Antes de leer alguna entrada de "Cierto personaje acusado de alta traición":

24 de enero de 2021

Algo que pasa cada tres o cuatro años

Cuando voy a la casa familiar, tengo que esquivar a mi madrecita porque me pasa abrazando y oliendo, pegándose a mí y no me agrada; me siento extraña porque siempre he evitado esos abrazos cuáticos y con mucha intención, rasgo que se me ha acentuado con tantos años de vivir sola. Mi tía me abraza porque huelo como su padre -mi abuelo-, como un cenicero lleno de colillas. 
Con mi padre no me pasa, creo que dejó de abrazarme "porque sí" a los 12 o 15 años (no recuerdo muy bien); además del abrazo de año nuevo que, por cierto, este año nunca fue. Cuando iba a la casa familiar en el verano, mientras estaba viviendo acá en Serena, recuerdo que me agarraba en la cocina y me apretaba a la altura de las costillas, haciendo que me agachara para evitar sentir dolor; así de fuerte me abrazaba y me costaba deshacer esa brusca muestra de cariño. 
Cuando se vinieron a Serena, comencé a notar un tipo de "abrazo" o gesto que antes no hacían conmigo, la pésima y desagradable "tocá de guata pa cachar si está preñá"; no es imaginación mía, no es paranoia, no es tampoco ser mala o egoísta (por la expresión o mi interpretación personal del asunto).
Como no me agradan las muestras de cariño que incluyan agarradas de mano en público -con parejas-, tampoco los abrazos sorpresivos de conocidos que veo poco o de desconocidos y también me desagrada la gente pegote -de esos que se te cuelgan del brazo o te respiran muy cerca-; pues noto, de inmediato, que ese gesto es distinto e intencionado; justo lo que me pasa cuando me tocan la guata. Del mismo modo en que notas cuando alguien te toca el trasero aprovechando que te está abrazando y después se hace el weón: de ese modo, notorio y molesto, evidente. 
Hacía mucho que no me tocaban la guata y me tomó por sorpresa porque pensé que ya habían entendido que no deseo tener hijos. Mi madrecita es quien más insiste (ahora lo sugiere, pero antes lo decía y pedía con frecuencia); mi padre no pregunta, pero ver su cara cuando opino al respecto, no tiene precio y dice mucho aunque él mismo no diga una palabra. También había olvidado ese gesto, ni recuerdo la última vez que lo hicieron, pero ahí lo sentí, la semana pasada, de parte de mi padre. 
Yo, en serio, quedé sorprendida, me sacó de lo que estaba haciendo y me dejó pensando ¿por qué ahora? He subido un par de kilos las últimas semanas -ok, tengo mucha pega, además siento mucha ansiedad y stress-, ahora mismo siento un apetito difícil de satisfacer y pucha que cocina rico mi madrecita; claro que se nota que me zampo mucha comida en la casa familiar. 
Demás que recuerdas esos comerciales de cremitas para las estrias o de esas en que intentan venderte suplementos alimenticios, esos en que la principal imagen es la panza abultada de una embarazada a punto de parir; demás que recuerdas las películas en que se muestra a una mujer embarazada tocando su vientre frente al espejo, pacientemente esperando el día de su parto; demás que recuerdas a una pareja y al padre acercándose por detrás, para poner las manos amorosamente sobre el vientre que alberga a una guagua. Tienes la imagen ¿cierto? Así me siento cuando me tocan la guata, siento que no es por mi abdomen o a causa del cariño, sino para palpar algo que se desea, buscando algo que no soy yo, algo que es mejor que yo, algo que podría ser más cariñoso que yo, algo que podría ser fuente de felicidad (no como yo).   
   

22 de enero de 2021

Pesadillas

Soñé y pucha que fue largo el sueño, reunía todo lo que me aterra. 

Estos últimos días he estado despertando varias veces por la noche: varias pesadillas, Birdo vomitando, temblores nocturnos e inusuales idas al baño. Una vez leí que había una diferencia entre "pesadillas" y "sueños inquietos"; si bien ambos son malos sueños, sólo la pesadilla te despierta. No recuerdo mucho las de días anteriores, pero me ha costado volver a conciliar el sueño y no es grato porque, además, estoy en medio de esos episodios de enfermedad rara y molesta: conjuntivitis y párpados pelados por stress. Si bien es frecuente que padezca enrojecimiento, picazón, alergia o cantidad de molestias en los ojos (ojitos verdes pu); ahora también se ven involucrados los párpados y llevo harto así, aunque estoy con cremitas -y extremando los cuidados-, llevo así desde hace más de un mes. 

No estoy segura ahora mismo, pero puedo imaginar que cuando termine esto de los ojos, me quedarán cicatrices visibles: como cuando me han agarrado los abscesos, me dejó el rostro más asimétrico y se nota especialmente en la nariz (ahí me agarró dos o tres veces). Ahora mismo me veo los párpados "viejitos", el pellejo está enrojecido, se palpa más delgado, los surcos de expresión se han profundizado y tengo un aspecto más cansado. No es que me preocupen las cicatrices, de hecho me gusta tener marcas o evidencia de algo que me ha pasado en el cuerpo; me produce curiosidad describir esto que sucede ahora mismo y que, cuando sane, igual quedará para que cualquiera pueda verlo. Se me ha pasado la idea de que algún día escucharé: "tienes los ojos viejos, como si lo hubieras visto todo"... ay, me encantaría que me dijeran eso, pero estoy fantaseando mucho con Doctor Who. 

He soñado hartas veces con este lugar -la cabaña donde vivo- y los sueños más aterradores tienen que ver con que alguien entra por el fondo el patio, botando las panderetas o haciendo una puerta ahí abajo para entrar cuando le plazca; compartir este espacio sin que yo pueda decir algo o sin que me percate hasta que ya hay mucha gente dentro y no es gente agradable. No sé bien por qué siento tanto miedo, quizás porque no me agrada invitar a gente no es amigx; incluso si has estado acá porque eras amigx y ya no lo eres, pues no te dejaría entrar de nuevo (jamás). 

En esta pesadilla estaba mi familia y muchos amigxs que puedo nombrar, digamos esos que tengo más presentes en la memoria. Abajo pasaba algo, yo no quería bajar porque sí pasaba algo y no deseaba verlo porque me pondría a llorar. Di vueltas por la casa, pero no era esta casa, era mucho más grande y tenía lugares nuevos, grandes y llenos de chiches, como si reflejara a una Pía más grande con más recuerdos y objetos significativos que guardar. Abajo había ruido, traqueteo, voces. Pasó un rato largo, porque estaba oscuro y, cuando me decidí a bajar, ya era de día. Vi cosas lindas puestas ahí, banquillos de colores, rejitas de madera, estaba cambiado para mejor, limpio y despejado. Yo había decidido sacar lo que no era de este lugar, arrancando y soltando, quebrando incluso, llevando las cosas a otro lugar, apilando una sobre otra esos objetos extraños; los amigxs que estaban ahí hacían lo mismo. Mi padre dice que podría haber sido más fácil sacarlos "por la ley" y que la habíamos cagado sacando nosotros las cosas. Caminé hasta más abajo y me pasé por encima de una rejita baja que separaba el patio en dos, a la derecha había un apuerta abierta al terreno del lado, inmediatamente conectada había una casa (un living). Salieron dos niños, hermanos supongo. Me parece que estuve "discutiendo" con la dueña de casa del lado, la madre de la otra familia que se estaba instalando en el patio, ella estaba dentro de mi casa reclamando por sus cosas. No recuerdo los argumentos de la mujer, pero creo que yo no hablaba. 

Me desperté asustada, pelear con extraños es algo que considero muy desagradable.  


20 de enero de 2021

El lejano día en que me intoxiqué

Lo que más me quedó y recuerdo con cariño de mi odiada (breve y poca exitosa) época universitaria fue el gusto que adquirí por la botánica, a pesar de que nunca fui una buena estudiante. La única buena sensación que conservo en la memoria son las conversaciones con "la tía Gina", el herbario de la u, las clases de botánica y taxonomía vegetal, el laboratorio y las salidas a terreno en que había plantas -en ese orden, desde lo que más amaba, hasta lo que menos me agradaba-. Yo no tenía idea de que se podía ser/estudiar botánica, llegué a tomarlo como ramo porque me metí a una carrera que, según mi "orientador vocacional", llenaba mis expectativas e intereses (se suponía, porque cuando solicité una cita con el orientador, yo no quería ni estar viva). No quiero hacer muchas revelaciones acerca de esa época -y otras que siguieron a esa- porque no creo estar preparada para afrontar preguntas al respecto; hasta hace poco (un par de meses atrás) lo conté, pero entre que me sentí obligada y preparada, pero no llegué a contarlo completo porque no estaba preparada: han pasado 15 años y aún me cuesta hablar de eso. 

