Antes de leer alguna entrada de "Cierto personaje acusado de alta traición":

29 de mayo de 2021

Ahora me reto cuando me pillo hablando sola.

Anoche -porque no quería acostarme todavía- y porque me tenía chata salir por la puerta de la cocina (que es como la puerta principal, aunque esté "detrás" de la cabaña, aunque está "adelante" tomando el sentido del terreno... algún día explicaré esto; tú que conoces la cabaña, pues ríete no más); salí a fumar al balcón... todxs sentimos el frío de los últimos días y me gusta el frío, hasta que comienzan a dolerme los pies y pucha, hay que fumar ¿o no? fumo afuera cuando llueve y no voy a fumar afuera por el frío. No me gusta mucho salir a fumar al balcón porque recuerdo muchas cosas: desde los capítulos de Doctor Who que me hicieron mirar al cielo o quedarme patidifusa con algunas revelaciones cuáticas, cuando hacía carretes que duraban hasta las 12 del día siguiente, cuando quedé con la bala pasá a causa de enojos y problemas que jamás pude solucionar como me hubiera gustado; esto último me aproblema y evito salir porque me acuerdo todo lo que transmití en ese mismo lugar. 

Salí sin el cel y estaba yo mirando a la ciudad, comencé a hablar en voz bajita (casi un susurro para oírme, pero no para que se escuche más allá) y tuve que "retarme": ay, estúpida, deja de hablarte de weás que ya pasaron porque ya todo eso está solucionado, tú misma decidiste acabarlo porque te estaba haciendo muy mal ¿recuerdas lo que aprendiste?

Ay, no pude dejar de hablarme, pero casi que redacté esta entrada recordando algo que aprendí hace mucho más tiempo. Una amiga me comentó un día que había ido a una sesión de risoterapia y yo que soy terriblemente escéptica pues medio que la escuché y medio que me repetía "nah, si esto no tiene modo de funcionar, es demasiado sencillo y ¿extraño?". Que conste que la escuché no más y, además, le pregunté muchas cosas: yo no iría ni amarrada a ningún tipo de terapia, pero respeto mucho a las personas que sí lo consideran o sí han pedido ayuda (yo no soy capaz, no puedo, me niego con uñas, dientes y combos; se sabe). Ella me contó que todo el fundamento de la risoterapia estaba en la idea comprobada de que el cerebro no puede distinguir entre una "risa real" y una "risa falsa"... waaaaa, descubrimiento que me voló la cabeza; es cierto pues, si estás mal y finges reírte (así: a lo loco) pues el cerebro dice "mish, la está pasando bien, se está riéndo, produzcamos más felicidad porque acá hace falta y no lo había notado" (no sé por qué me imagino al cerebro diciendo algo chistoso/casual como eso); el punto es que es complicado hacerlo solo, pero las dinámicas grupales sirven por lo mismo, porque si todxs hacen el ridículo y se unen a la carcajada colectiva, te la crees y tu cerebro se la cree y todo bien, funciona (ah, ojito, hay que creerlo... no creo que, a mí, me funcione porque yo no me creía ni las dinámicas de programas antidrogas en que te guiaban con meditación, en el colegio, con un montón de gente que odiaba y weno, aquí estoy terrible de enganchada al cigarro -risitas-). Yo me había olvidado de esto y anoche se me vino a la cabeza porque estuve hablando sola muchos meses hace algunos años, a propósito de un enojo muy grande que me pegué alguna vez.

Hace algunos años, hace algunos años que parecen mucho más tiempo (incluso décadas) y el recuerdo continúa tan fresquito que puedo recordar detalles muy tontos al respecto; no me siento mal por recordarlo, pero me aproblema un poco tener que recordarme constantemente que ya cerré el episodio y no quiero seguir pegada pensando en eso, no quiero volver a hablar sola por cosas que "ya fueron" o por malos pensamientos que "ya pasaron"; especialmente porque me hizo muy mal todo eso y fue la mejor decisión que pude tomar el abandonar todo eso.

En algún rato, en un verano muy lejano, alguien me dijo que tomaría otro rumbo; yo le dije que "ok, es  tu decisión" y yo estaba súper convencida cuando dije eso (súper convencida de que no me importaba o que no me haría daño o que derechamente no tenía pito que tocar ahí), pero me dolió después (cuando pensé en las consecuencias, las emociones y las repercusiones que me traería en la vida y en el trabajo). En un primer momento (meses) yo intentaba llevarlo como algo normal y aceptarlo sin tanto show, sin darle mucha importancia, sin pensar mucho en eso y se me hizo imposible porque estábamos tan involucrados que su ausencia abrió una grieta profunda que no se cerró hasta mucho después; yo me decía que no era necesario borrar totalmente a esa persona e intenté hablar, mantener una relación amable, contar lo que me pasaba, pedir ayuda y esas cosas que uno hace cuando se siente triste y piensa -ingenuamente- que a la otra persona le importa. Entre intento e intento de que me oyera y esperando -otra vez, ingenuamente- que me tratara como "antes", que me oyera como "antes", que me hablara como "antes", descubrí que era imposible: yo estaba buscando una quimera. Digamos que me herí sola, a propósito, porque lamentablemente no podía contarle a nadie más lo que me pasaba y no obtenía lo que necesitaba (que no era mucho, por lo bajo necesitaba que me escuchara y poco más, sin juicios, sin reclamos, sin insultos, sin cuestionar lo que decía, sin responderme como si yo fuera una completa desconocida). Ahí comencé a hablar para mí, a hablar sola: me imaginaba a esa persona de pie frente a mí, sin moverse, sin hablar, sin gesticular y comenzaba a contarle todo aquello que yo necesitaba que escuchara y como yo no quería que me respondiera, pues flor, porque yo no imaginaba respuestas y no las quería, no quería leer gestos ni rostro, no quería ver retroceder o avanzar a esa persona, no quería interpretar movimientos o pensar en respuestas; quería que me oyera y ese cuerpo imaginado oía. Pensé que me hacía bien porque ya no me sentía tan mal, interpreté mal, me estaba engañando porque no sabía lo que estaba produciendo con ese ejercicio imaginario.

