Antes de leer alguna entrada de "Cierto personaje acusado de alta traición":

11 de octubre de 2020

Dar la espalda [Parte III]

*Final*
Si me preguntas, poco pasado tengo y aquello que sí creo propio ha desaparecido con las personas a las cuales conocí en alguna oportunidad -por casualidad o por cercanía-. Desaparecí de la vida de mis compañeros escolares, desaparecí de la vida de mis compañeros universitarios de dos carreras, desaparecí de la vida de las primeras personas que conocí y que, creía, tomaban la literatura en serio. 
No me cuesta dar la espalda cuando siento que no quiero algo, me es fácil decir "no" cuando entiendo que no soy bienvenida o cuando creo que la gente no valora quien soy o me trata como un estropajo cuando yo soy una persona. No aspiro a que la gente me tenga en alto estima o que esté dispuesta a dar todo por mí, simplemente que me traten de modo amable o me ignoren, y me basta. Espero, de quien me ame, que me escuche y me deje llorar en paz cuando lo necesito. No quiero que la gente sienta compromisos conmigo, de ningún tipo, por muy cerca que esté, aunque me ame. Dar la espalda es algo que hago y que siempre considero como opción; hay más personas con las cuales relacionarse, hay más gente con la cual puedes conversar y entablar relaciones. 
Hay constantes y hay elementos disruptivos, hay aciertos y tropiezos. Hay diarios y hay cartas para ver el pasado y recordarlo como propio, aún cuando ya no lo siento mío. Durante un tiempo he sentido que "el hacer" es equivalente a un absurdo, todo lo que hacemos terminará en la basura y no hay mucho que podamos cambiar. Quizás lo único que vale la pena es hacer "cosas" intangibles, preocuparse de conversar con las personas o de reconfortarlas, compartir emociones o sentimientos: no lo sé. Recuerdo mis libretas hechas a mano y me pregunto si alguna de ellas terminó en la basura. Recuerdo mis plaquettes y me pregunto cuántos de ellos han terminado en una caja llena de polvo o hechos trizas en una bolsa de basura; cuántos de ellos fueron desechados porque no valía la pena conservarlos o porque la gente que me los compró ahora me odia. Me llama Nury y le planteo el asunto, me dice que ese pensamiento podría esperarse de una vieja, pero no de alguien de mi edad. No lo sé, no tengo las respuestas y me inquieta estar pensando en eso (que todo es basura) antes de pensar en que creo -de "crear"- para satisfacer mis gustos (y eso que, últimamente, he estado dando un discurso más bien hedonista). No he conseguido mucho, tampoco se pude decir que poco: siento esa desazón de cuando se está en algún punto entre el origen y el final, pero tampoco sabiendo cuánto queda del camino ¡y no tengo un jodido mapa! 

Esa amiga que notó algo extraño en mí (porque ella estaba viviendo lo mismo), me miró a los ojos y me intimidó. Yo había huido al patio del casino universitario, encontré una de esas sillas blancas de plástico y me senté encima, me tiré hacia atrás y me recargué hasta quedar mirando al cielo, con las piernas abiertas y los pies lejos de la silla. "Yo sé qué te pasa". Maldita sea -pensé-, ella lo sabe, pero ¿qué sabe exactamente? Yo la miré porque sí, porque estaba pensando en algo que decirle mientras planeaba otra huida. La miré con cara de tonta porque sabía que mi cara la disuadiría o la obligaría a escupir todo lo que quisiera decir. Ella vomitó todo lo que estaba pensando, las palabras le salían de la boca en un torrente a ritmo entrecortado y yo quedé tiesa, sentí un poco de miedo. Sí, sí. De seguro regresé a por mi mochila y me largué, como siempre hacía. 
Años después, la misma chica me pilló en algún cumpleaños de alguien conocido -supongo-, no recuerdo todo con claridad. Yo estaba full borracha perdida porque había llegado tempranísimo al cumpleaños, porque era re-lejos y no habría sabido llegar sola y de tarde/noche. Desde temprano y wenaza pa chupar en ese tiempo, wenaza también para no saber mis límites y dejarme llevar por el efecto desinhibidor del alcohol; fui extremadamente estúpida y espero que nadie recuerde esa persona absurda que fui. En la misma, bajo el cielo de coquimbo, despejado y con estrellas que yo veía como asteriscos de luz, casi recostada sobre una sillita de plástico, con las piernas abiertas y los pies lejos de la silla. La vi medio borrosa y sólo sabía que era ella porque la voz era la misma, medio de lástima y medio de vengo a poner en palabras lo que estás intentando ocultar. Yo lloraba como si me hubieran hecho algo muy malo, pero sólo me pasaba rollos y sufría alcoholizada porque no era capaz de hacerlo sobria, lloraba borracha perdida porque no era capaz de llorar o siquiera aceptar que tenía problemas cuando estaba sobria. La misma, supongo, intentar agarrar mis cosas y salir corriendo, pero estaba tan borracha y tan perdida que ni me dejaron salir de esa jodida casa. 
La misma chica, esta vez en un karaoke. Intentó concluir o poner en palabras lo que ella creía que sucedía; no le atinó, tampoco tuve que pensar en agarrar mis cosas y huir. Ese día salí dando la espalda a esa persona; cuando yo quería irme, no porque me pusiera en evidencia; no con ganas de huir porque me sentía intimidada, sino porque ya había acabado mi tiempo de estar con mis amigos en el karaoke. 
Dar la espalda no siempre significa huir, más recientemente significa dejar de estar en algún lugar, con alguna persona o haciendo algo en particular.            
Hay ocasiones en las que me hubiera gustado hablar "a tiempo" ciertos asuntos, pero me cuesta hacerlo y me cuesta, también, encontrar el momento apropiado; de repente es una señal tan absurda que me siento ridícula. Espero que a quien le lleguen mis escritos más íntimos sepa entenderme.  

No hay comentarios: