Antes de leer alguna entrada de "Cierto personaje acusado de alta traición":

30 de septiembre de 2012

Sobreviví al disturbio [Parte XIII]


Esperé unos minutos en la estación, luego decidí regresar. Creo que me demoré demasiado en volver, fumé mucho, pensé mucho, creo que había sobrepasado por mucho mi límite del día. Al llegar tenía hambre, la señorita preparaba desayuno, volví a comer. El último acompañante comía junto a mí, me preguntaba sobre mi estado de ánimo, le sonreí. Esperamos pacientemente el almuerzo, comimos, apenas compartimos unas palabras. Luego, en el patio, crucé algunas palabras con el anfitrión, estuvimos en desacuerdo en algunos puntos, no importó demasiado. Llegaba la hora de irme, ambos serenenses dejamos la casa, tomamos un colectivo hasta la estación del metro y bajamos a buscar el bus indicado. Me compré una última cajetilla de cigarros, me fumé algunos. Subí al bus y estaba muy triste, lloré hasta que salió el bus de Santiago. El último acompañante se quedó solo, no se quejó ni un segundo. Llegué a La Serena por la noche, dormí todo el camino. Me acosté y dormí muchas más horas de las normales, desperté triste. Seguí triste el resto de la semana, el resto del mes, recuerdo los hechos y no me siento satisfecha, siento dolor, no puedo escribir las misivas correspondientes, estoy triste.
[Y final].

15 de septiembre de 2012

Sobreviví al disturbio [Parte XII]

Llegué a verlo, mucho tiempo después, se había quedado ensimismado, pensando en todo a la vez, caminando alrededor de muchas cuadras -suspiro- fumaba, no ponía atención a nada. Yo miraba mucho el cuadro de fondo en el escenario, la última cena con estrellas de Hollywood: El gordo y el flaco, Elvis Presley, Clark Gable, Robert Mitchum, Charlie Chaplin, Marilyn Monroe, James Dean, Humphrey Bogart, Fred Astaire, Cary Grant, Groucho Marx y Marlon Brando. Acabamos la cerveza, los cigarros, las últimas energías. Llegamos a casa rápido, me dejaron un sillón cama pequeño, a los pies de la cama del anfitrión y su novia, los muchachos durmieron en una habitación bastante alejada, me hubiese encantado conversar aquella madrugada con ellos. Desperté con los primeros ruidos del nuevo día, el celular me avisó de la hora, los padres de nuestro anfitrión se levantaban para irse a trabajar -personas buenas, personas honradas, personas comunes. Me levanté, me encontré con el muchachito (se iba de Santiago a las 10:00). Tomamos desayuno, hablé mucho con él, bastante. Lo acompañe a la estación de metro, caminamos bastante, conversamos. Nos despedimos. Escribí un mensaje que dejé caer cerca de las vías del metro, uno quedó inalcanzable (el importante llegó a sus manos). 

13 de septiembre de 2012

Sobreviví al disturbio [Parte XI]

Nos subimos a un taxi, intenté memorizar el camino de algún modo, imposible; me es desagradable no saber regresar cuando quiera, cuando me de la gana ¡demonios! Dejé mis cosas en la habitación que me indicaron, junto a las cosas de los dos acompañantes serenenses que quedaban, intenté hacer contacto visual con cada uno, pero estábamos cansados de estar juntos, sobrepasados por las presencias de las otros, supongo que cada uno era una persona triste en un lugar triste. La novia, la chica de los fideos, preparó lo que había comprado, chorizos, pan, mayonesa. No recuerdo qué bebimos, no tengo idea del por qué. Comí, tenía hambre, pero al acabar el primer pan ya estaba más que satisfecha, no era ni una tercera parte de lo que como siempre, había algo que me molestaba. En aquella casa había dos pequeños perros, café con negro, más pequeños que un gato; ambos me simpatizaron, aliviaron un poco la ansiedad que sentía. Tristeza. Nuestro anfitrión nos invitó a visitar un bar cercano a su casa, un lugar agradable, sin muchas personas, objetos del cine, fotografías. Uno de ellos se quedó sentado en un banco, dos cuadras atrás, no volví a verlo hasta mucho después. Conversamos, nos reímos, bebimos, fumamos. Ah, el intenso sopor melancólico, la pena, la angustia, el cansancio, el cansancio.

11 de septiembre de 2012

Sobreviví al disturbio [Parte X]

Nos bajamos, llamamos para que nos recogieran. Esperamos bastante rato, olvidé llamar un par de estaciones antes, no tenía la cabeza conectada con mi razón, fui muy tonta. Mi enojo se traducía en fumar cada dos minutos, consiguiendo "fuego" (había perdido los tres encendedores que llevé a Santiago). Me senté muy cerca de la calle, quería que algo me despertara de ese letargo de enojo que mantenía mis ojos a medio abrir y mi cabeza cansada. Un par de autos pasaron, un par de buses del TranSantiago, movieron el pavimento, mis muslos temblaron, el viento y humo del tubo de escape me alborotaron los cabellos sucios; no disfruté de aquello, aunque suele animarme que los autos pasen muy cerca de mi cuerpo acuclillado sobre el borde de la acera -alguien me habla de que está preocupado, le contesto con evasivas-, quiero largarme rápido. La novia de nuestro anfitrión nos pasa a buscar, ella está en la boletería. Saludamos, caminamos un par de cuadras, entramos a un supermercado. Uno de ellos se adelanta, va pegado a la muchacha, quizás le sugiere ciertos alimentos, quizás la actualiza de los hechos. Me quedo atrás, miro cosas y me quedo perdida en las etiquetas de los precios, me preocupa que hagan una "vaquita", no tengo dinero. Cuando hacen la fila, y mientras pagan, me llaman desde mi hogar en Calama, mi mamá me contacta con mi padre, me pregunta un poco enfadado sobre mi paradero, le digo que estoy en Santiago. Me pregunta la razón de mi viaje -pensando que yo asistiría a un evento ajeno- le digo que fue una presentación de nuestro trabajo, le oigo animado, bastante interesado, feliz (¿realmente estaba feliz?). Se acaba la conversación, quiero caminar, quiero disimular mi molestia.

Sobreviví al disturbio [Parte IX]

Salí en busca del desesperado, creí que se iría sin más, que abandonaría el lugar común como tantas otras veces. No le vi afuera, le pregunté a un caballero de cabellos canos si lo había visto, "salió". No supe en qué momento, ni por qué, pero aquel hombre tomaba mis manos, me dijo que posiblemente tendría problemas en las articulaciones cuando tuviera más edad, me entristecí un poco. Llegó el desesperado, regresó sin poder comunicarse con la mujer de negro, estaba enfadado, pasaba a mi lado como si yo fuese un gato apestado. Nos costó bastante salir de aquella casa, no es que quisiera irme, pero todo el mundo se quejaba de estupideces y nadie atinó a largarse temprano. Llamé a uno de nuestros anfitriones -el que se fue a casa con su novia para volver más tarde-, me dieron indicaciones que compartí a medias, no quería que cada uno se fuera por su cuenta, no estaba segura de si volvería a verlos si se largaban. Uno se adelantaba, otro se quedaba mirando una enredadera en el camino, yo procuraba que ambos estuvieran dentro de mi campo de visión, afortunadamente era la que estaba menos perdida. Metro, una indicación errónea y otra correcta, llamados, miradas fatales, tirones de equipaje, "chuchadas"... mi cara estaba roja por la rabia, porque sabía que en algún momento de descuido saldría corriendo, obligándome a escoger entre seguir lo planeado o quedarme a la deriva; la seguridad de una cama por la noche o la incomodidad de nuestras presencias iracundas. Agradezco que uno de ellos conservara la paciencia, la parsimonia, que se dejara guiar por mi voz y confiara en mí, que permitiera mi arranque de ira en silencio.

10 de septiembre de 2012

Sobreviví al disturbio [Parte VIII]

Al salir, antes de subir al metro, quedamos en asistir a un evento; se suponía que yo los esperaría, ellos irían a por mí. Llamé tres veces preguntando, nadie se animó a salir de la casa. Decidí "aprovechar" que estaba sola y escogí una plaza (como cuatro veces la plaza de armas de La Serena). Había un lugar plano, con muchas piedras redondas de un tamaño considerable, muchas personas se acercaban a mirar, comenzaba a acercarme y vi que muchos chorros de agua salieron del suelo, era entretenido, algunas jóvenes sacando fotografías, niños y niñas esquivando el agua, todavía me dolía la cabeza; recorrí un poco el parque, me devolví al metro, supongo que las personas se extrañaron de ver a una mujer de aspecto enfermo rondando su amado metro... dormí apoyada en las limpias paredes de la boletería, me desperté con el cuello chueco, regresé al parque, me quedé dormida de cara al sol, dos horas estuve roncando y pasando la cogorza, decidí volver para recuperar mis cosas. Subí al metro, me quedé dormida -otra vez. Caminé y me parecieron eternas las calles, los demás veían televisión ¡qué fastidio!. Habían comido, me alegró; por lo menos estaban todos bien recuperados. Me preparé un té, ni lo comencé a beber cuando tuve que pararme porque vi a alguien a punto de largarse a la "chucha" (no estoy siendo grosera, en serio se iría a perder quien sabe donde), incluso anunció que llamaría de vuelta a la mujer de negro del día anterior -oh.

Sobreviví al disturbio [Parte VII]

La muchacha a mi lado acabó por cansarse, se levantó enojadísima y comenzó a reclamar por el calor que hacía, que ya no podía estar acostada. Yo tenía mi ropa puesta, mi parca verde y un par de mantas encima, no tenía calor; vivo con manos y pies fríos. Soñé algo que se repitió muchas veces, entre pequeñas imágenes de la realidad, la habitación saturada de aire caliente, con la música a un volumen monstruoso. Creo que el sueño era una especie de repetición erótica-festiva de mi día, especialmente del local, con mi odio y celos, con la emoción de la experiencia y la alegría de tener a mis colegas serenenses cerca (no encontré otra palabra mejor, aunque muchos se quejarán). En algún momento quise levantarme, pero me dolía todo y la cabeza se me reventaba. Escuché a alguien decir "ya, chao, me voy". No tengo idea a qué hora me levanté, ni cómo me bajé de la cama, ni como llegué al baño, miré mi rostro enrojecido en el espejo, me mojé la cara y el pelo, inspiré hondo, busqué cigarrillos en mi bolsillo. Desayuné un vaso con coca-cola y un par de cigarrillos, mi cabeza era un puto volcán arrojando flujo piroclástico; esos dolores me ponen de mala. Escuché que el amigo "estado comatoso" quería irse, pero no tenía idea del cómo, pensé que podía cambiar la hora de mi pasaje y acompañarlo al terminal, aprovechar de conversar un rato con él y respirar fuera de ese ambiente tan masculino. Caminamos, yo recordaba la ruta -afortunadamente-, llegamos al metro, viajamos bastante. Felizmente pudo tomar un bus a su ciudad, me dejó tranquila acompañarlo y poder entablar un pequeño lazo con él, esa tarde, bajo esas circunstancias. 

9 de septiembre de 2012

Sobreviví al disturbio [Parte VI]