El cerebro no distingue entre la "risa falsa" y la "risa real"... algunos años después también aprendí que el cerebro tampoco puede distinguir entre una "discusión real" y una "discusión inventada". Cuando comencé a imaginarme a esa persona, me hacía bien, porque yo le estaba diciendo aquello que no había querido oír; cuando se hizo más frecuente, me enojaba sola porque ya no lo usaba para hablarle, sino para reclamarle. Me estuve inventando discusiones falsas y mi cerebro se las creía: comencé a dormir mal, a soñar weás, a levantarme enojada y a sentirme fatal. Aunque parezca obvio ahora que lo sabes, la risa y la ira son emociones, puedes engañar al cerebro (pa bien o pa mal) y lo más sano que encontré fue escribir para mí un capítulo completo sobre esta historia tan rancia, finalizándola, dejándome muy claro que debía salir de eso: hice un recuento, lo escribí y me prometí no volver a ese lugar oscuro. Sirvió porque me prohibí también volver a ver a esa persona o volver a hablarle a su imagen inventada. 

Un par de años después, habiendo sanado la grieta porque ya había pasado mucho tiempo sin herirme siendo consciente de que me hería, miré a un costado y había alguien ahí, una persona que no había visto más que como amigx. Anoche comencé a hablarme sola y me reté y dejé de hablarme sola. Fumé mi cigarro y dejé mi mensajito diario. 

25 de mayo de 2021

Las queridas chaquetas y trapos que uno usa.

Cuando nos juntábamos cada día domingo en la plaza de armas -a hablar sobre narrativa-, contaba con tres chaquetas guays que no compré: una me la regaló mi madrecita (hecha por ella), una que me regaló mi madrecita (porque mi hermano jamás la usó) y una que me regaló mi tía (porque mi abuelo jamás la usó). Esas chaquetas tenían mucha vida encima, muchas vivencias que quisiera poder recordar más en detalle. Fueron décadas con esas chaquetas sobre los hombros y ahora me queda una.

No soy de botar ropa, me gusta conservarla aunque no me la pueda poner porque quizás esté manchada, arruinada, rota o ya no-me-entre. De repente hay ropa que uso mucho y que está en pésimas condiciones, tampoco las desecho; no me gusta deshacerme de las cosas que tengo. Hace unos años llegó mi familia desde el norte y se instaló en la ciudad, mi madrecita comenzó a tomar mi ropa vieja y la botó. Ahí, a la basura, fueron a dar dos de mis chaquetas favoritas: la única que me quedó acostumbro a esconderla porque si mi madrecita la ve, la toma y la bota, después se hace la weona. 

Desde que tengo memoria, escondo las cosas que me interesan, las que amo, las que no quiero que desaparezcan o sean leídas; a lo largo de la vida y por distintas razones. Mi abuela, a mis 10 u 11 años, me encontró unas cartas de amor e hizo un escándalo porque ¿cómo chucha una cabra chica de 10 años pololeaba? ¡qué terrible! la nieta mayor, la única nieta de esa edad, la niñita de la casa anda pololeando, teniendo sexo a escondidas y ofreciéndose como puta en el colegio... weno, algo así pensaba mi abuela, supongo, porque no me explico el show que se armó en la casa y mi madrecita, como nunca ha sabido cómo preguntar, pues me retó sin preguntarme nada. A causa de eso, yo quemé las cartitas y las fotitos de mi absurdamente inocente "pololeo" de una semana -risitas-; no volví a atreverme siquiera a pololear hasta ¿hoy? sí, desde eso jamás volví a ponerle nombre a alguna de mis relaciones; claro, ahora mis razones son distintas a las de ese entonces, pero jamás nadie de mi familia me ha preguntado y tampoco me lo preguntarán, así es que no importa. 

