Antes de leer alguna entrada de "Cierto personaje acusado de alta traición":

28 de diciembre de 2020

No me siento linda

Hace una década no pensaba en ninguna enfermedad -o en el dolor- porque no los padecía; me sentía afortunada de no haber sido sometida a cirugias, de no haberme quebrado un hueso, de no haber tenido un accidente, de no sentir dolor de cabeza o retorcijones menstruales. Bueno, hace diez años no pensaba en eso, pero lo cierto es que sí había sentido dolor físico antes de eso, pero en tan pocas oportunidades que las recuerdo bien. Al mudarse mi familia a otra ciudad, sentí que todo lo que conocía se acababa; comencé a cambiar drásticamente de un modo evidente (a los ojos de mi entorno) y de modo devastador para mi familia (que tuvo que soportarme "así" durante un año y medio). Durante ese año y medio con mi familia en otra ciudad, me dio dos veces tortícolis -mientras cursaba tercero y cuarto medio- y no había ninguna razón para padecerla... ninguna razón física, porque -segura- eso fue provocado por el intenso odio que sentía por toda la situación: ciudad horrible, colegio horrible, preu horrible, compañeros de curso horribles, profes horribles, todo mal a mis ojos (y no es que todo fuera totalmente malo, pero tampoco tuve la oportunidad de acostumbrarme a eso antes de abandonarlo). Las dos veces que me dio tortícolis no me permitieron faltar al colegio, me ponía la ropa entre lágrimas y apenas podía girar la cabeza; es un tipo de dolor muy particular, algo que recuerdo con detalles. Las dos veces me pincharon -creo que un relajante muscular- y me dieron pastillas. La primera vez, entretanto ya me estaba recuperando (sentía dolor, pero leve), me apunté a un paseo de curso al Pozo 3 (un camping con piscina en San Pedro de Atacama) y obtuve dos "curas", bebí vino hasta el vómito y dejó de dolerme el cuello -aunque dormí poco, pésimo y en el suelo de una carpa-. A pesar de que me dijeron que el dolor provenía de mi mente (o sea, era algo psicosomático) yo me negaba a creerlo: estaba haciendo lo que debía hacer, cumplía con lo que se requería de mí, casi no tenía problemas, mi familia era (y es) muy funcional... yo cumplía, pero no es que yo creyera que tenía otra opción, de hecho no tenía otras opciones. Por muchos años me negué a creer que ese dolor era producto de algo que me preocupaba o me hacía daño, porque no me importaban las notas (lo mínimo era mantener un promedio que no pusiera la atención de mis padres sobre mí), menos la psu (quería un puntaje que me permitiera entrar a la u, pero no me importaba en qué o dónde, necesitaba algo que mantuviera la atención de mis padres lejos de mí), porque no me importaba no tener un grupo del cual sentirme parte, porque no me importaba lo que pensara la gente de mí: lo único que llenó mi cabeza durante ese tiempo era la idea de morirme.

Pasé hartos años sola acá, sola de los cojones y se puede resumir en tres hitos: no pude construir relaciones de amistad que perduraran más allá del "compañerismo" universitario (hay una chica a la que aún le envío mensajes y siento que  de algún modo raro me aprecia, ella de entre otras 100 personas que conocí mientras estudiaba), me acerqué mucho a la familia de mi tía (la que ahora considero una segunda familia -gracias tía, te quiero mucho-) y tuve tiempo para construir lo que soy ahora ("literariamente" hablando). No, no padecí de dolor físico -dejo fuera la cogorza-, pero sí dolor emocional y lo recuerdo, también, con detalle. Hace diez años pensaba que estaba bien tomar todo lo que me había sido negado durante mi adolescencia: el amor y el cariño (en el aspecto íntimo), la pereza, el hedonismo, el capricho, la impulsividad. Era adulta y era responsable de mi actos, nadie iba a hacerse cargo de mí o asumir las consecuencias de mis actos: flor (para mí). Tenía una lista corta de deseos, cosas que siempre quise hacer o tener en el colegio y, a los 23, ya había cumplido todo, aunque algunas cosas no las volvería a hacer. 

