Antes de leer alguna entrada de "Cierto personaje acusado de alta traición":

1 de julio de 2020

Problemas con la herencia

Mi historia familiar es complicada, como la de todos los que somos de acá; nacimos en el continente de los huachos, la cultura de generación espontánea y la familia disfuncional.
Cuando era niña, la primera noción que tuve de “apellido” –y su significado– provino de mi propia familia, creo que en mi época de jardín infantil y primeros años de colegio. Dos cosillas que me explicaron: la razón por la cual mi padre tiene sólo un apellido y la razón por la cual nosotros (yo y mis hermanos) tenemos apellidos “Ahumada Seura” y mi madrecita tiene “Seura Ahumada”. No me detendré mucho acá, creo que son evidentes las razones; sin embargo, es interesante decir que mi madre escogió explicarme los apellidos que llevamos apelando a un eufemismo que me pareció particular, incluso me hizo sentir especial en ese momento, ella me contó algo similar a esto: “cuando los reyes se casaban, lo hacían con parientes y los hijos tenían sangre azul”, claro, no es sangre azul literalmente (me lo tuvo que explicar también); en fin, yo tenía una característica especial que, asumí, nadie más tenía. Ya muchos años después, mientras aún cursaba básica, volvió el recuerdo de la “sangre azul” y también otra implicancia que no era tan especial, tampoco algo poco común: la endogamia y las consecuencias genéticas que provoca. Quizás no fue completamente así –no lo recuerdo bien–, pero creo que caracterizaron a esos descendientes de matrimonios entre parientes como gente loca (padecimientos psiquiátricos), enferma (padecimientos físicos) y fea (aspecto  desagradable).  

Con respecto al nacimiento de mi hermana, hermano y mío: mi madre siempre cuenta que conmigo le daba miedo tocarme porque era muy pequeña y delgadita, que mi padre me miró completa para ver si no tenía un dedito de más y que la enfermera sospechaba que tenía ojos de color –en ese momento, al parecer, se veían grises–; con mi hermano lo mismo, sospechas de que tenía los ojos de color, una inspección completa en cada dedito; con mi hermana lo mismo y no tenía los ojos de color, tampoco “cola de chancho” (ésta se volvió una broma común de sobremesa). Cuando nació mi hermana –nos llevamos por nueve años– ya tenía nociones de por qué esa conversación era importante y por qué se repetía mucho, por qué era casi una tradición familiar importante revisar a la guagua de días para saber si tenía un dedito de más: mucho después supe que mucha gente lo hace, pero en mis padres era por miedo fundado, porque los de “sangre azul” pueden nacer con “cola de chancho”.


Alrededor del 2006, a mi madrecita le dio por rastrear la historia familiar y me provocó un profundo rechazo la sola idea de “conocer la historia familiar”. La idea era comenzar a preguntar a los parientes de qué se acordaban y reconstruir con los datos que pudiera recopilar. Cuando mi madrecita comenzó con eso, yo sabía demasiadas cosas sobre la familia (cercana y lejana) porque jamás me perdí un cumpleaños, babyshower, tecito, celebración o inauguración; como era la más grande de los menores (en edad) de la familia, siempre acababa en la sobremesa tomando té y comiendo dulces mientras los adultos sacaban los trapitos familiares al sol. Mientras más atrás vas en el tiempo, peores son las historias; decidí, desde un primer momento, que no deseaba colaborar con mi madrecita y que no quería enterarme de nada, con lo que yo sabía era suficiente. Cuando a mi madrecita le comenzó a parecer interesante hablar de eso en la mesa durante el almuerzo, tuve que decirle que dejara de joder con el tema de modo tan insistente porque me tenía chata: mamá, no me interesa saber nada de la familia, en serio que no quiero saber nada más, no me interesa saber de dónde venimos, si fuimos de otro lugar o algo, vas a encontrar algo feo y no te va a gustar, basta con lo que sabes. En ese entonces mi papá pensaba lo mismo que yo, mi hermano estaba con mi madre –creo que alcanzaron a rastrear un par de décadas atrás, pero no volví a escuchar de eso y me alegra–. Años después me tocó, en pleno boom de la ancestralidad, volver a ser cuestionada por mi desinterés al respecto. Creo que es necesario aclarar acá el uso del término boom de ancestralidad: no estoy usando este término de modo despectivo, sino para referirme –de un modo amplio y sencillo– al sorpresivo aumento en el número de personas (cercanas a mí) que comenzó a buscar sus raíces y mucho más si existía la posibilidad de que fueran de ascendencia indígena, además del repentino interés en la cultura, expresión, celebraciones, rituales y vestigios arqueológicos (¿esto es consecuencia del redescubrimiento de El Olivar?), etc. ¿Es importante buscar las raíces? ¿es necesario encontrar las raíces? A la primera pregunta, pues sí, aunque para mí sólo es válido si lo haces porque tú lo deseas, sin esperar que al enterarte te conviertas (transformes) en alguien distinto; todos tenemos una historia que está fundamentalmente forjada por uno mismo y por quienes conociste en vida (las personas con las cuales te relacionaste, la familia con la cual te criaste). A la segunda pregunta, pues para mí no; personalmente no creo que sea necesario saber de dónde vienes (tan atrás en el tiempo), ya que eso no determina quién eres hoy y quién serás en el futuro, es más, centenares de años ignorando “de dónde provenimos” se traduce en que aunque sepas que tu familia es descendiente de indígenas ¿qué parte de lo que eran es la que estás asimilando? ¿cuánto sabemos de ellos? ¿cuáles recetas aprendimos? ¿qué tradición oral heredamos? Prácticamente tenemos un vacío cultural importante, una historia fragmentada y convertida en añicos. Ese vacío, para mí, no es importante: por lo mismo no deseo saber más allá de lo que sé, por lo mismo no indagaré más allá de la historia de mis abuelos, por lo mismo no mentiré diciendo que me interesa o que quisiera saber; no, no me interesa. Cuando me increparon por mi desinterés, pues me molesté y tampoco me pudieron explicar por qué era tan importante desear saber, me retaron y se enojaron conmigo, como si eso fuera fundamental y necesario para vivir, como si fuera un grave error no desear averiguarlo. La gran pregunta es ¿por qué merece una afrenta el que no quieras saber sobre tu origen? Del mismo modo en que hay personas a las cuales les gusta (o gustaría) saberlo, hay otras tantas a las cuales no les interesa y ya está; nada cambiará en ti o en mí, al final somos hijos huachos de la familia sudaca disfuncional. 