Me avisaron que uno de mis acompañantes serenenses se encontraba en estado comatoso (pensé que había muerto o algo así)... no era para tanto muchacho -siempre me río cuando recuerdo eso de "tu amigo está en estado comatoso". Al rato llegó el padre del dueño de casa, eran dobles con unos cuantos años de diferencia, no creí que podían existir tantas coincidencias entre un padre y su hijo, en fin. Seguí fumando, sentí la cabeza cargada, como si alguien me hubiese pateado con una bota. ¡¿Escuché que alguien se iba a dormir?! me fui detrás del primero que se largó a la habitación, me moría de cansancio, en serio. Dormí sobre una cama pequeña, con la nariz pegada a la pared, el cuerpo sobre el brazo izquierdo... ay, el dolor era horrible, sin embargo, no podía quejarme de nada, había bebido, fumado, hablado, escuchado, puteado (risas). A mi lado durmió la señorita de los fideos, a su lado (el borde de la cama) su novio, en un colchón, al lado de la cama, durmieron tres personas más; la habitación estaba "a tope" de gente, no podías entrar -o salir- sin tropezarte con algún pie ebrio y palpitante. Dormí poco, mi cabeza no colaboró en el descanso de mi cuerpo -fuck. Siempre he tenido el sueño liviano, con cada sonido más fuerte de lo común para gente durmiendo, me despertaba e intentaba moverme un poco, no sé, para volver a sentir mis piernas.

8 de septiembre de 2012

Sobreviví al disturbio [Parte V]

Gran parte de la borrachera se me pasó en el camino, estaba lúcida para memorizar el camino -teniendo en cuenta que era bastante largo. Al llegar me sirvieron vino, sin preguntarme antes, sin mediar ninguna palabra. Fingí que bebía, dije cosas que quizás no debí; creo que es tarde para retratarme, sin embargo, lo escribo (soy idiota). Me dolía la cabeza, creo que era el mismo dolor que tenía cuando llegué a Santiago, esa lejana madrugada, el día anterior; era el cansancio pateando el lado izquierdo de mi cabeza, rogando que durmiera o, por último, que descansara sentada. Fumaba como carretonero, creo que fumaba para no dejar que mi cerebro se durmiera estando yo de pie. Detrás de mí, en un sillón bastante amplio dormían mis acompañantes -digo, mis acompañantes serenenses- se veía que a todos nos hacía falta esa siesta perfecta. Me agarré a indirectas con una muchacha (creo que al día siguiente alguien me dijo que era la novia de uno de nuestros anfitriones), le dije que los fideos se le pasarían, ella dijo que acababa de verlos y estaban duros -el suave tacto de un fideo retorcido con su mano me dio la razón. No quería comer, en serio, no era por los fideos o porque ella los hubiese preparado, era porque tenía el estómago lleno de alcohol y humo, no tolero comer mientras bebo. Mi cabeza reía, la muchacha se sintió bastante ofendida, creo que le debo una disculpa "de las buenas", algún día, cuando la vea y podamos conversar de mujer a mujer (aunque no buscaré esa conversación).

6 de septiembre de 2012

Sobreviví al disturbio [Parte IV]

Había marihuana -quizás para algunos no sea tan obvio-, algunos se quedaron atrás, algunos intentaban liar pitos, uno lo logró, a los demás no les interesó. Ahí perdí el incómodo rastro de aquella mujer de negro, ahí recién sentí que podía ser yo misma, reír por cosas estúpidas, maldecir porque me daba la gana, fumar como se debe (no estoy bromeando). Ey ¿cómo se supone que tres extranjeros viajan sobre el transporte público en Santiago?, diciendo permiso y evitando contacto visual -creo que es el mejor consejo "extraliterario" que me han dado-. Me golpeé por los constantes frenazos del conductor, creí merecer ese viaje largo y tortuoso, incluso creí que me dolería al rato, sin embargo no lo recordé hasta horas después. Bajé junto a unas siete personas que habían subido diciendo "permiso", me sentí un poco culpable, no por escaquearme el pago, sino por desaprovechar mi primer viaje en el nunca bien ponderado TranSantiago (un momento ¿se escribe así?). Comí papas que alguien pagó con lo que sobró del "copete", me confiaron una cajetilla de cigarros Hilton grises, caminé fijándome en cada calle por la que caminamos, no quería verme totalmente perdida en un lugar que jamás había pisado. Llegamos a la casa de un amigo un tanto hiperactivo y pude, al fin, bajar un poco la guardia.

