Antes de leer alguna entrada de "Cierto personaje acusado de alta traición":

12 de agosto de 2020

Negarse por obstinación.

El acto de bailar es algo tan maravilloso como difícil de explicar ¿qué demonios le pasa a la gente? Me gusta bailar y no creo que debamos decir "éste baila bien" o "éste da pena bailando", ninguno de los que sudan el alma en una pista de disco es profesional, tampoco es el lugar para darse ínfulas de tal (no es el lugar apropiado amigx, a nadie le interesa más que su propio trasero). No recuerdo que se me haya ido la vista tras alguien que destaque por sus movimientos en la pista, pero sí detrás de chicas lindas que tienen cara de "saber moverse". Me siento muy bien cuando saco a alguien y se levanta enseguida, ese momento en que nos situamos en la pista y ya vamos meneando las caderas o los hombros. No siento vergüenza cuando alguien se niega o me dice que no quiere, insisto porque qué diablos ¿acaso estoy pidiendo algo imposible? Si no encuentro a nadie dispuesto a hacerlo conmigo, pues voy y bailo sola; me ha pasado un par de veces y no me ha disuadido de ocupar espacio ahí, bailando como me place. 

Puedo decir que tengo recuerdo viejísimos en donde estoy bailando sola, uno en donde yo debía de tener 9 o 10 años, bailaba en un camping, sola, mientras los adultos preparaban carne para tirar a la parrilla. En el colegio, no tengo recuerdos de carretes o fiestas en las que bailara; creo que la vergüenza de ser una persona creciendo pudo más que el simple gusto por bailar. En la universidad me vi arrastrada a un par de discos de moda, pero no podía sentirme segura ahí, pasan cosas desagradables cuando bebes y bailas a gusto. Ya más grande fui por primera vez a una "disco alternativa" (disco gay) y ahí, de verdad, fue donde mejor la pasé. Si había dinero, bebía como si el mundo fuera a acabar; si no había daba lo mismo: de todos modos me dejaba los pies en la pista. Ya más grande esos deseos de moverme se convirtieron en breves meneos en pubs y locales de tragos, estaban de moda los karaokes y pasé de "bailar porque sí" a "cantar porque sí"; durante algunos años me sentí como una súperestrella, a veces entraba en el local predilecto y me pasaban el micrófono de inmediato, terminaba de sacarme la mochila y la música ya estaba sonando. Me gusta cantar también, especialmente aquellas canciones que no te imaginas que puedan salir de mí: persona ambigua y desaliñada que fuma como carretonero. Adoro, en secreto, que me miren con el rostro sorprendido. Ya mucho más mayor, en aquel año importante que comencé a conocer a los mejores amigos que tengo hasta hoy, fui a esas fiestas "raras" en los panificadores, luego me topé con una que no pudo realizarse y, finalmente, a una en alguna toma de la u (en un estacionamiento); recuperé esa emoción que sentía cuando era pequeña, esas ganas de bailar tremendas que sólo sientes y que hace que te muevas sin parar hasta que te quedas sin aliento. 

Entre cantar y bailar, entre todo eso que pasa en medio de ayer y hoy, bailaba también en casa, en las pequeñas reuniones/carretes que hacía en mi casa. A veces encontraba con quién bailar, a veces la gente sólo se movía intentando no desentonar. Hay uno con quien siempre quise bailar, pero nunca me decía "sí" cuando le preguntaba. Era de esos que piensa "la risa abunda en la boca de los tontos" o "bailar es para los estúpidos"; fue lamentable, para mí, no poder transmitirle esa alegría que yo sentía al bailar. No importa, jamás importa si sabes cómo o qué hacer, nadie te va a mirar, a nadie le importa realmente. Ahí siempre había un "no" y cuando se repite esa respuesta, dejas de preguntar e invitas a otros, bailas sola. Bailar es bailar, bailar no te obliga a nada y me molesta cuando la gente usa el baile con otras intenciones; por eso dejé de frecuentar las discos de moda del barrio inglés, por eso dejé de ir a discos hétero, por eso dejé de ir a pubs hétero. Cuando era más joven, digamos entre la media y los primeros años de u, deseaba más que nada tener amigos, de esos de verdad, de esos a los cuales eres capaz de dar lo que te pidan porque ellos te darán lo mismo; sin sentir que deben pedir algo o sin esperar algo a cambio. Deseaba mucho tener a alguien a quien abrazar y querer, a quien contarle mis problemas y escuchar los suyos. Durante hartos años me equivoqué mucho al escoger a las personas que estaban cerca de mí y sólo me di cuenta cuando me fui y no sentí la necesidad de despedirme de nadie; hay una que extraño (Johanna, una chica que conocí en Cafilo), pero ningún otro u otra me remueve el corazón ("la rubia" me es indiferente ahora, pero siento que no llegué a considerarla amiga, sino sólo como interés sexual). A esta persona que yo tanto invitaba a bailar se negó mucho y era imposible provocarlo para que bailara, incluso se veía molesto cuando yo insistía. Bailar es bailar, bailar no hace daño, bailar no es de tontos, bailar es hacerlo y ya. Dejé la u y fui a trabajar sin ninguna expectativa, dejé lo conocido para lanzarme a "la vida" -como le dicen-. Aprendí rápido todo el "teje maneje" y comprendí algo que no tenía cómo saber hasta ese momento: me di cuenta de que la vida es miserable. Mi odio al sistema laboral viene de esos meses en ese lugar, fue poco tiempo y lo único que puedo rescatar es a un amigo que conocí ahí. 2012, desde ese año nos conocemos y es mi mejor amigo, es con quien he tenido una relación larga y muy enriquecedora. 2012, es el más "viejo amigo" que tengo y el mejor. 