De algún modo -que odio- me doy cuenta de que, a lo largo de la vida, las personas buscan una identidad: lo que recuerdo con más aversión es mi negación absoluta a ser parte de algún grupo en mi adolescencia (ahora imagine mis desdichados tercero y cuarto medio). Estuve huyendo durante años, huyendo apenas leía "los adolescentes hacen esto o esto otro", "entre x y x edad se espera esto", "se debe observar x conducta"; me negué a vivir según lo que decían los libros, me negué a vivir lo que se debía a la edad esperada, me negué a someterme a los temas que a mis compañeros les gustaban, me negué a intentar encontrar el amor (el soso primer amor del cual hablaba cada chica del colegio), me negué a hacer amistades duraderas, me negué a que la amistad me alejara de los libros, me negué a participar de toda estupidez escolar que requiriera mi presencia (aunque no siempre tuve éxito). Me aburría tener que escuchar del pololeo o de las revistas seventeen que leían mis amigas (especialmente cuando no podían decir "masturbación" sin sonrojarse; me parecía que se hacían las adultas, pero aún sentían el peso del tabú del sexo y me parecía estúpido escucharlas fingir). Si bien me negué a simpatizar o ser parte de todo grupo, lo que viví a cambio (en la marginalidad de quien capea clases en la biblioteca del colegio) no podría calificarlo como algo completamente "bueno"; hablando con propiedad, fueron experiencias neutrales de aprendizaje escritas por autores muertos, comúnmente en libros publicados alrededor de los sesenta, llenos de polvo e imágenes de cuerpos distintos a los que me sería posible conocer post dos mil; a cambio, me di el tiempo, me permití crecer a mi ritmo y no me vi empujada a nada que no quisiera (por supuesto que no sentía "presión social" si no era parte de esa "sociedad"); eso fue una fortuna que agradezco. No necesité el grupo (ni del colegio, ni después) y no entiendo por qué es importante aquello de la identidad, jamás lo viví y ahora no lo entiendo; quizás eso explique los motivos de mi total desinterés y quizás ese sea el motivo de que este sujeto me increpara. ¿Estoy hablando ahora de herencia o de identidad?        

Hace algunos años murió el último abuelo que me quedaba, alcancé a conocer a dos. Una me visitó desde el momento del nacimiento y hasta viví con ella un año y tanto, se quebró la cadera, terminó postrada y murió algunos años después. Al otro no lo conozco y no llevo su apellido, hay una foto de él en un libro y no sé mucho más. La otra murió sorpresivamente un mes antes de que yo naciera, me dejó unos aritos de oro en forma de medialuna, no le dijeron a mi mamá que había muerto porque no querían que le pasara algo a su primera guagüita. Al otro lo visitábamos en La Serena año por medio durante la vacaciones de verano, era muy bueno para el dibujo, hacía magia, era medio inventor y pasó muchos años aquejado de alzheimer, se olvidó de todo, pasó sus últimos años postrado y finalmente murió. Entenderás que por el tipo de descripción que leíste arriba, yo no tenía mucha cercanía emocional con esas personas –a dos no las conocí–, tengo buenos recuerdos de los que conocí y los atesoro, pero no fueron personas con las cuales tuve una relación de afecto o lo suficientemente larga como para generar lazos de amor. Ya adulta, escuchando historias de amigxs, me di cuenta de que la relación abuelx-nietx es (o fue) muy importante para ellxs; algunos fueron criados por abuelas, algunos otros cuidaron de alguno que enfermó y otros los quieren mucho. No me pasó y no hay mucho que hacer al respecto, creo; esto lo hablé en algún momento con alguien y se espantó: ¿cómo es posible que hables así de ellos? Yo me preguntaba ¿por qué no? ¿acaso tengo que inventarme una relación de amor? ¿acaso tengo que mentir o inventarme algo? ¿por qué tanto espanto? es cierto, te lo estoy contando tal cual lo siento; es cierto, no puedo decirte que mi relación con ellos fue de amor; es cierto, no tengo problemas con aceptar la muerte como algo natural y esperado; es cierto, no me interesa hablar con amor de los muertos (ni de esos muertos, ni de los que morirán).  

La familia a la cual pertenezco es pequeña: papá, mamá, hermano y hermana. Me interesan ellos, su salud, bienestar y su historia, nada más. Con nosotros se acaban los “Ahumada Seura” porque ninguno de nosotros quiere continuar con esto.      

No hay comentarios: