Antes de leer alguna entrada de "Cierto personaje acusado de alta traición":

30 de abril de 2021

El episodio prohibido

Capítulo I

En 2015 se cumplieron 10 años desde que salí de ese colegio que tanto odiaba, ese último colegio nefasto en que comenzó a desequilibrarse mi existencia y, por primera vez, comencé a acercarme a los libros (más en serio). La pasé mal ahí, odiaba todo de ese lugar; quizás rescataría la amistad con algunas chicas que se extendió por un par de años después de salir y con una de ellas perdura hasta este momento (a esa última amiga la conozco desde segundo básico, de la escuela D-54, desde el año 1995).
Como entré tarde a ese colegio (séptimo básico, el 2000), no logré hacer lazos fuertes con los otros alumnos, odiaba a muchos de ellos, aborrecía la obligación de permanecer ahí porque me metieron a ese colegio y me sometí a una dinámica extraña que se traducía en agachar el moño hasta que tuviera que salir de ahí.

Ese estúpido 2015 no comenzó como nada especial, empezaba a atisbar mis primeros combates literarios y ya me había dado cuenta de que juntarme con un puñado de poetas no tenía mucho sentido cuando yo escribía cuentos y no tenía en mente (ni deseaba) escribir poesía. Ese verano pasaron muchas cosas interesantes, estuve dando un taller de encuadernación y conocí a un bloguero célebre por primera vez en mi vida; cambiaron muchas cosas y continuaba pensando en lo que convenía para mí, para escribir mejor, para encuadernar mejor, para hacer mejores cosas por algo que me gustaba y que no pensaba que se transformaría en mi trabajo, además de continuar ocupando mi día hasta hoy -seis años
después-. 

A mitad de año, por casualidad, la amiga que continuaba en contacto conmigo me pilló visitando a mi familia en esa ciudad lejana que también odio, casi me obligó a ir a una jodida reunión de curso; bueno, me obligó, porque es de esas personas que le fue tan bien después del colegio que de seguro olvidó lo mal que la pasó ahí, lo mal que la pasamos ahí, lo fatales que resultaron todos esos años. ¿Qué tan cerca estábamos como para que ella percibiera mi malestar en tiempos escolares? ¿qué tanto podía saber si cuando yo estaba mal ni iba a clases y me escondía en la biblioteca? ¿alguien me vio realmente como para recordar que lloraba cada tanto o que los miraba con odio cada vez que me dirigían la palabra? ¿recordará alguien que me tiraban weás a la cara (literal) cuando yo ni les hacía caso a sus jugarretas? ¿alguien alguna vez se habrá preguntado qué fue de mí, si estaba viva o si me había muerto en algún lado extraño, si tenía carrera o hijos, si hice algo útil o si me transformé en adulta, si viajé, si me atropellaron, si caí al hospital, si tuve alguna vez un accidente, si quise matarme o si deseé hacerme daño, si aborté o si me enamoré de una chica?

Tuve que meter dos cajetillas de cigarros rojos de veinte y una cajetilla más que ya estaba abierta, tres encendedores y una cajita de fósforos, por si acaso. Una caja de vino tinto, por si acaso. Guantes, polainas y un suéter extra, por si acaso. Nada que fuera a delatar mi oficio, nada que pudiera dar pistas sobre mi ocupación. Bueno, quizás el olor decía mucho de mí: fumadora e incapaz de controlar la ansiedad. Y otros detalles que podrían interpretarse como alguna vez lo interpretó una chica que conocí en la u (y que vi muchos años después de retirarme): "ah, te asumiste", me dijo en ese entonces, me vio vestida de modo masculino, con tonos tierra en cada prenda y una chaqueta con hombreras, con el pelo parado a puro gel, las patillas largas, la boca agrietada y el rostro sin rastro de maquillaje, bebiendo un vodka con tónica, fumando como carretonero, con las ojeras tan marcadas que se veían incluso con la luz tenue del pub, las manos frías y los dedos extraños explicando cosas que ella no entendería. Esa impresión deseaba dejar, la impresión justa para que nadie preguntara nada porque el aspecto decía todo lo que deseaba que creyeran. Mi amiga condujo hasta el lugar, me llevó en auto y le hice prometer que me dejaría ir (a pie si era necesario) en caso de que yo quisiera largarme, en cualquier momento de la jornada.   

De todos, reconocí a muy pocos a primera vista; agarré un vaso con jugo y me senté lejos. Lo primero que hizo la gente fue comenzar a saludar a sus amigos y varios llegaron en grupo; se notaba que no habían perdido el contacto o seguían viviendo en Antofagasta. Vi cochecitos de guagua y escuché a niños pequeños gritar por ahí. El gimnasio del colegio seguía igual, bien iluminado, con el piso protegido y largas mesas llenas de picadillos, bebestibles y folletos de ve tú a saber qué desagradable recuerdo. Había algunos profesores, era temprano, la luz artificial hacía la vejez más evidente; no me acerqué y nadie se acercó. Cada tanto debía salir a fumar afuera, detrás del lugar, lejos de la puerta principal; en el mismo lugar donde las chicas fumaban cigarros mentolados cuando estaban en cuarto medio. Mi amiga me miraba como si yo estuviera incomodándola, pero no decía nada. Ella se veía bien, ni muy formal ni muy casual, las prendas justas para dar una impresión fresca y jovial, tal cual era su personalidad; maquillada (como todas), con zapatos altos (como todas), con una carterita a juego (como las que no iban con hijos). ¿Me dormí en algún momento como en la fiesta de disfraces por alianza en segundo medio? ¿puse piloto automático, en algún momento, para evadirme? ¿me puse a sacar weaítas para comer compulsivamente para pagarme los malos ratos? ¿en qué momento le metí vino al vasito plástico y comencé a jugar con el encendedor? Digamos que lidiar con las mujeres fue fácil, se me dieron mejor las chicas porque recordaba sus gustos y era sencillo porque parloteaban sin detenerse; no tuve corazón para ser cruel con ellas, no odié a ninguna chica en mi época escolar... a algunas las envidié, a algunas las quise mucho, otras me querían mucho y ninguna fue agresiva ni violenta. Cuento distinto el de los chicos, los odiaba y mucho... a ese que me saqué de encima (porque me webiaba) diciéndole que lo amaba porque ¿quién querría que una chica tan a mal traer te dijera que te ama?; a ese que copió mi tarea de filosofía al pie de la letra aunque le dije que no lo hiciera y se sacó una mejor nota que yo ¿por qué no dijiste nada?; ese saco de weas que me tiró un cuesco de durazno en pleno rostro porque le hacía gracia, de seguro, mandarme un cuesco chupao en señal de desprecio, directo a mi rincón de la sala donde jugábamos carioca ¿por qué lo lanzaste?; a ese loco chalao que me hablaba por msn, pero no me dirigía la palabra en la sala ¿en serio?; a ese conchetumare que me lanzó una caja de jugo que me rebotó en la frente y me hizo llorar de la rabia y ni siquiera se disculpó mientras mi amiguito de banco me preguntaba si estaba bien ¿te dolió siquiera verme llorar?. 

Sí, hace un par de años vendí un riñón para pagarme las drogas que levantaban mi ánimo. Sí, me dedico a las apuestas de galgos entre los cerros y quebradas de "Serena Norte". Sí, me casé y divorcié, además heredé mientras mantuve una amante a quien le gustaba vestirse de Marilyn. Sí, aprendí a volar monoplanos, pero jamás pude hacer las horas de vuelo necesarios para hacerme de una licencia. Sí, tengo cáncer y no me importa continuar fumando porque nadie lamentará mi muerte. Sí, una vez quedé en coma por tres meses por un Chevy Nova; no fue en un accidente, sino por una explosión antes de correr. Sí, me dedico a desenterrar momias andinas y venderlas en Ebay. Sí, me he robado objetos en exposiciones de arte para ponerlas en la casa de quienes odio y luego denunciarlos. Sí, sobreviví dos días tragando mucílago de cactus cuando me perdí caminando en un valle más allá de las carreteras. Sí, tengo por lo menos un mes de recuerdos totalmente borrados por un burnout. Sí, hago videos caminando descalza sobre cereales de colores. 

Cuando las historias absurdas se me acabaron, dejé el lugar sin despedirme.          

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Capítulo II

Mi hermana llevaba un par de años estudiando acá en La Serena, pasó un año sin la presencia familiar. Llegó un día contándome que una amiga suya estaba embarazada (en Santiago) y que le provocaba mucha tristeza. ¿Por qué? No supo decirme, pero se me ocurrió que podíamos sapear los perfiles de facebook de mis compañeros de curso de ese odiado colegio, se me ocurrió para hacerle entender que la vida sigue para todos y los asuntos normales le pasan a todas las personas; yo, hasta ese entonces, no había mirado/sapeado a ningún compañero porque jamás me provocaron interés. Muy pocos migraron a estudiar fuera de la segunda región y acá sólo había una chica que me agradaba (estudiaba música), pero que en diez años me encontré, por casualidad, dos veces; amaba saber que no me encontraría con nadie en Serena, amaba la idea de que nadie sabía nada de mí en mi horrorosa época escolar. 

Fui recordando nombres y buscando perfiles, mirando rostros y bajando la página para ver las fotografías de esas personas que vagamente me parecían conocidas. Todos los que encontré ya habían sacado una carrera y no cualquier carrera: médicos, ginecólogos, abogados, ingenieros, odontólogos... carreras cuáticas. Alguna que otra tenía hijos y algunas más de un hijo. Todos habían viajado a algún lugar exótico apenas terminaron de estudiar (China, Francia, Australia, Alemania, Estados Unidos, Tailandia, Inglaterra). Todos, en algún momento, tenían fotografías con parejas. Los hombres estaban más macizos que en su época escolar, excepto dos. Las mujeres estaban igual que en su época escolar (incluso, en algunos casos, mejores), se maquillaban y se arreglaban el pelo, cuidaban de su cuerpo. Solté varias chuchadas y carcajadas, no pude evitarlo; yo seguía siendo una chiquilla y todos ellos eran adultos hechos y derechos, con ambiciones y sueños cumplidos, viajes realizados y por realizar, de seguro todos estaban pensando en sus pegas y familias propias. Adultos, adultos de verdad. No creo que ver a esos desconocidos le sirviera de algo a mi hermana, pero salió de mi casa riéndose. No volvimos a hablar del tema y ella pareció olvidar a su amiguita de Santiago.

