Antes de leer alguna entrada de "Cierto personaje acusado de alta traición":

20 de julio de 2020

Cicatrices y el cuerpo imperfecto - Parte II


Mi piel es precisamente un reflejo de lo que hago, el hecho de que no tenga problemas con eso no quiere decir que no tenga mis gustos y preferencias a propósito de otrxs; pensando en que no tengo nada perfecto de nacimiento, pero me gustan ciertos detalles "perfectos" en otrxs. En el colegio había una compañera de curso con una manos preciosas, algo que jamás volví a ver en la vida; me imaginaba que ella hacía todo lo que yo no: lavar con cuidado, encremarse antes de salir, no tocar cosas afiladas o ásperas, lavar con cuidado, masajear con crema antes de dormir, dormir con guantes o algo que le protegiera las manos, cortar uñas de buen modo, limar las uñas, encremar, lavar con cuidado. Nah, nada de eso. Ella tenía las manos de su madre y, de seguro, fue ella quien le enseñó a cuidarse las manos. Con los años, dejé de observar manos de gente que estaba cerca de mí -y que me lo permitían- porque se tornó extraño y llegó el punto en que no tenia excusas para responder a estas preguntas: ¿por qué las quieres mirar de cerca? ¿por qué las quieres tocar? De pasar a mirar otras manos, pasé a observar las mías. De grande supe que mis uñas son "cuadradas", como las de mi padre y, posiblemente, las de los dedos pulgares se arqueen hacia afuera cuando yo tenga un par de décadas más. Mi dedos son largos y al extenderlos forman un arco poco pronunciado, característica que mis padres no tienen. Tengo el dedo menique izquierdo más corto que el derecho -gracias a un esguince que no fue tratado a tiempo- y la uña es dos tercios el tamaño normal -en la punta del dedo tengo lo que mi madrecita nombraba como "clavitos", dos durezas en forma de clavo que crecen en el mismo lugar aunque los he arrancado cientos de veces-. La última falange de ambos dedos índice se han arqueado en dirección al dedo medio de la mano correspondiente. Tengo las juntas de las falanges notoriamente abultadas, pero los dedos delgados desde su base hasta las yemas; lo que da un aspecto extraño cuando sólo has visto los dedos de tu madre (gruesos en la base y delgados en la punta) o los de tu padre (dedos anchos desde la base a la punta); no recuerdo haber visto manos idénticas a las mías en forma. Cuando hago labores manuales que requieren fuerza -generalmente encuadernación- o si hago una tarea liviana y persisto horas en ella, las venas del dorso de la mano toman volumen y se intensifica el color azul; también me sucede en el pecho -se notan las venas intenso y verde tornasol- y los pies -que destaca mucho en verano cuando uso zapatos livianos tipo "chinita"-. En ambas manos tengo callos en la palma de la mano -bicicleta- y en el envés de algunos dedos -tareas manuales varias-, a menudo se me desprende la piel de callos y ampollas, casi siempre salen en los mismos lugares así es que esa piel ha sido reemplazada cientos de veces más que en el resto de la mano. Me muerdo las uñas porque me desespera verles el contorno blanco (aunque sea leve), escupo las uñas que he cortado con mis dientes. Las uñas de ambos pulgares son irregulares, jamás he podido dejarlas crecer en paz, tienen hendiduras a lo largo de toda la uña -de lado a lado- y tienen líneas paralelas (de abajo hasta arriba). Un par de veces me he moreteado la palma de la mano: recuerdo haber caído hacia atrás, mientras bailaba y, al poner las manos para amortiguar la caída, acabé con la palma de la mano izquierda morada; la otra vez fue también bailando, aplaudí tan fuerte con Rasputín de Bonnie M que me salió un moretón en la misma mano y en el mismo lugar. No me gusta usar cremas para manos, pues siento que mancho todo de aceite y me molesta pensar en eso; cuando encuaderno mucho menos me cuido las manos, odio las manchas de aceite en el papel. Nunca tengo las manos completamente sanas, siempre hay un corte o una herida, magulladuras, callos. Creo que soy capaz de golpear fuerte con el puño cerrado, sin embargo, jamás lo he intentado con la idea de "dañar" en la mente, solo pensando en disuadir. Me gusta buscar la imagen de mis manos en las fotos de los talleres, porque siempre salen extrañas o tienen un aspecto poco natural, como si intentaran comunicar algo por su cuenta. A pesar de no ser amiga del cuidado y embellecimiento de las manos, aprecio cuando las personas lo hacen porque creo que están demostrando que su cuerpo les importa y lo cuidan. No temo a las heridas, no temo a las lesiones; pero odio cuando la gente me agarra las manos y me dice que, cuando sea vieja, tendré problemas en las articulaciones. Me apesta que la gente que conozco poco me agarre las manos, me da repelús. Una vez me agarraron de la mano y me forzaron a caminar algunas cuadras (íbamos al mismo lugar, pero yo no tenía ninguna relación con el sujeto que me agarró la mano a la fuerza y era desagradable colgar de su voluntad), estuve un rato juntando fuerza y valor, tirando de mi propia mano hacia abajo para librarme del agarre y lo conseguí, pero me dolió un poco hacerlo de modo tan brusco. Me cuesta acariciar a la gente que quiero porque creo que tengo las manos ásperas y me cuesta pensar que ese cariño sea agradable para la otra persona. Jamás me he quebrado hueso alguno, tampoco me he caído lo suficientemente fuerte para que algo en mi cuerpo se rompa; sin embargo, me gustaría saber qué se siente estar "quebrado", es una idea que se presenta con frecuencia mientras estoy despierta. No creo y tampoco me interesa la quiromancia, pero leí sobre eso mientras estuve en el colegio; usé mis manos para intentar hipnotizar a algunos compañeros de curso, tampoco creo en lo que dicen mientras están en trance. Con los años he descubierto que puedo hacer cosas brutas y finas con la misma habilidad, pero soy incapaz de tejer o hacer ganchillo. Cuando escribo con lapiceras me duele la muñeca porque tiendo a cargar mucho la mano, es incómodo y no puedo escribir más que algunas líneas; hace trece años cambié las lapiceras corrientes por otras de punta fina o plumas, ya no me duele la muñeca al escribir y mi letra cambió considerablemente; aunque a mí me gusta mi letra, dos veces me han dicho que mi letra es "endemoniada", eso hirió mi corazón cuando lo oí, pero ahora me provoca risa porque quien herede mis diarios y cartas y borradores tendrá que armarse de paciencia para leerlos y ser capaz de comprender que muchas letras se parecen (la "r" y la "m" son iguales, por ejemplo). Algunas vez, en un bar, me dijeron que mis manos eran "mixtas" -ve tú a saber dónde aprendió eso e interpretó que las mías cabían en la clasificación de mixtas-, me dijo que mis manos podían servir para hacer muchas cosas: sí y no... escribo y encuaderno, puedo hacer ropa a mano y jardinería, pero no puedo hacer manualidades clásicas [risitas]. Me pregunto si alguna vez mis manos le inspiraron la idea de "belleza" a alguien, pero tampoco me atrevería a preguntar; creo que las manos de alguien dicen mucho de la persona, más que el modo en que viste o el modo en que habla. Puedo hacer comida en un tristrás, puedo coser o confeccionar peluches y muñecas, pero he pensado bastante este último tiempo en que las cosas que uno hace son total y completamente inútiles: ¿a dónde van las cosas que uno hace? ¿cuánto tiempo pasan colgadas o guardadas hasta que se desechan (como todo)? ¿qué pasará con esa libreta que me mandaron a hacer hace tres o cuatro años, cuando se le acaben las hojas en blanco?
Mi madrecita un día me dijo que apenas ella muriera, yo vendería todos los cuadros que hay colgados en la casa familiar: paisajes grandes de las cuatro estaciones a punto cruz, nueve flores con la inscripción "Chuquicamata 19XX - 20XX" a punto cruz, una escena de una bodega de vinos en punto cruz, cuadritos con aves y otras chucherías que dejas de recordar porque dejas de ver en algún momento como algo fascinante que tu madre hizo por gusto, para embellecer la casa y que tomara un carácter único por ser ella quien las hizo. Hasta aquello -que dijo mi madre- jamás había pensando en qué haría con las cosas que pertenecen a la familia y que adornan las paredes; no las botaría, tampoco las vendería, tampoco podría guardarlas o sacarlas de ahí ¿para qué? y cuando llegas a esa pregunta podrías decidir todo lo contrario (botar, vender, guardar u ocultarlas) y la pregunta final sería la misma ¿para qué? Me pregunto constantemente por la utilidad de las cosas que hacemos y por qué razón las hacemos. Me imagino a un médico que ya ha salvado a muchos pacientes y que no se pregunta si su labor ha servido para algo, en ese caso en lo que piensa es en la utilidad de lo que hace, el servicio que presta a las personas y las vidas que ha salvado o mejorado; yo no puedo dejar el pensamiento de lo que hago con las manos es inútil, pienso que será desechado y que algún día dejará de representar algo valioso o bonito o útil. ¿Para qué hacer estas cosas? ¿para qué hacer cientos de libretas que quizás venda, pero que quedarán ahí llenándose de polvo o serán tiradas a la basura algún día? Cuando veo lo que vendo, expuesto en esas mesas con manteles de colores, a veces siento pena porque es absurdo lo que hago, no tiene valor alguno, no ayuda a alguien, provoca nada, no se convierte en algo mejor o es valorado como algo esencial. Hasta acá te parecerá preocupante que empujara tantos años la idea de escribir y encuadernar, la idea de hacer libros o de persistir en participar en eventos que quizás son tanto o más absurdos que mis propias labores; año tras año en la misma condición de estorbo, en la misma posición de subordinada "a lo que sea", en la mismo lugar pensando en que lo hecho es inútil y lo que haré seguirá siendo inútil. Siento que este tiempo tan retorcido es el que intensifica esos pensamientos catastróficos, los aumenta y los deforma hasta que no tienes control alguno de lo que debe ser preocupante y de lo que debe ser un instante de desdicha apropiado, esa duda que debiera durar un segundo y nada más. ¿Lo que haces ahora es útil? ¿lo que haces merece el esfuerzo? ¿qué estás haciendo ahora mismo? 
Espero que despiertes en un lugar cómodo y seguro, después de dormir lo que tu cuerpo necesite, levantarte y comer algo que te guste, beber algo sin apuro y con la seguridad de que esa mañana eres un ser que se siente útil.       