Bailar. Bailo y no me importa, me gusta y ya. Ese que nunca quiso bailar conmigo me preguntó hace algunos años si quería bailar con él... ¡anda a tomar por culo! -eso lo pensé-, no -eso lo dije-. Ya pues ¿qué onda? mis invitaciones no valen nada porque ese baile no servía para nada, pero cuando él quiso aprender a bailar (con intenciones de usarlo en otro interés) había que seguirle la corriente. No, jamás, me niego. Bailar es genial, bailar me ha destrozado los pies y me ha hecho ejercitar partes de mi cuerpo que jamás se mueven, me ha hecho reír y doblarme por el esfuerzo, me ha permitido ser coqueta en un contexto distinto. 
Tengo un compañero de baile que las hace todas, incluso las que yo no puedo ¡me encanta! lo amo por eso; incluso tenemos un límite similar, por lo que podemos escaquearnos juntos de la pista, alejarnos para tomar un respiro, beber hasta que la garganta nos pique y continuar bailando dignos, como si estuviéramos en los veinte. Me gusta también invitar a chicas con menos edad porque me recuerdan a la chica tímida que era en el colegio, me gusta invitar a desconocidos, me gusta invitar a quien quiero, me gusta invitar a Nury y a Guise, me gusta bailar con Los Viajeros: si algún día les pregunto, párense y démosle hasta perder el aliento.
No importa mucho si no entiendes el juego, hay dos alternativas: seguir el juego o fingir que lo sigues, ambas son vías para disfrutar el juego, el baile o lo que sea. 
En la u conocí a dos chicos fantásticos, un par de Quijotes que tenían una vida formal -estudiantes de la u- y una vida secreta -escritores-; alcancé a vislumbrar un fragmento de esa vida secreta y fue una bocanada de vida para mi existencia en vías de marchitez. A uno de ellos le gustaba la música clásica y me preguntó qué música escuchaba... creo que fue la primera vez en que puse sonidos a mis pensamientos: la música disco -respondí-, es un placer culpable, ya sabes, no tiene contenido, pero no importa porque está hecha para bailar. Para mi sorpresa, ese muchacho no se burló ni nada, no emitió ninguna respuesta, sólo sonrió. Música disco, la música que te hace sentir feliz; nada más. 
Una vez bailé con una muchacha que llevaba un pene plástico entre las piernas y, mientras mi vista se iba del pene a su rostro -por lo extraña de la situación-, bailé, bailé e hice gala de mi disfraz, agité las mangas y contoneé caderas, piernas y todo lo que pudiera moverse. Bailé y grité y me excité y bailé y bebí. Yo era una dominatriz con un traje inspirado en los yukatas, llevaba una fusta y cadenas, iba maquillada y todo porque el baile requería ese atuendo y esas ganas. Claro, salí echa bolsa y emocionalmente agotada porque esa noche pasaron muchas cosas, me llevaron a casa en la parrilla de mi bici porque apenas podía sostenerme sobre mis pies y algo dentro de mí se había quebrado ¿mi voluntad? ¿mi ánimo? ¿mi corazón? Ve tú a saber, pero creo que la noche estuvo tan cargada de emociones y el baile me agotó de tal manera que yo terminé siendo un estropajo sin voluntad. Al final bailé como si ni hubiera mañana y me trajeron a casa y me sentí feliz. Bailar, sólo bailar.
No te confundas, no bailo para sentir esto a aquello, no provoco nada en mí, no busco nada distinto. 

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