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Capítulo III

No, no me llevarían ni amarrada a una reunión de curso; el Capítulo I me lo inventé.

27 de abril de 2021

Andar con ánimos apocalípticos

Una vez tuve un celular "de galletita" -un cel amarillo que me recordaba a una oblea, con el teclado completo (con letras) y una mini pantalla en sentido horizontal-; ese cel me lo compré a mi gusto y necesidades. Con harta curiosidad aprendí a usarlo y me gustaba mucho usarlo, tenía un tamaño ideal para mis bolsillos. Con el tiempo casi me obligaron a cambiarlo porque mi familia me llamaba, pero el cel no recibías las llamadas (nunca supe por qué). Lo tengo aún en el cajón y lo uso cuando deseo recordar mis sueños... "¿Cómo?": te lo estarás preguntando ahora. 

Cuando debía poner despertador para salir temprano, lo programaba para dos horas antes de la hora de la cita y le sumaba media hora de cabeceos cada 3 minutos -lo mínimo que permite "repetir alarma"-; como esos 3 minutos eran lo mínimo que permitía, pues lo ponía "repetir alarma cada 3 minutos hasta apagar la alarma" y wooooo: si despertaba cada 3 minutos recordaba todo el sueño con lujo de detalles. Despertaba por el ruido y volvía a dormir y volvía a despertar cada 3 minutos, durante media hora: no fallaba el chisme, recordaba todo. Escribí muchos sueños en ese entonces y también saqué ideas para cuentos, no se me olvidaban incluso despierta y dedicaba algunos minutos a escribir (o dibujar) el sueño. Lo tomé como algo natural, ponía la alarma incluso si no debía despertar a "x" hora. Cuando me regalaron el cel nuevo (porque yo me negaba a cambiar mi cel amarillo de oblea), me di cuenta de que la alarma permite un mínimo de 5 minutos de repetición de alarma y no funciona lo de los sueños, no funciona y no funciona. Me alegré de haber guardado mi cel galletita porque si quiero recordar lo que sueño, lo prendo y programo, al otro día escribo y todo guay. Me alegra también tener este otro cel (uno de pantalla táctil) porque durante muchos meses he estado despertando triste o enojada, preocupada o con ánimos apocalípticos; sospecho que es porque sueño cosas feas y es bueno que no las recuerde, es bueno que este cel de (mínimo) "5 minutos de repetición de alarma" no me permita recordar. 

Me he sentido bien de ánimo últimamente, me sorprende incluso que el ánimo alegre de los primeros meses del año me dure tanto; antes mi ánimo decaía inmediatamente después del término del verano (y debía sostenerme bien hasta finales de abril, por el día del libro). Claro, no hubo ferias ni actividades, creo este año me he agotado menos y por eso he durado tanto "de buen modo". Estuve pensando que en los veranos anteriores me desgastaba tanto, que debía tomarme el otoño para recuperarme bien; coincidiendo con la época menos activa en tanto a actividades literarias. 

El año pasado (y creo que a todxs nos pasó de algún modo u otro) aprendí algo nuevo de mí porque apareció algo nuevo en mí, no lo percibí y tampoco me preocupé de inmediato, yo estaba un poco distraída con lo que sucedía en el entorno y con el encierro. El asunto es que estuve hartas semanas con aquello nuevo que había aparecido sin ponerle atención, algo nuevo en la cabeza que aparecía cada vez con más frecuencia e interrumpía, a veces, mis pensamientos, mi quehacer, mis ocupaciones, mis labores, mi descanso. Cuando se volvió disruptivo tuve que buscar lecturas para saber qué era y qué podía hacer para lidiar con aquello o saber manejarlo mejor. Llegué a un manual muy interesante, algo breve y práctico que me ayudó a entender esos pensamientos disruptivos; claro, el manual fue escrito para esos casos en particular y estaba hecho para que cualquier persona pudiera usarlo de modo fácil (para las personas que padecían de aquello y quienes deseaban acompañarlos). Antes de encontrar este librito/manual, me topé con hartas lecturas aleatorias (pertinentes o no al caso) y, de entre ellas, me llamó la atención un wikihow y los comentarios que lo acompañaban; en mi ignorancia sobre el tema, pude intuir que la persona que lo había escrito lo había vivido en carne, mientras que los que comentaban lo hacían desde el total desconocimiento y en un tono muy agresivo. Entiendo que el tema es súper complicado y, por lo mismo, no daré mayores detalles ni dejaré el manual (aunque lo recomendaría a alguien si se da el caso o me cuenta que está en la misma situación), saben que no me gusta cuando la gente me pone mucha atención porque me agobia y alumbrarme más significa que la gente me pondrá más atención... no quiero eso, me incomoda, estoy en paz con mis asuntos y lo que puedo leer para ayudarme. 

