Antes de leer alguna entrada de "Cierto personaje acusado de alta traición":

14 de julio de 2020

Bella y atolondrada - Aventuras antofagastinas [Parte I]

Aún no tengo claro si fue culpa del lugar o era porque sentía más confianza en mí, quizás porque iba acompañada o porque era un lugar en dónde nada podía pasar “a más”. Antofagasta, el paraíso de las teiboleras. Antofagasta y su imposible Feria del Libro Independiente. Antofagasta y su extraña forma de invitarme, devolverme y volver a invitarme. 

*** 

Lo único que puedo decir es que esa chica, de una u otra forma, llamaba la atención. Al principio no la noté realmente, yo estuve uno o dos días tan ensimismada en mis labores y en no fallar y en levantarme temprano y llegar a la hora, que sencillamente jamás noté a alguien y tampoco ahora puedo recordar los rostros de esas personas que estaban ahí conmigo, en los mesones de los lados, de lado a lado de la plaza, ocupando 35 espacios designados –pero sin límites claros–. Me tocó quedarme en la habitación con mi compañero de feria y otros dos delgados y simpáticos chicos de Arica; es probable que esa habitación ocupara algún espacio –también minúsculo– en el tercer piso del lugar o en el piso tres y medio, ya que todo estaba desnivelado y había pequeños trechos de escaleras entre los trechos más largo de escaleras que conectaban un piso y otro. La habitación era pequeña y a duras penas cabían dos camarotes, un espacio estrecho que separaba las camas entre ellas y otro espacio estrecho para llegar a la puerta y la ventana que nos separaban del pasillo –igualmente estrecho– que conectaba todo, por un lado con una escalera y, por el otro, con un baño minúsculo. Al frente y subiendo un poco, podrías ver un par de habitaciones guachas por ahí y el acceso al cuarto (o cuarto y medio piso) que sólo era piso, con objetos rotos regados por azar; sin baranda (no era un balcón), sin sillas (no era un sitio para estar), sin resguardos (no era un sitio seguro); puedo mencionar la vista y no porque fuera hermosa o se viera algo realmente (tenías vista a varios cerros), sino porque estabas en el punto más alto del lugar y el clima era tan cálido que no tuve que bajar para buscar una chaqueta o una manta para abrigarme. Es costumbre buscar recovecos para fumar, porque no puedes hacerlo con tanto huésped dando vueltas; incomoda cuando te encuentras con alguno porque siempre tienen algo que decir (“¿me das?” “¿tienes un cigarro?” “¿tienes fuego?” “no fume” “no se puede fumar aquí” “fumar hace mal”) y nah, pues siempre quiero fumar en paz. Conocí el techo del lugar antes de buscar un baño y estuve harto tiempo ahí fumando para no incomodar a los demás. Me acostaba temprano y me levantaba aún más temprano para ducharme sin que alguien más tuviera que esperar en la puerta, durante esa feria me fumaba un cigarro en el techo y después iba a beber té y escribir postales en la cocina del lugar, llenaba un termo con té, luego caminaba lentamente a la feria y, media hora antes de que abriera, me quedaba esperando a que todo comenzara a funcionar; el código incluía puntualidad impecable y 30 minutos que separaran nuestra llegada de la llegada del resto. Algo más: no se suponía que estuviéramos ahí, fue suerte y consideración de parte de otro proyecto editorial que no pudo responder a la invitación y acabamos viajando nosotros; sin dinero, sin conocer, sin saber mucho de ferias fuera de la ciudad y sin mucho material del que pudiéramos enorgullecernos. Así llegamos, pelaos y con las lucas justas para que yo comprara cigarros (todos los que requiriera); olvidé llevar pijama, pero tenía cigarros; olvidé llevar una toalla, pero tenía cigarros; no teníamos para comer todos los días, pero tuvimos suerte. Entre todo, agradezco que los chicos de Arica no fueran unos weones escandalosos e híper interesados en embriagarse porque cada feria es el fin del mundo y cada uno bebe su peso en licor para sentirse vivos y alegres y saber que no sólo fueron a vender libros a la mierda del país con expectativas tan bajas que ni siquiera les daba para actuar como si les interesara realmente. Yo puedo dormir si tengo sueño, caigo donde sea y duermo bien, no me interesa que se esté desmoronando algo afuera; sin embargo, ese día me despertaron los gritos de la misma mujer a las 1:00, 2:00, 3:00, 4:00, 5:00 y 6:00 de la mañana; revisé mi celular cada vez para saber exactamente la hora en que me habían despertado. La última, a las 6:00 am, me levanté iracunda y dije en voz alta: ¡voy a pegarle a la zorra! Me bajé apenas del camarote y salí de la habitación, no