Pasé años desastrosos y a mitad del tercero me cambié de carrera en vez de renunciar definitivamente: no reuní el valor para abandonar (siempre he sido muy cobarde) y, además, me tuve que convencer de que podía sacar una carrera (porque no quería aceptar que no era capaz). Acabé dando más "jugo" y, en año y medio, ya estaba fuera de todo mundo académico porque fui incapaz de continuar. No recuerdo cuándo exactamente, pero en alguna clase que apenas entendía y que aborrecía (como todos los otros ramos) me pasó algo que tengo tan claro en la memoria que, a veces, siento un poco de miedo porque fue una experiencia muy desagradable; recuerdo con menos claridad cosas agradables y lindas, cosas importantes o decisivas. Siento asco y miedo a la vez, por el recuerdo y por las sensaciones que me produce.

No dejé mis manuales de botánica y tampoco de ejercitar mi memoria (aunque me cuesta) viendo árboles y plantas, identificádolos e intentando recordar los nombres científicos, la familia y los detalles; cosa de no olvidar, cosa de no dejar que eso que me gustaba tanto desapareciera. En algún momento -en ese momento o quizás siempre- me atrajeron esas historias de venenos, esas plantas de las cuales nos había advertido la profe Gina, los lavados estomacales, los "viajes", lo que se podía hacer a partir de una planta y lo que podías provocar con ellas. No nací en un lugar guay de plantas tóxicas (peligrosas y realmente mortales), pero sí podía echar mano de lo que existe acá: ya sea traído desde el mediterráneo o alguna que otra nativa de América. Ni te imaginas lo que puedes encontrar creciendo salvaje al borde de los caminos más comunes que puedas recorrer. En esos años, deseando no olvidar y poner en práctica conocimientos básicos y curiosos, me decidí por la experimentación a lo bruto; en mi carne, en mi estómago. 

