Antes de leer alguna entrada de "Cierto personaje acusado de alta traición":

20 de julio de 2020

Cicatrices y el cuerpo imperfecto - Parte II


Mi piel es precisamente un reflejo de lo que hago, el hecho de que no tenga problemas con eso no quiere decir que no tenga mis gustos y preferencias a propósito de otrxs; pensando en que no tengo nada perfecto de nacimiento, pero me gustan ciertos detalles "perfectos" en otrxs. En el colegio había una compañera de curso con una manos preciosas, algo que jamás volví a ver en la vida; me imaginaba que ella hacía todo lo que yo no: lavar con cuidado, encremarse antes de salir, no tocar cosas afiladas o ásperas, lavar con cuidado, masajear con crema antes de dormir, dormir con guantes o algo que le protegiera las manos, cortar uñas de buen modo, limar las uñas, encremar, lavar con cuidado. Nah, nada de eso. Ella tenía las manos de su madre y, de seguro, fue ella quien le enseñó a cuidarse las manos. Con los años, dejé de observar manos de gente que estaba cerca de mí -y que me lo permitían- porque se tornó extraño y llegó el punto en que no tenia excusas para responder a estas preguntas: ¿por qué las quieres mirar de cerca? ¿por qué las quieres tocar? De pasar a mirar otras manos, pasé a observar las mías. De grande supe que mis uñas son "cuadradas", como las de mi padre y, posiblemente, las de los dedos pulgares se arqueen hacia afuera cuando yo tenga un par de décadas más. Mi dedos son largos y al extenderlos forman un arco poco pronunciado, característica que mis padres no tienen. Tengo el dedo menique izquierdo más corto que el derecho -gracias a un esguince que no fue tratado a tiempo- y la uña es dos tercios el tamaño normal -en la punta del dedo tengo lo que mi madrecita nombraba como "clavitos", dos durezas en forma de clavo que crecen en el mismo lugar aunque los he arrancado cientos de veces-. La última falange de ambos dedos índice se han arqueado en dirección al dedo medio de la mano correspondiente. Tengo las juntas de las falanges notoriamente abultadas, pero los dedos delgados desde su base hasta las yemas; lo que da un aspecto extraño cuando sólo has visto los dedos de tu madre (gruesos en la base y delgados en la punta) o los de tu padre (dedos anchos desde la base a la punta); no recuerdo haber visto manos idénticas a las mías en forma. Cuando hago labores manuales que requieren fuerza -generalmente encuadernación- o si hago una tarea liviana y persisto horas en ella, las venas del dorso de la mano toman volumen y se intensifica el color azul; también me sucede en el pecho -se notan las venas intenso y verde tornasol- y los pies -que destaca mucho en verano cuando uso zapatos livianos tipo "chinita"-. En ambas manos tengo callos en la palma de la mano -bicicleta- y en el envés de algunos dedos -tareas manuales varias-, a menudo se me desprende la piel de callos y ampollas, casi siempre salen en los mismos lugares así es que esa piel ha sido reemplazada cientos de veces más que en el resto de la mano. Me muerdo las uñas porque me desespera verles el contorno blanco (aunque sea leve), escupo las uñas que he cortado con mis dientes. Las uñas de ambos pulgares son irregulares, jamás he podido dejarlas crecer en paz, tienen hendiduras a lo largo de toda la uña -de lado a lado- y tienen líneas paralelas (de abajo hasta arriba). Un par de veces me he moreteado la palma de la mano: recuerdo haber caído hacia atrás, mientras bailaba y, al poner las manos para amortiguar la caída, acabé con la palma de la mano izquierda morada; la otra vez fue también bailando, aplaudí tan fuerte con Rasputín de Bonnie M que me salió un moretón en la misma mano y en el mismo lugar. No me gusta usar cremas para manos, pues siento que mancho todo de aceite y me molesta pensar en eso; cuando encuaderno mucho menos me cuido las manos, odio las manchas de aceite en el papel. Nunca tengo las manos completamente sanas, siempre hay un corte o una herida, magulladuras, callos. Creo que soy capaz de golpear fuerte con el puño cerrado, sin embargo, jamás lo he intentado con la idea de "dañar" en la mente, solo pensando en disuadir. Me gusta buscar la imagen de mis manos en las fotos de los talleres, porque siempre salen extrañas o tienen un aspecto poco natural, como si intentaran comunicar algo por su cuenta. A pesar de no ser amiga del cuidado y embellecimiento de las manos, aprecio cuando las personas lo hacen porque creo que están demostrando que su cuerpo les importa y lo cuidan. No temo a las heridas, no temo a las lesiones; pero odio cuando la gente me agarra las manos y me dice que, cuando sea vieja, tendré problemas en las articulaciones. Me apesta que la gente que conozco poco me agarre las manos, me da repelús. Una vez me agarraron de la mano y me forzaron a caminar algunas cuadras (íbamos al mismo lugar, pero yo no tenía ninguna relación con el sujeto que me agarró la mano a la fuerza y era desagradable colgar de su voluntad), estuve un rato juntando fuerza y valor, tirando de mi propia mano hacia abajo para librarme del agarre y lo conseguí, pero me dolió un poco hacerlo de modo tan brusco. Me cuesta acariciar a la gente que quiero porque creo que tengo las manos ásperas y me cuesta pensar que ese cariño sea agradable para la otra persona. Jamás me he quebrado hueso alguno, tampoco me he caído lo suficientemente fuerte para que algo en mi cuerpo se rompa; sin embargo, me gustaría saber qué se siente estar "quebrado", es una idea que se presenta con frecuencia mientras estoy despierta. No creo y tampoco me interesa la quiromancia, pero leí sobre eso mientras estuve en el colegio; usé mis manos para intentar hipnotizar a algunos compañeros de curso, tampoco creo en lo que dicen mientras están en trance. Con los años he descubierto que puedo hacer cosas brutas y finas con la misma habilidad, pero soy incapaz de tejer o hacer ganchillo. Cuando escribo con lapiceras me duele la muñeca porque tiendo a cargar mucho la mano, es incómodo y no puedo escribir más que algunas líneas; hace trece años cambié las lapiceras corrientes por otras de punta fina o plumas, ya no me duele la muñeca al escribir y mi letra cambió considerablemente; aunque a mí me gusta mi letra, dos veces me han dicho que mi letra es "endemoniada", eso hirió mi corazón cuando lo oí, pero ahora me provoca risa porque quien herede mis diarios y cartas y borradores tendrá que armarse de paciencia para leerlos y ser capaz de comprender que muchas letras se parecen (la "r" y la "m" son iguales, por ejemplo). Algunas vez, en un bar, me dijeron que mis manos eran "mixtas" -ve tú a saber dónde aprendió eso e interpretó que las mías cabían en la clasificación de mixtas-, me dijo que mis manos podían servir para hacer muchas cosas: sí y no... escribo y encuaderno, puedo hacer ropa a mano y jardinería, pero no puedo hacer manualidades clásicas [risitas]. Me pregunto si alguna vez mis manos le inspiraron la idea de "belleza" a alguien, pero tampoco me atrevería a preguntar; creo que las manos de alguien dicen mucho de la persona, más que el modo en que viste o el modo en que habla. Puedo hacer comida en un tristrás, puedo coser o confeccionar peluches y muñecas, pero he pensado bastante este último tiempo en que las cosas que uno hace son total y completamente inútiles: ¿a dónde van las cosas que uno hace? ¿cuánto tiempo pasan colgadas o guardadas hasta que se desechan (como todo)? ¿qué pasará con esa libreta que me mandaron a hacer hace tres o cuatro años, cuando se le acaben las hojas en blanco?
Mi madrecita un día me dijo que apenas ella muriera, yo vendería todos los cuadros que hay colgados en la casa familiar: paisajes grandes de las cuatro estaciones a punto cruz, nueve flores con la inscripción "Chuquicamata 19XX - 20XX" a punto cruz, una escena de una bodega de vinos en punto cruz, cuadritos con aves y otras chucherías que dejas de recordar porque dejas de ver en algún momento como algo fascinante que tu madre hizo por gusto, para embellecer la casa y que tomara un carácter único por ser ella quien las hizo. Hasta aquello -que dijo mi madre- jamás había pensando en qué haría con las cosas que pertenecen a la familia y que adornan las paredes; no las botaría, tampoco las vendería, tampoco podría guardarlas o sacarlas de ahí ¿para qué? y cuando llegas a esa pregunta podrías decidir todo lo contrario (botar, vender, guardar u ocultarlas) y la pregunta final sería la misma ¿para qué? Me pregunto constantemente por la utilidad de las cosas que hacemos y por qué razón las hacemos. Me imagino a un médico que ya ha salvado a muchos pacientes y que no se pregunta si su labor ha servido para algo, en ese caso en lo que piensa es en la utilidad de lo que hace, el servicio que presta a las personas y las vidas que ha salvado o mejorado; yo no puedo dejar el pensamiento de lo que hago con las manos es inútil, pienso que será desechado y que algún día dejará de representar algo valioso o bonito o útil. ¿Para qué hacer estas cosas? ¿para qué hacer cientos de libretas que quizás venda, pero que quedarán ahí llenándose de polvo o serán tiradas a la basura algún día? Cuando veo lo que vendo, expuesto en esas mesas con manteles de colores, a veces siento pena porque es absurdo lo que hago, no tiene valor alguno, no ayuda a alguien, provoca nada, no se convierte en algo mejor o es valorado como algo esencial. Hasta acá te parecerá preocupante que empujara tantos años la idea de escribir y encuadernar, la idea de hacer libros o de persistir en participar en eventos que quizás son tanto o más absurdos que mis propias labores; año tras año en la misma condición de estorbo, en la misma posición de subordinada "a lo que sea", en la mismo lugar pensando en que lo hecho es inútil y lo que haré seguirá siendo inútil. Siento que este tiempo tan retorcido es el que intensifica esos pensamientos catastróficos, los aumenta y los deforma hasta que no tienes control alguno de lo que debe ser preocupante y de lo que debe ser un instante de desdicha apropiado, esa duda que debiera durar un segundo y nada más. ¿Lo que haces ahora es útil? ¿lo que haces merece el esfuerzo? ¿qué estás haciendo ahora mismo? 
Espero que despiertes en un lugar cómodo y seguro, después de dormir lo que tu cuerpo necesite, levantarte y comer algo que te guste, beber algo sin apuro y con la seguridad de que esa mañana eres un ser que se siente útil.       

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