14 de julio de 2020

Bella y atolondrada - Aventuras antofagastinas [Parte I]

Aún no tengo claro si fue culpa del lugar o era porque sentía más confianza en mí, quizás porque iba acompañada o porque era un lugar en dónde nada podía pasar “a más”. Antofagasta, el paraíso de las teiboleras. Antofagasta y su imposible Feria del Libro Independiente. Antofagasta y su extraña forma de invitarme, devolverme y volver a invitarme. 

*** 

Lo único que puedo decir es que esa chica, de una u otra forma, llamaba la atención. Al principio no la noté realmente, yo estuve uno o dos días tan ensimismada en mis labores y en no fallar y en levantarme temprano y llegar a la hora, que sencillamente jamás noté a alguien y tampoco ahora puedo recordar los rostros de esas personas que estaban ahí conmigo, en los mesones de los lados, de lado a lado de la plaza, ocupando 35 espacios designados –pero sin límites claros–. Me tocó quedarme en la habitación con mi compañero de feria y otros dos delgados y simpáticos chicos de Arica; es probable que esa habitación ocupara algún espacio –también minúsculo– en el tercer piso del lugar o en el piso tres y medio, ya que todo estaba desnivelado y había pequeños trechos de escaleras entre los trechos más largo de escaleras que conectaban un piso y otro. La habitación era pequeña y a duras penas cabían dos camarotes, un espacio estrecho que separaba las camas entre ellas y otro espacio estrecho para llegar a la puerta y la ventana que nos separaban del pasillo –igualmente estrecho– que conectaba todo, por un lado con una escalera y, por el otro, con un baño minúsculo. Al frente y subiendo un poco, podrías ver un par de habitaciones guachas por ahí y el acceso al cuarto (o cuarto y medio piso) que sólo era piso, con objetos rotos regados por azar; sin baranda (no era un balcón), sin sillas (no era un sitio para estar), sin resguardos (no era un sitio seguro); puedo mencionar la vista y no porque fuera hermosa o se viera algo realmente (tenías vista a varios cerros), sino porque estabas en el punto más alto del lugar y el clima era tan cálido que no tuve que bajar para buscar una chaqueta o una manta para abrigarme. Es costumbre buscar recovecos para fumar, porque no puedes hacerlo con tanto huésped dando vueltas; incomoda cuando te encuentras con alguno porque siempre tienen algo que decir (“¿me das?” “¿tienes un cigarro?” “¿tienes fuego?” “no fume” “no se puede fumar aquí” “fumar hace mal”) y nah, pues siempre quiero fumar en paz. Conocí el techo del lugar antes de buscar un baño y estuve harto tiempo ahí fumando para no incomodar a los demás. Me acostaba temprano y me levantaba aún más temprano para ducharme sin que alguien más tuviera que esperar en la puerta, durante esa feria me fumaba un cigarro en el techo y después iba a beber té y escribir postales en la cocina del lugar, llenaba un termo con té, luego caminaba lentamente a la feria y, media hora antes de que abriera, me quedaba esperando a que todo comenzara a funcionar; el código incluía puntualidad impecable y 30 minutos que separaran nuestra llegada de la llegada del resto. Algo más: no se suponía que estuviéramos ahí, fue suerte y consideración de parte de otro proyecto editorial que no pudo responder a la invitación y acabamos viajando nosotros; sin dinero, sin conocer, sin saber mucho de ferias fuera de la ciudad y sin mucho material del que pudiéramos enorgullecernos. Así llegamos, pelaos y con las lucas justas para que yo comprara cigarros (todos los que requiriera); olvidé llevar pijama, pero tenía cigarros; olvidé llevar una toalla, pero tenía cigarros; no teníamos para comer todos los días, pero tuvimos suerte. Entre todo, agradezco que los chicos de Arica no fueran unos weones escandalosos e híper interesados en embriagarse porque cada feria es el fin del mundo y cada uno bebe su peso en licor para sentirse vivos y alegres y saber que no sólo fueron a vender libros a la mierda del país con expectativas tan bajas que ni siquiera les daba para actuar como si les interesara realmente. Yo puedo dormir si tengo sueño, caigo donde sea y duermo bien, no me interesa que se esté desmoronando algo afuera; sin embargo, ese día me despertaron los gritos de la misma mujer a las 1:00, 2:00, 3:00, 4:00, 5:00 y 6:00 de la mañana; revisé mi celular cada vez para saber exactamente la hora en que me habían despertado. La última, a las 6:00 am, me levanté iracunda y dije en voz alta: ¡voy a pegarle a la zorra! Me bajé apenas del camarote y salí de la habitación, no me costó mucho saber de dónde venían los gritos. La mujer esa parada en el piso cuatro, gritando como si le estuvieran retorciendo los intestinos y hablando incoherencias a destajo. Yo enojada y envalentonada porque ¡maldita sea! despertarse seis veces por los gritos de una mujer borracha, mantener la calma, levantarse bien, ducharse en paz, caminar a la feria para estar media hora antes y mantenerse bien durante el día, es imposible. Comencé a hablarle desde el pasillo, justo afuera de la habitación en que se suponía “descansé” el día anterior. Le dije muchas cosas, en voz grave y golpeada, ligeramente masculina y encadenando todo lo que se me ocurrió con la rabia y el cansancio haciendo que me temblara la mano derecha. Ella se fue a su habitación (supongo) y gritó un par más de tonteras, yo no iba a volver a dormir y esperé fumando a que se hiciera la hora de ducharme. Ella volvió a salir de la habitación y caminó tambaleándose hasta mí ¡y me pidió un cigarro! Qué ganas, maldita zorra, de torcerte el cuello
–pensé–. Volví a decirle unas cuántas y le negué el cigarro. Ahí regadas, también estaban algunas otras personas que también habían bebido toda la jodida noche, pero estaban tan callados que parecían estar muertos; nadie defendió a la mujer y tampoco me dirigieron la palabra. Me duché, bebí un té, llené mi termo, bajé a la feria, llegué tipín 9:00 y abrimos tipín 9:30; durante la mañana, soportar ese cansancio resultó terriblemente agotador. Después de las 13:00 esta mujer llegó deslumbrante, vestido holgado y pelo rubio cuidadosamente colocado alrededor de un cintillo de flores de plástico (muy de moda en ese entonces), sin ojeras, dientes blanquitos, sonrisa de comercial, actitud de quinceañera, recién bañadita y brillaba la weona. Almorzó con los organizadores –nosotros compartimos el plato de comida que pudimos comprar o que, quizás, nos dieron–. Ella se paseó olímpicamente por toda la plaza dejando sus libros en la mesa y nosotros nos caíamos de sueño mientras atendíamos gente que nos encontraba “oscuros” (que, a todo esto, tampoco nos compraba los libros). La odié con todas las fibras de maldad que pude hallar dentro de mi corazón. No dije más porque ¿para qué? ¿qué conseguiría yo aparte de cansancio? 
Unos días después y esta chica en todo su esplendor se me acerca y casi que me dice: “ey, no me acuerdo de medio palote, pero me dijeron que te había insultado un día y no me acuerdo, pero me obligaron a disculparme”. Ay, maldita sea. Me alejé del módulo, pero me mantuve al frente de ellos –de tal modo que todos podían vernos, pero quizás les costara un poco oírnos–, por mucho que intentaba hablarle tomando distancia (me apesta que me hablen de cerca o que se acerquen demasiado a mí) ella se acercaba a mí y era extraño porque la miraba un poco “hacia abajo” –ahí me di cuenta que era muy bajita o delgada, quizás muy joven y no pasaba los 20–. Le repetí todo lo que le dije antes, pero ahora me escuchaba y se acordaría más que unas horas; le repetí que no me sentí insultada por ella, pero que no soportaba que saboteara el sueño de otros (no por mí especialmente, pero yo estaba incluida), odiaba a la gente desconsiderada y que arreglara su atao (un trauma, al parecer, con alguna amiga asesinada o suicida… según logré entender con los fragmentos balbuceados que alcancé a escucharle mientras yo fumaba y presenciaba su show, tampoco le pregunté qué onda porque no quería saberlo). 
 Al final de todo, el trato simpático que te regalan es directa consecuencia de tu aspecto; te tratan mejor si te ven mejor, se ríen contigo si te ríes con ellos, se sienten cómodos bebiendo contigo mientras estés bebiendo con ellos. Yo nada, sólo disgusto y cansancio con toda seguridad. Cuando revisé las fotos de la feria, ella salía en casi todas las fotografías y en todas se veía muy bien; yo me vi en una o dos, me veía como una vieja amargada con el pelo chusco. ¿¡Gracias!? ¿Esto pasó en 2014? ¿esto realmente volvería a suceder al año siguiente? 
Yo conté a mis amigos sobre esa mujer y el griterío y todo el show, todo pasó en noviembre. En el verano del año siguiente esos amigos (que saben la historia de mi boca) viajan al norte. Al regreso me dicen: “vimos a tu amiga”. Yo los miro extrañada ¿qué amiga? –les pregunto–. Esa, la rubia que gritaba borracha. ¿Y cómo saben quién o cómo es? –les pregunto, mucho más intrigada–. Salía en las fotos de la feria y es inconfundible, estaba vendiendo weás en la calle, como que se había vuelto hippie… la traumaste –me dijeron–.

