no tengo por qué preocuparme de más -explicó-. Yo le dije que ya no me sentía enojada, aunque en la noche me molestó la insistencia y todo eso. Quiero disculparme -continuó-, no quiero perderte -sacó una caja de chocolatinas "Lengüitas de gato" de su mochila y me las pasó-. Acá tuve que buscar referencias en mi diario personal para encontrar algo muy preciso: (...) se me rompió el corazón, se quebró una parte de mí que creí endurecida... me conmovió hasta el llanto. Yo lo quiero harto, él me quiere también. Me siento amada, pero me siento muy triste. ¿Qué pasa?. Con esas palabras termina ese texto -en mi diario- y quería transcribirlo tal cual lo sentí -en el momento- porque me parece importante; esto no se trata del amor "corriente", se trata de un amor construido y del cual, con aquel episodio, tengo certeza.

Pocas veces he recibido gestos que me conmuevan hasta el llanto, que me revuelvan las entrañas y enriquezcan lo que siento por alguna persona; pienso mucho que no merezco ese tipo de muestras de cariño, que alguien se disculpe de ese modo y que, además, sienta que deba acompañar sus palabras con un presente.

Escribo esto porque sé que se siente un poco deprimido y agotado, que está lejos como para darle un abrazo y decirle "estoy acá, te quiero".                                 

18 de junio de 2021

Cartas extorsivas

Sabes que me gustan las cartas (y mucho), al punto de que casi instantáneamente saco una copia de cada carta que envío -las cartas en papel-; en algún momento aprendí que debía hacerlo porque ese objeto jamás volverá a tus manos y ese papel es muy valioso para mí, no tienes idea de cuánto... también reconozco que tengo ciertos rasgos obsesivos: saco copia de todo, tengo todo impreso y no hay papel que deseche sin pensarlo años. Sabes que no reconozco tener raíces y tampoco deseo buscarlas, mi breve pasado está en papel y es lo que quiero (res)guardar como registro de mi paso por la tierra; de ahí la importancia de lo que escribo, de ahí el valor de lo que considero mi única posesión; lo único "propio", lo único que considero como mío.

*Esta entrada está un poco desordenada, lo siento. Cuando me refiero a "el colegio" se trata de una colegio católico en Calama; cuando me refiero a "la escuela" se trata de la Escuela D-54 en Chuquicamata (se quemó completa después de que se cerró el campamento, no quedó nada identificable en el lugar).

Quizás sepas de la cara buena de mi conexión con las cartas -en algún momento lo he mencionado o escrito-, pero también recuerdo la cara mala del asunto y hoy me acordé de aquello, algo muy muy viejo que jamás conté a nadie cuando sucedió porque me dejó profundamente herida.

