Antes de leer alguna entrada de "Cierto personaje acusado de alta traición":

30 de abril de 2021

El episodio prohibido

Capítulo I

En 2015 se cumplieron 10 años desde que salí de ese colegio que tanto odiaba, ese último colegio nefasto en que comenzó a desequilibrarse mi existencia y, por primera vez, comencé a acercarme a los libros (más en serio). La pasé mal ahí, odiaba todo de ese lugar; quizás rescataría la amistad con algunas chicas que se extendió por un par de años después de salir y con una de ellas perdura hasta este momento (a esa última amiga la conozco desde segundo básico, de la escuela D-54, desde el año 1995).
Como entré tarde a ese colegio (séptimo básico, el 2000), no logré hacer lazos fuertes con los otros alumnos, odiaba a muchos de ellos, aborrecía la obligación de permanecer ahí porque me metieron a ese colegio y me sometí a una dinámica extraña que se traducía en agachar el moño hasta que tuviera que salir de ahí.

Ese estúpido 2015 no comenzó como nada especial, empezaba a atisbar mis primeros combates literarios y ya me había dado cuenta de que juntarme con un puñado de poetas no tenía mucho sentido cuando yo escribía cuentos y no tenía en mente (ni deseaba) escribir poesía. Ese verano pasaron muchas cosas interesantes, estuve dando un taller de encuadernación y conocí a un bloguero célebre por primera vez en mi vida; cambiaron muchas cosas y continuaba pensando en lo que convenía para mí, para escribir mejor, para encuadernar mejor, para hacer mejores cosas por algo que me gustaba y que no pensaba que se transformaría en mi trabajo, además de continuar ocupando mi día hasta hoy -seis años
después-. 

A mitad de año, por casualidad, la amiga que continuaba en contacto conmigo me pilló visitando a mi familia en esa ciudad lejana que también odio, casi me obligó a ir a una jodida reunión de curso; bueno, me obligó, porque es de esas personas que le fue tan bien después del colegio que de seguro olvidó lo mal que la pasó ahí, lo mal que la pasamos ahí, lo fatales que resultaron todos esos años. ¿Qué tan cerca estábamos como para que ella percibiera mi malestar en tiempos escolares? ¿qué tanto podía saber si cuando yo estaba mal ni iba a clases y me escondía en la biblioteca? ¿alguien me vio realmente como para recordar que lloraba cada tanto o que los miraba con odio cada vez que me dirigían la palabra? ¿recordará alguien que me tiraban weás a la cara (literal) cuando yo ni les hacía caso a sus jugarretas? ¿alguien alguna vez se habrá preguntado qué fue de mí, si estaba viva o si me había muerto en algún lado extraño, si tenía carrera o hijos, si hice algo útil o si me transformé en adulta, si viajé, si me atropellaron, si caí al hospital, si tuve alguna vez un accidente, si quise matarme o si deseé hacerme daño, si aborté o si me enamoré de una chica?

Tuve que meter dos cajetillas de cigarros rojos de veinte y una cajetilla más que ya estaba abierta, tres encendedores y una cajita de fósforos, por si acaso. Una caja de vino tinto, por si acaso. Guantes, polainas y un suéter extra, por si acaso. Nada que fuera a delatar mi oficio, nada que pudiera dar pistas sobre mi ocupación. Bueno, quizás el olor decía mucho de mí: fumadora e incapaz de controlar la ansiedad. Y otros detalles que podrían interpretarse como alguna vez lo interpretó una chica que conocí en la u (y que vi muchos años después de retirarme): "ah, te asumiste", me dijo en ese entonces, me vio vestida de modo masculino, con tonos tierra en cada prenda y una chaqueta con hombreras, con el pelo parado a puro gel, las patillas largas, la boca agrietada y el rostro sin rastro de maquillaje, bebiendo un vodka con tónica, fumando como carretonero, con las ojeras tan marcadas que se veían incluso con la luz tenue del pub, las manos frías y los dedos extraños explicando cosas que ella no entendería. Esa impresión deseaba dejar, la impresión justa para que nadie preguntara nada porque el aspecto decía todo lo que deseaba que creyeran. Mi amiga condujo hasta el lugar, me llevó en auto y le hice prometer que me dejaría ir (a pie si era necesario) en caso de que yo quisiera largarme, en cualquier momento de la jornada.   

