Antes de leer alguna entrada de "Cierto personaje acusado de alta traición":

23 de junio de 2021

Un episodio para declarar amor

Eran pasadas las cinco de la tarde. Con un llamado y algunos otros mensajes, este chico me recuerda que me mueva al tiro, antes de que anochezca. Es insistente porque está preocupado de que no sea capaz de llegar al lugar acordado -de noche- dado lo lejano del lugar y lo difícil que es acceder. Yo pensé mucho en si asistir o no: me habían invitado especialmente, me habían insistido para que fuera, me había comprometido, tenía todo preparado y estaba en casa a las seis de la tarde (aunque debí salir mucho más temprano). Cuando comenzaba el atardecer recibí otro llamado. Entérate de que se te nota mucho que estás alcoholizado cuando llamas porque arrastras las palabras, balbuceas aunque intentes ocultarlo y los esfuerzos por pronunciar bien hacen que tu voz suene extraña, muy extraña. Siete y tanto, al colectivo; hombros cargados con carpa, mochila, cigarros y vino. Voy acompañada aunque no te lo digo, continúas llamando y el tono ya no es de preocupación, sino de enfado porque he retrasado mi llegada y quizás crees que no iré -aunque te rejuré que iría-. Si hubiera ido sola, quizás hubiera sentido miedo, pero ¿quién siente miedo con un celular que te guíe y alguien que usa el GPS por ti (porque me apesta usar tecnología de posicionamiento), que puede ayudarte si te caes o que te dejará morir si se lo pides? Aún con un mapa, una captura del pantalla y un GPS: erramos el camino; no puedo dejar de contártelo, viramos a la izquierda en vez de a la derecha y terminamos a los pies de una quebrada bestial que nos impedía continuar por ahí. Miro el mapa y puedo traducir, viendo un dibujito con líneas representando caminos de tierra, "virar a la derecha, entre el camino estrecho y el final de la pista de aterrizaje"... ¿por qué viramos hacia el otro lado? ¿quizás no vimos la pista o el navegante de GPS quería probar otro camino que no se apreciaba correctamente con la vista satelital? ¿había siquiera internet para corroborar nuestra posición en tiempo real? Por eso prefiero mapas y los dibujo, por eso prefiero ir sin linternas y guiarme por el tacto y la vista; me gusta lo análogo y creo en lo práctico. Volvimos sobre nuestros pasos y, yendo unos metros más allá, pudimos apreciar el final de la pista de aterrizaje; seguimos al norte y vimos una reja alta. Caminamos buscando una salida o una entrada... ¿debíamos salir para llegar al lugar o debíamos entrar a un lugar enrejado? Algunos automóviles y el ruido nos guió hasta una puerta. Por fortuna no tuvimos que arrastrarnos por debajo del enrejado o pensar siquiera en saltar; quizás me hubiera dañado las rodillas o las manos, jamás he tenido suerte con las rejas, odio las rejas.

El camino era largo y angosto, de tierra, por lo que era raro que hubiera esa cantidad de automóviles; por eso vimos muchos al costado del camino y, aún pasando al lado de muchos de ellos, no llegábamos a destino. El ruido estridente es signo evidente del noise, a ese tipo de lugar íbamos invitados. La casa era tremenda, no me imaginé jamás que algo de ese tamaño pudiera estar en ese lugar (por lo lejos, por lo alto, por lo difícil que era llegar). Había mucha gente y mucho ruido, me costó ver entre tantas personas a la que continuaba llamándome -llamados que decidí ignorar porque el tono en que me hablaba se estaba tornando muy desagradable y demandante-; cuando lo encontré, digamos que no me alegré tanto por verlo. Comenzamos a beber, continué fumando. Durante un par de horas me sentí molesta, pero escogí no hacerlo patente, no dije mucho y seguí mirando: las intervenciones fueron sorprendentes. En medio de la gente, aparecieron dos chicos muy jóvenes que me preguntaron si leería, "sí" -les dije-, pero esa respuesta no llegó a concretarse; no leí esa noche, lo juzgué como inapropiado, lo que leería no estaba a la altura de lo que había visto hasta el momento. ¿Sabes? también sentí miedo en el lugar porque pensé que encontraría a un sujeto desagradable ahí (alguien me comentó que ese sujeto estaría) y yo sentí miedo en algún momento, pero me convencí de que estaría protegida por la gente que amo; si me encontraba al mal sujeto, no iba a ser capaz de hostigarme porque yo no estaría sola.