Tendría yo unos 10 u 11 años, estaba en un colegio católico y me estaba acostumbrando, creo, a lo que ahí hacían o cómo se comportaban lxs niñxs que iban en ese colegio; yo venía de una escuela con -letra y número- en que jamás se oyó una oración (porque teníamos clase de religión, pero la profe se dedicaba a leer catálogos Avon en clases y no nos enseñó un carajo en cuatro años). En ese nuevo colegio había un altar con una imagen de shisus en cada sala, en la nuestra había también una vela gruesa amarilla con el contorno lleno de hexágonos (que recordaba un panal de abejas) y nunca prendieron esa vela. Mi profesora jefa era muy joven -o esa impresión me quedó-, muy amable y cariñosa, muy creyente supongo, se llamaba Rosa. No alcancé a hacer muchas amistades ahí -estuve dos años-, yo estaba de paso en ese colegio porque mi familia quería que entrara en otro y ese colegio católico era mejor que la escuelita de donde venía -se suponía-. De esos años conozco a Luisa (la única amiga que encontré en ese colegio y mantengo hasta ahora). Yo di mucho bote en ese lugar, no entendía que las personas pudieran rezar cada lunes, que se celebraran feriados religiosos, que hubiera una cruz tipo monumento -tremenda- en el patio, que los niños devolvieran las cosas que se encontraban en el patio, que conocieran la biblia y la estudiaran, que comprendieran el concepto de "parábola" o que fueran a misa los fines de semana. En la escuela yo era una estudiante modelo porque mi profesora me quería mucho (y eso que yo no era una alumna sumisa), tenía buenas notas y jamás falté a clases en cuatro años. En el colegio era rebelde (por responder y tener mal carácter), mala alumna (porque tenía notas bajo el promedio), desordenada (porque subrayaba los apuntes... una vez una profe me retó y me dijo que mi cuaderno parecía un "mantel de cocina" y jamás volví a anotar ni una weá con grafito ni a subrayar nada), mala persona o una mala influencia (porque le quebré la nariz a una compañera de curso); digamos que nadie me extrañó cuando me fui. Tenía que viajar en bus desde una ciudad a otra (alrededor de media hora) todos los días y cuatro veces al día; primera vez que tenía jornada completa, pero no había forma de almorzar en el colegio, así es que volvía a mi casa a comer y luego volvía al colegio. En la escuela iba de 14:00 a 18:00, me levantaba tarde y veía monitos animados hasta el almuerzo. Hace poco me enteré de que mi hermano siempre pensó que yo era floja por eso; a él, desde primero básico, le tocó ir jornada completa y levantarse para llegar a las 8:00 al colegio soñado -al cual, a mí, me costó seis años entrar-. En el colegio eran todos medio tontos -o eso pensaba yo- porque eran buenos y nadie decía nada, no preguntaban ni tampoco cuestionaban nada, preguntar (como yo estaba acostumbrada a hacerlo cuando no entendía algo o necesitaba una respuesta distinta) era para que alguna profe me dijera "porque sí", "porque así te estoy enseñando" o "no pregunte tonteras si ya lo expliqué"; desde ahí dejé de hacer preguntas y prefería buscar las respuestas en libros, no con personas y menos adultos o profesores.

Un día x, en algún momento, en una sala de clases con ese piño de colegiales medio tontos y creyentes, me llegó una hoja de cuaderno cuadriculada, doblada en ocho partes: era una carta amenazante y anónima... alguien se había dado a la tarea de escribirme una jodida carta donde se expresaba de muy mal modo y firmaba como "T.J. Odish" (en esos años estaban pasando la primera temporada de Pokemón, Odish es un pokemón planta, una cebollita con patas y rostro). No puedo describir exactamente lo que sentí en el momento, yo no sabía que podías escribir cartas de ese tipo y me impactó mucho, me asustó no saber quién me escribía semejante misiva. De camino a casa, en un bus, tuve media hora para pensar en la cartita de ese tal T.J. Odish: ¿quién haría algo así? ¿por qué alguien escribiría algo tan feo? ¿qué le había hecho yo a ese ser humano para que quisiera escribirme, pero sin identificarse? ¿quién era ese T.J. Odish? Lloré, recuerdo que lloré mucho, me sentía agobiada porque no tenía ni la más mínima idea de quién podría ser, por qué y para qué escribir algo así. Llegó a tanto mi agobio que los autores de la carta terminaron confesando todo... eran los que consideraba mis amigos, hablaba con ellos todos los días, me sentaba con ellos todos los días; era sencillo lo que deseaban hacer, comprobar que yo era estúpida y lo lograron, los muy malditos, no pude descubrir quién o quiénes eran, estuve días preocupada y llorando porque me sentía amenazada, contándoles a ellos mismos que me sentía mal y que no sabía quién había escrito eso; yo era una niña estúpida, me consideré estúpida y le comprobé a otros que era estúpida.