8 de julio de 2020

Cogorza química - No hay

Ey ¿cuándo hablaremos de aquello que vivimos juntos? ¡Ey! ¿cuándo me culparás de este "viaje" fome que permitiste porque era más necesario que yo aprendiera algo útil? ¡Ey! ¿cuándo aparecerás y te ofreceré comida y me dirás lo que sentiste y terminaremos hablando en el patio como siempre? No me preguntes por eso que escribí, no recuerdo en dónde guardé ese papel. 

Dar la espalda [Parte II]


Cuando hice mi primera prueba psu, el primer día; quedé enferma y desaparecí tres o cuatro horas, no quería llegar a casa porque sabía que me preguntarían y no estaba en condiciones de responder y mentir diciendo "me fue bien". Me metí al cine y acabé viendo alguna de harry potter, no me acuerdo cuál y no me interesaba verla, tampoco leí jamás los libros y tampoco vería o leería nada de eso. Ese primer día mi padre me llevó al colegio en donde debía dar la psu; por desaparecer ese día, al siguiente ni se ofreció a llevarme, me dijo "anda sola" y fui sola. Volví, creo; di la tercera prueba en la tarde. A las semanas, cuando vi el resultado, mi padre ya se había adelantado comprando el diario y buscando mi nombre, casi me caigo de poto cuando salía que mi puntaje era más que decente, creí que podría perfectamente postular y quedar, sólo llené cuatro "opciones" de diez cuadros a intentar. Cuando portulé mi padre me advirtió que no podía irme a estudiar más lejos que la serena, yo tampoco tenía el valor para ir más lejos; como que tampoco se me había ocurrido. ¿Qué haría con toda esa mierda que tenía en la cabeza acerca de la muerte? Nah, eso lo estoy pensando ahora, pero en ese entonces jamás se me vino a la mente. Postulé, quedé en la primera opción y ese año nuevo fue tranquilo porque nadie estuvo enojado o me webió. Vine a la serena con mi padre (a cargo mío) y el resto de la familia acompañando (como excusa de vacaciones), él me acompañó a hacer los trámites de la tarjeta financiera que te meten obligado y todo el show: me regalaron una agenda y parezco "emo" con esos lentes fotocromáticos y ese mechón de pelo tapando mi ojo derecho -así quede inmortalizada en los registros de la u y en la tarjeta estudiantil/financiera que aún conservo-. Meses después volvería a la serena a vivir en una pieza y me acompañaría mi padre (desde ese día dejó de fumar aunque lo hacía desde los 16) y mi abuela (porque era muy sapa ella). Viví en ese lugar y lo primero que aprendí fue a no temerle a las arañas, donde nací jamás vi una araña más grande que una arveja y en esa pieza eran del tamaño de una moneda de quinientos; la primera que vi me hizo gritar, las siguientes las encerré en frascos de plástico y observé cómo se morían de hambre; así se me quitó el miedo. Al lado vivía una muchacha con la misma historia, primer año, primera carrera, dieciocho cumplidos y sola en una pieza; hablé con ella una vez, desde entonces pocas veces me la topé. La señora que arrendaba estas piezas comenzó con hombres (pensaba que eran más "tranquilos") y terminamos dos muchachas viviendo ahí; eso dice mucho de la experiencia y de la práctica de "los tranquilos". 
La primera madrugada del primer día de clases me costó conciliar el sueño, de hecho dormí poco y me levanté a las 6:00 am por primera vez en mi vida por mis propios medios -hasta que cursé mi cuarto medio, mi madrecita me despertaba cada día-. Me vestí y entré por cualquier lado a la u, tuve que respirar hondo para atravesar el túnel, me daba pánico pasar por ahí sola y es que era la primera vez que estaba ahí y era la primera vez que sentía miedo por algo estúpido. La sala era una mierda de sala tan vieja que podría perfectamente ser parte de algo abandonado, olía a humedad y aterraba que estuviera en desnivel; siempre odié esas jodidas salas. Lo primero que llamó mi atención a las 7:40, esperando la primera clase, fue una chica rulienta de tez tostada y cuerpo pequeño, después yo la bautizaría como "SierraMorena", ahora no puedo recordar su nombre, pero recuerdo que era de ovalle. No recuerdo mucho de esos días, pero nos explicaron el nombre de cada lugar y las salas a las cuales debíamos movernos. No vi a nadie que hubiera visto antes y era un jodido alivio saber que no tenía la obligación de relacionarme con nadie a menos que yo quisiera. Acabé haciendo amistad por cercanía, terminé siendo amiga de los peores sacos de weas que he conocido en mi vida adulta. Al primer estúpido lo dejé copiarme en una prueba de introducción al cálculo y me condené; aprendí pésimas mañas y comencé a desear saber beber para disfrutar lo que se supone disfruta la gente de esa edad. Lo dejé copiarme porque me hacía recordar a mis amigos repitentes del colegio, pensé que sería igual a esos tiempos; no, estos copiones no tenían corazón. Me enteré de mucho que no quería saber (y que supe) porque preferí guardar silencio y escucharlos antes que contar de dónde venía; en ese entonces no sirvió de mucho ocultar en dónde había nacido, pero años después -ocultarlo- me sirvió para ganar muchas peleas con gente que creía ser guay. Yo ponía los 100 que completaban los 1100 que costaba una chela barata en el duna, porque yo era la única que manejaba calderilla. 100 y 100, 1000 y 1000, pasaron a ser 10000 gastados en vómitos. Si esa gente se hubiera convertido en algo importante, recordaría algún gesto y no lo recuerdo. Me acuerdo de vagar por la ciudad por la madrugada, comiendo cornetos o helados caros para una universitaria; recuerdo a una muchacha borracha consolada por un muchacho medio borracho, gritándome que yo era una weona de mierda por comer helado en la madrugada. La SierraMorena se hizo a amiga de la Rubia o al revés, quizás serían amigas de todos modos porque ambas eran de ovalle. Yo vivía cerca y me comencé a acercar porque me gustaba la Rubia y, weno, yo no tenía habilidades sociales como para saltarme la amistad, por lo tanto aproveché la amistad para estar cerca sin levantar sospechas... tampoco tuve valor y jamás pude reunirlo. La vez que estuve más cerca, me permitió bajar el cierre de su camisa de noche y juguetear con que vería su sostén talla grande; no pude ni bajárselo ni mirar. La odié cuando se fue y la odiaré siempre. Decidí largarme de agronomía porque fui infeliz ahí, porque ya había agotado todas las posibilidades y mi destino era el fracaso, no salir jamás, no avanzar jamás, no llegar a ningún lado. En esos años, además de sentirme innecesaria, me sentí estúpida al no poder retener mucho de cada clase a la cual asistía; inconscientemente me comporté como alguien con suerte porque odiaba con toda mi alma ser el centro de las tardes de estudio (si me fue bien en algún momento era porque en el colegio me pasaron las weás que, para algunos, eran nuevas) y me ofrecían comida o dulces para que les explicara la materia, pero me hacía la estúpida con suerte para que no volvieran a invitarme; tampoco hubiera sabido usar eso para mi propio beneficio, después me pasaría la cuenta, después alguien se fijaría en que yo estaba empastillada y no soportaba las mesas téclub de estudiantes y fotocopias y mierda y notas y horarios y casino atestado de universitarios (me da asco entrar en los edificios de la universidad, lo evito en tanto puedo y me trago el asco cuando debo ir por compromiso). 

