Fui a la hora acordada, en el lugar
acordado. Me involucré sabiendo que no estoy del todo de acuerdo, lo hice de
todos modos ¿por qué? Recibí una invitación nada formal, en una mesa con
cenizas: había personas comprometidas y luego no quisieron colaborar (“no, yo
no hago eso”). Llegué con un amigo, a ambos nos invitaron, yo no entendí de qué
iba todo, era extrañísimo que nos invitaran, conscientes todos de que no teníamos
mayor comunicación entre nosotros o amistad, compromiso, rabia, ideas; no supe
la razón correcta, me invitaron e involucraron. Personalmente no siento
pertenencia con un lugar, ni con el lugar en dónde nací, ni las ciudades en que
he vivido. No tengo esa inquietud social por mi entorno –ni cuando era
estudiante lo sentía–. Creo que soy la personificación del desinterés… creo que
las personas, como último recurso, fingen estar informadas y hablan de todos
como si sólo los demás cometieran errores. Mira ¿sabes? vamos a reclamar contra
el festival de las artes, porque vienen puras personas de otros lugares, nadie
de acá, nadie que valga la pena ver. Vienes el día x a las xx:xx, caminaremos
por el puente, de negro, cargando bolsas llenas de bombitas de agua. ¿Un
atentado inofensivo? Sorprendentemente se juntan tres personas que no se
soportan, ni se hablan, ni se quieren. Veo y siento que todo es un error
¿rabia? Había que hacerlo, nada más. Tuve que enfrentarme, con miedo, a los
recuerdos de la noche anterior, sangre y reclamos, caminatas interminables,
tedio. Se veía pésimo, se notaba que quería largarse, yo no quería irme, quería
vivir eso que parecía emocionante. Caminé, intenté hacerlo relajada, no pude.
No recuerdo mucho de la caminata por el puente. Mis ideas vuelven claras cuando
comienzan a gritar; yo no podía gritar, nunca me ha gustado gritar. Del lado
opuesto escucho una sarta de garabatos “puta” “perra” “blablabla”. Nadie gritó
más que él, nadie hizo las cosas con tanta rabia como él. Me sentí cansada,
enferma. Creo que tiré mi bolso contra la escultura inútil. Fotografías, el
centro de toda la atención aquellos gigantes contra los que peleábamos. Calor,
sol, demonios escapando del hombre iracundo.
Hora y tanto después. El lago, un
pito, cigarrillos, vacas (sí, animales). Quiero tirarme al agua, cansarme más,
olvidarme de todos esos insultos que escuché. Me saqué el pantalón, me dejé la
camisa. Sólo un muchacho vio cuando me lancé. No quería comprobar qué tan hondo
era, todo el tiempo me mantuve a flote, a duras penas. Era la primera vez que
me atrevía a nadar, sin miedo, sin mayores esperanzas de avanzar. A medio lago
me pregunté ¿puedo?... fui hasta el otro lado, ahí donde jamás había ido. Toqué
las piedras, me devolví de inmediato. Nadé, el resto ya sabía que estaba metida
en el lago. Me esperaba el muchachito, me preguntaba si estaba bien… ¿para qué?
él no sabe nadar.
[Advertencia: lazos oníricos incluídos]