Cuando llegué a vivir en La Serena, comencé a intercambiar correspondencia con algunas compañeras de curso (en ese tiempo no habían rrss como las de ahora y la mensajería instantánea era poco frecuente), pedí direcciones y me gastaba cuatro lucas mensuales en envío de cartas a través de Correos de Chile. En algún momento dejé de recibir respuestas a esas cartas y pensé -revisando lo que había escrito a esas personas- que me sentía muy arrepentida por haber enviado esas cartas porque eran cartas muy emocionales, muy tristes, muy honestas: contaba lo sola que me sentía, lo mal que estaba pasándola acá por estar sola y no conocer a nadie, la falta que me hacían los amigos y, quizás, algún atisbo de ánimos depresivos que -en ese tiempo- no sabía ocultar. Lo siento, en serio lo siento por quienes recibieron esas cartas nefastas, fui muy egoísta y no me di cuenta hasta que dejé de recibir respuestas. Pasaron dos o tres años, volví a hacer algo muy feo: me conseguí la dirección de la Rubia en Ovalle (la casa de su familia) y comencé a enviarle cartas, primero diciéndole que la extrañaba y, como jamás recibí ninguna respuesta, las últimas cartas eran casi extorsivas... "devuélveme las 30 lucas que te presté", "devuélveme el bolso que te presté"; eran excusas, yo sabía que jamás recuperaría la plata o el bolso, incluso esperar respuestas era absurdo ¿quién era yo para exigirle algo? ¿qué era yo en una vida como la de ella? ¿qué significaba yo cuando ella había perdido una carrera por irse con un weón a Santiago, arrancándose de todo, desapareciendo hasta de su vida familiar, porque se calentó al fin y al cabo? Yo no era nadie para ella, yo no merecía mis cosas de regreso, yo no era su amiga, yo no era nadie y así me quedé, sin respuestas y con la certeza de que mi último rastro de existencia fue la última carta que envié a su casa; desde ahí, también me arrepentí porque mientras le escribí estaba -de modo egoísta- reafirmando mi existencia en su vida, obligándola a recordarme, machacándole la memoria porque no quería desaparecer de sus recuerdos. Lo siento también, en serio siento mucho que recibieras esas pésimas cartas de mi parte. No volví a escribirle cuando comprendí que fui egoísta, lo hacía por mí y no pensaba en ella, en qué hacía, en qué sentía, en qué estaba. Borré todo registro de su dirección para asegurarme de que jamás volvería a contactarla, me prometí también no buscarla en rrss (aunque un par de veces lo intenté, pero para intentar saber de ella, no para contactarla).

No sé si escribí todo lo que deseaba escribir, tengo la sensación de que olvidé alguna que otra cosa que se me había ocurrido para esta entrada; si recuerdo algo más, va una segunda parte. Gracias por leer hasta acá.

13 de junio de 2021

Dilemas

Hace dos semanas no tenía nada -más- que hacer, nada que entregar, ninguna actividad pendiente, ningún pedido, ningún libro desarmado. Pedí una plata por ahí para poder dedicarme a escribir, sólo deseaba hacer eso. Mi solicitud de dinero no fue respondida durante esa semana ni la siguiente, ahora mismo tengo un libro a medio reparar, un pedido de treinta ejemplares de una reedición, tarjetas que sacar y un libro de doscientas y tantas páginas que revisar. No puedo dedicarme a escribir con tanta pega pendiente, aunque quiero escribir. A diferencia de los textos de este blog, cuando escribo con el propósito de publicar me tomo mucho tiempo para hacerlo bien -o "mejor"-, o sea, integrar todo lo aprendido entre publicación y publicación, tener más cuidado con la historia a contar, intentar no cometer los errores (u horrores) que ya he cometido antes, planificar mejor el desarrollo, mapear y tomar apuntes sobre todo lo que se me ocurre para la historia, pasar más tiempo corrigiendo que avanzando y echar mano de personas que pueden emitir juicios certeros (honestos, sin suavizarlos ni maquillar las opiniones) sobre lo que escribí. 