Cuando decidí irme, desaparecer, no le dije a nadie y nadie me preguntó; me sentí aliviada. Pasé medio año mintiéndome en otra carrera, diciéndome "esta sí, esto es lo que quieres"; nah, paparruchas. Conocí a dos demonios mientras estaba ahí y estuve bailando con ellos harto tiempo, no quiero escribir más sobre eso. A pesar de asistir a la misma universidad y usar las mismas dependencias, jamás me volví a encontrar con ese piño agrónomo que conocí alguna vez; los que quedaban ya estaban estudiando en ovalle: alivio, jodido alivio. No te equivoques, yo sí conocí gente valiosa, pero no logré que fueran cercanos; los cercanos, los que consideraba amigos, eran un puñado de weones (¡wenos pal show!). No, no tuve amigos. No, no tuve amores. No, no quiero volver a ver a ninguno, jamás.         

5 de julio de 2020

Texto problemático, tema problemático, correspondencia temporal

Escribí algo que me trajo atención no deseada después del verano, "un texto problemático" por referirme a eso de alguna forma.

Hay un montón de temas que son difíciles de tratar en un texto, piensa en algunos y luego piensa en la razón por la cual te provocan molestia. Yo puedo pensar en hartos en este rato, es mi gusto y me  conozco; no es que me pusiera a enumerarlos y los tenga anotados, sino que me los he topado en lecturas y recuerdo lo que sentí al oír de aquellos temas, recuerdo siempre que algunas cosas me provocan un poco de malestar y otros me provocan vergüenza. No se trata de qué tan bien o mal esté tratado el tema en cuestión, sino con que hay algunas cosas que simplemente me apesta leer en textos y me desagradan más cuando los oigo.  

Podrías intentar enfocar un poco tu atención y comenzar a pensar en esos temas incómodos ¿has intentado alguna vez escribir de eso que NO te agrada? ¿has escrito de algún tema que te disguste? Pongo de ejemplo algo muy conocido: a Virginia Woolf le apestaba la alta sociedad inglesa de su tiempo y, a pesar de provenir de familia rica, ella fue capaz de escribir "La Señora Dalloway", en donde hace una exquisita crítica a lo que odiaba de esa clase (su clase), contraponiendo detalles sublimes de la existencia de los protagonistas y dos personajes que es difícil hacer encajar en una trama, todo bien pensado y relatado. 

Ahora hay algo más: un ejercicio distinto. ¿Qué es exactamente lo que te incomoda? ¿qué te produce desagrado e incomodidad? Aquí existe un problema importante. Pongo otro ejemplo: si ves a una mujer luciendo un embarazo avanzado y, pasado un tiempo, no hay barriga o hijo, pero sí un libro hablando de aquello ¿acaso pasarías por alto la relación? ¿acaso no te incomodaría de alguna manera? Puede que el tema no te provoque mucho o que tengas todo claro al respecto, pero no deja de ser incómodo enfrentarse a algo así. 

Hay varias escenas del verano que puedo recrear fácilmente si cierro los ojos: el problema es que están coloreadas, en alta resolución, con sonidos, olores y duelen. Recuerdos que estarán por siempre ligados a ese texto problemático. 

Hace harto rato que escribo y desde hace mucho, cuando escribo, estoy pensando en publicarlo (ya sea en un plaquette o en mi otro blog), sacarlo a la luz de alguna manera -aunque sea de un modo burdo-. Me pasó que con este texto, en particular, pensé todo el tiempo en "sacarlo" y lo presenté durante el verano, pero apenas terminé con eso, ya no quise volver a pensar en reproducirlo. Pienso que el texto en sí no provocó el malestar: al final yo pensaba publicarlo de algún modo (aunque no estaba pensando en algo breve, por lo tanto me llevaría tiempo terminarlo). Los efectos que produjo son los que me incomodan porque obtuve un tipo de atención que me hace sentir vigilada y había logrado, con éxito, desviar ese tipo de atención de mí durante décadas. No se trata del tema, se trata de la correspondencia entre el personaje y la persona, esta vez coincidí con el personaje, justo en medio del corazón por dos razones distintas y fue por descuido, fui muy negligente al presentar ese texto. El texto produjo un efecto que no deseaba, generó atención, alerta, preguntas y vigilancia.

[Dolor]

Hay algunas señales en el modo de hablar de las personas que me aceleran el corazón, hay algunas peticiones que me hacen pensar en salir corriendo, hay algunos signos en el rostro de las personas que no me agrada ver cuando hablan conmigo: lástima y preocupación, mezcladas, contenidas en vistazos fugaces, desanudándose a medida que son expuestas en palabras y preguntas. 

Ya es un tema frecuente que un trío jocoso de mujeres (unas amigas que quiero harto) comenten que mi rostro se parece al rostro de tal o cual escritora, siento vergüenza cuando las escucho hablar de eso y comentarlo frente a mí, mientras buscan fotos en google e intentan hacer memoria del nombre exacto o del enlace en facebook en que vieron la imagen: me concentro en el té, café, completo o papas fritas que tengo a mi alcance e intento evitar que mi rostro se ruborice pensando en la comida o en la bebida o prendiendo un cigarro y pensando en cualquier cosa. No es algo que quiera escuchar, pero consigue ser interesante por la insistencia y lo graciosa que resulta la escena: yo metiendo comida a mi boca o un cigarro o un sorbo de café mientras ellas se pasan la pelota, yo diciendo "no, no me parezco" con los dientes empastados en grasa, cafeína o nicotina, intentando imitar lo más posible a alguien con pocos modales. Me hace gracia, es grato pasar rato con ellas, me provocan sonrisas; sin embargo, no puedo dejar de sentir vergüenza. 