Llevo un diario de intercambio con una amiga que considero muy importante, ella y el diario han cobrado más relevancia en este tiempo porque me permito escribir sin reservas y las respuestas escritas me dan perspectiva, puedo tomarme mucho tiempo para comprender, pensar y escribir de vuelta: ella, en muchas etapas de su vida, ha tenido que pedir ayuda... aún necesita -de vez en cuando- ayuda y la pide, no tiene problemas en pedirla y no se siente mal o rara, la pide y logra mejorar, ha logrado hablar de aquello que le hace daño, expresarlo y esperar lo mejor. Yo, en cambio, no puedo pedir ayuda; me cuesta incluso hablar o expresarme con claridad, me siento incómoda porque me es difícil ponerlo en palabras, decirlo de modo breve, expresarlo de modo oral; eso es una parte. La otra es el recuerdo constante de las ocasiones en que quise hablar con alguien (personas que amo o amé, personas muy importantes que pensé podrían escucharme... ni siquiera buscaba que me ayudaran, sino que me escucharan, nada más) y, antes de terminar lo que deseaba contarles, ya estaban mirándome "a huevo", diciéndome que no era posible que sintiera lo que les estaba contando, que no conocía la desesperación, que no era real lo que les contaba o que era tonta por sentir eso; esos recuerdos no se borran, esas palabras no se olvidan, esos rostros no desaparecen (aunque dejé de ver a muchas de esas personas). Yo creo que mi amiga es valiente por ser capaz de pedir ayuda, ella cree que yo soy valiente por no pedir ayuda; ve tú a saber, porque ambas sabemos que no hay arreglo, pero podemos llegar a sentirnos "bien" (dentro de lo que se puede). 

No se me ocurre de qué forma terminar esta entrada, quizás algún otro año (en algún futuro distinto) pueda escribir de esto, refiriéndome apropiadamente al asunto y con las palabras que ahora temo escribir. 

23 de abril de 2021

Mi libro de recetas

No se me había ocurrido escribir sobre mi libro de recetas, aunque cada dos días lo saco del librero para consultar alguna que otra cosita. Creo que hasta soñé que escribía sobre eso.

Mi libro de recetas me lo regaló mi madrecita, a los 18 años, la navidad del 2005. No era algo que yo hubiera pedido o siquiera deseado, digamos que nunca se me había pasado por la cabeza; aunque siempre me ha gustado comer y también sentía curiosidad por saber cómo se preparaba la comida. Mi abuela paterna trabajó toda la vida cocinando y tenía buena mano (hasta antes de comenzar a olvidarse de sus propias recetas), mi madrecita también tiene buena mano (toda una vida alimentando a una familia con muy buena comida). Por lo que sé, mi madrecita aprendió a cocinar "a la mala": probar, fallar, quemar y aprender; para lo torpe que suele ser para algunas cosas, debió ser un proceso muy muy largo para poder cocinar de todo sin meter la pata o arruinar algo por descuido. No sé si mi abuela paterna metía la pata en la cocina, pero no parecía que fallara mucho. No conocí a mi abuela materna y tampoco tengo referencias sobre su mano cocinera, pero asumo que sabía cocinar bien (o, como mínimo, se las arreglaba); porque es la única manera de explicar las habilidades, el interés y el amor de mi madrecita por preparar comida y cocinar bien. 

Hace poco (digamos, cuando comenzó esto del bicho) mi padre hizo una referencia a la comida que prepara mi madrecita: "gracias a ella estamos sanos, por la comida que prepara". Tiene razón, es probable que ninguno de nosotros presente enfermedades asociadas a una mala alimentación en muchas décadas; si bien nos gusta comer chatarra y darnos gustitos con dulces, preferimos la comida casera. 

Ese lejano 2005, cuando mi madrecita me regaló mi librito de recetas, no sirvió de mucho porque estuve dos años viviendo en piezas con un acceso limitado a cocina; comía ramen en la pieza y prefería picar comida callejera (adoro la comida callejera). Al tercer año viví en una casa con cocina y tenía un buen motivo para comenzar a cocinar (varios motivos en realidad, pero buenos motivos y toda la mano y el tiempo para hacerlo). Comencé por lo básico: arroz, fideos y pan. Me fui después por los queques, panqueques, masa dulces y cositas para picar. Compraba muchos condimentos y aprendí a identificarlos por el aspecto y el olor; comencé a probar comida corriente con sabores que jamás había probado. Cada tanto llamaba a mi madrecita para preguntarle sobre tal o cual comida, a los dos años ya sabía preparar mucha comida sencilla y los queques me quedaban hermosos (aspecto y sabor: 120%). En casa siempre había pan y algo pa picar, hasta que mi hermano me dijo "¿para qué haces tanta weá?" y, desde entonces, jamás me volvió a salir bien un queque (ahora prefiero ni intentarlo, porque se me apelmasan, los quemo, los arruino, siempre los embarro de alguna forma); entre otras cosas, siempre voy a odiar a mi hermano por arruinar mi manito de queques hermosos con su comentario de mierda. 