Estas entradas, estos textos, los escribo relativamente rápido (claro, estas entradas también son más breves que un cuento u otro tipo de proyecto) y te habrás dado cuenta de que, muchas veces, carecen de coherencia o cohesión entre elementos, tienen errores ortográficos o de tipeo, muchas pitiás en la redacción; eso es lo que no quisiera que apareciera en los textos que publico como libro. En este blog las entradas, al principio, solían ser vías de escape o maneras de expresar asuntos que tenía "atravesados", asuntos que no tenía a quién contarle o a quién pedir ayuda, desahogarme o reclamar): recuerdo bien que escribía cuando me tocaba ir a Ovalle por la u (en un computador de la biblioteca), después de haberme pasado de tragos en algún carrete (en algún ciber del centro), después de que alguien rompiera mi corazoncito (en un computador propio), después de alguna emoción fuerte, algún fracaso o algún pequeño logro (cuando ya vivía sola). En este blog, por lo menos, hay una entrada por año; ahí, cuando comencé a escribir (un día x, en un mes x), quizás estaba pasando por algún problema de ánimo... nah, no es "quizás", es cierto que andaba en algo triste o sucio

Si bien no he podido sentarme a escribir lo que yo quiero escribir, sí he pensado mucho en eso: los baches y vacíos existen, algunos agujeros en la trama continúan ahí, no he podido decidir algunos puntos fundamentales y tampoco la voz apropiada para narrar. Me pregunto si debo intentarlo de todos modos (aunque me es difícil si tengo pega esperando) o esperar un par de semanas (puede que afine detalles y sea más fácil al momento de escribirlo; no me consta). Esto -el blog- me cuesta menos porque es un ejercicio que considero muy familiar, como escribir cartas, escribir en mi diario o en el diario de intercambio; escribir para publicar también me es familiar, pero cada vez es menos grato y satisfactorio porque me cuesta avanzar y hacer algo mejor -algo que supere lo último publicado-. Desde que comencé con esos plaquettes tan re-básicos en 2014, me prometí publicar algo, a lo menos, una vez al año, como acá y de igual modo: "por lo menos una entrada al año". El año pasado no publiqué -en papel-, no pude hacerlo; en el otro blog hay una lista de todas las publicaciones que tengo y el 2020 no aparece; quedará -para siempre- como un recordatorio de que fallé. En algún rato mutilé también algo que representaba mi compromiso o promesa de escribir (me hice daño, pero no dolió de modo físico), pensando en que no volvería a escribir; lo pensé en serio y lo hice en serio... cercenar, me gusta esa palabra, es la palabra correcta para lo que hice (aprendí esa palabra antes de salir del colegio, mientras escribía en mi primer blog -que ya no existe-, en el computador de la bibliotecaria, en alguna oportunidad que no entré a clases o al pre y se me permitió quedarme ahí usando el computador). Volviendo a lo de "cercenar"... lo pensé mucho y muchas veces llegué a conclusiones contradictorias, que sí o que no, que ahora o que después; no recuerdo bien cuánto tiempo estuve pensándolo, pero fue harto tiempo. Por casualidad había luna llena (o casi), no creo en nada de -o con los- astros, pero ahí estaba de pie, mirando hacia arriba y viendo todo nítido alrededor porque todo estaba muy iluminado. ¿Hasta dónde me fallé? ¿le fallé a la escritura o al gusto por escribir?

Hay mucho que decir cuando hablas de promesas, las importantes y las que se olvidan, las que haces por otros y las que haces por ti y para ti. Creo (o "me creo") que todas las cosas que hago las hago por mí, digamos para evitar conflictos internos, pero cuando comienzo a indagar hay mucho que hice por otrxs y, con el tiempo, ya no me gustó lo que hice y mucho menos cuando pienso en que no fue para mí (o que no obtuve nada a cambio, o -en alguna oportunidad, ni los agradecimientos correspondientes); en algún momento me movía impulsada por otro tipo de estímulos... a veces el amor, a veces la ansiedad, a veces las ganas de ver a la otra persona feliz, a veces bajo amenaza, a veces porque sí -por tincazo o capricho-... muchas veces no sabía responder cuando me preguntaban por qué había hecho tal o cual cosa y era porque en realidad no había una razón, sino un tincazo o un sencillo capricho y eso me pasa (y sigue pasando) con chicas y chicos que considero lindxs -sin tener yo ningún interés sexual o emocional, por si te lo preguntas- y soy muy débil con eso. Cuando me preguntan por algo así, me pregunto de vuelta las razones de desear saber mis razones, como que no alcanzo a vislumbrar la respuesta, pero ya estoy preguntándome para qué o por qué querría alguien saber sobre las razones que me llevaron a tomar algunas decisiones, ayudar a alguna persona o hacerles favores. Las promesas son importantes, porque las personas confían en los confidentes y uno mismo debiera poder confiar en el silencio de otrxs; del mismo modo debieras poder cumplir con algo que te prometiste porque fuiste honestx contigo y sabes tus limitaciones, sabes hasta dónde te puedes cumplir... ¿o no? ¿qué sacarías con mentirte para luego fallarte? No pude haber escrito antes sobre este tema porque jamás pensé que podría traicionar una promesa que me hice, no pensé en eso hasta finales de 2019. Todo lo demás no ha cambiado en todo caso, las demás promesas que me he hecho siguen en pie. 

Me costó un pelín concluir esta entrada y, aunque creo que no está bien terminada, la dejo hasta acá.
*La entrada anterior es un temazo. Ah! si pueden, vean The Men Who Stare at Goats.

10 de junio de 2021

Quinta dimensión... -por mientras-.

When the moon is in the Seventh House
And Jupiter aligns with Mars

Then peace will guide the planets

And love will steer the stars

This is the dawning of the age of Aquarius

Age of Aquarius

Aquarius
Aquarius

Harmony and understanding

Sympathy and trust abounding
No more falsehoods or derisions
Golden living dreams of visions
Mystic crystal revelation
And the mind's true liberation

Aquarius

Aquarius

When the moon is in the Seventh House

And Jupiter aligns with Mars
Then peace will guide the planets
And love will steer the stars
This is the dawning of the age of Aquarius
Age of Aquarius

Aquarius

Aquarius
Aquarius
Aquarius

Let the sunshine, let the sunshine in, the sunshine in

Let the sunshine, let the sunshine in, the sunshine in
Let the sunshine, let the sunshine in,

4 de junio de 2021

Ni de enojarme tengo ganas

¿Sabes? aunque me gustaría decir que tengo una vida más bien "zen" (mantener la calma, ser de carácter conciliador, ayudar en lo que pueda, evitar el conflicto, blablabla, zen pu), de repente se me arrancan muchas cosas y me cuesta mantenerlas a raya; lo peor es que me pasa mucho con mi familia, con mi padre y mi madrecita -especialmente ella-. Ahora mismo ando media densa (¿es correcta la palabra en este caso?)... no, quizás no es "densa", sino agobiada y agotada, soy una bolsa muy-fea-de-cosas-muy-feas.

Dos lectores de este blog me escribieron por rrss y me comentaron que estaban preocupados; a propósito de alguna entrada reciente en este blog. Hacía mucho rato que el comentario no iba hacia ese lado, digamos manifestar preocupación o penita, quizás un poco de alerta. 

*Ay ¡me acordé que la última vez que me pasó "en la realidad" fue en la feria del libro del 2020! unos días después de la presentación de Viaje Cianótico (lectura dramatizada con música de Michel Leroy), ouch, me preguntó una autora local y, después, mi tía... uuuu sí que ha pasado tiempo.* 

Ah, el asunto es que yo debiera poner una declaración sobre las entradas y el momento en que las escribí, también aclarar a los lectores que pueden estar tranquilos (o sentirse tranquilos) con este blog y conmigo como bloguera; acá va todo en tono de anécdota, de relato autorreferente, de reflexión, de elucubración, no lo sé, escoge cualquier anterior, varias o todas. Ahora me entretiene y distrae escribir acá, aunque cuando comencé (en 2007) era porque me sentía sola y estaba sola; me imaginaba que alguien me estaba leyendo del otro lado de la pantalla y me ilusionaba pensarlo, en ese tiempo no tenía lugar donde "arrancar" y este espacio era el modo de abstraerme, de sentirme acompañada (me dio un poco de repelús pensar en ese jodido 2007).  