Mi único atisbo de rebeldía (de la vida) fue cuando me escapé de casa para ir a comer papas con un chico que me gustaba y yo, a él, también le gustaba -supongo-... tendría yo unos 12 años. El chico me invitó a un lugar al cual mis padres no iban y al cual me habían advertido que no tenía razones para ir, en el auto de un primo suyo y no sé quién más. Yo pedí permiso a mi madre y me dijo que no podía darme permiso porque mi papá no estaba; ahí debí decirle al chico que no podía ir, pero no lo hice. Cuando vi que el auto estaba fuera de la casa, salí corriendo de la casa hasta la calle y salté dentro del auto diciéndole al conductor que se fuera rápido. Las papas fritas estaban re-malas, como blandas y aceitosas, no recuerdo nada de la conversación, de hecho no hicimos más que conversar y comer esas papas malas. Cuando regresé, mi madrecita estaba destrozada por mi mal comportamiento (y lloraba, como siempre) y mi padre estaba listo para penquearme; me pegó un "volador" desde atrás (no lo vi venir) y me borró, de por vida, las ganas de hacer algo que él no quisiera que yo hiciera. Un par de años después, no recordaba siquiera por qué había dejado de ver al chico, no sé si lo dejé de saludar u olvidé que lo había conocido; como que tengo eso borradísimo de la memoria. Desde esa edad me subí dos veces a automóviles de extraños hasta que cumplí 18 y era muy tonto porque igual tenía que bajarme súper lejos de la casa para que nadie me sapeara que me venía bajando de un auto particular (mi abuela seguía viva y era re-wena pa sapear).

Desde ahí yo oí muchas historias de rebeldía, mis compañeras de curso hacían cosas que yo ni siquiera me alcanzaba a imaginaba... "arrancarse" a Antofagasta con 14 años, ponerse piercing en la lengua y pezones con 15, fumar marihuana a los 16, hacer videos masturbándose y hacer videochats desnudas con otros compañeros de colegio a los 17, beber hasta el coma etílico con 18, embarazarse (desear embarazarse) de un chico universitario con polola, tener sexo siendo menor de edad... no sé, weás que yo no era capaz de hacer por miedo y que no hice jamás mientras fui menor de edad. Mi familia tuvo suerte de no tener que lidiar con el escalofriante tira y afloja de un adolescente, por lo menos no conmigo porque ese "volador" me aterrorizó hasta que dejé esa casa e incluso hasta muchos años después. 

¿Por qué recordé todo esto y lo estoy usando para escribir? Ya conté que soy la única de mi familia que no se ha vacunado y esperaba tomar una decisión informada, completamente convencida y gustosa de hacerlo o no hacerlo; esperaba poder pensarlo tranquila cuando se diera la posibilidad. El jueves pasado fui a la casa familiar un rato para dejar algunas cositas. Mi papá, de la nada, comenzó a webiar porque "me tocaba vacunarme". En un primer momento, sin haberlo decidido y para molestar un rato, le respondí que no me vacunaría. Él se enojó, subió el volumen de la voz y comenzó a decirme que era una obligación, que no me dejaría entrar más a la casa y que me echaría a los pacos... me enojé mucho, en serio, casi que agarré mis cosas y me largué rápido, weno, tenía que irme de todos modos. Familia: eso se llama amenaza ("si no haces tal cosa x, te va a pasar esta otra cosa x"). Ahora ni ganas siento de leer, informarme y tomar una decisión; no soy libre de hacerlo, no cuento con las facultades suficientes para merecer tomar una sencilla decisión. Más tarde, ese día, se me pasó el enojo cuando llegué a la casa donde fui citada, esa molestia se transformó en algo irrelevante. Hoy me llamó mi padre y, de modo muy desagradable, me preguntó si había ido a vacunarme, que me lo estaba "recordando"; afortunadamente no vino hoy a casa, porque habría estado transmitiendo sobre la vacuna y amenazando durante horas y ¿pa dónde chucha me arrancaba si yo quería estar en casa haciendo mis cosas, cómoda dentro de mi chaqueta hedionda (la única chaqueta que mi madrecita no botó) y fumando cuando quisiera?

Tú pensarás: "weno, está grande esta weona y no hace más que quejarse". Desde que se comenzaron a vacunar (hace rato ya) mis padres transmiten constantemente sobre su experiencia con la vacuna y las weás que vieron y todo el show, hiperbólicamente narrado, como para transmitir la idea de valor, deber y heroísmo... o algo así, no lo entiendo completamente; la weá es gratis y para todo el que quiera hacerlo. ¿Te imaginas oír dos o tres veces a la semana, durante dos meses, la misma historia? es muy pesado a la tercera vez, especialmente cuando insultan a las personas con las cuales comparten el mismo rango de edad. Yo no tengo una vida interesante, hago libros. Yo no soy un aporte para nadie, lo único a lo que me dedico de modo constante es a fumar. Yo no valgo nada para el entorno familiar, no cumplo un rol activo entre ellos. Yo no tengo manera de ayudar a nadie, todo lo que tengo es prestado, regalado, comprado a precio de huevo, donado, adquirido por trueque, recogido incluso; lo que compro siempre es comida y cigarros (con suerte). Ahora, con más frecuencia, pienso en el problema de la libertad (o "con" la libertad); si de verdad gozamos de algo de libertad, si podemos tomar decisiones sin pensar en otros, en lxs amadxs y lxs odiadxs, en el entorno, la familia, en las amistades, en el juicio público, en las consecuencias de los actos, en los perjuicios y las ventajas. Un par de veces en la vida me he visto en la situación de tener que ocultar completamente algunas cosas para asegurarme un mínimo de libertad de acción, para contar con el tiempo de analizar la situación sin voces externas a la propia, para reflexionar pensando por y para mí; fue difícil, fueron momentos muy tristes en completa soledad, meses en los que escribí harto para mí. ¿Recuerdas a algún amiguito o amiguita de curso a quien le contaste sobre tu primer beso o que pensabas tener sexo y no sabías comprar condones, alguna amiguita con la cual hablaste sobre la posible separación de los padres o las peleas en casa o la muerte de alguien que te importaba? Yo escribía porque sabía que mis amigas (por muy amigas que fueran) no serían capaces de entenderme o se burlarían de mí, a lo más les dirían a mi familia y ahí quedaba yo con full problemas que solucionar porque cometí el error de hablar con "alguien de confianza"... hablar con adultos tampoco se me daba (conocía a un par de escritores adultos, pero no los iba a webiar con problemas de adolescente), no tenía otra persona -fuera de mi familia- con quien hablar "en serio"; me hubiera gustado contar con alguien como Guise o Nury en esos años, estoy segura de que me hubieran escuchado "en serio", me hubieran aconsejado y yo no sería, ahora, una persona tan triste.  