Cuando llegué a la cabaña me puse a cocinar por placer y con algo más de experiencia, además tenía más dinero y podía comprar todo aquello que deseaba para preparar nuevos platillos deliciosos. Con mucha paciencia copiaba las recetas que me funcionaban y me gustaban, mi librito comenzó a juntar manchitas de agua, restos de harina, trocitos de masitas y pegotines de mezclas que saltaban con las aspas de la batidora; es el único libro en que me permito manchitas y descuido... el uso que le doy justifica el aspecto, dice a los comensales que puedo preparar algo rico al gusto de quien venga a comer conmigo. He tenido la oportunidad de compartir con grupos grandes, siete o más personas, que han venido a hacer talleres y aprovechamos de compartir almuerzo o tecito (¡lxs extraño harto cabres!). Me gusta cocinar para mi hermana porque ella me indica más o menos qué le tinca y se come todo lo que preparo para ella, aunque no sea comida convencional o aunque tenga sabores a los que ella no está acostumbrada (mi madrecita tiene una mano muy tradicional para la comida). He tenido a varios tipos de comensales, amigos principalmente y, con menos frecuencia, personas a quien amo. Del mismo modo en que quienes son amigos pueden entrar a mi casa, las personas que quiero mucho han probado algo preparado por mí y ojalá esta comida la recuerden como algo que compartí con mucho amor; he puesto mucho de mí en cada plato que preparo y lo único que busco es que sientan ese gustito rico que siento yo al prepararlo, esa felicidad sencilla que consigues al contribuir con una carita feliz y una pancita llena de amorsh (ñañau). Si bien me gusta preparar comida para otrxs, la principal motivación es "puedo hacerlo", es por mí y para mí, es un gustillo egoísta también, siento algo en el pecho que no puedo replicar con ningún otro estímulo. Aprecio también a quienes saben cocinar, me gusta comer cositas preparadas por amigxs; me gustas esas juntas con bebestibles alcohólicos y bajones caseros; me gusta que me ofrezcan un picoteo aleatorio o que me permitan probar algo que están recién aprendiendo; me gusta compartir datos y recetas; me gusta que alguien me pregunte qué tiene lo que está comiendo y decirles "Birdo lo preparó, pregúntale...." -risitas.  

Ahora mismo prefiero el sabor al aspecto... nunca me he ocupado de que las comidas presenten un aspecto perfecto porque me las como igual (y pucha que soy pésima pa los detalles de masita) y no tiendo a sacar fotografías de todo lo que hago (mi orgullo son esos dulces hechos a mi gusto, para mí y nadie más, a eso sí le saco fotos y las subo al insta). Cada año me siento más orgullosa de lo que puedo hacer en casa, la cocina y esa capacidad rara -para mí- de transformar alimentos varios en comidas preparadas.         

20 de abril de 2021

Adquirir por cariño, tomar por amor.

Cuando Birdo -el gato que vive conmigo- llegó, tenía alrededor de 7 meses; o eso me dijo la veterinaria. Decidí que todo febrero sería un cumpleaños para Birdo y desde ahí cuento un año más. Cuando llegó no era el gato tierno que uno adora porque los gatos chiquitos son lindos, era re-feo: tenía un poco de pelo teñido de rojo estilo moicano, la cara alargada y las orejas muy desproporcionadas con respecto a su carita flaca. Tengo una o dos fotos poco claras en donde está sentado sobre polar rojo y en medio de una canastita para gato que jamás le gustó. Cuando llegó, ya sabía tapar sus asuntos con tierra, ronronear y limpiarse, o sea, la gata que lo parió alcanzó a enseñarle esas cosas que hacen los gatos que se crían con su madre. Tenía también una reacción particular que me enojaba mucho y me costó corregir: cuando se sentía cómodo, comenzaba a ronronear automáticamente y se meaba en donde estuviera... arriba de mi cama, sobre todos los sillones, sobre ropa que recién me había sacado. Le enseñé a no mearse en cualquier lado, también a dormir acomodado en mi cuello (cosa que aún hace, aunque ahora pesa cinco veces más) y sobre las piernas (aunque me busca y aún lo hace, aguantamos poco acomodados así). Me costó meses enseñarle y mostrarle el comportamiento de un "buen gatito": ese que no se sube a la mesa y que no te roba comida cuando dejas de mirar, ese que no rasca donde no debe, el que no rompe las cosas por gusto, el que no destroza tus proyectos recreativos y tampoco se sienta sobre el teclado del computador. Birdo es un gato perfecto para lo que hago y para quien soy, nos parecemos en algunos aspectos. Mi gatito es un buen gatito.

El fin de semana estaba hablando con alguien y la conversación se alargó un poco (la sobremesa de fin de semana, con tecito y conversá por muchos temas aleatorios). Me contaba que, si bien reconocía que siente cariño por su padre, no es capaz de decir que su padre fue un buen padre: reconocía cariño, pero también se apegaba mucho a lo que había vivido con él durante su vida. Eso no era problema, se notaba que había llegado a esa conclusión y vivía en paz con eso; el asunto era que un hermano suyo decía que quería a su padre y que había sido un buen padre, por ese punto casi que peleaban. En algún momento me mencionó algo que yo había notado, pero que quizás no había pensado como algo que pudiera ser una experiencia común a cualquier familia. Me dijo que cuando alguien -de niñx- quiere a otra persona (tomando el caso de quien cría a ese niñx), ese niñx adquiere características que lo acercan a ese ser querido; más allá del parentezco sanguineo o de la crianza como patrones de comportamiento, adquiere modos de hablar, gestos, mañas, habilidades varias, gustos, actividades y muchas otras. Me contaba que tenía un amigo que "aprendió" una cojera (que no tiene causas físicas), todo porque el padre de esta persona tenía un problema en una pierna y cojeaba: ese niño imitó y aprendió esa cojera porque quien la padecía era un ser digno de imitar, alguien que lo quería mucho, alguien que se admira. Me contaba, también, que él mismo no tenía nada que lo asemejara a su padre: ningún gusto, ningún gesto, ningún modismo o, incluso, parecido físico... lo único que lo unía, de alguna manera a ese ser humano, era el gusto por el fútbol: les gusta el mismo deporte y son del mismo equipo.

