Antes de leer alguna entrada de "Cierto personaje acusado de alta traición":

25 de mayo de 2021

Las queridas chaquetas y trapos que uno usa.

Cuando nos juntábamos cada día domingo en la plaza de armas -a hablar sobre narrativa-, contaba con tres chaquetas guays que no compré: una me la regaló mi madrecita (hecha por ella), una que me regaló mi madrecita (porque mi hermano jamás la usó) y una que me regaló mi tía (porque mi abuelo jamás la usó). Esas chaquetas tenían mucha vida encima, muchas vivencias que quisiera poder recordar más en detalle. Fueron décadas con esas chaquetas sobre los hombros y ahora me queda una.

No soy de botar ropa, me gusta conservarla aunque no me la pueda poner porque quizás esté manchada, arruinada, rota o ya no-me-entre. De repente hay ropa que uso mucho y que está en pésimas condiciones, tampoco las desecho; no me gusta deshacerme de las cosas que tengo. Hace unos años llegó mi familia desde el norte y se instaló en la ciudad, mi madrecita comenzó a tomar mi ropa vieja y la botó. Ahí, a la basura, fueron a dar dos de mis chaquetas favoritas: la única que me quedó acostumbro a esconderla porque si mi madrecita la ve, la toma y la bota, después se hace la weona. 

Desde que tengo memoria, escondo las cosas que me interesan, las que amo, las que no quiero que desaparezcan o sean leídas; a lo largo de la vida y por distintas razones. Mi abuela, a mis 10 u 11 años, me encontró unas cartas de amor e hizo un escándalo porque ¿cómo chucha una cabra chica de 10 años pololeaba? ¡qué terrible! la nieta mayor, la única nieta de esa edad, la niñita de la casa anda pololeando, teniendo sexo a escondidas y ofreciéndose como puta en el colegio... weno, algo así pensaba mi abuela, supongo, porque no me explico el show que se armó en la casa y mi madrecita, como nunca ha sabido cómo preguntar, pues me retó sin preguntarme nada. A causa de eso, yo quemé las cartitas y las fotitos de mi absurdamente inocente "pololeo" de una semana -risitas-; no volví a atreverme siquiera a pololear hasta ¿hoy? sí, desde eso jamás volví a ponerle nombre a alguna de mis relaciones; claro, ahora mis razones son distintas a las de ese entonces, pero jamás nadie de mi familia me ha preguntado y tampoco me lo preguntarán, así es que no importa. 

Mi único atisbo de rebeldía (de la vida) fue cuando me escapé de casa para ir a comer papas con un chico que me gustaba y yo, a él, también le gustaba -supongo-... tendría yo unos 12 años. El chico me invitó a un lugar al cual mis padres no iban y al cual me habían advertido que no tenía razones para ir, en el auto de un primo suyo y no sé quién más. Yo pedí permiso a mi madre y me dijo que no podía darme permiso porque mi papá no estaba; ahí debí decirle al chico que no podía ir, pero no lo hice. Cuando vi que el auto estaba fuera de la casa, salí corriendo de la casa hasta la calle y salté dentro del auto diciéndole al conductor que se fuera rápido. Las papas fritas estaban re-malas, como blandas y aceitosas, no recuerdo nada de la conversación, de hecho no hicimos más que conversar y comer esas papas malas. Cuando regresé, mi madrecita estaba destrozada por mi mal comportamiento (y lloraba, como siempre) y mi padre estaba listo para penquearme; me pegó un "volador" desde atrás (no lo vi venir) y me borró, de por vida, las ganas de hacer algo que él no quisiera que yo hiciera. Un par de años después, no recordaba siquiera por qué había dejado de ver al chico, no sé si lo dejé de saludar u olvidé que lo había conocido; como que tengo eso borradísimo de la memoria. Desde esa edad me subí dos veces a automóviles de extraños hasta que cumplí 18 y era muy tonto porque igual tenía que bajarme súper lejos de la casa para que nadie me sapeara que me venía bajando de un auto particular (mi abuela seguía viva y era re-wena pa sapear).