Hace algunos meses mi papá me preguntó si me vacunaría, porque él y mi madrecita se habían vacunado recién; le dije que lo pensaría. De vuelta me dijo que el país tenía muchas vacunas y que  había comprado muchas para todos y era gratis y blablabla. El país no compró vacunas, ofreció a sus ciudadanos para pruebas clínicas a cambio de vacunas; no es una elección vacunarse porque no te van a preguntar cuál vacuna quieres, te meten la que te toca no más; al final, van a encontrar alguna manera de obligarte a ponértela. Le dije esos tres puntos y me miró como se mira a una extraterrestre... "ay Pía, da lo mismo, no vas a ser de esos weones que no creen en la pandemia"; espérate ¿qué tiene eso que ver con lo que yo estaba diciendo? según yo, estaba cuestionando el concepto de voluntariedad ¿acaso me expresé mal o quizás no me expliqué lo suficiente? ¿acaso la gente me entiende cuando escribo, pero no cuando hablo? Nah, se me había olvidado todo eso, hasta que comenzó a webiarme la semana pasada. 

El año pasado sentí mucho miedo -tipín a comienzos de abril- y me puse en modo "supervivencia": economía de guerra, siembra y tierra, procesar frutas para guardar, cuidar mucho el jardín, ordenar mis papeles (onda, si me moría), hacer cosas que había postergado, terminar cosas que no había podido terminar, retomar el blog, valorar más las amistades. Me duró poco el miedo, hasta que se murieron mis plantas comestibles y tuve que comerme las acelgas salvajes que crecen "automáticamente" en el jardín; lo que sí conservé fue mi pulserita con instrucciones: Me llamo Pía Lxxxxx Ahumada Seura, mi rut es 1x.xxx.xxx-x. Soy donante de órganos, quiero "manejo compasivo" y, por favor, no me resuciten; le colgué tres cascabeles, cosa que sonara harto y llamara la atención, para que nadie dijera "no la vimos o no sabíamos"; no tengo ningún número de emergencia, no quiero que nadie sepa a quién llamar (los números que tengo en el cel no se asocian a nombres obvios: "papá", "mamá", "familia", "emergencia" -risitas-). De repente me he pegado sustos de muerte, de esos en que quedas como pollo decapitado dando vueltas en círculos hasta que el cuerpo no te da más y fuiste, porque ni piensas ni sabes cuánto te queda, ni la idea de quedar ahí con las patas tiritando por reflejo se te presenta. 

Ahora, volviendo a la vacuna, pues qué weá más irrelevante y ya llevo mucho escrito al respecto; como que me fui a muchos lugares oscuros por esto que pareciera sencillo y lo peor es que a mí ni me se ocurrió, sino que fue mi padre el que detonó todo esto con sus insistentes "invitaciones" a responder cosas que no quiero responder. Ayer estuvo de cumpleaños y, como esperaba, comenzó a webiar -otra vez- por la vacuna. Como pocas veces, le dije (o respondí) que no deseaba hablar de eso porque él ya había mostrado un comportamiento muy hostigoso. Me dijo que tenía que avisarle y, además, traerle una lista con los temas que no podíamos conversar; le dije que podíamos hablar de muchas cosas, pero que él mismo había sido demasiado odioso con la vacuna y ya bastaba, era suficiente. Después dijo que la gente andaba sensible y que ya no podía decir nada y que todo el mundo se enojaba... sí, a eso le atinó, no somos iguales que hace dos años y algunos lo han sabido llevar mejor que otros, evidentemente ellos están mejor que la mayoría y los malos pensamientos ahí -en esa casa- no son tan frecuentes; se tienen cerca, probablemente no han pensado en morirse y tienen lo que necesitan (ni más, ni menos); viven en un pequeño oasis en medio de una catástrofe. Yo pocas veces le hablo o le digo algo porque no me oye, siempre está preparando una respuesta mientras finge oírme; es imposible plantearle algo distinto a lo que cree y jamás, jamás, jamás dirá frente a nadie "tienes razón y esa razón es distinta de la que yo creo" o algo más livianito como pensar en no responder y simplemente escuchar. Quizás si no hubiera sucedido todo esto, yo seguiría con la idea firme de que no necesito que mis progenitores me escuchen; al contrario, quisiera que lo hicieran, lo encuentro fundamental, pero no puedo lograr comunicarme efectivamente con ellos y no lo lograré jamás. Que conste, no les estoy reclamando nada, tampoco les achaco nada de nada, no los culpo ni los estoy descartando. Creo que toda persona debiera poder contar con otras personas y podría ser cualquiera, pero siempre pienso en que los únicos que serían capaces de seguir queriéndote, a pesar de todo, es tu familia (que no siempre consta de los mismos componentes).

Cuando escondo algo y aunque ya elegí no contarlo -en el momento-, pienso en quién o qué clase de persona me escucharía y guardaría el secreto, sin responderme de vuelta o sin intentar darme consejos que no he pedido; se me ocurren una o dos personas, dependiendo del tipo de atao cambian las opciones... aún así prefiero escribirlo o plantearme alternativas desde mis propias reflexiones, pienso que hablar de algo problemático traslada el problema a esa persona -de confianza- a la que le hablas y, desde ahí, pienso que no es justo, que no debiera hacerlo, que soy estúpida por pensarlo o ¿para qué? ¿con qué propósito? ¿qué estoy esperando de esa persona? Junto con esos sustos de muerte que me he pegado en la vida, también vienen algunas suposiciones: si me diagnosticaran una enfermedad ¿podría contárselo a alguien?; si quisiera matarme ¿podría contárselo a alguien?; si no quisiera un tratamiento ¿podría contárselo a alguien?; si me hiciera daño ¿podría contárselo a alguien?; si tuviera un problema grave ¿podría contárselo a alguien?; si tuviera serios poblemas con alguna adicción ¿podría contárselo a alguien? Al final, las decisiones las tomas por y para otros, por el consejo de otro, por las razones de otro, por las palabras de otro, por la generosidad de otros, por la honestidad de otro, por la voluntad de otro. 

Hace unos cuatro años llegó mi familia a casa para hacer un asado, venían tres "resfriados" y una que se sentía mal... estaban enfermos y vinieron de todas maneras. Claro, un resfrío es algo leve, dale que se pasa en tres días, dale que nadie se muere por un resfrío... ¿sabías que un resfrío común me dura dos semanas? sí pu, fumeta. Weno, total que vinieron y estaban re-enfermos y no, no era nah resfrío común, sino faringitis; los cuatro fueron a médico y tomaron medicamentos, se les pasó en un tiempo razonable y no la pasaron taaaan mal porque después me contaron sus fantásticas aventuras mejorándose. Yo pasé fácil tres semanas apenas pudiendo tragar y sin poder dar una bocanada al cigarro sin ahogarme (no, no pude dejar de fumar). Desde que llegué a La Serena, me ha dado gripe dos veces en catorce años; en ambas ocasiones me enfermé por dormirme sobre la cama con la ventana abierta porque cuando vives solo se te quedan las ventanas abiertas y fuiste no más, despiertas con la pieza llena de palomillas, gatos, los pies fríos y la nariz goteando; en ambas ocasiones me dio fiebre, de esa que te hace alucinar. Recuerdo haberlo pasado muy muy mal porque no podía "funcionar", apenas podía levantarme pa ir al baño y ponerme unos pañitos fríos en la cabeza: dos días con fiebre y en cama con el cuerpo apaleado, luego como un resfrío -un poco más fuerte que el común- y sanita otra vez. 

Cuando hago algo, me gusta sentir un mínimo de seguridad al momento de hacerlo, ir convencida y feliz de hacerlo; si decido hacer algo me gusta saber que lo decidí por mí misma, sin permitirme voces externas a la propia; me gusta saber que los aciertos o errores son míos; me gusta saber que hay cosas que puedo guardar para mí.     


16 de mayo de 2021

Un weón con un auto chulo

Iba a la casa familiar y sin cuidado (más que el usual) porque me sé el camino de memoria; feliz y confiada a entregar unos repollitos de bruselas que encontré guay, además de hacer hora un rato mientras mi cita me confirmaba su llegada a casa (le salió algo a último momento). Mi madrecita se urgió re-mucho porque no quedaba almuerzo y comenzó a correr a la cocina gritando que sólo le quedaba una tacita de porotos. "Mamá, que no vengo a almorzar", grité de vuelta. Yo no deseaba explicar por qué había pasado a la casa familiar, pero tuve que explicarlo porque mi madrecita estaba que se ponía a cocinar otra vez. "Siéntate oh, si vine de paso, un rato", le dije, mientras la seguía con la mirada para asegurarme de que se sentara a terminar su cafecito. En eso que termino de explicar mi sorpresiva llegada, mi madrecita me cuenta que mi tía (la única tía que tengo y a la que menciono constantemente en este blog) se había accidentado; me contó algo que me sonó fatal, pero que cuestioné -en mi cabeza- porque mi madrecita tiende a exagerar. Que mi tía tenía el brazo pa la embarrá, que le había pasado la rueda de un auto encima, que la había agarrado un auto en la carretera (ella anda en moto)... oh. "Ay Pía ¿no sabías?", me dijo. "No mamá, somos vecinas, yo no vivo con ella y si no me cuenta, no me entero pu", le dije de vuelta y la oí atentamente, mientras en mi cabeza pasaba la nefasta idea de que nadie me cuenta estas cosas porque soy re-inútil y la gente lo sabe y no se le ocurre llamarme porque soy inútil o no puedo ayudar, asistir, acompañar, brindar apoyo, colaborar, servir para algo (más que para consumir cigarros)... ay, me preocupé, pero escogí seguir con mis planes de ese día y pasar por la noche a la casa de la vecina, preguntar bien qué había pasado e intentar pensar en qué podía hacer para colaborarle en algo, aunque fuera prestándole mi atención. 

Yo iba confiada a la casa familiar porque me sé el camino, antes de llegar al camino que lleva al lugar donde está la casa familiar hay una rotonda ampliada que resultó ser una jodida ruleta desregulada que a alguien se le ocurrió poner porque sí, porque no tiene sentido -francamente hablando-. Me ha pasado, ahí y en los alrededores, varias veces, que algunos automóviles se mueven a mi lado a alta velocidad, muy cerca de mi vehículo, para ir más rápido y pasar antes. En algunos puntos me hago a un lado porque sé que algunos sacos de wéas son capaces de pasarme encima porque les encanta meterle la pata a sus autos chulos en un par de vías rápidas con dos pistas por lado, terminando en un cuello de botella circular absurda que provoca accidentes con frecuencia (rotonda de mierda ¿a quién chucha se le ocurre hacer algo así?). Si yo me arrincono porque así alcanzo a pasar de modo seguro y los otros conductores también pueden hacerlo de modo seguro, incluso si quisieran pasar más rápido que yo, podrían hacerlo de buen modo ¿cómo es posible que un tarado me pegara un topón porque se acercó tanto que tuve que bajarme del vehículo para no caerme? so saco de wéas, soy una persona pequeña en un vehículo pequeño, toparme significa que si yo me caigo podría perfectamente quebrarme un bracito o troncharme un pie; no podía salir de donde estaba porque mi vehículo es pequeño, pero pesa harto y más si está inclinado, yo lo aguantaba frenado sin poder moverlo porque no podía enderezarlo. El weón se bajó de su auto chulo y me dijo que me moviera, le expliqué que no podía, que retrocediera un poco. "Ay, es que si retrocedo se me raya el auto", me dijo. Ay, conchetumare, toparme con tu auto chulo no te lo rayó, pero retroceder sí ¿cómo es la weá? El weón muy patúo, después de doblar el espejo retrovisor de su auto chulo para que no se "dañara", empujó mi vehículo desde el maletero sin alertarme, sin preguntarme, sin mediar disculpas o intentar entender por qué no podía moverme de donde estaba o siquiera poder subirme a mi vehículo. ¿Recuerdas esos autos chulos de weones que creen que están en una cámara escondida de rápido y furioso? ya, así de weón.

En la casa familiar no podía contarle a mi familia que un weón x pensaba que un rayón en su auto era más importante que disculparse y ayudarme apropiadamente, mi tía se había accidentado un día antes y yo recién me enteraba ¿qué weá les iba a contar? Me tragué un poco la rabia en ese momento, no conté nada en casa y me quedé hasta que mi madrecita me había contado lo de mi tía y mi padre me amenazaba con prohibirme la entrada a la casa familiar si no me vacunaba. Llegué donde mi cita y le conté lo del auto chulo, entre riéndome y maldiciendo -risitas-. Llevé arroz integral, chocolates y ciruelas para compartir; allá probé pollito horneado, rollitos de queso-peperoni y una galleta gigante de azúcar con exceso de chispitas de chocolate. Apenas alcancé a comer y ya debía bajar al centro a entregar libros y después a una reunión, después a casa y pensar que esa entrega es la última pega que tengo.


11 de mayo de 2021

Tu rostro en una fotografía.

Cuando tenía unos diez años vivía en un campamento minero. En alguna vacación de verano, acá en La Serena, conocí el mall plaza; era la primera vez que estaba dentro de un centro comercial. Me enamoré de una cámara instantánea, algo que sabía que existía, pero que jamás había visto. No se parecía a las antiguas cámaras instantáneas, de esas Polaroids de las películas. Me gustaba tener fotografías, supongo que las cientos de fotografías familiares me habían transmitido la idea de que era importante tener esas imágenes, poseer instantes familiares o personales para recordar algún día que tus hijos nacieron y tuvieron cumpleaños, que tuviste otro look, que no tenías tantas arrugas o que te juntabas con otras personas. Hay muchas fotografías en la casa familiar, mi mamá tiene unos diez tomos de álbumes gigantes; todas aquellas fotos fueron tomadas con cámaras análogas, con rollo largo o de esos tubulares, enviados a revelar y, posteriormente, pagados y recibidos en una bolsita de papel en donde encontrabas los negativos y las fotografías, descubriendo que había algunas desenfocadas y otras veladas, algunas borrosas y otras descuadradas (esas las tomábamos nosotros de niños, jamás atinándole al centro, ignorando el circulito que podías ver a través de un pequeño recuadro transparente). 

Mi cámara instantánea era larga en sentido horizontal, de plástico morado transparente; tenía un rollo para diez fotos instantáneas y cuando saqué todas las fotos, no pude conseguir más rollos. La saqué mucho a pasear, buscando una escena única para inmortalizarla en una de diez posibilidades; según yo las usé bien... aunque tengo sólo tres de esas diez opciones y de una me deshice hace poco. Esa cámara la vendí a la mitad de su precio, sin rollo, a alguien en una venta de garage en que mi madre nos invitó a deshacernos de cachureos que no usábamos; ella vendió juguetes y nosotros chiches sin importancia; la única niña que quedaba en esa casa era mi hermana. A mi hermano le dio por botar todo lo que podía llamarse "juguete", yo conservé mis niñerías: tenía jueguitos de loza miniatura, un monito fosforescente con ojos locos y pingüinos de peluche... quería tener muchos pingüinos de peluche y no puedo recordar por qué me gustaban o por qué los quería. 

Antes de esa cámara instantánea tuve otra, una amarilla re-barata que tenía un gancho para ponerle flash; jamás pude conseguir el flash. Mandar a revelar el rollo, en ese tiempo, costaba alrededor de 3.500 y era imposible para mí hacerlo, es probable que mis padres pagaran por un rollo, pero terminé saliendo con la cámara al cuello sin rollo, imaginando que sacaba fotos que a mí me parecían importantes. 

Cuando llegué a La Serena, me puse a imprimir un montón de fotos que había recolectado: ya existían las cámaras digitales y algunos celulares tenían cámara (aunque las fotografías eran terribles). Entre esas fotos había muchas de mi rostro, desde muy cerca; no recuerdo por qué fotografiaba tanto mi rostro y en algunas casi no me reconocí. Pagué por 20 o 30 fotos en esas maquinitas en que llevabas un disquette o un pendrive, seleccionabas los archivos y salían las fotos impresas; cuando recibí mis fotos me sentí ridícula y comprendí que tener muchas fotos de un rostro que apenas reconocía como propio era un ejercicio muy estúpido, tampoco había señales o signos del lugar en donde fueron tomadas, no significaban recuerdos o viajes, sino expresiones faciales serias que no puedo recordar haber hecho y tampoco a propósito de qué puse aquel rostro serio. Creo que tengo una o dos de esas fotos, no recuerdo haberlas botado y quizás mi madrecita se las robó... ella acostumbra robar cosas que yo olvido o cosas que ella cree que no son necesarias para mí, en ningún caso pregunta, sólo se roba las cosas. De todos modos no me gusta mi rostro en las fotos, no es que me encuentre fea o algo así, simplemente es incomodidad; siento que arruino las fotos en donde aparezco con otras personas porque me pongo tensa cuando veo a alguien sacando fotos y pucha, la gente es imprudente, ahora todos tienen una cámara en el cel y sacan fotos sin preguntar y después las publican en rrss y esa, casi siempre, es mi madrecita; también se roba mi imagen sorprendida.

De mi época escolar conservo muy pocas fotografías propias, con los años las he ido mutilando hasta que pierden significado; muchas ya las deseché. Cuando vi El Club de la pelea, me encantó la idea del "sacrificio humano" y tenía todos mis identificaciones escolares, de transporte y ciudadanas pegadas en la puerta, encabezadas por un papel escrito a plumón que decía "sacrificio humano"; aún tengo todas las credenciales, tarjetas y carnet que he tenido en la vida (no he perdido ninguno, jamás). No tengo tesoros en álbumes que pueda mostrar, mis tesoros fotográficos están en mis diarios y nadie lee mis diarios (eso lo tendrán que pedir a mi albacea cuando me muera porque dependerá de él si salen o no al público); alguna vez compré fotos eróticas y pornográficas, también las tengo bien (res)guardadas. 

En 2009, en un viaje familiar, me di cuenta de que me agrada más sacar fotos que estar en las fotos, tomo la cámara o el cel y me pongo a enfocar a mi familia, les saco fotos y las guardo. Tengo un amplio archivo de fotos de las cosas que he hecho y en las actividades en las cuales participé, muchas de cuando llegué y de cuando dejé de sentir gusto al ser capturada en imágenes; están ordenadas y por mucho que se me ha estropeado el computador o el disco externo, aún las tengo ordenadas. Hay fotografías que no quiero y otras que no puedo ver, pero ahí están, son esas cosas que no escribí en el momento o que no pude poner en cuentos, que no alcancé a enviar a el o los interesados, gatos que murieron y amistades truncadas.

Ahora me saco pocas fotos a mí misma y subo menos, pero mi madrecita se ha empeñado en publicar mis imágenes infantiles en rrss; yo tengo bloqueada a mi madrecita de todas mis rrss, pero no falta la persona que me comenta que me vio de cinco años en una foto en un perfil y que mi madre no entiende que no DEBE hacerlo y ha hecho oídos sordos a mis peticiones de no subirlas porque no acostumbra a escucharme y mucho menos hacer caso a lo que le digo a propósito de mí; ahora, con mucha frecuencia, le digo "mamá, tú no me escuchas" y como tampoco me lee (porque le da miedo) pienso que peleará con mi albacea por todo aquello que jamás escribí aquí o en el blog de cuentos, por mis cartas, por mis diarios y por todo aquello que escondí de ella durante toda la vida. Si juntara todo lo de este blog -en volumen- harían una quinta parte de lo que tengo escrito (y guardado para mí). Lo tengo a modo de legado, porque pienso que lo que he publicado es triste contenido vacuo... me gusta pensar que todo el peso de lo que hago se lo llevan los escritos secretos y me gustaría morir con esa idea en la cabeza; aunque será difícil hacer llegar esas únicas posesiones que valoro. A veces pienso en un plan infalible para que todo esto llegue a quien debe llegar, sin peligro de ser perdido, desordenado, violado, robado o destrozado; aún no doy con el plan perfecto, pero he ido identificando personas que pueden contribuir sin sentirse obligadas, porque no lo sabrán hasta que tengan que hacerlo. 

Odio mi rostro en fotografías, odio que me tomen fotos porque sí, odio que mi madrecita suba fotografías de mi infancia a rrss, odio muchas cosas y las que amo no tienen que ver con imágenes. 

9 de mayo de 2021

Otro glorioso día de rechazos

Hace algunos años, durante un par de años, me invitaron a la feria del día del libro en la universidad. Muy a mi pesar fui igual y era entretenido ir, aunque estar cerca del casino me provocaba un poco de asquito y estar varias horas dentro de la universidad -aunque fuera en el parque- también era desagradable; por mi voluntad no voy a la universidad, no poseo buenos recuerdos del lugar ni de esos años. Ya ni me acuerdo quién me invitaba o por qué llegaban a mí, desde que me fui no mantuve una relación constante con la universidad. 

Un año x, porque de repente soy muy ingenua y hasta estúpida para algunas cosas, se me ocurrió cambiar libros por cartas (el libro era mío -Teleidoscopio- y las cartas podían ser como quisiera la gente). Nunca me fue bien con eso, muy pocas personas sienten atracción o desean un libro de una autora desconocida, local y, además, publicada a través de un fondo editorial: creo que cambié alrededor de 15 libros -desde el verano de ese año hasta finales de abril-. Ya terminando la jornada, llegó un estudiante (me pareció un estudiante por la pinta y la juventud), me preguntó sobre el cambio de la carta por el libro y se sentó un momento a escribir. Cuando me pasó la carta, le pasé el libro y me dijo que no lo quería... No recuerdo bien qué pensé o que sentí, creo que fue algo malo como decepción o pena, quizás. 

En 2012 envié Teleidoscopio al concurso editorial y fue seleccionado para su publicación, me lo pasaron en 2014, en 2015 lo estaban vendiendo en la feria de las pulgas a luca y, al año siguiente, lo estaban vendiendo a quina. Tampoco recuerdo qué sentí, pero la emoción se fue cuando comencé a pensar por qué el libro estaba ahí estropeado sobre una sábana en una feria dominguera. Autora local, desconocida; 150 copias de esos libros se regalaron a la comunidad en eventos municipales, era evidente que terminarían siendo vendidos en alguna feria a un precio "para deshacerse". A pesar de eso, no volví a ver el libro siendo vendido en alguna feria de las pulgas, pero no me consta que no se siga vendiendo por ahí. 

El chico de la carta no quería el libro y yo no entendía para qué escribir si no quería cambiarlo por un libro. Yo me dije: weno, podría donar este libro a la biblioteca comunitaria que se promociona en esta misma feria, el chico se lo ganó -cumplió con su carta- y yo también quería deshacerme de esa copia. Vale. Terminó la feria, arreglé mi bici y me acerqué a los chicos de la biblioteca comunitaria; les dije que les dejaba esa copia de Teleidoscopio y me dijeron que no la querían. Ahí quedé con el libro en la mano, claro, no había visto que los libros de interés tenían que ver con política, sociedad, ensayos y textos educativos... pero ¿cómo sabían ellos que el libro que les estaba pasando no les era de interés si no lo conocían? Guardé el libro y salí del patio, alejándome del parque y luego de la universidad. Autora local, desconocida, ingenua y estúpida deja la universidad que odia con una lucas en el bolsillo, una carta y algunos dulces y cigarros y encendedores malos entre la ropa. 

4 de mayo de 2021

Una ganas locas de ver gente

Estuve viendo a muchas personas durante las últimas dos semanas (de lunes a viernes). Bueno, no muchas distintas; las mismas de siempre, pero muy seguido -risitas-. El jueves llegué a la casa de Guise y le solté que andaba con una ganas terribles de no estar en casa, de salir a conversar, de ver a gente, de patear pegas y de convertirme en un vagabundo (o algo así)... hablé mucho en pocos segundos y se fue a preparar el cafecito protocolar para ambas. No recuerdo mucho más de la conversación, yo andaba distraída y ella estaba pendiente de la casa (había que sacar un colchón grande y un catre que no se podía desarmar). Guise me dio su postre con chocolate y jugo de ciruelas, me gusta ese postre porque ella puede comerlo y a mí me gusta compartir algo del gusto de ambas. Todavía no puedo decir bien por qué no quiero estar en mi casa, quizás me siento un poco sola o quizás necesitaba salir; ve tú a saber. Ahora mismo tengo dos trabajos comprometidos, apenas los termine no hay nada más; si no los entrego no hay plata y sin plata, no hay cigarros... eso es lo único que me preocupa. No me ha ido bien vendiendo cosas en instagram, el año pasado comencé planeando 40 libretas, hice 20 y me demoré meses en vender 10... las otras diez terminé cambiándolas, regalándolas, dejándolas a otros para que me las movieran; no terminaré las 40 que tenía planeadas ¿para qué?