Antes de leer alguna entrada de "Cierto personaje acusado de alta traición":

7 de septiembre de 2020

Modo Marcha

Cuando veo a mucha gente reunida me asusto, muchas veces no sé qué hacer y repercute en mi ánimo. Me pasa en las marchas y en otras ocasiones, pero en las marchas es en donde más extraña me siento.  

El primer recuerdo que tengo sobre "reclamos masivos" (no era una marcha), fue de mi época de colegial. Los profesores estaban en una situación que los perjudicaba -tampoco recuerdo bien cuál era la razón-, los alumnos desde primero a cuarto medio (los de media estábamos apartados de los de básica) se pusieron de acuerdo para protestar. Todos, exceptuando tres o cuatro alumnos, se sentaron en el patio con los profesores. No lo recuerdo todo, tengo una imagen borrosa en la cabeza, como cuando miras al desierto con un sol deslumbrante que hace que todo sea brillante, tan luminoso que los bordes se desdibujan. Las salas estaban dispuestas a los costados y el patio en el centro, cuatro salas arriba y cuatro abajo en cada lado, dos puentes que unían el segundo piso de cada lado; a un extremo del patio, la salida hacia un patio más amplio, más allá la entrada del colegio, las salas de los alumnos de cursos menores y la biblioteca; al otro lado del patio estaba el kiosko y los laboratorios, si ibas más allá había un lugar amplio en donde había canchas y el límite del colegio con una reja alta. Yo decidí no unirme a los alumnos sentados en el patio, recuerdo que estaba de acuerdo con el reclamo de los profesores, pero me parecía un poco tonto el modo de apoyar las demandas: sentados en el patio durante ¿qué? diez minutos quizás. Me senté en el puente, alejada del centro del mismo, por un momento me hicieron señas para que bajara y me uniera, escribí algunas líneas y me sentí extraña. No recordaba haber presenciado algo así, tantas personas de acuerdo con una premisa y actuando del mismo modo, eran tantas ahí sentadas y en silencio; no recuerdo mucho más, pero sentí algo muy extraño dentro, creo que la palabra "desasosiego" es la que define mejor aquella sensación. 

La segunda vez que sentí algo extraño fue en la u -dos mil seis, primer año, primera carrera-, tenía dieciocho y llevaba algunos meses viviendo sola por primera vez en mi vida. Jamás estuve atenta a nada que sucediera alrededor, las demandas de Los Pingüinos me eran absolutamente ajenas. En todo el tiempo que estuve en el colegio (y la u) mi familia no era candidata para hacerse de bonos, becas, ayudas sociales, ayudas estudiantiles, becas de alimentos, descuentos o apoyo; tampoco fue tema intentar conseguirlos o postular a algo -aunque sí habían algunas opciones para mí en ese tiempo-. No recuerdo en qué mes comenzaron, pero, por casualidad, caminando hacia el centro, me topé con la mayor aglomeración de personas que había visto hasta ese momento; sabía que era una marcha y sabía qué pedían. Desde calle Benavente con Av. de Aguirre -donde está el colegio Japón- yo podía ver las calles llenas de gente, desde ahí se puede ver hasta los bomberos y más allá (tres cuadras y tanto más). Yo no tenía intenciones de unirme, estaba mirando embobada e intentaba encontrar la mayor cantidad de detalles posibles, intentaba grabarme esa imagen porque me parecía extraordinaria. Se me acercó un caballero (un sujeto mayor) y me preguntó si estaba con ellos, yo no alcancé a responder porque no pude pensar ninguna respuesta breve. Me tomó la mano y me dijo que me felicitaba por esto, por manifestarse, por luchar, por marchar. Me quedé sorprendida un momento, me sentí extraña porque yo no merecía las palabras de ese desconocido; yo no sabía de eso, yo no era parte de eso, yo no sentía rabia por eso. Me fui en la marcha, caminando detrás, caminé seducida por la masa y llegué hasta calle Pedro Pablo Muñoz; ahí me devolví a casa. Recuerdo que también fui en otra oportunidad (no sabría decir si fue el mismo año u otro), recuerdo que corrí a lo loco por alguna calle secundaria porque la masa también me inoculó miedo, pánico masivo, gente corriendo porque alguien gritó que venía el guanaco. No, no era cierto; corrimos y huimos por nada. 