Ah, vale, regreso otra vez. Me siento agobiada y agotada, dos palabras pésimas para juntar porque suenan fatal y porque son dos malos asuntos. Hoy, a mi madrecita, de la nada, le dio por webiarme por una crema de verduras...
    -Ay, hago sopa porque a la Pía le gusta.
    -Mamá, no me gusta la sopa.
    -¿Cómo que no? yo te he escuchado, siempre me dices que te gusta esa crema de verduras.
    -Ay, mamá, cualquier cosa que hagas me la voy a comer, aunque no me guste, porque me encanta comer.
    -¿Cómo que no? estás como oooootros que dicen una cosa y después dicen otra -no caché a quién chucha se refería-.
    -Mamá, no me gusta la sopa porque siempre la sirven súper caliente y no me gusta la comida caliente, pero siempre me como igual la sopa, me gusta tu crema de verduras.
    -Ay, voy a anotar cada cosa que digas para que después no lo niegues después.
    -Mamá... tú haces lo mismo...
    -No, yo no soy así.
    -A la mierda -mascullé, me puse de pie y fui a comerme unas galletas con manjar a la cocina-.

Quizás si me hubiera sentido mejor de ánimo, hubiera terminado diciéndole (recordándole) en qué oportunidad dijo una weá y después dijo otra, cuando era mucho más importante que fuera sincera, cuando era terriblemente importante que dijera algo siquiera, en vez de llorar y no tener el valor de decir una weá real ¡NADA! cuando era vital que hablara con la verdad, que dijera la verdad, pero mintió y dijo otra cosa y después dice otra... no me molestes por una comida porque siempre me como toda la comida y me gusta comer. No me gusta la sopa caliente porque siempre la sirven muy caliente ¡siempre! Y comer eso a las 13:00, en el desierto, después de media jornada del asco en el colegio para volver a otra jornada del asco en el colegio, apenas tragándote la sopa caliente rápido porque tienes que volver al colegio del asco con un calor de mierda; ay, no sabes cuánto aborrezco la sopa caliente hasta hoy. Weno, en realidad me gusta poco la comida caliente: así como recién sacada del la olla o del sartén o del horno, creo que lo único que me gusta así es el pancito amasado. Normalmente le hubiera tirado todo eso o quizás le hubiera dicho algo más aleatorio como "mamá, estás peleando por una tontera, cocina lo que quieras y yo me la voy a comer igual, no importa si me gusta o no, lo que menos importa es si me gusta o no porque siempre me comí todo lo que me diste porque nunca me permitiste dejar comida, incluso me comía lo que mis hermanos dejaban a un lado ¿te acuerdas que un día me retaste por eso, por apurar a mi hermano para que me tirara la yema de su huevo frito porque él no se la comía, pero yo quería ir a ver tele y el hermanito se demoraba la vida y yo le pregunté si había terminado y tú me retaste?; soy capaz de comer weás podridas incluso, un par de veces gané apuestas con eso; apenas siento sabores corrientes o comunes y me gusta el yogurt muy ácido y sin azúcar, el arroz bien avinagrado, la mostaza con miel y el charqui de calamar; la crema de coco me encanta, pero no soporto el coco rayado". Así de aleatorio y quizás Panchita se hubiera reído porque ella entiende y sabe eso, le hace gracia que me gusten los sabores fuertes y sabe por qué siento esos sabores y me gustan. 

Nah, me siento agotada en serio, no quiero estar ahí en la mesa porque sí.           

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Si la declaración prometida no está, pues la estoy redactando o estoy pensando dónde ponerla.

1 de junio de 2021

Aprende a no llorar

Cuando tengo un problema que no puedo solucionar, cuando ya me asusta y agobia, cuando me cuesta dormir pensando en eso, cuando siento la necesidad de distraerme haciendo mil cosas para no pensar en eso, cuando me cuesta hasta entregarme al ocio por aquel problema; recién comienzo a pensar en hablar con alguien, en recurrir a otra persona para hablar sólo poco -ni siquiera contar todo- y decirle, no sé, "siento miedo y pasa esto x" (aunque, insisto, pocas veces lo cuento completo). 