No puedo recordar el nombre del ramo, no puedo recordar con claridad el rostro del profesor o el rostro de mis compañeros (sólo recuerdo a una chica que fue mi amiga en esos años), recuerdo la disposición de los banquitos; eran de esos que tienen una mesita integrada, ordenados de tal modo que había un pasillo más amplio en medio de dos grupos de banquitos perfectamente alineados, con un espacio destinado a encauzar a los alumnos hacia la única puerta del aula, esa puerta estaba a un lado del pizarrón, justo al lado del espacio que usaba el profesor para moverse de un lado a otro hablando cosas que no soy capaz de recordar (no recuerdo ninguna clase, mucho menos esa). Fui a clases, era la primera -creo-, tipín 14:00; me sentía bien aunque había estado bebiendo infusiones de veneno los dos días anteriores y ese mismo día en la mañana. Me senté lejos de la puerta y al lado de mi amiga. No alcancé a sacar cuaderno ni nada y apenas el profesor comenzó a parlotear, tuve que ponerme de pie y obligarme a arrastrar los pies hasta la puerta; en el camino, mi mano derecha colgando a un lado chocó contra el borde de algunas mesitas. Recuerdo cuchicheos, supongo que alguien que pretende salir apenas comienza la clase, pide permiso y no permite que su mano toque nada, quizás me demoré mucho en salir porque iba mareada, seguramente me movía muy lento y tenía la visión ligeramente borrosa, quizás iba pálida o tenía un aspecto terrible que no podía ocultar. Salí y nadie me siguió. Llegué al pasillo y me detuve para recuperarme un poco, el esfuerzo de salir de la sala intentando no llamar mucho la atención me dejó cansada. Si bien no sentía ganas de vomitar, pensé que debía hacerlo porque me aliviaría y podría estar sola si el incidente pasaba a más. El baño estaba más lejos, debía cruzar una parte del parque universitario y subir una escalerita. En esos años, debido al aumento de vendedores de marihuana y otras sustancias, en el lugar se podían ver varios guardias, especialmente atentos en horas de clases porque había menos gente. Cuando me asomé al parque, pude ver de reojo a cuatro o cinco guardias reunidos en círculo; decidí continuar mi camino apoyando mi mano derecha en alguna pared de algún edificio que albergaba salas de clase. Si continuaba caminando sin apoyo y llegaba a caerme, tendría a cuatro o cinco personas mirándome con asco, ellos estaban ahí para vigilar que su precioso parque universitario estuviera libre de "camellos": este pensamiento absurdo era el único que podía distinguir, además del deseo de llegar al baño. Me apoyé en la pared y, de seguro, continué caminando muy lento, porque oí a mi espalda algunos gritos que se repitieron mucho: "señorita", "señorita", "señorita". ¿Qué me delataba? no me vieron de frente y de espaldas tampoco veían mi rostro, la mano ni me servía para apoyarme porque me sentía débil y sirvió más para guiarme hasta el baño porque todo se veía borroso, poco definido y muy brillante. Oía el insistente "señorita" detrás de mí e intenté apurar el paso porque me aterraba que alguno se acercara. El "señorita" se volvió tan lejano que ya no importaba, estaba muy cerca de la escalerita del baño y ahí mi memoria falla, tengo un vacío breve entre la imagen de los peldaños y la imagen del cubículo del baño. Un recuerdo más nítido regresa y estoy sentada cerca de una taza de baño con ambas tapas abiertas-, con el trasero y las piernas en el suelo frío, con charquitos de agua cerca, cabeceando adelante y al lado. Nunca me ha gustado meterme los dedos a la boca (bajo ninguna circunstancia), pero sé dónde "tocar" y qué dedo meter para provocarme el vómito de tal modo que sea breve y efectivo, de modo que funcione sin tener que volver a intentarlo. Si bien me provoqué arcadas, no salió lo que esperaba, nada salió de hecho; pensándolo ahora, sólo bebí veneno y poco comí esos días, por supuesto que nada podía salir de mi estómago. Con la idea de que alguien vendría por mí, aterrada por la idea de que alguien me encontrara, pensaba en levantarme apenas me sintiera mejor. No pude levantarme en mucho tiempo, quizás me dormí un rato porque de otro modo no me cuadra el tiempo. 

Cuando pude sostener mi peso sobre mis pies, sabiendo que ya no saldría nada de mi cuerpo a través de mi boca y sabiendo que tampoco tenía nada que orinar (lo intenté); me decidí a regresar a la sala. Me mojé la cabeza para espabilar un poco y retuve un sorbo de agua dentro la boca un momento para luego escupirlo. Tampoco tengo recuerdos de mi regreso a la sala, pero en la puerta volví a sentirme muy mal y me senté en el pasillo con la espalda apoyada en una pared. La clase duraba hora y media, estuve hora y media fuera de la sala; para mí no había pasado mucho tiempo, pero comprobé que había estado toda la clase afuera porque el resto de alumnos salió de la sala en tropel, pasando a mi lado, cuchicheando. Recreo, cambio de sala. La única amiga que tenía salió de la sala con los últimos alumnos, pude distinguirla de otros porque tenía un modo de caminar muy pausado. Yo seguía sentada en el pasillo, con las piernas flectadas y las manos sobre el estómago, los ojos medio abiertos. Pude saber con certeza que era ella porque se agachó frente a mí para hablarme, llevaba un chaleco tejido color rojo intenso y pude ver mi bolso colgando de su hombro; fue la única que se detuvo por mí. Me contó lo que había visto y me dijo que estaba preocupada, pero no me preguntó "por qué", sino "como te sientes". Gracias. Estoy casi segura que le pedí ayuda para ponerme de pie y no recuerdo nada más. 

Estoy acá escribiendo esto, no caí al hospital por intoxicación. Si te preguntas por qué no bebo "agua perra", té de hierbas, infusiones o té con sabor es porque siento asco cada vez que percibo esos olores, incluso cuando otrxs lo beben. Ya a la mitad de esta entrada, comencé a sentir la guata un poco revuelta.     

12 de enero de 2021

5 de enero de 2021

No sabía qué porras decir -en serio.

El año antepasado y en algunos años anteriores había agarrado la costumbre de mensajear media hora antes de año nuevo, pensé: ahora es fácil mensajear por voz y puedo grabar muchos mensajes para muchas personas. No me gustaba la idea de escribir algo porque es lentísimo y, weno, recibir un "ok" o un "gif" siempre es decepcionante. Creo que la voz tiene algo que un texto no puede entregar -emoción-, algo que se siente o que intuyes. Me pasaba que los primeros mensajes siempre iban con mucha alegría y los últimos eran emocionantes porque yo casi me dejaba llevar por esas palabras que les dejaba a otros. Si bien no me gustan mucho "las fiestas" (septiembre, días de personas x, navidad, feriados, "jalowines", incluso cumpleaños), me agrada el año nuevo: no tiene que ver con creencias, no tiene que ver con algo que sólo le pase a alguien o a un grupo de personas determinado, no tiene que ver con un ánimo en particular: puedes tomarlo como quieras y hacer "lo que quieras" guardando proporciones (hay muchos que escogen hacer cosas importantes ese día/madrugada). Vale, con ese ánimo terminaba y, de inmediato, comenzaba otro año -exactamente igual-, pero me permitía pasarla bien a mi gusto. Comenzar a mensajear a las 23:30; comer con mi familia; prender chispitas con mi hermana; reírme sin vergüenza; pasar a ver a algunas personas; pedalear más lejos que el resto del año; permitirme una cogorza bestia; dormir a lo loco o no levantarme el primero. Liiiiindo y "naisu" pa los japoamigos. El 2019 había encontrado la fórmula perfecta para disfrutar la única fiesta del año que me agrada celebrar. 
Si bien el nuevo año de 2019-2020 fue distinto (yo estaba destrozada porque acababa de morir "La Cuchinatta", sentía incertidumbre por mi pega y ya había decidido renunciar a continuar escribiendo), no fue algo que sentí malo o feo o catastrófico, nada pésimo, sino distinto. Este nuevo año 2020-2021 comenzó rarísimo. Me obligué a encontrarme con un amigo que estaba mal (en muchos sentidos) porque sentí mucha preocupación y, por fin, pude parlotear todo lo que pude con él; cosa que necesitaba hacer, pero que jamás el ánimo/tiempo permitía. Llegué tardísimo a la casa familiar, siempre tomando todo con caaaaaalma para llegar lo más tarde que pude -en navidad hice lo mismo-. En casa me resté de participar con buen ánimo, medio porque no lo sentí y medio porque estaba padeciendo dolor físico. Llegando las 23:30 no fui capaz de mensajear en voz, no podía hacerlo porque no sabía qué decir; a cambio, dejé algunos mensajitos breves a muy poca gente (preferí publicar algo en instagram). Cuando pensaba en qué escribir, me parecía absurdo comenzar con "feliz año". Cenamos y parloteamos, conversamos y bebimos té, tan aletargados que a tres minutos de las 12 nos dimos cuenta que debíamos servir el copetito pa brindar. En eso que hermana y madre preparaban un traguito que reemplazó la champaña (porque pucha la weá mala), ya tronaban los fuegos de artificio en la población vecina. Salimos con el copetín rosa en la mano y nadie se dio abrazo, nadie, a ninguno le tocó abrazo, nada de nada. Un brindis tímido y ¿con miedo? no lo sé. Salí a la calle, intenté llamar a alguien muy importante y no conectó la llamada, terminé por enviarle muchos mensajitos y ahí me emocioné un poco; como cuando agitas la mano mientras la persona se queda en el andén y tú sabes que lo extrañarás mucho tiempo. Pude quedarme en la casa familiar, pude salir a fumar a la cuadra y dormir ahí, pero puse de excusa mi dolor para irme a Las Compañías ("mamá, allá tengo mis cremitas y mis gotitas"); sí, pude haber aguantado, pero ni tenía ganas de aguantarme. 
Lo que más me mueve -ahora mismo- es acabar la pega que debo terminar de entregar y tener plata para no tener que preocuparme por algunas semanas. Lo que me sostiene -ahora mismo- no es un buen ánimo, no es el amor propio, no son los manuscritos inacabados o los textos inéditos, no es la pega por hacer o los proyectos por terminar, no es el aprecio por mi vida, no son las ganas de fumar incluso. 

Siento que estoy viviendo por otros, porque otros sí sienten lo que yo no puedo (ahora mismo).