Tenía una amiga y ella me gustaba, mientras estábamos en la u (entre clases) otro amigo comentó que este amiga había salido en la portada del diario local, en primera plana sobre el día de la "marcha gay". Yo salté y sonreí porque, para mí, era algo guay salir en la portada de un diario cualquiera y en una circunstancia que a mí me parecía natural ¿por qué debía sentir que ir a la "marcha gay" era algo malo? La amiga se puso roja y me trató de weona porque creí en lo que decía el otro amigo, me dijo muchas cosas y me hizo entender que era mentira, que yo era tonta porque creía eso, que jamás iría, que era algo feo o malo ir a esa marcha. Me sentí extraña, me costó entender la molestia y las razones, yo merecía ese reto porque yo era tonta; para alguien que gusta del sexo opuesto dentro de toda regla, ir a la marcha gay era indigno. Ir a esa marcha no me fue posible (no me enteraba a tiempo) hasta que yo fui mucho mayor y por muchos años fui sola; me iba caminando detrás del camión porque me gustaba la música y la alegría que expresaban, me gustaba también el cañón de confeti y las luces. No entendía bien la felicidad que expresaban, pero me gustaba ese carácter de carnaval, la fiesta, el carrete que venía después, la ropa, los colores, la gente que podías ver ahí. A veces me iba detrás del camión, a veces me quedaba de pie al costado para ver a los que caminaban, a veces me iba detrás. La última vez que fui, me metí "en serio": coordiné con unas amigas glamorosas y yo iba de traje. Nos juntamos en la salida del puente Libertadores y esperamos el final de la marcha para unirnos; llevábamos un lienzo negro que no tenía escrito un mensaje feliz, enviaba un mensaje para recordar que eso no era una fiesta, que debíamos recordar también a las caídas. Cuando desplegamos el lienzo, un paco -que por su baja estatura parecía un juguete- nos preguntó si estábamos a favor o en contra de la marcha: "mírenos ¿parece que estamos en contra?". Los pacos se pusieron detrás de nosotrxs y mantuvieron cierta distancia. Cuando se me pasó toda curiosidad con respecto a esa marcha, comencé a pensar más en el ánimo que me provocaba; no entendía la alegría y la música, no podía sentirme cómoda con las luces y el carrete, no podía disfrutarla como los demás. Eso no me cuadraba, la marcha no reflejaba lo que yo sabía de ese ambiente; principalmente, era eso lo que me producía incomodidad. 

Dos mil dieciocho, marcha feminista. Antes de ese año, había adherido (uso esa palabra porque estaba ahí, pero sola y caminando a un costado y casi al final) a algunas marchas feministas, ya estaba en los círculos que me permitían saber las fechas, el horario y lugar de reunión; si bien iba con la mejor disposición, creyendo plenamente en lo que se demandaba, tampoco sentía que estaba "en mi lugar". En apariencia, me ajustaba mejor a la "marcha feminista" que a la "marcha gay"; en apariencia, todas cabían ahí -de algún u otro modo-. En dos mil dieciocho recién comencé a involucrarme de modo más activo, a escucharlas, a ir a verlas, a participar con ellas y apoyarlas; aunque a cada actividad siempre fui como invitada, no como organizadora o participante activa. Me molestaba el ánimo de esas marchas, la felicidad que salía por algún u otro lugar, el carácter festivo que saltaba por ahí; no lo sé con certeza, pero por ahí iba el punto. Pensaba en que nadie está en una marcha para agradecer algo o porque está conforme con lo que vive, para celebrar o realzar algo bueno. Por lo mismo me es muy difícil ir con una sonrisa en la cara o con ropa colorida, aplaudir o gritar con júbilo. Voy con ropa sobria, voy caminando lento y pausado, voy casi triste y siempre atenta a los alrededores; prefiero ir sola que con amigxs y, aunque ya ha pasado harto tiempo desde que me impresionaba una marcha, continúa siendo extraordinario ver a tantas personas que se ponen de acuerdo por una misma causa.  