Desde ahí yo oí muchas historias de rebeldía, mis compañeras de curso hacían cosas que yo ni siquiera me alcanzaba a imaginaba... "arrancarse" a Antofagasta con 14 años, ponerse piercing en la lengua y pezones con 15, fumar marihuana a los 16, hacer videos masturbándose y hacer videochats desnudas con otros compañeros de colegio a los 17, beber hasta el coma etílico con 18, embarazarse (desear embarazarse) de un chico universitario con polola, tener sexo siendo menor de edad... no sé, weás que yo no era capaz de hacer por miedo y que no hice jamás mientras fui menor de edad. Mi familia tuvo suerte de no tener que lidiar con el escalofriante tira y afloja de un adolescente, por lo menos no conmigo porque ese "volador" me aterrorizó hasta que dejé esa casa e incluso hasta muchos años después. 

¿Por qué recordé todo esto y lo estoy usando para escribir? Ya conté que soy la única de mi familia que no se ha vacunado y esperaba tomar una decisión informada, completamente convencida y gustosa de hacerlo o no hacerlo; esperaba poder pensarlo tranquila cuando se diera la posibilidad. El jueves pasado fui a la casa familiar un rato para dejar algunas cositas. Mi papá, de la nada, comenzó a webiar porque "me tocaba vacunarme". En un primer momento, sin haberlo decidido y para molestar un rato, le respondí que no me vacunaría. Él se enojó, subió el volumen de la voz y comenzó a decirme que era una obligación, que no me dejaría entrar más a la casa y que me echaría a los pacos... me enojé mucho, en serio, casi que agarré mis cosas y me largué rápido, weno, tenía que irme de todos modos. Familia: eso se llama amenaza ("si no haces tal cosa x, te va a pasar esta otra cosa x"). Ahora ni ganas siento de leer, informarme y tomar una decisión; no soy libre de hacerlo, no cuento con las facultades suficientes para merecer tomar una sencilla decisión. Más tarde, ese día, se me pasó el enojo cuando llegué a la casa donde fui citada, esa molestia se transformó en algo irrelevante. Hoy me llamó mi padre y, de modo muy desagradable, me preguntó si había ido a vacunarme, que me lo estaba "recordando"; afortunadamente no vino hoy a casa, porque habría estado transmitiendo sobre la vacuna y amenazando durante horas y ¿pa dónde chucha me arrancaba si yo quería estar en casa haciendo mis cosas, cómoda dentro de mi chaqueta hedionda (la única chaqueta que mi madrecita no botó) y fumando cuando quisiera?

Tú pensarás: "weno, está grande esta weona y no hace más que quejarse". Desde que se comenzaron a vacunar (hace rato ya) mis padres transmiten constantemente sobre su experiencia con la vacuna y las weás que vieron y todo el show, hiperbólicamente narrado, como para transmitir la idea de valor, deber y heroísmo... o algo así, no lo entiendo completamente; la weá es gratis y para todo el que quiera hacerlo. ¿Te imaginas oír dos o tres veces a la semana, durante dos meses, la misma historia? es muy pesado a la tercera vez, especialmente cuando insultan a las personas con las cuales comparten el mismo rango de edad. Yo no tengo una vida interesante, hago libros. Yo no soy un aporte para nadie, lo único a lo que me dedico de modo constante es a fumar. Yo no valgo nada para el entorno familiar, no cumplo un rol activo entre ellos. Yo no tengo manera de ayudar a nadie, todo lo que tengo es prestado, regalado, comprado a precio de huevo, donado, adquirido por trueque, recogido incluso; lo que compro siempre es comida y cigarros (con suerte). Ahora, con más frecuencia, pienso en el problema de la libertad (o "con" la libertad); si de verdad gozamos de algo de libertad, si podemos tomar decisiones sin pensar en otros, en lxs amadxs y lxs odiadxs, en el entorno, la familia, en las amistades, en el juicio público, en las consecuencias de los actos, en los perjuicios y las ventajas. Un par de veces en la vida me he visto en la situación de tener que ocultar completamente algunas cosas para asegurarme un mínimo de libertad de acción, para contar con el tiempo de analizar la situación sin voces externas a la propia, para reflexionar pensando por y para mí; fue difícil, fueron momentos muy tristes en completa soledad, meses en los que escribí harto para mí. ¿Recuerdas a algún amiguito o amiguita de curso a quien le contaste sobre tu primer beso o que pensabas tener sexo y no sabías comprar condones, alguna amiguita con la cual hablaste sobre la posible separación de los padres o las peleas en casa o la muerte de alguien que te importaba? Yo escribía porque sabía que mis amigas (por muy amigas que fueran) no serían capaces de entenderme o se burlarían de mí, a lo más les dirían a mi familia y ahí quedaba yo con full problemas que solucionar porque cometí el error de hablar con "alguien de confianza"... hablar con adultos tampoco se me daba (conocía a un par de escritores adultos, pero no los iba a webiar con problemas de adolescente), no tenía otra persona -fuera de mi familia- con quien hablar "en serio"; me hubiera gustado contar con alguien como Guise o Nury en esos años, estoy segura de que me hubieran escuchado "en serio", me hubieran aconsejado y yo no sería, ahora, una persona tan triste.  

