Antes de leer alguna entrada de "Cierto personaje acusado de alta traición":

30 de diciembre de 2020

Problemas con la ocupación

Cuando he vivido en algún lugar (compartido o no, con muchas piezas o no, con cocina o no) tiendo a colonizar todo el espacio disponible. Hace años me di cuenta, aunque me venía pasando hacía muchos más. Me di cuenta cuando mi hermano buscaba un lugar en donde tomar té, pero la mesa del comedor estaba ocupada con papel y restitos de basuritas que yo había dejado desperdigadas por descuido. Siempre he tenido muchos objetos, primero relacionados con pasatiempos, luego con la escritura y la revistas, desde 2013 con material de trabajo (Me pego un tiro). A medida que iba recibiendo más pega y ganaba más dinero, más cosas adquiría y, como había mucho espacio en casa, acabé llenando todo con papel y mil otras cosas que sirven para hacer libros. 
Cuando llegué a esta cabaña, era solo eso: cocina-living-comedor, dos piezas, un baño. Para una persona, este espacio es más que suficiente. Cuando mi familia llegó a vivir a la ciudad (en otra casa) trajo un montón de cosas que se quedaron acá por espacio o otras tantas que yo había dejado en Calama; todo ocupaba el "living" y la "otra" pieza. Tiempo después que llegara mi familia, mi padre recuperó un galpón y lo convirtió en una sala grande (es un poco más pequeño que la cabaña completa); me dijo que ahí podía dejar las cosas del trabajo ("¡uf! por fin el desastre de papel dentro de la cabaña estaría fuera de la cabaña, fuera de la vista"). Ellos vienen con frecuencia (sí, el lugar donde vivo es de mi familia) y yo intentaba que estuviera "soplado" -despejaba, ordenaba, escondía mis cosas, fondeaba mis papeles, guardaba las impresoras, apilaba material sobre material-. Limpiaba todo por encima y debajo, pensando en no incomodar a la familia, pensando en que las cosas de mi trabajo eran "feas" de ver todas dispuestas sobre una mesa para seis personas; además de pensar en que la mesa que yo uso para trabajar es la única en donde nos podemos sentar y comer cómodos todos los miembros de la familia. Al principio en serio me esmeraba en que todo luciera impecable, aunque me tomara todo un día dejarlo así y aunque ese día de limpieza profunda fuera un día de trabajo perdido, me gustaba que la familia sintiera que podía moverse con libertad dentro de la casa y que se sintiera cómoda, sin tener que toparse con cosas feas de ver. Pensaba que lo mínimo que podía hacer era dejar limpio (un día) y compartir con ellos sin hacer nada más (otro día). 
Al final resulta contraproducente que la gente (sea o no de tu familia) no te vea trabajar porque termina pensando que no trabajas. Me pasó alguna vez con alguien que conocí y venía seguido; no me gustaba que me viera escribir porque era como que no le prestaba atención o quizás sentía vergüenza por hacerlo frente a alguien que yo consideraba que escribía mucho mejor. A los años escondía tanto los momentos que escribía que parecía que no lo hacía o no avanzaba; quizás me quedé en borradores o en manías de respaldar todo porque no puedo vivir pensando en que perdí algo escrito (aunque su destino no siempre es ser publicado). Con mi familia me pasó algo similar: escondí tanto los asuntos de mi trabajo que ellos pocas veces me han visto hacerlo. Hace algunos meses yo creía que mi familia pensaba de mí lo siguiente: "esta se las tira todo el día". Después del estallido me lo confirmaron: "consíguete un trabajo de verdad". 
Durante el encierro tuve tiempo para escucharme, de verdad escuchar lo que yo pensaba porque, literalmente, no había nadie más a quien escuchar. Tuve algunas caídas existenciales, algunos pensamientos problemáticos y tiempo para mí: esos meses no moví un dedo, no hice ningún libro. Ordené mis archivos y borradores (en papel y en virtual), no pude sistematizar todo lo que tengo porque me pareció imposible hacerlo sin romper más mi corazón. Pensé también -entre otras cosas jodidas- que las labores que realizo son completamente inútiles. Los libros que hago, por muy bien pagados que sean, terminarán en la basura. Muchos de los libros que publico quizás sean comprados, pero nadie me asegura que serán leídos. Oh, esto se remonta a más atrás... antes del encierro, pero después del estallido: en algún momento renuncié a escribir (quizás lo cuente mejor algún día). Con el encierro, también iba a renunciar a encuadernar. Iba a renunciar a algo mucho más importante en realidad y eso no sé si pueda llegar a escribirlo algún día. 

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22 de diciembre:

-¿Aló?
-Hola. Mañana vamos a hacer asado y a regar.
-Vale.
-Vamos a almorzar en el balcón, así es que no es necesario que desocupes el galpón.
-... puedo desocupar si quieren.
-No, ahí no más.

24 de diciembre:

-Yo sólo quiero una cosa de ti, Pía, algo sencillo, súper fácil de hacer.
-Dime.
-Quiero que cuando vayamos a la cabaña, el galpón no esté lleno de cajitas, que podamos comer ahí y usar la salamandra.
-Fácil... súper fácil.
   

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