5 de septiembre de 2012

Sobreviví al disturbio [Parte III]

Por nerviosismo al leer y luego unos celos incontenibles, me comporté del modo egoísta, ni mirando a mis conocidos, ni preocupada por lo que hacían, ni lo que decían. Me sentía triste, las personas que conocía hablaban con la famosa mujer, ella parecía ¿molesta? ¿incómoda?, no lo sé, uh. Debo decir que mis funciones motoras no estaban coordinadas, había bebido demás, tenía miedo al principio porque estaba muy resfriada, temía ahogarme, toser más de lo que podía controlar, luego mi miedo era desaparecer entre los desconocidos, que las personas dejaran de notar que estaba allí. Conversé con cuanta persona se me cruzó en el camino, repartiendo revistas que encontré en una bolsa amarilla -bolsa que estaba en el piso, me dio mucha rabia, me las apropié-, tomé vino (a pesar de que me sienta fatal con cerveza) y seguí conversando con desconocidos. Conocí a dos personas que me gustaría volver a ver, simpáticos y extrovertidos muchachos [risas]. Cuando uno desconecta el cerebro de la pelvis, es fácil desviar atenciones propias de "calentones".

4 de septiembre de 2012

Sobreviví al disturbio [Parte II]

Casi perdí mi saco de dormir en los casilleros de la biblioteca, lo recuperé. Comí una sopaipilla de un carrito, con mostaza plástica y pebre pasado de ají. Esperé un momento a dos viajeros, llegados en horas distintas, les indiqué el camino al local, supuse que no necesitaban más indicaciones. En medio del Chancho Seis no habían muchas personas, solo nuestro anfitrión, sentado fumando, creo que estaba preocupados por nuestra llegada, no conoce lo que podemos llegar a hacer. Pregunté a alguien si era necesario llamar a la Maga -una "maga" mayor, una de tantas- invitándola, para agradecerle la estadía inmediatamente anterior en Santiago, me dijeron que no era necesario; más tarde llegó, alguien le avisó, ella venía a ver lo que Escarnio podía hacer, curiosear, conversar, ¿con las esperanzas de follar? no era la ocasión, no habían ganas. La irrupción de aquella mujer tan extraña me perturbó, especialmente cuando observaba la mesa desde la barra, intentando inmiscuirse en nuestros pensamientos para luego escribir algún texto jactándose de alguna aventura medio inventada. Conversé luego con un muchacho, le dije que el hombre siente pertenencia hacia las personas, mientras las mujeres sienten pertenencia por un territorio; mi territorio, en ese momento, era la mesa, mi vaso de cerveza, mi mochila, mis revistas, las personas que me acompañaban.   

3 de septiembre de 2012

Sobreviví al disturbio [Parte I]

Viajé a Santiago, todo se vino encima muy rápido, no supe cuando compré mi pasaje ni cuando viajé; recuerdo que había lluvia. Llegué a las seis de mañana, todo estaba cerrado, compré un té, me demoré mucho en tomarlo, me gusta muy cargado, en taza grande, sin azúcar y tibio "tirando a caliente". En el terminal -el mismo al que llegamos hace dos años, con motivo del viaje de la "Nave Pentágono" a Rancagua- no podía verse nada a más de diez metros de distancia, no pude ver la iglesia, ni nada más por la niebla densa y la lluvia que a esa hora comenzaba a tomar fuerza.
Por un motivo en particular -perfectamente identificado- me sentía triste. A pesar del paraguas, me mojé. Caminé por Santiago, recorrí las librerías, los lugares que conocía, vi más cines porno de los que recordaba (me encantó el nombre "Nilo-Mayo"). Me perdí también, dos o tres veces. Me comí un completo en el centro, me comí una sopa china en el Mall chino y me comí un queque de miel con dulces blancos en el subterráneo de una galería.
Llegué caminando desde el centro a Quinta Normal, lugar de reunión -íbamos al Chancho Seis-, por primera vez entré a la Biblioteca de Santiago, me dio envidia que tuvieran tres copias de un libro que no pude comprar... ¡estaban tan maltrechos!.