Hace algunos meses mi papá me preguntó si me vacunaría, porque él y mi madrecita se habían vacunado recién; le dije que lo pensaría. De vuelta me dijo que el país tenía muchas vacunas y que  había comprado muchas para todos y era gratis y blablabla. El país no compró vacunas, ofreció a sus ciudadanos para pruebas clínicas a cambio de vacunas; no es una elección vacunarse porque no te van a preguntar cuál vacuna quieres, te meten la que te toca no más; al final, van a encontrar alguna manera de obligarte a ponértela. Le dije esos tres puntos y me miró como se mira a una extraterrestre... "ay Pía, da lo mismo, no vas a ser de esos weones que no creen en la pandemia"; espérate ¿qué tiene eso que ver con lo que yo estaba diciendo? según yo, estaba cuestionando el concepto de voluntariedad ¿acaso me expresé mal o quizás no me expliqué lo suficiente? ¿acaso la gente me entiende cuando escribo, pero no cuando hablo? Nah, se me había olvidado todo eso, hasta que comenzó a webiarme la semana pasada. 

El año pasado sentí mucho miedo -tipín a comienzos de abril- y me puse en modo "supervivencia": economía de guerra, siembra y tierra, procesar frutas para guardar, cuidar mucho el jardín, ordenar mis papeles (onda, si me moría), hacer cosas que había postergado, terminar cosas que no había podido terminar, retomar el blog, valorar más las amistades. Me duró poco el miedo, hasta que se murieron mis plantas comestibles y tuve que comerme las acelgas salvajes que crecen "automáticamente" en el jardín; lo que sí conservé fue mi pulserita con instrucciones: Me llamo Pía Lxxxxx Ahumada Seura, mi rut es 1x.xxx.xxx-x. Soy donante de órganos, quiero "manejo compasivo" y, por favor, no me resuciten; le colgué tres cascabeles, cosa que sonara harto y llamara la atención, para que nadie dijera "no la vimos o no sabíamos"; no tengo ningún número de emergencia, no quiero que nadie sepa a quién llamar (los números que tengo en el cel no se asocian a nombres obvios: "papá", "mamá", "familia", "emergencia" -risitas-). De repente me he pegado sustos de muerte, de esos en que quedas como pollo decapitado dando vueltas en círculos hasta que el cuerpo no te da más y fuiste, porque ni piensas ni sabes cuánto te queda, ni la idea de quedar ahí con las patas tiritando por reflejo se te presenta. 

Ahora, volviendo a la vacuna, pues qué weá más irrelevante y ya llevo mucho escrito al respecto; como que me fui a muchos lugares oscuros por esto que pareciera sencillo y lo peor es que a mí ni me se ocurrió, sino que fue mi padre el que detonó todo esto con sus insistentes "invitaciones" a responder cosas que no quiero responder. Ayer estuvo de cumpleaños y, como esperaba, comenzó a webiar -otra vez- por la vacuna. Como pocas veces, le dije (o respondí) que no deseaba hablar de eso porque él ya había mostrado un comportamiento muy hostigoso. Me dijo que tenía que avisarle y, además, traerle una lista con los temas que no podíamos conversar; le dije que podíamos hablar de muchas cosas, pero que él mismo había sido demasiado odioso con la vacuna y ya bastaba, era suficiente. Después dijo que la gente andaba sensible y que ya no podía decir nada y que todo el mundo se enojaba... sí, a eso le atinó, no somos iguales que hace dos años y algunos lo han sabido llevar mejor que otros, evidentemente ellos están mejor que la mayoría y los malos pensamientos ahí -en esa casa- no son tan frecuentes; se tienen cerca, probablemente no han pensado en morirse y tienen lo que necesitan (ni más, ni menos); viven en un pequeño oasis en medio de una catástrofe. Yo pocas veces le hablo o le digo algo porque no me oye, siempre está preparando una respuesta mientras finge oírme; es imposible plantearle algo distinto a lo que cree y jamás, jamás, jamás dirá frente a nadie "tienes razón y esa razón es distinta de la que yo creo" o algo más livianito como pensar en no responder y simplemente escuchar. Quizás si no hubiera sucedido todo esto, yo seguiría con la idea firme de que no necesito que mis progenitores me escuchen; al contrario, quisiera que lo hicieran, lo encuentro fundamental, pero no puedo lograr comunicarme efectivamente con ellos y no lo lograré jamás. Que conste, no les estoy reclamando nada, tampoco les achaco nada de nada, no los culpo ni los estoy descartando. Creo que toda persona debiera poder contar con otras personas y podría ser cualquiera, pero siempre pienso en que los únicos que serían capaces de seguir queriéndote, a pesar de todo, es tu familia (que no siempre consta de los mismos componentes).

