Antes de leer alguna entrada de "Cierto personaje acusado de alta traición":

9 de septiembre de 2020

Pasta de líder

Cuando estaba en octavo, nos propusimos -con una amiga- llenar la hojita triste de las anotaciones con puras "buenas"; si sabíamos que con tres te ibas suspendido ¿qué regalo obtendríamos si conseguíamos tres buenas o si llenábamos la hoja de puras anotaciones positivas? Nah pu, puro fraude; una verdad que funcionaba unilateralmente, como muchas cosas en la vida. En cada oportunidad que se nos presentaba, hacíamos algo para conseguir la dichosa anotación y ambas llenamos la hojita, nada pasó: ni felicitaciones, ni premio, ni nada. El bueno no merece ser premiado, se hace porque es bueno y sin esperar recompensa; el malo debe ser identificado, destacado y castigado porque así funciona la escuela -y todo allá afuera-.
Al final de ese año y de modo muy estúpido, tendríamos nuestra licenciatura; aunque seguiríamos en el mismo colegio, pero en "media": denominación que significaba que oirías la abreviatura PAT -prueba de aptitud transitoria- o PSU -prueba de selección universitaria- más veces de las que te hubiera gustado oír. Antes de la licenciatura, votamos para escoger a algunos compañeros de curso que destacaban en "algo"; sólo recuerdo tres categorías: mejor amigo, más cooperador y líder. Todo el curso sabía quienes iban a ganar, era evidente, todos hicimos público nuestro voto entre cuchicheos. Yo veía el premio del "líder" como algo jugoso y digno de portar; me hubiera encantado ser considerada para ese premio. Era un sueño lejanísimo, yo estaba marginada a la mesa del fondo junto a mi amiga mormona, lo único que teníamos era una hoja llena de anotaciones positivas; entenderás que ninguna cabía en la categoría de líder. Llegado el día de la licenciatura recibí una medalla que no merecía, el premio a la "más cooperadora"; fue triste porque yo sabía que ese premio no había sido ganado por votación popular. No sólo nos mintieron diciéndonos que nosotros elegiríamos, sino que nos hicieron votar para, luego, decidir en privado quién recibiría cada premio. El mío no era para tanto, al final era un premio de consuelo para la marginada y mi hojita llena de anotaciones podía justificar, de algún modo, el premio (aunque eso le valía más a la profe que a mis compañeros). Lo que más dolió a todos fue el premio al líder: lo ganó una chica que destacaba por su belleza y que ese año abandonaba el curso para irse al sur con su familia. Le dieron el premio para que se fuera con un recuerdo de su curso, no porque fuera líder; se juntaba con tres chicas más y para de contar. Otro fraude de proporciones en el mismo año. 
Para mí, el paseo de fin de año a Iquique tenía sabor a fracaso, ahí sentí en el corazón que estaba totalmente marginada de toda actividad grupal. Recuerdo que dormí en la misma cama con una amiga y, por la noche, veíamos películas por cable. Ahí probé a mirar la tele con los lentes que usaba mi amiga, le sacaba los lentes del rostro cuando se quedaba dormida y yo, por fin, podía ver películas con subtítulos. No sabía que necesitaba lentes, en ese paseo descubrí que los necesitaba. 
Pucha, recuerdo mucho de ese viaje y odio todo lo que recuerdo; dejo esto acá porque me da vergüenza escribir todo lo que recuerdo.  

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