Desde 2013, año en que me inventé "Me pego un tiro", trabajé cada día y cada hora en los asuntos que tenían que ver con libros; en ese tiempo gratis, después como una pega formal y luego de forma independiente. En esos años me enfermé mal tres veces: dos gripes con fiebre "alucinante" y una intoxicación por andar haciendo experimentos con venenos botánicos (cuek). En ninguna me vi obligada a recurrir a médicos. Con los años, porque la salud y la edad me lo permitían (gracias a que me había acostumbrado a extralimitarme, además de explotarme), era capaz de hacer tres veces más cosas de las que soy capaz ahora -en el mismo tiempo- y sin desfallecer, sin enfermar, sin dolor y sin perder; lo tenía todo y podía hacerlo todo. En ese momento no me sentía alguien especial, pero ahora -y comparado con lo que acabo de mencionar- me siento un estropajo al lado de esa Pía con diez años menos. Sí, dirás que es evidente, pero para mí no lo era hasta que me comenzaron a "aparecer" abscesos en el rostro (eso fue el 2018, creo). Esas mierdas que dolían como el infierno fueron consecuencia de algo bien puntual, algo que padecí por dentro y en lo más profundo del corazón; nuevamente algo psicosomático. También me costó reconocer la causa, no era la primera vez que me sentía "así" de mal, pero era la primera que esa mala emoción provocaba infecciones dolorosas que tomaba tiempo sanar. ¿Cómo es posible que algo real no me enferme? no lo sé... si tienes alergia te enferma el polen -o el maní o una picada de abeja-, si tienes algún hueso malo te dolerá con el frío, si tienes una hernia verás tus capacidades físicas disminuidas. Por ser tan re sana, sentir repelús por los hospitales y médicos, sentir asco al tragar pastillas; cuando me pasa algo es para recordarlo y en mala, recordar el dolor que te provocó y lo mal que la pasé, escribir de eso y volver a la demoniaca sensación de que algo nuevo aparecerá, algo como lo de ahora y que justifica la entrada completa.

Hace algunos meses me contactó alguien para quien había trabajado hacía muchos años; me propuso una pega y la acepté medio pensando en que no se concretaría -por las circunstancias webiadas del 2020 y porque mucha gente me llama preguntando y con pocos llego a un trato/pega-. Vale, agradecí harto que alguien pensara en mí, que confiara en mí, que usara mis servicios; porque lo que es yo, pues estaba viviendo en la comodidad, siendo como vagabundo en una casa lujosa, sin preocuparme de dinero ni comida ni cigarros, en la más cómoda soledad, en la más irresponsable pereza, en la más miserable de las actitudes humanas frente a la incertidumbre; no me arrepiento, no me arrepentiré de esto. Reincorporarme a un ritmo que podía llevar, pero que no deseaba, me sacó de una patada hasta la vida que abandoné y que llevaba hasta septiembre del 2019; con un año y medio más de vida, con los dedos tullidos, cero ganas, cero ánimo, cero necesidad. Dale, es pega, agradece que no terminaste viviendo debajo de un puente. No me había agarrado tan fuerte un padecimiento mental desde los abscesos, no tenía razones para que mi cuerpo provocara otro padecimiento y aquí estoy.

