Antes de leer alguna entrada de "Cierto personaje acusado de alta traición":

18 de junio de 2021

Cartas extorsivas

Sabes que me gustan las cartas (y mucho), al punto de que casi instantáneamente saco una copia de cada carta que envío -las cartas en papel-; en algún momento aprendí que debía hacerlo porque ese objeto jamás volverá a tus manos y ese papel es muy valioso para mí, no tienes idea de cuánto... también reconozco que tengo ciertos rasgos obsesivos: saco copia de todo, tengo todo impreso y no hay papel que deseche sin pensarlo años. Sabes que no reconozco tener raíces y tampoco deseo buscarlas, mi breve pasado está en papel y es lo que quiero (res)guardar como registro de mi paso por la tierra; de ahí la importancia de lo que escribo, de ahí el valor de lo que considero mi única posesión; lo único "propio", lo único que considero como mío.

*Esta entrada está un poco desordenada, lo siento. Cuando me refiero a "el colegio" se trata de una colegio católico en Calama; cuando me refiero a "la escuela" se trata de la Escuela D-54 en Chuquicamata (se quemó completa después de que se cerró el campamento, no quedó nada identificable en el lugar).

Quizás sepas de la cara buena de mi conexión con las cartas -en algún momento lo he mencionado o escrito-, pero también recuerdo la cara mala del asunto y hoy me acordé de aquello, algo muy muy viejo que jamás conté a nadie cuando sucedió porque me dejó profundamente herida.

Tendría yo unos 10 u 11 años, estaba en un colegio católico y me estaba acostumbrando, creo, a lo que ahí hacían o cómo se comportaban lxs niñxs que iban en ese colegio; yo venía de una escuela con -letra y número- en que jamás se oyó una oración (porque teníamos clase de religión, pero la profe se dedicaba a leer catálogos Avon en clases y no nos enseñó un carajo en cuatro años). En ese nuevo colegio había un altar con una imagen de shisus en cada sala, en la nuestra había también una vela gruesa amarilla con el contorno lleno de hexágonos (que recordaba un panal de abejas) y nunca prendieron esa vela. Mi profesora jefa era muy joven -o esa impresión me quedó-, muy amable y cariñosa, muy creyente supongo, se llamaba Rosa. No alcancé a hacer muchas amistades ahí -estuve dos años-, yo estaba de paso en ese colegio porque mi familia quería que entrara en otro y ese colegio católico era mejor que la escuelita de donde venía -se suponía-. De esos años conozco a Luisa (la única amiga que encontré en ese colegio y mantengo hasta ahora). Yo di mucho bote en ese lugar, no entendía que las personas pudieran rezar cada lunes, que se celebraran feriados religiosos, que hubiera una cruz tipo monumento -tremenda- en el patio, que los niños devolvieran las cosas que se encontraban en el patio, que conocieran la biblia y la estudiaran, que comprendieran el concepto de "parábola" o que fueran a misa los fines de semana. En la escuela yo era una estudiante modelo porque mi profesora me quería mucho (y eso que yo no era una alumna sumisa), tenía buenas notas y jamás falté a clases en cuatro años. En el colegio era rebelde (por responder y tener mal carácter), mala alumna (porque tenía notas bajo el promedio), desordenada (porque subrayaba los apuntes... una vez una profe me retó y me dijo que mi cuaderno parecía un "mantel de cocina" y jamás volví a anotar ni una weá con grafito ni a subrayar nada), mala persona o una mala influencia (porque le quebré la nariz a una compañera de curso); digamos que nadie me extrañó cuando me fui. Tenía que viajar en bus desde una ciudad a otra (alrededor de media hora) todos los días y cuatro veces al día; primera vez que tenía jornada completa, pero no había forma de almorzar en el colegio, así es que volvía a mi casa a comer y luego volvía al colegio. En la escuela iba de 14:00 a 18:00, me levantaba tarde y veía monitos animados hasta el almuerzo. Hace poco me enteré de que mi hermano siempre pensó que yo era floja por eso; a él, desde primero básico, le tocó ir jornada completa y levantarse para llegar a las 8:00 al colegio soñado -al cual, a mí, me costó seis años entrar-. En el colegio eran todos medio tontos -o eso pensaba yo- porque eran buenos y nadie decía nada, no preguntaban ni tampoco cuestionaban nada, preguntar (como yo estaba acostumbrada a hacerlo cuando no entendía algo o necesitaba una respuesta distinta) era para que alguna profe me dijera "porque sí", "porque así te estoy enseñando" o "no pregunte tonteras si ya lo expliqué"; desde ahí dejé de hacer preguntas y prefería buscar las respuestas en libros, no con personas y menos adultos o profesores.

Un día x, en algún momento, en una sala de clases con ese piño de colegiales medio tontos y creyentes, me llegó una hoja de cuaderno cuadriculada, doblada en ocho partes: era una carta amenazante y anónima... alguien se había dado a la tarea de escribirme una jodida carta donde se expresaba de muy mal modo y firmaba como "T.J. Odish" (en esos años estaban pasando la primera temporada de Pokemón, Odish es un pokemón planta, una cebollita con patas y rostro). No puedo describir exactamente lo que sentí en el momento, yo no sabía que podías escribir cartas de ese tipo y me impactó mucho, me asustó no saber quién me escribía semejante misiva. De camino a casa, en un bus, tuve media hora para pensar en la cartita de ese tal T.J. Odish: ¿quién haría algo así? ¿por qué alguien escribiría algo tan feo? ¿qué le había hecho yo a ese ser humano para que quisiera escribirme, pero sin identificarse? ¿quién era ese T.J. Odish? Lloré, recuerdo que lloré mucho, me sentía agobiada porque no tenía ni la más mínima idea de quién podría ser, por qué y para qué escribir algo así. Llegó a tanto mi agobio que los autores de la carta terminaron confesando todo... eran los que consideraba mis amigos, hablaba con ellos todos los días, me sentaba con ellos todos los días; era sencillo lo que deseaban hacer, comprobar que yo era estúpida y lo lograron, los muy malditos, no pude descubrir quién o quiénes eran, estuve días preocupada y llorando porque me sentía amenazada, contándoles a ellos mismos que me sentía mal y que no sabía quién había escrito eso; yo era una niña estúpida, me consideré estúpida y le comprobé a otros que era estúpida.

Cuando llegué a vivir en La Serena, comencé a intercambiar correspondencia con algunas compañeras de curso (en ese tiempo no habían rrss como las de ahora y la mensajería instantánea era poco frecuente), pedí direcciones y me gastaba cuatro lucas mensuales en envío de cartas a través de Correos de Chile. En algún momento dejé de recibir respuestas a esas cartas y pensé -revisando lo que había escrito a esas personas- que me sentía muy arrepentida por haber enviado esas cartas porque eran cartas muy emocionales, muy tristes, muy honestas: contaba lo sola que me sentía, lo mal que estaba pasándola acá por estar sola y no conocer a nadie, la falta que me hacían los amigos y, quizás, algún atisbo de ánimos depresivos que -en ese tiempo- no sabía ocultar. Lo siento, en serio lo siento por quienes recibieron esas cartas nefastas, fui muy egoísta y no me di cuenta hasta que dejé de recibir respuestas. Pasaron dos o tres años, volví a hacer algo muy feo: me conseguí la dirección de la Rubia en Ovalle (la casa de su familia) y comencé a enviarle cartas, primero diciéndole que la extrañaba y, como jamás recibí ninguna respuesta, las últimas cartas eran casi extorsivas... "devuélveme las 30 lucas que te presté", "devuélveme el bolso que te presté"; eran excusas, yo sabía que jamás recuperaría la plata o el bolso, incluso esperar respuestas era absurdo ¿quién era yo para exigirle algo? ¿qué era yo en una vida como la de ella? ¿qué significaba yo cuando ella había perdido una carrera por irse con un weón a Santiago, arrancándose de todo, desapareciendo hasta de su vida familiar, porque se calentó al fin y al cabo? Yo no era nadie para ella, yo no merecía mis cosas de regreso, yo no era su amiga, yo no era nadie y así me quedé, sin respuestas y con la certeza de que mi último rastro de existencia fue la última carta que envié a su casa; desde ahí, también me arrepentí porque mientras le escribí estaba -de modo egoísta- reafirmando mi existencia en su vida, obligándola a recordarme, machacándole la memoria porque no quería desaparecer de sus recuerdos. Lo siento también, en serio siento mucho que recibieras esas pésimas cartas de mi parte. No volví a escribirle cuando comprendí que fui egoísta, lo hacía por mí y no pensaba en ella, en qué hacía, en qué sentía, en qué estaba. Borré todo registro de su dirección para asegurarme de que jamás volvería a contactarla, me prometí también no buscarla en rrss (aunque un par de veces lo intenté, pero para intentar saber de ella, no para contactarla).

No sé si escribí todo lo que deseaba escribir, tengo la sensación de que olvidé alguna que otra cosa que se me había ocurrido para esta entrada; si recuerdo algo más, va una segunda parte. Gracias por leer hasta acá.

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