Hubo muchas ocasiones, hace muchas décadas, en las que se me pasó por la cabeza la idea de conversar con mi papá y mi mamá sobre algunas cosas que en ese momento consideraba problemas graves (algunos sí resultaron ser graves y otros no tanto, algunos otros eran asuntos que acabé solucionando sola), los primeros en quienes pensaba era ellos -familia y, en menor medida, hermanos-; fue hace tanto la última vez que ni puedo decir con certeza un año de referencia o una edad a la que pensé en ellos -como primera opción- para contarles algún problema. 

Alguna vez me vi involucrada en un asunto muy delicado, un asunto con un profesor de teatro al cual se le acusaba de abuso y acoso sexual. Si bien no me vi directamente afectada, caí en medio del asunto y tuve que oír muchas cosas que no me hubiera gustado saber, aportar con evidencias, contar también mi visión del asunto y, después, intentar continuar con mis asuntos sin que aquella vivencia tan desagradable me jodiera más el ánimo; en esos años yo recién me había cambiado de carrera y estaba intentando cumplir y afrontar esa decisión, intentaba hacerlo funcionar, intentaba encauzar y justificar una existencia que consideraba inútil. Aunque estuve mucho tiempo intentando olvidar ese incidente con teatro, no pude: me ganó la ira, me ganó la angustia, todo aquello doblegó mi voluntad de guardar silencio. En ese tiempo no tenía amigos cercanos y tampoco mi familia directa estaba cerca, pero debía hablar con alguien, necesitaba hacerlo. Un día llegué donde mi tía (tía: de nuevo, muchas gracias, muchas gracias por escucharme) y le conté todo con detalles, no omití mi rabia ni mis juicios. A media conversación llegó mi tío y lo primero que preguntó fue "¿de quién están hablando?" y, al escuchar la respuesta, dijo "él es intachable"; mi tía me pidió que resumiera un poco lo que yo le había contado hasta ese momento para continuar contándoles -a ambos- el desenlace de la historia. Ambos me oyeron con la misma atención y, terminando el relato, mi tió no defendió al sujeto éste (aunque algo se conocían y, de hecho, su percepción de él era totalmente contraria a lo que yo le estaba contando). Ambos me oyeron y eso me bastó, claro, me costó superar el asunto -hasta ahora siento una pizca de rabia por eso, pero no me provoca muchas más emociones-, pero me ayudó harto que dos personas mucho más adultas que yo me escucharan con tanta o más atención de lo que, creo, lo haría mi familia. También está el juicio: mi tía y tío no dijeron nada para defender al sujeto, no cuestionaron mi relato, no me hicieron sentir culpable, no intentaron aconsejarme o convencerme de que dejara de sentir rabia... ambos me escucharon en serio. Con ese asunto aprendí que hay personas que estaban dispuestas a escucharme atentamente (de un modo que, hasta ese momento, no había vivido) y que cuento con mi tía (aunque se trate de un asunto desagradable). 

Hace algunos meses estuve sangrando "pesado" durante muchos días, algo que se salía mucho de los parámetros menstruales a los que estaba acostumbrada. Estaba asustadísima y sentía asco por todo eso que me estaba pasando (y que, a todo esto, jamás comprendí); ese susto y preocupación me mantuvo con un ánimo penoso y una actitud esquiva, aún con las personas que quiero. Mi familia estaba muy cerca, mi hermana ya es adulta, mi tía siempre está dispuesta a escucharme, pero no se me pasó por la cabeza hablar con nadie de los mencionados antes, sino con otra persona que tengo muy cerca del corazón. Cuando ya los niveles de temor se dispararon y el asco era difícil de sobrellevar, decidí hablarle a esa persona; el solo hablarle bastó para sentirme mucho mejor, me escuchó, me escuchó en serio, no me hizo sentir mal, no me hizo sentir culpa, no me retó, no se enfadó. Incluso, y para mi sorpresa, me ofreció pagar un doctor para mí; no acepté su propuesta. Esa persona estuvo ahí y está ahora, es a quien primero se me ocurre contarle asuntos delicados. Aprendí -con este asunto- que hablar sirve más cuando confías mucho en el interlocutor.   