Vi un lugar extraordinario, vi objetos extraños y vi jardines, paisajes muy amplios y estrellas, cielo claro y espacios negros en donde el agua se hace invisible por la oscuridad de la madrugada. Las personas acostumbran a ignorar aquello que no les produce familiaridad, ahí cabía yo, entre aquellas personas que pasan inadvertidas porque beben té después de las una de la madrugada, las que caminan acompañadas de otros y que no puedes abordar porque está acompañada y no sola. Digamos que ya no tengo edad para permitirme el abandono, para permitirme vicios públicos o disfrute hedonista; siento miedo y, a la vez, siento que no debo volver a exponer mis debilidades porque hay personas que son abusivas. Ya no me siento valiente como a las veinte o despreocupada como a las veinticinco, tampoco confiada como a los veintisiete. No recuerdo haber hablado mucho o haberme reído, hacía mucho que no me encontraba en la situación que pasaría más entrada la madrugada: quedarme en una carpa porque era imposible salir de ahí hasta el otro día. Iba preparada, no como la última vez que me quedé en una carpa en un lugar extraño, iba con harto té y abrigadísima, llevaba comida y muchos cigarros; por último, si me sentía mal, podía armar la carpa y esperar el amanecer, para luego caminar sobre mis pasos, volver al camino y regresar (me alegro de poseer una excelente memoria espacial: si voy a algún lugar -aunque sea una vez- puedo volver a encontrarlo fácilmente o regresar hasta otro lugar conocido sin indicaciones). 

Me acosté temprano: aguanto poco despierta en el exterior, los trasnoches ya no me sientan bien y me es difícil mantenerme despierta si me siento cansada. Me fui a acostar. Quizás llevaba un par de horas dormida cuando sentí que abrieron la carpa y me agarraron una zapatilla, doblando mi pie; me dolió un poco y, con un reclamo (de mi parte) además de un balbuceo (de su parte), ambos supimos que éramos quienes pensábamos que éramos. Todo bien, aunque yo me sentía muy enojada, tenía los pies fríos y me quedó doliendo cuando doblaron mi pie. Al rato, creo, el muchacho que llamaba -insistentemente hacía muchas horas atrás- se acomodó también al lado y supe que era él porque su voz era igual de extraña que cuando llamaba reclamando por mi tardanza.

No puedo dormir profundamente en una carpa, no tuve infancia de acampada y he dormido tres o cuatro veces en la vida dentro de una; apenas se aclaró afuera, salí -intentando no molestar mucho-. Tenía té, un pancito para el desayuno, una sombrilla para el sol, una chaqueta, mis lentes oscuros y apareció un gato gris con el que conversé un rato mientras miraba el paisaje claro de lado a lado, admirando la tierra y el cielo, el agua correr metros abajo, regocijándome en el silencio y la conversación errática que mantenía con ese gato ajeno; se notaba que el gato ya tenía la costumbre de ver a personas extrañas, pero tampoco confiaba en ellas; miraba todo, olía todo, maullaba y cambiaba de posición porque buscaba el sol. Recorrí el lugar, ahora de día y con luz natural, vi a muchas personas dormidas y tantas otras despiertas oyendo música en vivo -dentro de la casa-; me parecía increíble que alguien continuara despierto. Usé el baño y regresé a conversar con el gato. De muy mala gana y con un ánimo súper denso, desperté a los muchachos que continuaban en la carpa y les dije que debíamos irnos; casi no hablé, no dije que estaba enojada -porque no quería pelear o decir algo desagradable-, pero se notaba.

Es posible que nos despidiéramos de alguien o es posible que solo saliéramos del lugar en silencio. Ahora la reja se veía menos imponente y no nos costó encontrar la puerta, ahora sí sabíamos que esa reja significaba que estábamos entrando a un lugar privado: los límites del aeropuerto. Los caminos hechos por los pies de quienes cruzaba, en automóvil o a pie, se notaban claramente y no nos costó ver el final de la pista de aterrizaje... ¿el final? Por curiosidad, supongo, me quedé viendo hacia la pista y me imaginaba que estábamos muy lejos del edificio del aeropuerto, pero no; se veía, lejos, pero se alcanzaba a ver y venía un avión de frente hacia donde estábamos nosotros. Mi memoria es difusa, esto pasó hace muchos años, tantos que me cuesta calcular porque no tengo referencias, hitos o piedras miliares a las cuales pueda acercar el recuerdo: sé que los muchachos que me acompañaban aún lo hacen y me consta que me quieren, en muchos sentidos nada ha cambiado y me alegro. Visto desde la pista, el avión se veía como tremendo cacharro deforme: de frente, la punta con dos ventanitas minúsculas con las cabecitas de los pilotos, las ruedas demasiado pequeñas para siquiera creer que puede sostener tal máquina, las alas delgadas, cortas y desproporcionadas. ¿Recuerdas a esos sujetos -de las películas- que sostienen luces o bengalas al final de la pista para hacer señales en la niebla? Con un día soleado, debes imaginar que eres uno de esos sujetos, pero que vas con ropa ligera, con mochila, con una sombrilla chillona y sonriendo; tus gestos no tienen propósito (porque los pilotos ven claramente la pista y saben lo que deben hacer), pero te empeñas en que los pilotos vean tu sombrilla porque te imaginas que jamás volverás a hacer algo así. El avión se da la vuelta, es el punto donde el avión se despega de la pista, pero -esa vez- no venía con la velocidad suficiente para despegar por lo que debe dar la vuelta hacia el comienzo de la pista, agarrar velocidad y volver a este punto observado para levantarse del suelo e irse lejos. Más allá vemos una camioneta que se acerca rápido y decidimos correr hacia la salida buscando un borde descuidadamente delimitado, que colindaba con un terreno abandonado porque nos guiaría hasta la calle. Me fui a casa, con el avión se me había olvidado todo rastro de enojo o de molestia. 

Ese mismo día, por la tarde, me reuní con el chico de las llamadas; yo estaba fumando -como siempre- y ambos estábamos sentados en un cafecito medio oculto, en algún verano, en alguna feria, en algún punto del centro de la ciudad. Toda la historia que te conté tiene que ver con un episodio de amor, una declaración de amor, un instante que yo no esperaba porque siempre estoy pensando en que no soy digna de que me sucedan cosas así o me siento incómoda porque ya no estoy para ese tipo de  declaraciones ¿quién lo está cuando jamás eres agradable -"livianita"-, no coqueteas -porque no estás buscando el amor-, no te gusta mirar a los ojos -para no originar malosentendidos-? Yo oía atentamente porque me tenía intrigada, no sabía bien lo que iba a decir y, quizás, se trataba todo de un reto y estaba pensando en alguna excusa por la demora, por no haber leído, por ser desagradable por la mañana; no lo supe en ese momento hasta que terminó de hablar. Lo siento -me dijo-, fui muy odioso anoche y te llamé mucho, aunque no debí, eres capaz de llegar bien y no tengo por qué preocuparme de más -explicó-. Yo le dije que ya no me sentía enojada, aunque en la noche me molestó la insistencia y todo eso. Quiero disculparme -continuó-, no quiero perderte -sacó una caja de chocolatinas "Lengüitas de gato" de su mochila y me las pasó-. Acá tuve que buscar referencias en mi diario personal para encontrar algo muy preciso: (...) se me rompió el corazón, se quebró una parte de mí que creí endurecida... me conmovió hasta el llanto. Yo lo quiero harto, él me quiere también. Me siento amada, pero me siento muy triste. ¿Qué pasa?. Con esas palabras termina ese texto -en mi diario- y quería transcribirlo tal cual lo sentí -en el momento- porque me parece importante; esto no se trata del amor "corriente", se trata de un amor construido y del cual, con aquel episodio, tengo certeza.

Pocas veces he recibido gestos que me conmuevan hasta el llanto, que me revuelvan las entrañas y enriquezcan lo que siento por alguna persona; pienso mucho que no merezco ese tipo de muestras de cariño, que alguien se disculpe de ese modo y que, además, sienta que deba acompañar sus palabras con un presente.

Escribo esto porque sé que se siente un poco deprimido y agotado, que está lejos como para darle un abrazo y decirle "estoy acá, te quiero".                                 

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