Antes de leer alguna entrada de "Cierto personaje acusado de alta traición":

18 de abril de 2015

Encuentro crítico con Abel (Reseña del comic "Bodeguero" de Visceral)




            Abres los ojos, un precioso sol te acaricia y comienza a quemarte subiendo la temperatura de la habitación. No vives solo –tu madre permite que te quedes mientras ganas un poco de dinero–, tampoco tienes pareja. Sales de tu cama pensando que un buen día comienza con una buena ducha. Te secas y, al mirarte al espejo, te encuentras con el recuerdo de la tarde anterior, una bestia, el dueño del infierno te habla de un trato, te deja boquiabierto el fuego acariciando el pelo en tu cara, medio en broma alguien sugiere un calzón a cambio de la vida, de la libertad de todos estos seres peludos, únicos y especiales que no pueden ver el peligro latente en sus narices; ganan a cambio de un calzón, salvan sus colas de caer en un pozo lleno de muertos vivientes violadores. Escribo del paciente Abel, escuchando a diario críticas por sus gustos nerds y su novela de Ci-Fi “Zozobra estelar”, malintencionadas palabras de su amigo Javier/Leoncio, quien nunca se calla.
            Los diálogos absurdos y el non-sense distorsionan el día de la mano de un peludo de cabellera alborotada; Javier/Leoncio salta frente al paciente zorro, le interrumpe y siempre tiene en la punta del hocico algún comentario que “suelta” sin más, juega constantemente con sentencias ilógicas, un comentario fuera de lugar en cada situación. Te ríes sin querer, provoca tu simpatía porque no piensa antes de hablar, manipulador y desvergonzado; tan simple como un niño, tan absurdo como un niño. Vive el día a día hostigando a su amigo Abel, haciéndole creer que nada de lo que hace tiene valor, que su vida es una mierda, que debe estar agradecido de tener a un amigo “con onda” a su lado; acabas creyendo que sin Javier/Leoncio, nuestro paciente Abel no sería más que un infeliz animal cualquiera. Dependen uno del otro, aunque con una dinámica extraña: el león (que, fácilmente se asocia al concepto de “valentía”) no puede hacer nada sin Abel, siempre le hace actuar para validar sus decisiones. Y el zorro (un animal de naturaleza astuta) deja que el león le influencie y manipule constantemente.   
            Judith y Melisa, ambas mujeres/animales empoderadas, ambas supervisoras de estos desastrosos trabajadores, aparecen para salvar el día; con espadas, inteligencia o sólo tomando la iniciativa para resolver la situación. De algún modo también aceptan la grosera, pero encantadora personalidad de Javier/Leoncio, dejando que deambule provocando desastres en cada capítulo. Ambas demuestran un trato amable con Abel, ambas aprecian su paciencia, sus gustos, confían en él; una contándole el quiebre con su “ex” y la otra leyendo su novela (encontrada en un basurero). 

Puedes ver demonios, puedes ver humanos y pareciera que estos cuatro peludos trabajadores ocultan su identidad del mundo con cabezas y colas furry, dejando que sus frágiles cuerpos de adultos jóvenes sean maltratados por situaciones que hieren su forma de ser, su forma de presentarse ante el mundo y enfrentarlo. Pensando en Abel, viñeta a viñeta te preguntas cómo es que aguanta su vida, cómo es que soporta –como tú, como todos– insultos, malos tratos, un eterno disturbio a su alrededor, la tortuosa provocación de un día que se repite, se repite, se repite y se repite. En fin, puede que todos estemos atrapados en nuestra propia «Bodega S.A. Guardamos su porquería», escondidos dentro de adorables máscaras peludas, agitando nuestras colas para agradar al mundo.   

*¿Quieres un ejemplar del comic “Bodeguero”?
escribe al autor: fcoriverarivera@gmail.com


Publicado en Escarnio Nº50 - Especial Trenes

Botánicaviesa


«¿Si dejas de escribir qué harías? 
Un jardín, fue su respuesta.» 
Cesare D´amico

 
Tengo el recuerdo intacto de mi padre enseñándome a recolectar semillas de cosmos, en las manos juntas formando un cuenco, soplábamos los restos de flor que se mezclaban con las semillas, éstas, pequeñas agujas negras, quedaban en mis manos, mientras los restos florales saltaban fuera, escapando con un ligero soplo, huyendo livianas, cayendo en mis ropas como alargados copos de nieve que jamás se derretían.      

Se parte un macetero, estalla dejando expuestos entramados caminos subterráneos, blancos, abultados, tan apretados que no conseguiría una hormiga introducir una de sus  patas. ¿Qué es eso blanco? –pregunto–, ¿dónde está la tierra? ¿qué rompió el macetero?. Las respuestas son obvias, aún así mi madre las relata como si de un cuento se tratara. Un día la vi impregnando un paño negro con cerveza, limpiaba cada hoja del gomero; de pequeña, me quedé con la idea de que mi madre emborrachaba a los bichos para que cayeran de las hojas, tambaleándose, desorientados, ya no volverían.  

Paseando por los parques de la universidad, una amiga cortó una espiga de entre muchas otras, de color azulado, la colocó entre sus manos suavemente, acunando la oruga de hierba que apuntaba recta a los soles al final de sus manos, las juntó y comenzó a frotarlas, con mirada expectante observé lo que parecía un ser vivo deslizarse de entre sus dedos, librándose del suave agarre, asomando una cabeza puntiaguda.  

Desafié a un joven a cortar un cardo mariano con los dientes, lo intentó, su éxito le provocó varias heridas que colorearon sus labios, mientras un rubor de orgullo se asomaba más arriba; de donde tomé el cardo, también sentí acalorada sangre pegarse a mis dedos, las puntas de las hojas se aferraron a su piel y tocarle dañaba mis dedos; decidí aliviar su malestar besándolo, acabé ruborizada y herida por un desafío.   

            Quisiera recordar a mi abuela caminando jardín abajo, entre frutas y flores, observando atentamente cuál ha de servir para mermelada y si alguna es perfecta para dejarla en mi boca mientras me pide que cierre los ojos. Quisiera recordarme pidiendo dulces infusiones o té amargo y cargado, un menjunje para la pena u otro para olvidar, incluso una hierba para provocar en otros un intenso enamoramiento, recordar también su respuesta “lo único para enamorar es ser sincera y esperar”. Me gustaría recordarla porque no la conocí, murió en agosto, nací en septiembre. 

Publicado en Revista Escarnio Nº48 - Editorial Especial Botánica