En el interior, siempre he tenido problemas con sentirme dentro de o parte de un grupo x, siento un conflicto entre lo que creo correcto y lo que creo necesario, no me he visto en esa de conmoverme por alguna causa, tampoco sentirme plenamente identificada con lo que causa este tipo de manifestaciones aunque crea en lo que demandan. Nací y crecí en un lugar en donde era poco frecuente la vida de barrio, la vida comunitaria; esto no lo sé porque yo misma lo descubriera, sino que muchas veces escuché a mi madrecita referirse a eso: "acá nadie pide nada a los vecinos", "acá la gente no se sale de la casa", "acá no existe la vida comunitaria", etc. Para mí era natural que todo fuera así, eso es todo lo que conocía desde que nací; no habría podido notar la diferencia o, incluso, saber que en otros lugares era distinto. Cuando nos mudamos de ciudad, no fue distinto para mí; salí pocas veces de la casa porque el colegio consumía todo mi tiempo y tampoco soy una persona que guste de salir (con algún propósito o sólo por ocio). En ese nuevo lugar, en esa nueva ciudad, sí pude notar la diferencia: mi madrecita conocía a todas las personas que vivían en la misma cuadra, mi hermana jugaba con las vecinas, mi padre conversaba con mucha gente en la calle. Implícitamente, mi familia se mueve en torno a la autosuficiencia, a la idea de que la familia se encarga de la familia y no se pide ayuda a otras personas, pero sí se brinda ayuda cuando nos la piden o cuando se desea brindar. Yo no pienso que sea algo malo, pienso también en que es consecuencia de circunstancias ajenas a las personas que conforman mi familia; pienso que la austeridad en la que viven es un elemento esencial, también el considerar el futuro para orientar las decisiones del presente, el ahorro de recursos en caso de cualquier eventualidad y algunos otros elementos en lo que no he indagado más. En tanto a mí, como persona que vive fuera del nucleo familiar, me cuesta un montón decidirme para hablar sobre algún problema que tenga o pedir ayuda cuando me he visto en algún atao, me produce conflictos tener que exponer un problema y pedir ayuda, incluso pedir cualquier cosa por muy pequeña que sea. Me cuesta hacer públicas algunas cosas, me cuesta desenvolverme con familiaridad ante gente que no conozco (o conozco poco), me cuesta exponer un problema al que me veo enfrentada o el cual me sobrepasa, me molesta cuando me veo en la obligación de explicar algo porque ya no puedo continuar callando al respecto. No puedo decir que tenga grandes problemas ¿qué problemas podría tener? Soy re-sana, tengo un lugar donde vivir y es un buen lugar, trabajo en lo que me gusta, tengo una relación sana con mi familia ¿Qué más puedo pedir? Tengo amigos, círculos en que me siento querida, personas que me quieren, personas a las cuales les gusta lo que hago. ¿Qué más puedo pedir?  

*PD: Publiqué esto y, minutos después, pensé que debía poner algo más.

Siento que existe empatía cuando voy a pesar de sentirme incómoda, también existe la generosidad cuando me muevo de casa para caminar junto a otras personas; son estados emocionales complejos en que pienso a veces. No siento que deba tomarse de mal modo, incluso tampoco de buen modo; escribir esto es un tanto irrelevante a estas alturas, cuando todo ha cambiado tanto y nosotros también nos hemos transformado de alguna manera. Y no, esto es sólo un aspecto porque estoy convencida de que soy muy egoísta.  

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