Antes de leer alguna entrada de "Cierto personaje acusado de alta traición":

20 de enero de 2021

El lejano día en que me intoxiqué

Lo que más me quedó y recuerdo con cariño de mi odiada (breve y poca exitosa) época universitaria fue el gusto que adquirí por la botánica, a pesar de que nunca fui una buena estudiante. La única buena sensación que conservo en la memoria son las conversaciones con "la tía Gina", el herbario de la u, las clases de botánica y taxonomía vegetal, el laboratorio y las salidas a terreno en que había plantas -en ese orden, desde lo que más amaba, hasta lo que menos me agradaba-. Yo no tenía idea de que se podía ser/estudiar botánica, llegué a tomarlo como ramo porque me metí a una carrera que, según mi "orientador vocacional", llenaba mis expectativas e intereses (se suponía, porque cuando solicité una cita con el orientador, yo no quería ni estar viva). No quiero hacer muchas revelaciones acerca de esa época -y otras que siguieron a esa- porque no creo estar preparada para afrontar preguntas al respecto; hasta hace poco (un par de meses atrás) lo conté, pero entre que me sentí obligada y preparada, pero no llegué a contarlo completo porque no estaba preparada: han pasado 15 años y aún me cuesta hablar de eso. 

Pasé años desastrosos y a mitad del tercero me cambié de carrera en vez de renunciar definitivamente: no reuní el valor para abandonar (siempre he sido muy cobarde) y, además, me tuve que convencer de que podía sacar una carrera (porque no quería aceptar que no era capaz). Acabé dando más "jugo" y, en año y medio, ya estaba fuera de todo mundo académico porque fui incapaz de continuar. No recuerdo cuándo exactamente, pero en alguna clase que apenas entendía y que aborrecía (como todos los otros ramos) me pasó algo que tengo tan claro en la memoria que, a veces, siento un poco de miedo porque fue una experiencia muy desagradable; recuerdo con menos claridad cosas agradables y lindas, cosas importantes o decisivas. Siento asco y miedo a la vez, por el recuerdo y por las sensaciones que me produce.

No dejé mis manuales de botánica y tampoco de ejercitar mi memoria (aunque me cuesta) viendo árboles y plantas, identificádolos e intentando recordar los nombres científicos, la familia y los detalles; cosa de no olvidar, cosa de no dejar que eso que me gustaba tanto desapareciera. En algún momento -en ese momento o quizás siempre- me atrajeron esas historias de venenos, esas plantas de las cuales nos había advertido la profe Gina, los lavados estomacales, los "viajes", lo que se podía hacer a partir de una planta y lo que podías provocar con ellas. No nací en un lugar guay de plantas tóxicas (peligrosas y realmente mortales), pero sí podía echar mano de lo que existe acá: ya sea traído desde el mediterráneo o alguna que otra nativa de América. Ni te imaginas lo que puedes encontrar creciendo salvaje al borde de los caminos más comunes que puedas recorrer. En esos años, deseando no olvidar y poner en práctica conocimientos básicos y curiosos, me decidí por la experimentación a lo bruto; en mi carne, en mi estómago. 

No puedo recordar el nombre del ramo, no puedo recordar con claridad el rostro del profesor o el rostro de mis compañeros (sólo recuerdo a una chica que fue mi amiga en esos años), recuerdo la disposición de los banquitos; eran de esos que tienen una mesita integrada, ordenados de tal modo que había un pasillo más amplio en medio de dos grupos de banquitos perfectamente alineados, con un espacio destinado a encauzar a los alumnos hacia la única puerta del aula, esa puerta estaba a un lado del pizarrón, justo al lado del espacio que usaba el profesor para moverse de un lado a otro hablando cosas que no soy capaz de recordar (no recuerdo ninguna clase, mucho menos esa). Fui a clases, era la primera -creo-, tipín 14:00; me sentía bien aunque había estado bebiendo infusiones de veneno los dos días anteriores y ese mismo día en la mañana. Me senté lejos de la puerta y al lado de mi amiga. No alcancé a sacar cuaderno ni nada y apenas el profesor comenzó a parlotear, tuve que ponerme de pie y obligarme a arrastrar los pies hasta la puerta; en el camino, mi mano derecha colgando a un lado chocó contra el borde de algunas mesitas. Recuerdo cuchicheos, supongo que alguien que pretende salir apenas comienza la clase, pide permiso y no permite que su mano toque nada, quizás me demoré mucho en salir porque iba mareada, seguramente me movía muy lento y tenía la visión ligeramente borrosa, quizás iba pálida o tenía un aspecto terrible que no podía ocultar. Salí y nadie me siguió. Llegué al pasillo y me detuve para recuperarme un poco, el esfuerzo de salir de la sala intentando no llamar mucho la atención me dejó cansada. Si bien no sentía ganas de vomitar, pensé que debía hacerlo porque me aliviaría y podría estar sola si el incidente pasaba a más. El baño estaba más lejos, debía cruzar una parte del parque universitario y subir una escalerita. En esos años, debido al aumento de vendedores de marihuana y otras sustancias, en el lugar se podían ver varios guardias, especialmente atentos en horas de clases porque había menos gente. Cuando me asomé al parque, pude ver de reojo a cuatro o cinco guardias reunidos en círculo; decidí continuar mi camino apoyando mi mano derecha en alguna pared de algún edificio que albergaba salas de clase. Si continuaba caminando sin apoyo y llegaba a caerme, tendría a cuatro o cinco personas mirándome con asco, ellos estaban ahí para vigilar que su precioso parque universitario estuviera libre de "camellos": este pensamiento absurdo era el único que podía distinguir, además del deseo de llegar al baño. Me apoyé en la pared y, de seguro, continué caminando muy lento, porque oí a mi espalda algunos gritos que se repitieron mucho: "señorita", "señorita", "señorita". ¿Qué me delataba? no me vieron de frente y de espaldas tampoco veían mi rostro, la mano ni me servía para apoyarme porque me sentía débil y sirvió más para guiarme hasta el baño porque todo se veía borroso, poco definido y muy brillante. Oía el insistente "señorita" detrás de mí e intenté apurar el paso porque me aterraba que alguno se acercara. El "señorita" se volvió tan lejano que ya no importaba, estaba muy cerca de la escalerita del baño y ahí mi memoria falla, tengo un vacío breve entre la imagen de los peldaños y la imagen del cubículo del baño. Un recuerdo más nítido regresa y estoy sentada cerca de una taza de baño con ambas tapas abiertas-, con el trasero y las piernas en el suelo frío, con charquitos de agua cerca, cabeceando adelante y al lado. Nunca me ha gustado meterme los dedos a la boca (bajo ninguna circunstancia), pero sé dónde "tocar" y qué dedo meter para provocarme el vómito de tal modo que sea breve y efectivo, de modo que funcione sin tener que volver a intentarlo. Si bien me provoqué arcadas, no salió lo que esperaba, nada salió de hecho; pensándolo ahora, sólo bebí veneno y poco comí esos días, por supuesto que nada podía salir de mi estómago. Con la idea de que alguien vendría por mí, aterrada por la idea de que alguien me encontrara, pensaba en levantarme apenas me sintiera mejor. No pude levantarme en mucho tiempo, quizás me dormí un rato porque de otro modo no me cuadra el tiempo. 

Cuando pude sostener mi peso sobre mis pies, sabiendo que ya no saldría nada de mi cuerpo a través de mi boca y sabiendo que tampoco tenía nada que orinar (lo intenté); me decidí a regresar a la sala. Me mojé la cabeza para espabilar un poco y retuve un sorbo de agua dentro la boca un momento para luego escupirlo. Tampoco tengo recuerdos de mi regreso a la sala, pero en la puerta volví a sentirme muy mal y me senté en el pasillo con la espalda apoyada en una pared. La clase duraba hora y media, estuve hora y media fuera de la sala; para mí no había pasado mucho tiempo, pero comprobé que había estado toda la clase afuera porque el resto de alumnos salió de la sala en tropel, pasando a mi lado, cuchicheando. Recreo, cambio de sala. La única amiga que tenía salió de la sala con los últimos alumnos, pude distinguirla de otros porque tenía un modo de caminar muy pausado. Yo seguía sentada en el pasillo, con las piernas flectadas y las manos sobre el estómago, los ojos medio abiertos. Pude saber con certeza que era ella porque se agachó frente a mí para hablarme, llevaba un chaleco tejido color rojo intenso y pude ver mi bolso colgando de su hombro; fue la única que se detuvo por mí. Me contó lo que había visto y me dijo que estaba preocupada, pero no me preguntó "por qué", sino "como te sientes". Gracias. Estoy casi segura que le pedí ayuda para ponerme de pie y no recuerdo nada más. 

Estoy acá escribiendo esto, no caí al hospital por intoxicación. Si te preguntas por qué no bebo "agua perra", té de hierbas, infusiones o té con sabor es porque siento asco cada vez que percibo esos olores, incluso cuando otrxs lo beben. Ya a la mitad de esta entrada, comencé a sentir la guata un poco revuelta.     

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