En un rato como que se fue la conversación a otro lugar y me mencionó entre las ideas que estaba relatando, me recordó que yo debía querer mucho a mi madrecita (y ella a mí) porque yo tenía mucho de ella: sabía cocinar y me salía bien.

¿Alguna vez subiré alguna foto de Birdo cuando era chiquito y feo?

15 de abril de 2021

Aventuras de "tapioki"

Quizás no había mencionado acá algo sobre el tapioki*... si te lo preguntas, escribiré sobre el karaoke. Ayer una amiga me contó que extrañaba ir al karaoke y yo no tenía idea de que a ella le gustaba, claro, si jamás nos topamos en alguno y tampoco habíamos hablado de eso. En algún momento había uno -el Kaiser, en calle Eduardo de la Barra- y era ese no más, los demás bares eran solo bares; en ese tiempo hermoso en donde podías fumar dentro de los locales y podrías ser la súperestrella porque las personas que iban a aquel bar eran las mismas. Un amigo mío era amigo de una garzona del Kaiser y siempre nos atendían muy bien, ella me agradaba porque era muy linda y muy atenta conmigo -aunque yo no era su amiga-. Recuerdo que había una tarima y, si querías, podías subirte ahí a cantar. Fuimos mucho, creo que durante un año o algo más; después dejé la u y ya le perdí el rastro a mi amigo, también dejé de ir al karaoke (porque no tenía morlacos). Después, mucho después (creo) apareció el Kaiser Otto (En Balmaceda) y también pusieron un karaoke guay, con tarima, pantallas y todo. Fui harto ahí, para ese entonces había reanudado mis encuentros con este amigo y tenía otros, ahí fuimos a cantar después del lanzamiento de Teleidoscopio (el primer libro que no me publiqué, es del concurso editorial Manuel Concha), tengo varias fotos de ese día y es extraño, porque no tengo fotos mías en el karaoke. Seguí yendo con amigos de vez en cuando. Un día x apareció un caño en medio de la tarima y esas fueron las últimas veces que fui al lugar. Noté que ya había pasado esa época en que te podías subir al escenario a cantar, sin ser invitada a hacer -más- show en un caño que parecía fuera de lugar; te imaginarás que siempre un caño involucra un intento más bien triste de montarte una escena de exhibicionismo con evidente falta de coordinación y control del cuerpo, porque quien bebe se desinhibe y quien se suelta no piensa en el ridículo, vi a muchas chicas caerse o tropezar con los tacones, medio agarrándose del caño y medio siendo sostenida por el animador. No me gustó y no volví.

Por mientras, me encontraba yendo con frecuencia al CCHerrera (Balmaceda) porque siempre fue un lugar guay al que íbamos de vez en cuando... nah, igual un tiempo fuimos mucho. Ni recuerdo si siempre hubo pantalla y micrófono, pero lo recuerdo con esos elementos y la estrella gigante de cartulina en medio del salón, el escenario alto con una escalerita al costado, las cortinas de techo a piso y los espejos. A Nury la conocían hacía mucho y siempre le decían la poeta, se alegraban mucho de verla. Yo iba con amigos de bebidas, a Erick siempre le regalaban chelas de litro (se las mandaban otros clientes) y yo cantaba y cantaba porque si pedía tres o cuatro temas al hilo, me los ponían. En los momentos más guays de mis recuerdos, apenas entraba al local, ya estaban sonando algo que me sabía y me estaban trayendo el micrófono -incluso antes de sentarnos o pedir algo para beber-. Recuerdo varias noches estupendas y muchas más en que -con toda propiedad- me subía al escenario a cantar y cantar, hasta que perdía el aliento porque eran tres o más canciones seguidas (y eso que tengo aún mis pulmones muy potentes aunque fumo como carretonera... nacida en altura pu, a 2.870 metros sobre el nivel del mar; ese es uno de mis súperpoderes). Recuerdo una vez en que me subí al escenario con Toño (sobrino de Nury) y otro amigo (ay, no recuedo quién era, lo siento)... hicieron el papel de los bailarines de la Raffaella Carrà, meciendo una cortina detrás de mí haciendo de mar y, luego, levantándome como a la original; ese momento siempre será mi cielo dulce, el punto más alto (literal) al que llegué siendo una entusiasta y fan del karaoke. Después fui con un grupo de mujeres -todas parientes que llegaron a un café literario en donde participamos como Viajeros del Mary Celeste- y la pasaron muy bien porque se presentó una chiquilla en un número de café concert y las agarró pal leseo. De ahí fui mucho, con hartos amigos, con mi hermana y con gente después de la feria del libro en verano. Por falta de pega o porque ya no era lo mismo, dejé de ir al CCHerrera. 