De todos, reconocí a muy pocos a primera vista; agarré un vaso con jugo y me senté lejos. Lo primero que hizo la gente fue comenzar a saludar a sus amigos y varios llegaron en grupo; se notaba que no habían perdido el contacto o seguían viviendo en Antofagasta. Vi cochecitos de guagua y escuché a niños pequeños gritar por ahí. El gimnasio del colegio seguía igual, bien iluminado, con el piso protegido y largas mesas llenas de picadillos, bebestibles y folletos de ve tú a saber qué desagradable recuerdo. Había algunos profesores, era temprano, la luz artificial hacía la vejez más evidente; no me acerqué y nadie se acercó. Cada tanto debía salir a fumar afuera, detrás del lugar, lejos de la puerta principal; en el mismo lugar donde las chicas fumaban cigarros mentolados cuando estaban en cuarto medio. Mi amiga me miraba como si yo estuviera incomodándola, pero no decía nada. Ella se veía bien, ni muy formal ni muy casual, las prendas justas para dar una impresión fresca y jovial, tal cual era su personalidad; maquillada (como todas), con zapatos altos (como todas), con una carterita a juego (como las que no iban con hijos). ¿Me dormí en algún momento como en la fiesta de disfraces por alianza en segundo medio? ¿puse piloto automático, en algún momento, para evadirme? ¿me puse a sacar weaítas para comer compulsivamente para pagarme los malos ratos? ¿en qué momento le metí vino al vasito plástico y comencé a jugar con el encendedor? Digamos que lidiar con las mujeres fue fácil, se me dieron mejor las chicas porque recordaba sus gustos y era sencillo porque parloteaban sin detenerse; no tuve corazón para ser cruel con ellas, no odié a ninguna chica en mi época escolar... a algunas las envidié, a algunas las quise mucho, otras me querían mucho y ninguna fue agresiva ni violenta. Cuento distinto el de los chicos, los odiaba y mucho... a ese que me saqué de encima (porque me webiaba) diciéndole que lo amaba porque ¿quién querría que una chica tan a mal traer te dijera que te ama?; a ese que copió mi tarea de filosofía al pie de la letra aunque le dije que no lo hiciera y se sacó una mejor nota que yo ¿por qué no dijiste nada?; ese saco de weas que me tiró un cuesco de durazno en pleno rostro porque le hacía gracia, de seguro, mandarme un cuesco chupao en señal de desprecio, directo a mi rincón de la sala donde jugábamos carioca ¿por qué lo lanzaste?; a ese loco chalao que me hablaba por msn, pero no me dirigía la palabra en la sala ¿en serio?; a ese conchetumare que me lanzó una caja de jugo que me rebotó en la frente y me hizo llorar de la rabia y ni siquiera se disculpó mientras mi amiguito de banco me preguntaba si estaba bien ¿te dolió siquiera verme llorar?. 

Sí, hace un par de años vendí un riñón para pagarme las drogas que levantaban mi ánimo. Sí, me dedico a las apuestas de galgos entre los cerros y quebradas de "Serena Norte". Sí, me casé y divorcié, además heredé mientras mantuve una amante a quien le gustaba vestirse de Marilyn. Sí, aprendí a volar monoplanos, pero jamás pude hacer las horas de vuelo necesarios para hacerme de una licencia. Sí, tengo cáncer y no me importa continuar fumando porque nadie lamentará mi muerte. Sí, una vez quedé en coma por tres meses por un Chevy Nova; no fue en un accidente, sino por una explosión antes de correr. Sí, me dedico a desenterrar momias andinas y venderlas en Ebay. Sí, me he robado objetos en exposiciones de arte para ponerlas en la casa de quienes odio y luego denunciarlos. Sí, sobreviví dos días tragando mucílago de cactus cuando me perdí caminando en un valle más allá de las carreteras. Sí, tengo por lo menos un mes de recuerdos totalmente borrados por un burnout. Sí, hago videos caminando descalza sobre cereales de colores. 

Cuando las historias absurdas se me acabaron, dejé el lugar sin despedirme.          

***

Capítulo II

Mi hermana llevaba un par de años estudiando acá en La Serena, pasó un año sin la presencia familiar. Llegó un día contándome que una amiga suya estaba embarazada (en Santiago) y que le provocaba mucha tristeza. ¿Por qué? No supo decirme, pero se me ocurrió que podíamos sapear los perfiles de facebook de mis compañeros de curso de ese odiado colegio, se me ocurrió para hacerle entender que la vida sigue para todos y los asuntos normales le pasan a todas las personas; yo, hasta ese entonces, no había mirado/sapeado a ningún compañero porque jamás me provocaron interés. Muy pocos migraron a estudiar fuera de la segunda región y acá sólo había una chica que me agradaba (estudiaba música), pero que en diez años me encontré, por casualidad, dos veces; amaba saber que no me encontraría con nadie en Serena, amaba la idea de que nadie sabía nada de mí en mi horrorosa época escolar. 

Fui recordando nombres y buscando perfiles, mirando rostros y bajando la página para ver las fotografías de esas personas que vagamente me parecían conocidas. Todos los que encontré ya habían sacado una carrera y no cualquier carrera: médicos, ginecólogos, abogados, ingenieros, odontólogos... carreras cuáticas. Alguna que otra tenía hijos y algunas más de un hijo. Todos habían viajado a algún lugar exótico apenas terminaron de estudiar (China, Francia, Australia, Alemania, Estados Unidos, Tailandia, Inglaterra). Todos, en algún momento, tenían fotografías con parejas. Los hombres estaban más macizos que en su época escolar, excepto dos. Las mujeres estaban igual que en su época escolar (incluso, en algunos casos, mejores), se maquillaban y se arreglaban el pelo, cuidaban de su cuerpo. Solté varias chuchadas y carcajadas, no pude evitarlo; yo seguía siendo una chiquilla y todos ellos eran adultos hechos y derechos, con ambiciones y sueños cumplidos, viajes realizados y por realizar, de seguro todos estaban pensando en sus pegas y familias propias. Adultos, adultos de verdad. No creo que ver a esos desconocidos le sirviera de algo a mi hermana, pero salió de mi casa riéndose. No volvimos a hablar del tema y ella pareció olvidar a su amiguita de Santiago.

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Capítulo III

No, no me llevarían ni amarrada a una reunión de curso; el Capítulo I me lo inventé.

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