Como no se me ocurre naturalmente ("a la primera") hablar con las personas obvias para estos asuntos complicados, delicados o angustiantes -familia, papá, mamá, hermana, tía-, a veces, me los guardo demasiado tiempo: las vivencias, los hechos, los temores, las dolencias. A esta edad y sabiendo que no existen problemas graves (que no se puedan resolver), aceptando mucho de mí que no me gusta (características muy detestables), intentando cultivar algo bueno con las personas (con harto esfuerzo), intentando enriquecer aquellas relaciones que siento constructivas, intentando hacer -de una vez- las cosas bien; me siento un poco acorralada ahora mismo.  

Alguna vez, producto de una discusión innecesaria -mientras la tristeza se me desbordaba en lágrimas y eso me provocaba mucho dolor-, la persona con quien discutía me dijo que yo quería "ser chora como mi papá, pero era cobarde como mi mamá". Pienso que llorar (a causa de que las emociones te ganen el juicio) es un buen motivo para alguien te menosprecie e ignore todo lo que eres; lo aprendí en mi casa, con mi familia y se confirmó -en mi cabeza- cuando esa otra persona puso en palabras aquello que sólo alcanzaba a intuir como cierto. Ser "chora" y valiente significa ser bruta y racional; ser llorona y no saber controlar una emoción significa ser cobarde. Dentro de mí, esta idea/aprendizaje es cierto casi a la fuerza, pero sé que es incorrecto: hoy le hice daño a alguien que quiero mucho y no fui capaz detenerme. No podía dejar de pensar en las palabras "aprende a no llorar"; no podía dejar de pensar en el agobio y el temor que siento ahora mismo (por un asunto personal) y -a la vez- no hablar de eso ni dejar espacios que dieran a entender que SIENTO MIEDO; hablar de otra weá, cualquier weá; pedir algo que me he cansado de pedir, insistente y agresivamente -al principio-, pasiva y cortésmente -al final-; exponer razones que no tengo por qué dar, para dar peso a una que otra sentencia, aunque sonara calculador y frío; insultarme diciendo exactamente lo que pienso de mí misma, aunque me duele pensarlo constantemente y me destroza cuando lo digo en voz alta; no contar que estuve vomitando las tripas el fin de semana y que el miedo no me ha dejado dormir bien y que por eso tengo "la cara larga" y que no es porque venga mi familia a la casa donde vivo (que es de su propiedad)... todo aquello junto, intentando conciliar lo que aprendí de mi familia con el dolor que produce saber que no es cierto aquello que aprendí; intentando comprender a mi madre diciéndome que no la quiero porque no me gusta que me abrace y me toquetee cada media hora, aunque le he explicado hasta el cansancio que sólo es incomodidad y que en ningún caso la odio; intentando comprender cómo es que no considera mis labores como un trabajo y, a la vez, habla de mi "pega" y habla de que escribo -aunque no me lee- y me recomienda con sus amigas; intentando cumplir con las demandas de más tiempo familiar haciendo calzar todo para facilitar las cosas con ellos -incluso obligándome a hacer desaparecer el tiempo que necesito para escribir-. Sí, yo también me siento extraña después de escribir toda esa majamama, lo siento. 

Ayer me vi obligada a hacer calzar ideas contradictorias y terminé siendo una imbécil, cuando la única cosa buena que puedo hacer por mi familia es quedarme callada; no tengo otro valor, no tengo pito que tocar en sus demandas, peticiones o juicios, no tengo nada que aportar, no tengo nada para darles.

"Esconder algo" y "mentir siempre" requieren la condición de estar sola; siento miedo, en serio.     

*Escrito el 2 de marzo de 2021 / 1:28 am - 4:28 am