Antes de todo esto, el karaoke comenzó a esparcirse por toda Serena. En cada local había una pantalla y un micrófono, en todos lados y cada noche podías pillarte a gente cantando. La última vez que fui a un karaoke estaba en Coquimbo en 2019, después del día de la música (creo); yo había ido a una feria y me encontré con una amiguita que estaba muy triste, conversamos todo el día, decidimos quedarnos en la noche en algún local y, cuando terminamos, la fui a dejar a su casa, de ahí me fui a mi casa y de ahí jamás volví a estar en un karaoke. 

Saliendo de esto, L., iremos a juntas a un karaoke.  


*En algún episodio de Los Rugrats, Angélica tenía una parlante y un micrófono, le decía "tapioki". Por algún motivo me gusta la palabra, es lo que hacemos en realidad: andamos por ahí y decidimos meternos a algún bar con un micrófono atravesado en la garganta con ganas de cantar a lo loco, para pegarte el show y disfrutar con tus amigos, para amenizar el pitcher, los cigarros (que ahora fumas afuera o en algún balcón, salita, patio a techo abierto o en la calle; todo improvisado para que la gente, en lo posible, no salga del local). Cuando pienso en las salas de karaoke en algún barrio japonés, en donde puedes estar con tus amigos y hacer un show privado, ahí la palabra "karaoke" tiene más sentido; me gustaría que existiera acá algo así.

10 de abril de 2021

300 y tantas... ¿400?

En algún momento, antes del 2017, me prometí subir como mínimo una entrada, cada año, a cada blog (administro tres). Cuando pasó octubre de 2019 acá sí habían varias entradas por cada año anterior y tenía una entrada guardada que me costó terminar, justo para publicar algo cada año; me costó un mundo terminarla porque había estado masticando esa idea/emoción/rabia durante harto tiempo (desde el 2018). Desde esa entrada mis ideas se presentaron más claras, sabía bien que sentía ganas de escribir y comencé a hacerlo con más frecuencia. El 2020 casi alcanzo "la entrada por semana" (en promedio, es difícil comprometerse con una entrada semanal cada semana); publiqué 49, me faltaron tres. Asumo que esas tres entradas correspondían a saludos de celebraciones que no deseaba celebrar, alguna de éstas debió faltar: el saludo de navidad, el saludo de año nuevo, el saludo del feliz día de algún miembro de tu familia, feliz cumpleaños para mí o algo así. El 2020 no habían ganas de saludar a nadie para ninguna fecha... de hecho la entrada 300 del blog fue la que tenía atravesada y no era para celebrar. ¿Llegaré este año a la 400? No recuerdo bien las razones para celebrar la acumulación de 100 entradas (cada vez que se juntan 100 y 100 más), quizás lo vi en algún lugar o recordé que las series de tv largas -de esas que llevan décadas- celebran cada tanto años la 300 o la 500, los 50 años o la primera década de existencia. Quizás era algo que podía y quería celebrar porque no tenía que ver con algo que pasa sí o sí todos los años (como un cumpleaños), sino que corresponde a una autocelebración de algo que existe y se alimenta sólo con mi interés por escribir y publicarlo acá, mantener la plataforma, arreglarla un poquito cada año, cambiar el aspecto y esperar a que los lectores se sientan a gusto en este espacio que siempre he querido mucho, pero que he llegado a amar (y adorar) con los años.

¿Nos leeremos en la entrada 400? ¿se me pasará como la 300 o en realidad escribiré algo lindo para la ocasión?

6 de abril de 2021

Apaleada

Desde diciembre del año pasado he estado "amarrando" pegas, comprometiéndome con publicaciones, terminando las que quedaron pendientes y respondiendo las que están apareciendo. Se sabía que el verano sería un extraño verano: había permiso de vacaciones, pero no dinero para salir; había un poco de libertad para moverse, pero no había lugar a donde ir; había cierto ánimo por algunos cambios en el entorno, pero no dejaba de sentir un poco de miedo de ir a lugares muy concurridos; sabía que, como el año pasado, debía agarrarme a lo que pudiera porque realmente nadie sabía bien lo qué pasaría el 2021. La cantidad de pegas que "amarré" es más de la que puedo cumplir de buen modo, tomando en cuenta el tiempo que me tomaba antes y el tiempo que me toma ahora: antes me dedicaba a sacar una a la vez, ahora estoy trabajando en dos o tres a la vez. En los años anteriores (2018-2019) sabía qué podía hacer y cuánto tiempo me tomaba, sabía también cuánto podía tomar y cumplir; en verano no me comprometía por la feria del libro y me permitía descansar en marzo, retomando en abril con el taller de Los Viajeros. De ahí a recibir pedidos y echar mano de las muchas ferias que se realizaban durante el año (día del libro, aniversario de la biblio regional, ferias independiente, actividades varias, lecturas nocturnas, pequeños lanzamientos, etc.).

En los últimos meses del año pasado amarré pegas (todas las que pude) y puedo hacerlas, incluso puedo hacer más de las que pensaba, pero a medida que pasan los días me he estado sintiendo muy apaleada. Mi pega no es algo pesado (digamos, no tengo que hacer mucha fuerza con el cuerpo), tampoco es algo que me agote (siempre se pueden alternar tareas e ir variando las actividades), mucho de lo que hago tiene que ver con estar frente a un computador y el resto es encuadernación (ambas son actividades que ya sé hacer y que me toma poco tiempo)... ¿por qué entonces tanto cansancio? me siento mucho más cansada que cuando estaba todo el día en las ferias o toda la tarde en las actividades literarias. Sí, estoy trabajando en muchas más cosas que antes, pero si soy capaz de hacerlo y lo hago ¿cómo es que me siento tan cansada?

Ayer me llamó una amiga muy querida y le comenté que estaba despertando apaleada, me dijo que era un "síntoma" normal, algo que también sentía, además de soñar weás y la inevitable tristeza. Pucha, entré ahora más preparada, vi a mucha gente antes, tengo pega, tengo cosas que hacer y asuntos de los cuales me debo encargar (actividad a full), pero no siento que el apaleo sea a causa de esos asuntos y tampoco me atrevo a achacárselo a la situación porque -dentro de lo que se puede- estoy bien y las personas que me importan también están bien. ¿Qué me pasa? ¿qué nos pasa?

Me alegro de poder arrancarme un rato y poder ir a lugares que me gustan, no sentir tanto miedo como la primera vez. 

2 de abril de 2021

Metidas de pata por todos lados y a todas horas

1.- No puse suficiente atención a las restricciones de fin de semana.
Llegado el sábado todo estaba cerrado y no lo comprendí bien hasta que la señorita del servicentro se negó a venderme cigarros porque "tenía instrucciones de no vender, solo atendía delivery". En muchos años no había sentido la necesidad de rogar; terminé intentando que un motoquero me comprara, pero dijo que todo funcionaba por app, que él no manejaba dinero. Yo jamás usaría un servicio de delivery, porque no manejo cantidades grandes de dinero en la tarjeta y soy muy desconfiada, tampoco pagaría luca o luca y media más por un delivery de cigarros (apenas tengo pa los cigarros). Me subí a mi vehículo y lloré porque comprendí que ahora tendría que tener harta plata el viernes para comprarme todos los cigarros que fumo el fin de semana, además que en ese instante no tenía y tendría que tragarme un tipo de ansiedad que no puedo controlar -a menos que sea con cigarros-. Calles más allá, un grupito de gente entraba por una puerta muy estrecha... recordé un dato que escuché de mi primo. Me detuve. ¿Tiene cigarros? Sí, pero estacione más allá, pa que no se vea tanta gente. El recargo fueron doscientos pesos más, un precio muy pequeño comparado con el alivio que sentí en ese momento. 

2.- Hice llorar a mi madrecita.
Andaba fuera y decidí ir a la casa familiar. He sentido agobio y tristeza, he soñado mucho y todo es malo, me siento preocupada y no tengo modo de expresar las razones de esas emociones, no soy capaz y no puedo hablar con nadie en realidad. Con todo eso atravesado, ir a la casa familiar es una ruleta rusa. Ya me resigné a tragarme todo frente a mi familia, las respuestas son las mismas y es una pérdida de tiempo intentar decir algo que no sea "me siento pletórica de felicidad". Las respuestas programadas tienen que ver con un menosprecio hacia malas emociones: "te quejas de llena", "eso no existe", "no tienes razones para quejarte", "es imposible que sientas eso". Vale, si no puedo hablar con ellos no quieres decir que me sienta bien y, a veces, intentando no explotar (porque no sirve de nada), soy muy dura para hablar y hacer entender que no quiero tal o cual cosa. Mi mamá le pidió algo a mi hermana, yo metí la cuchara dando un consejo; acabé haciendo yo el favor. ¿Mamá cuál es tu mail? No tengo mail". ¿Cómo es que tienes facebook entonces? "No tengo mail". ¿Recuerdas en dónde está la imagen que necesitas? "En instagram". ¿Puedes pasarme tu celular para buscarla? "está ordenado porque borro muchas cosas" (jodida mentira, no pude encontrar nada). Pensando en dónde podría encontrar la imagen original, trajiné en mi mail y, mientras lo hacía, la señora se sentó tan cerca de mí que le tuve que decir que se sentara más allá; ella sapea, no mira; ella respira sobre la gente para descubrir cosas que no es capaz de preguntar; ella me abraza pa cachar si estuve fumando o si estoy preñá; ella no tiene idea de qué mierda estoy haciendo, pero como que necesita sapear encima pa ver si tengo algo en mi cel porque se le da la gana. Claro, lloró y se ahogó en la miseria de ser una madre a la cual su hija le dice "siéntate más allá, por favor". Yo solucioné el showcito y le encontré las fotos sin ningún dato aportado por ella, le di consejos (porque quería encargar un timbre) y me largué. Suena fatal ¿cierto? Siempre me pregunto qué pasaría si le dijera a mi mamá que siento mucha ira contra ella porque no me oyó, no me oye y tampoco me oirá en el futuro... me pregunto qué pasaría si le contara sobre los pensamientos que llenan mi día, sobre el daño, sobre la rabia, sobre la tristeza, sobre no dormir, sobre hacerse daño, sobre tener planes conmigo muerta. No, mamá, es mejor que ahora llores un poco y yo sea la bruta que puedes pelar con tus amigas.