Hace poco más de un mes, en casa de un amigo, amanecí con dos pequeñas  protuberancias enrojecidas en el párpado derecho; no le di importancia porque casi siempre me agarra la conjuntivitis y creí que era algo así (la conjuntivitis te da en los ojos, pero también se te hinchan los párpados y pica un poco). Vale, llegué a mi casa y gotitas, pero continuó picando. No era el ojo porque no lo tenía enrojecido, era el párpado derecho, abajo y arriba, además también se estaba manifestando en el párpado izquierdo. Picaba y, para no rascarme directamente con los dedos -porque siempre los llevo teñidos o “encigarrados”- lo hice con la manga de lo que llevaba puesto; fue para peor, porque con la tela de los puños (rugosa y áspera) acabé haciendo peor la irritación en la piel. Esas zonas bien delimitadas, enrojecidas e irritadas, se desprendieron de la capa más superficial de piel en forma de escamas gruesas y duras. Yo, viéndome al espejo, intentando arrancar con pinzas esos trocitos inquietantes de piel, haciendo que se me escaparan las lágrimas porque parecía que estaban desprendidas, pero se agarraban las malditas a un cachito de piel viva; opté por no rascarme –aunque picara-, opté por ignorarlo –aunque era difícil estando despierta e imposible mientras dormía-; me desesperaba, pero no era evidente y sabía que si se mantenía “así”, nadie me cuestionaría al respecto.

En casa debo sacarme los lentes oscuros que siempre llevo y mi madrecita siempre me observa demasiado -tanto que es incómodo a veces-. Un día, luego de que esto empeoró y se extendió, llegué a casa y me llevaron de un brazo al dermatólogo. Me miró la mujer y me diagnosticó de inmediato, se acercó para verlo mejor y lo confirmó. Me dijo que se producía por stress y, en menor medida, por mi trabajo (en particular por el polvillo de libros viejos); me recetó tres medicamentos y que me pusiera lentes que aislaran mis ojos de la exposición al polvillo. En el momento no supe bien qué decirle a mi familia, no sabía si replicar lo que me había dicho la dermatóloga tal cual u omitir la parte del stress.

¡Ey! ¿por qué omitiría información? Yo considero mis labores diarias como trabajo –uno informal y precario-, pero es un trabajo; mi madre y padre lo consideran un pasatiempo que me provee dinero de vez en cuando, no voy a mencionar el escribir porque tengo opiniones tan contradictorias que no sé qué pensar realmente. Yo comprendo que ese juicio sobre mi trabajo es producto de la preocupación, pero les he oído cosas que me aterran un poco. A principios de este año mi madrecita me dijo: “búscate una pega de verdad”. Quizás el juicio no es tan pesado como la contradicción: mi madrecita también trabaja en las mismas condiciones, en una labor precaria e informal. Yo me pregunto ¿acaso es más válido trabajar en la casa en su caso que en el mío? ¿el hecho de que ella gane más dinero que yo le permite menospreciar mi trabajo? ¿acaso ser autodidacta invalida mi trabajo? (ella tiene un título que avala lo que hace, aunque no directamente) ¿acaso dedicarse a telas es un trabajo más valioso que dedicarse al papel? No la entiendo en realidad, pero ese razonamiento me encamina a mentir u omitir (y lo hago mucho cuando trato con mi familia) porque me evito problemas, discusiones y que pongan una atención indeseada sobre mí: esta vez decidí omitir la mención del stress… porque padecer de consecuencias físicas a partir de algo mental, achacado a un trabajo “de a mentiritas” y que ni siquiera me provee el dinero necesario para comprar lo mínimo para sobrevivir es un CHISTE. En algún rato también me negué a creer que fuera por stress, me mentí porque no deseaba aceptar que sí había sentido rabia con un trabajo en particular, por lo tanto, que me había involucrado más allá de lo acostumbrado y necesario, incluso de lo que yo considero sano. No me había percatado hasta que fue demasiado tarde, claro, no es que uno escoja padecer de algo físico a partir de algo psicosomático; lo que me produce molestia e incomodidad es que esto es nuevo, algo nuevo con que lidiar, algo nuevo que aprender y algo nuevo con lo que debo esperar convivir en el futuro.

No me siento linda porque me siento incómoda, no porque me encuentre fea; esto es visible y odio que la gente me mire con atención, más si es para mirarme los párpados descascarados. 

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-¿Sabes por qué la Pía tiene eso?
-…porque se alimenta mal.
-No.
-…porque está expuesta al polvo de los libros.
-No.
-…*ruiditos de duda* porque está estresada.
-Sí, mamá, eso es lo que le pasa.

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