Poco después de volver a mi cuerpo, después de recuperar un poco la compostura, un día o dos después de la presentación y sintiendo reaflorar el vigor que se necesita para estar dentro de la feria del libro, me piden ese texto. Lo único que pude leer con claridad en el rostro del solicitante fue preocupación. ¡Demonios! ¡maldita sea! los pensamientos se me van de inmediato a la idea de "atención innecesaria", antes de entrar en pánico elaboro una rápida respuesta verosímil y que, a la vez, deje el asunto zanjado (por el momento). Me repito: no entres en pánico, no te desvanezcas acá porque llamarías la atención y no quieres atención, no quieres que la preocupación se incremente. Decido dejar pasar un día, cumplo con la petición discretamente, advierto que ese impreso es la única copia y que debe ser devuelto a la brevedad; músculos apretados, manos magulladas y dolor. El impreso vuelve a mis manos y siento un poco de alivio. Pasan semanas quizás, pasan ¿semanas? Estoy en casa de una de las mujeres del trío jocoso, la dirección de la conversación no parece desviarse demasiado de la rutina, me parece recordar que bebo té o estoy frente a un plato con torta (o algo dulce, probablemente); la conversación se va al tema de las imágenes y los rostros similares, las búsquedas en google y los posteos en facebook, termino de pie al lado de ella y, como la conversación era un tema habitual, pues la sigo sin reparos; sin embargo, me olvido de ocultar mi vergüenza aunque la siento; estamos solas en la cocina de su casa. Se menciona a Virginia Woolf y su muerte, sigo el hilo diciendo "se suicidó". No había puesto la suficiente atención, pues la mención de similitudes físicas hace que me avergüence indefectiblemente, estaba mirando a otro lado mientras un tema llevaba al otro y termino ocultando, instintivamente, mis manos en los bolsillos de la chaqueta. No entres en pánico, por favor, por favor, por favor; no hagas muecas, no llores, no llores, no te desesperes, no cambies de expresión, no dejes que te mire a los ojos, evítalo cueste lo que cueste. Ella busca mi mano izquierda dentro del bolsillo y entrelaza sus dedos con los míos, sentía perfectamente los contornos por la diferencia de temperatura; tenía las manos tan frías que usando el tacto no me habría permitido imaginar una imagen tan clara. Sin poder advertirlo, nuevamente había provocado que alguien sintiera la necesidad de crear sobre mí eso que llamo "atención innecesaria". 

Mientras pensaba en responder a la primera petición, pensé que el problema estaba en el cuestionamiento del género y los roles (texto, personaje, presentación, puesta en escena, vestimenta, etc.) y estaba en vías de formular una respuesta apropiada -ya tenía una respuesta, pero debía ser actualizada porque la había pensado meses atrás, a propósito de otro incidente en que casi fui cuestionada por mi familia-; asumiendo que ese era el asunto, me sentí más tranquila, de todos modos era algo con lo que podía lidiar. Para mi infortunio no era eso, era algo de lo que me cuesta un montón hablar abiertamente; no del tema en sí, sino tratarlo en primera persona, relatarlo como propio, ponerlo en palabras que no produzcan atención innecesaria sobre mí y las actividades que realizo en privado. 


La "atención innecesaria" fue consecuencia del daño que me hice durante la presentación, el tema del texto fue ignorado completamente. 

A estas alturas de todo (ya pasé los treinta), quisiera pensar que ya nadie me preguntará algo que yo misma no quiera hablar: ya pasó el tiempo en que yo parloteaba sobre esto o aquello porque no tenía otro modo de sanarme, ya pasó el tiempo que solía soltar la lengua con un par de tintos o cuando sentía que, por agradecimiento, debía soltar algo íntimo porque no tenía con qué más pagar esa amabilidad. En algún punto me volví más reservada y tosca, dejó de ser importante hablar de lo que me acompleja (en cambio, lo escribo), dejó de ser fundamental comunicarme abriendo mi corazón porque odio que la gente sienta lástima por mí o se preocupe o me ponga demasiada atención. Hubo momentos en que deseé no haber presentado ese texto, pero está en mis manos y, de algún modo, lo amo. ¿Qué pasó ahí? este dibujo dice más de lo que yo puedo contarte al respecto (hasta para eso soy inútil).

*Si llegaste hasta acá, click sobre "dibujo" y ojalá puedan seguir la cuenta de la amiga que me dibujó, se los agradezco: @rapazzza

3 de julio de 2020

Enfermedad II

Esa primera vez de una infección en mi rostro (Enfermedad I) coincidió con que me quedé trabajando sola en un proyecto que había estado compartiendo de cerca con alguien más. No pude pensar bien en las consecuencias de verme obligada a trabajar sola, no podía pensar en más que cumplir con los compromisos que había adquirido meses atrás. No creo ser muy diligente ni responsable, evito constantemente sentir que tengo responsabilidades; más que nada porque me cuesta cumplir al ritmo que otros demandan, también me disgusta subordinarme a gente en la cual no confío. En esos días -en los últimos días de la feria- me quedé sola en el proyecto, pero me permití el tiempo para pensar en las consecuencias cuando terminó el verano, después de dormir harto, después de comprar cosas que me faltaban, después de guardar todos los vestidos que usé durante el verano. No recuerdo bien por dónde comencé a separar las cosas, quizás las cuentas de los blogs que administraba o las rrss, quizás los mails; me deshice de todo vínculo virtual con esos proyectos conjuntos. Desde ahí la enfermedad que no conocía. Luego aparecería una y otra vez, una y otra vez, dos años y tanto de infecciones que aparecían en mi rostro.

La segunda fue una intempestiva hinchazón en la nariz, algo pequeño y molesto que parecía alojarse dentro, en el tabique (justo debajo de la línea que marca mis décadas alzando la punta de mi nariz siendo alzada por mi dedo corazón), justo en medio y, por consiguiente, provocando dolor en medio del rostro. En el día no sentí mucho más que malestar, quizás un poco de enrojecimiento; al otro día, en que tuve que dar cara a mi familia porque no podía continuar ocultándome bajo las sábanas (literal), tenía la parte superior del rostro tan hinchada que apenas podía abrir los ojos. Así, tal cual, como si me hubiera golpeado un boxeador; claro, sin moretón, sólo enrojecimiento, dolor terrible e hinchazón tan evidente que mi rostro se deformó hasta el punto en que me costaba reconocerme en el espejo y apenas me podía ver (por lo hinchados que tenía los párpados). Me llevaron "de un ala" a ver qué porras tenía, otra infección que había encontrado espacio para crecer en mi rostro, justo en el tabique de la nariz. Otro cóctel de pastillas que apenas podía tragar sin hacer arcadas. Me lo tomé como algo "conocido" y mantuve la calma, después de varios días la infección saldría por algún agujero y así fue. Mientras veía monitos en la tele, apretaba mi nariz por el lado izquierdo y manaba pus desde el agujero derecho, hermoso; no me vi obligada a ser impaciente porque me era imposible hurgar dentro de mi nariz buscando un poro a través del cual pudiera sacar, a punta de agujas, la infección, sólo apretaba un poco del lado izquierdo y se escurría pus y sangre del lado derecho ¡una maravilla! Sacar un pañuelito, ponerlo a un lado casi dentro del agujero y apretar del otro lado, quizás pude llenar un vasito con toda esa mierda que salía desde ve tú a saber dónde; me parecía absurdo que mi carne pudiera contener una cantidad inmensa de una mezcla verdeamarilla de células muertas y licuadas. Por ser una fumadora agresiva (por usar un término que no me deje como una adicta patética), he ido perdiendo al sensibilidad en el olfato y es algo que espero perder completamente en un par de años; a pesar de aquello, sentí, o más bien, olí la infección y no fue desagradable, sólo era tener un olor distinto dentro de la nariz, saliendo sin poder detenerse y diciéndome que podía disfrutar de aquello, pues era un signo de que pronto estaría sana y que ya no tendría que tragar un puñado de pastillas gigantes. Como entró, se fue; como llegó, desapareció. Creo que duró una semana y algo, puedo que un poco más. 
Desde ahí, dado que ya conocía todo el procedimiento y odio a los médicos, pasé a enfrentar las siguiente enfermedades con atención especial: todo signo de que pudiera infectarse mi rostro, era tratado con extrema precaución. Así pasó cosa de un año, hasta algunos abscesos después, hasta que mi rostro dejó de producir mierda que era capaz de destrozar mi paciencia. 

1 de julio de 2020

Problemas con la herencia

Mi historia familiar es complicada, como la de todos los que somos de acá; nacimos en el continente de los huachos, la cultura de generación espontánea y la familia disfuncional.
Cuando era niña, la primera noción que tuve de “apellido” –y su significado– provino de mi propia familia, creo que en mi época de jardín infantil y primeros años de colegio. Dos cosillas que me explicaron: la razón por la cual mi padre tiene sólo un apellido y la razón por la cual nosotros (yo y mis hermanos) tenemos apellidos “Ahumada Seura” y mi madrecita tiene “Seura Ahumada”. No me detendré mucho acá, creo que son evidentes las razones; sin embargo, es interesante decir que mi madre escogió explicarme los apellidos que llevamos apelando a un eufemismo que me pareció particular, incluso me hizo sentir especial en ese momento, ella me contó algo similar a esto: “cuando los reyes se casaban, lo hacían con parientes y los hijos tenían sangre azul”, claro, no es sangre azul literalmente (me lo tuvo que explicar también); en fin, yo tenía una característica especial que, asumí, nadie más tenía. Ya muchos años después, mientras aún cursaba básica, volvió el recuerdo de la “sangre azul” y también otra implicancia que no era tan especial, tampoco algo poco común: la endogamia y las consecuencias genéticas que provoca. Quizás no fue completamente así –no lo recuerdo bien–, pero creo que caracterizaron a esos descendientes de matrimonios entre parientes como gente loca (padecimientos psiquiátricos), enferma (padecimientos físicos) y fea (aspecto  desagradable).  

Con respecto al nacimiento de mi hermana, hermano y mío: mi madre siempre cuenta que conmigo le daba miedo tocarme porque era muy pequeña y delgadita, que mi padre me miró completa para ver si no tenía un dedito de más y que la enfermera sospechaba que tenía ojos de color –en ese momento, al parecer, se veían grises–; con mi hermano lo mismo, sospechas de que tenía los ojos de color, una inspección completa en cada dedito; con mi hermana lo mismo y no tenía los ojos de color, tampoco “cola de chancho” (ésta se volvió una broma común de sobremesa). Cuando nació mi hermana –nos llevamos por nueve años– ya tenía nociones de por qué esa conversación era importante y por qué se repetía mucho, por qué era casi una tradición familiar importante revisar a la guagua de días para saber si tenía un dedito de más: mucho después supe que mucha gente lo hace, pero en mis padres era por miedo fundado, porque los de “sangre azul” pueden nacer con “cola de chancho”.


Alrededor del 2006, a mi madrecita le dio por rastrear la historia familiar y me provocó un profundo rechazo la sola idea de “conocer la historia familiar”. La idea era comenzar a preguntar a los parientes de qué se acordaban y reconstruir con los datos que pudiera recopilar. Cuando mi madrecita comenzó con eso, yo sabía demasiadas cosas sobre la familia (cercana y lejana) porque jamás me perdí un cumpleaños, babyshower, tecito, celebración o inauguración; como era la más grande de los menores (en edad) de la familia, siempre acababa en la sobremesa tomando té y comiendo dulces mientras los adultos sacaban los trapitos familiares al sol. Mientras más atrás vas en el tiempo, peores son las historias; decidí, desde un primer momento, que no deseaba colaborar con mi madrecita y que no quería enterarme de nada, con lo que yo sabía era suficiente. Cuando a mi madrecita le comenzó a parecer interesante hablar de eso en la mesa durante el almuerzo, tuve que decirle que dejara de joder con el tema de modo tan insistente porque me tenía chata: mamá, no me interesa saber nada de la familia, en serio que no quiero saber nada más, no me interesa saber de dónde venimos, si fuimos de otro lugar o algo, vas a encontrar algo feo y no te va a gustar, basta con lo que sabes. En ese entonces mi papá pensaba lo mismo que yo, mi hermano estaba con mi madre –creo que alcanzaron a rastrear un par de décadas atrás, pero no volví a escuchar de eso y me alegra–. Años después me tocó, en pleno boom de la ancestralidad, volver a ser cuestionada por mi desinterés al respecto. Creo que es necesario aclarar acá el uso del término boom de ancestralidad: no estoy usando este término de modo despectivo, sino para referirme –de un modo amplio y sencillo– al sorpresivo aumento en el número de personas (cercanas a mí) que comenzó a buscar sus raíces y mucho más si existía la posibilidad de que fueran de ascendencia indígena, además del repentino interés en la cultura, expresión, celebraciones, rituales y vestigios arqueológicos (¿esto es consecuencia del redescubrimiento de El Olivar?), etc. ¿Es importante buscar las raíces? ¿es necesario encontrar las raíces? A la primera pregunta, pues sí, aunque para mí sólo es válido si lo haces porque tú lo deseas, sin esperar que al enterarte te conviertas (transformes) en alguien distinto; todos tenemos una historia que está fundamentalmente forjada por uno mismo y por quienes conociste en vida (las personas con las cuales te relacionaste, la familia con la cual te criaste). A la segunda pregunta, pues para mí no; personalmente no creo que sea necesario saber de dónde vienes (tan atrás en el tiempo), ya que eso no determina quién eres hoy y quién serás en el futuro, es más, centenares de años ignorando “de dónde provenimos” se traduce en que aunque sepas que tu familia es descendiente de indígenas ¿qué parte de lo que eran es la que estás asimilando? ¿cuánto sabemos de ellos? ¿cuáles recetas aprendimos? ¿qué tradición oral heredamos? Prácticamente tenemos un vacío cultural importante, una historia fragmentada y convertida en añicos. Ese vacío, para mí, no es importante: por lo mismo no deseo saber más allá de lo que sé, por lo mismo no indagaré más allá de la historia de mis abuelos, por lo mismo no mentiré diciendo que me interesa o que quisiera saber; no, no me interesa. Cuando me increparon por mi desinterés, pues me molesté y tampoco me pudieron explicar por qué era tan importante desear saber, me retaron y se enojaron conmigo, como si eso fuera fundamental y necesario para vivir, como si fuera un grave error no desear averiguarlo. La gran pregunta es ¿por qué merece una afrenta el que no quieras saber sobre tu origen? Del mismo modo en que hay personas a las cuales les gusta (o gustaría) saberlo, hay otras tantas a las cuales no les interesa y ya está; nada cambiará en ti o en mí, al final somos hijos huachos de la familia sudaca disfuncional. 

De algún modo -que odio- me doy cuenta de que, a lo largo de la vida, las personas buscan una identidad: lo que recuerdo con más aversión es mi negación absoluta a ser parte de algún grupo en mi adolescencia (ahora imagine mis desdichados tercero y cuarto medio). Estuve huyendo durante años, huyendo apenas leía "los adolescentes hacen esto o esto otro", "entre x y x edad se espera esto", "se debe observar x conducta"; me negué a vivir según lo que decían los libros, me negué a vivir lo que se debía a la edad esperada, me negué a someterme a los temas que a mis compañeros les gustaban, me negué a intentar encontrar el amor (el soso primer amor del cual hablaba cada chica del colegio), me negué a hacer amistades duraderas, me negué a que la amistad me alejara de los libros, me negué a participar de toda estupidez escolar que requiriera mi presencia (aunque no siempre tuve éxito). Me aburría tener que escuchar del pololeo o de las revistas seventeen que leían mis amigas (especialmente cuando no podían decir "masturbación" sin sonrojarse; me parecía que se hacían las adultas, pero aún sentían el peso del tabú del sexo y me parecía estúpido escucharlas fingir). Si bien me negué a simpatizar o ser parte de todo grupo, lo que viví a cambio (en la marginalidad de quien capea clases en la biblioteca del colegio) no podría calificarlo como algo completamente "bueno"; hablando con propiedad, fueron experiencias neutrales de aprendizaje escritas por autores muertos, comúnmente en libros publicados alrededor de los sesenta, llenos de polvo e imágenes de cuerpos distintos a los que me sería posible conocer post dos mil; a cambio, me di el tiempo, me permití crecer a mi ritmo y no me vi empujada a nada que no quisiera (por supuesto que no sentía "presión social" si no era parte de esa "sociedad"); eso fue una fortuna que agradezco. No necesité el grupo (ni del colegio, ni después) y no entiendo por qué es importante aquello de la identidad, jamás lo viví y ahora no lo entiendo; quizás eso explique los motivos de mi total desinterés y quizás ese sea el motivo de que este sujeto me increpara. ¿Estoy hablando ahora de herencia o de identidad?        

Hace algunos años murió el último abuelo que me quedaba, alcancé a conocer a dos. Una me visitó desde el momento del nacimiento y hasta viví con ella un año y tanto, se quebró la cadera, terminó postrada y murió algunos años después. Al otro no lo conozco y no llevo su apellido, hay una foto de él en un libro y no sé mucho más. La otra murió sorpresivamente un mes antes de que yo naciera, me dejó unos aritos de oro en forma de medialuna, no le dijeron a mi mamá que había muerto porque no querían que le pasara algo a su primera guagüita. Al otro lo visitábamos en La Serena año por medio durante la vacaciones de verano, era muy bueno para el dibujo, hacía magia, era medio inventor y pasó muchos años aquejado de alzheimer, se olvidó de todo, pasó sus últimos años postrado y finalmente murió. Entenderás que por el tipo de descripción que leíste arriba, yo no tenía mucha cercanía emocional con esas personas –a dos no las conocí–, tengo buenos recuerdos de los que conocí y los atesoro, pero no fueron personas con las cuales tuve una relación de afecto o lo suficientemente larga como para generar lazos de amor. Ya adulta, escuchando historias de amigxs, me di cuenta de que la relación abuelx-nietx es (o fue) muy importante para ellxs; algunos fueron criados por abuelas, algunos otros cuidaron de alguno que enfermó y otros los quieren mucho. No me pasó y no hay mucho que hacer al respecto, creo; esto lo hablé en algún momento con alguien y se espantó: ¿cómo es posible que hables así de ellos? Yo me preguntaba ¿por qué no? ¿acaso tengo que inventarme una relación de amor? ¿acaso tengo que mentir o inventarme algo? ¿por qué tanto espanto? es cierto, te lo estoy contando tal cual lo siento; es cierto, no puedo decirte que mi relación con ellos fue de amor; es cierto, no tengo problemas con aceptar la muerte como algo natural y esperado; es cierto, no me interesa hablar con amor de los muertos (ni de esos muertos, ni de los que morirán).  

La familia a la cual pertenezco es pequeña: papá, mamá, hermano y hermana. Me interesan ellos, su salud, bienestar y su historia, nada más. Con nosotros se acaban los “Ahumada Seura” porque ninguno de nosotros quiere continuar con esto.