me costó mucho saber de dónde venían los gritos. La mujer esa parada en el piso cuatro, gritando como si le estuvieran retorciendo los intestinos y hablando incoherencias a destajo. Yo enojada y envalentonada porque ¡maldita sea! despertarse seis veces por los gritos de una mujer borracha, mantener la calma, levantarse bien, ducharse en paz, caminar a la feria para estar media hora antes y mantenerse bien durante el día, es imposible. Comencé a hablarle desde el pasillo, justo afuera de la habitación en que se suponía “descansé” el día anterior. Le dije muchas cosas, en voz grave y golpeada, ligeramente masculina y encadenando todo lo que se me ocurrió con la rabia y el cansancio haciendo que me temblara la mano derecha. Ella se fue a su habitación (supongo) y gritó un par más de tonteras, yo no iba a volver a dormir y esperé fumando a que se hiciera la hora de ducharme. Ella volvió a salir de la habitación y caminó tambaleándose hasta mí ¡y me pidió un cigarro! Qué ganas, maldita zorra, de torcerte el cuello
–pensé–. Volví a decirle unas cuántas y le negué el cigarro. Ahí regadas, también estaban algunas otras personas que también habían bebido toda la jodida noche, pero estaban tan callados que parecían estar muertos; nadie defendió a la mujer y tampoco me dirigieron la palabra. Me duché, bebí un té, llené mi termo, bajé a la feria, llegué tipín 9:00 y abrimos tipín 9:30; durante la mañana, soportar ese cansancio resultó terriblemente agotador. Después de las 13:00 esta mujer llegó deslumbrante, vestido holgado y pelo rubio cuidadosamente colocado alrededor de un cintillo de flores de plástico (muy de moda en ese entonces), sin ojeras, dientes blanquitos, sonrisa de comercial, actitud de quinceañera, recién bañadita y brillaba la weona. Almorzó con los organizadores –nosotros compartimos el plato de comida que pudimos comprar o que, quizás, nos dieron–. Ella se paseó olímpicamente por toda la plaza dejando sus libros en la mesa y nosotros nos caíamos de sueño mientras atendíamos gente que nos encontraba “oscuros” (que, a todo esto, tampoco nos compraba los libros). La odié con todas las fibras de maldad que pude hallar dentro de mi corazón. No dije más porque ¿para qué? ¿qué conseguiría yo aparte de cansancio? 
Unos días después y esta chica en todo su esplendor se me acerca y casi que me dice: “ey, no me acuerdo de medio palote, pero me dijeron que te había insultado un día y no me acuerdo, pero me obligaron a disculparme”. Ay, maldita sea. Me alejé del módulo, pero me mantuve al frente de ellos –de tal modo que todos podían vernos, pero quizás les costara un poco oírnos–, por mucho que intentaba hablarle tomando distancia (me apesta que me hablen de cerca o que se acerquen demasiado a mí) ella se acercaba a mí y era extraño porque la miraba un poco “hacia abajo” –ahí me di cuenta que era muy bajita o delgada, quizás muy joven y no pasaba los 20–. Le repetí todo lo que le dije antes, pero ahora me escuchaba y se acordaría más que unas horas; le repetí que no me sentí insultada por ella, pero que no soportaba que saboteara el sueño de otros (no por mí especialmente, pero yo estaba incluida), odiaba a la gente desconsiderada y que arreglara su atao (un trauma, al parecer, con alguna amiga asesinada o suicida… según logré entender con los fragmentos balbuceados que alcancé a escucharle mientras yo fumaba y presenciaba su show, tampoco le pregunté qué onda porque no quería saberlo). 
 Al final de todo, el trato simpático que te regalan es directa consecuencia de tu aspecto; te tratan mejor si te ven mejor, se ríen contigo si te ríes con ellos, se sienten cómodos bebiendo contigo mientras estés bebiendo con ellos. Yo nada, sólo disgusto y cansancio con toda seguridad. Cuando revisé las fotos de la feria, ella salía en casi todas las fotografías y en todas se veía muy bien; yo me vi en una o dos, me veía como una vieja amargada con el pelo chusco. ¿¡Gracias!? ¿Esto pasó en 2014? ¿esto realmente volvería a suceder al año siguiente? 
Yo conté a mis amigos sobre esa mujer y el griterío y todo el show, todo pasó en noviembre. En el verano del año siguiente esos amigos (que saben la historia de mi boca) viajan al norte. Al regreso me dicen: “vimos a tu amiga”. Yo los miro extrañada ¿qué amiga? –les pregunto–. Esa, la rubia que gritaba borracha. ¿Y cómo saben quién o cómo es? –les pregunto, mucho más intrigada–. Salía en las fotos de la feria y es inconfundible, estaba vendiendo weás en la calle, como que se había vuelto hippie… la traumaste –me dijeron–.

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