Cuando escondo algo y aunque ya elegí no contarlo -en el momento-, pienso en quién o qué clase de persona me escucharía y guardaría el secreto, sin responderme de vuelta o sin intentar darme consejos que no he pedido; se me ocurren una o dos personas, dependiendo del tipo de atao cambian las opciones... aún así prefiero escribirlo o plantearme alternativas desde mis propias reflexiones, pienso que hablar de algo problemático traslada el problema a esa persona -de confianza- a la que le hablas y, desde ahí, pienso que no es justo, que no debiera hacerlo, que soy estúpida por pensarlo o ¿para qué? ¿con qué propósito? ¿qué estoy esperando de esa persona? Junto con esos sustos de muerte que me he pegado en la vida, también vienen algunas suposiciones: si me diagnosticaran una enfermedad ¿podría contárselo a alguien?; si quisiera matarme ¿podría contárselo a alguien?; si no quisiera un tratamiento ¿podría contárselo a alguien?; si me hiciera daño ¿podría contárselo a alguien?; si tuviera un problema grave ¿podría contárselo a alguien?; si tuviera serios poblemas con alguna adicción ¿podría contárselo a alguien? Al final, las decisiones las tomas por y para otros, por el consejo de otro, por las razones de otro, por las palabras de otro, por la generosidad de otros, por la honestidad de otro, por la voluntad de otro. 

Hace unos cuatro años llegó mi familia a casa para hacer un asado, venían tres "resfriados" y una que se sentía mal... estaban enfermos y vinieron de todas maneras. Claro, un resfrío es algo leve, dale que se pasa en tres días, dale que nadie se muere por un resfrío... ¿sabías que un resfrío común me dura dos semanas? sí pu, fumeta. Weno, total que vinieron y estaban re-enfermos y no, no era nah resfrío común, sino faringitis; los cuatro fueron a médico y tomaron medicamentos, se les pasó en un tiempo razonable y no la pasaron taaaan mal porque después me contaron sus fantásticas aventuras mejorándose. Yo pasé fácil tres semanas apenas pudiendo tragar y sin poder dar una bocanada al cigarro sin ahogarme (no, no pude dejar de fumar). Desde que llegué a La Serena, me ha dado gripe dos veces en catorce años; en ambas ocasiones me enfermé por dormirme sobre la cama con la ventana abierta porque cuando vives solo se te quedan las ventanas abiertas y fuiste no más, despiertas con la pieza llena de palomillas, gatos, los pies fríos y la nariz goteando; en ambas ocasiones me dio fiebre, de esa que te hace alucinar. Recuerdo haberlo pasado muy muy mal porque no podía "funcionar", apenas podía levantarme pa ir al baño y ponerme unos pañitos fríos en la cabeza: dos días con fiebre y en cama con el cuerpo apaleado, luego como un resfrío -un poco más fuerte que el común- y sanita otra vez. 

Cuando hago algo, me gusta sentir un mínimo de seguridad al momento de hacerlo, ir convencida y feliz de hacerlo; si decido hacer algo me gusta saber que lo decidí por mí misma, sin permitirme voces externas a la propia; me gusta saber que los aciertos o errores son míos; me gusta saber que hay cosas que puedo guardar para mí.     


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