Antes de leer alguna entrada de "Cierto personaje acusado de alta traición":

12 de agosto de 2020

Lloren, rían.

Muchas veces he quedado un poco dañada al pensar que mi oficio no tiene valor alguno, muchas otras me siento terrible porque le he dicho a otros que el oficio es un horror. Hace un tiempo comencé a reunirme con personas que no conocía, para escucharlos e intentar resolver sus dudas, quizás intentando guiarlos mejor al momento de escribir o publicar. Recuerdo con detalle a un muchacho que llegó a mí por intermedio de un amigo común. Le dije que le cobraría con café y cigarros (y le expliqué que sin esos insumos me era difícil concentrarme, además de presionarlo un poco diciéndole que yo no tenía plata); noté que ganaba un buen dinero -por su forma de vestir, hablar y el local que había escogido- por lo que culpa no sentí (ten en cuenta que mis cigarros salen 4 lucas y más dos tazas de café, la reunión le salió sobre 6 mil pesos). Me contó que yo le había hecho un libro a una de sus conocidas y recordé todo apenas mencionó el título del libro. ¿En serio no podía ser otra amiga u otro libro? 

La chica ésta, su amiga, contactó conmigo porque estaba desesperada; encargó un servicio de imprenta y le dijeron que sacarían su libro tal cual estaba, o sea, sin corregir. Se lo dijeron muchos meses después de que ella hiciera "el trato", pero pensaba que pagando a una imprenta podían, antes de publicarle el libro, corregirlo. Cuando pasaron algunos meses, la chica preguntó cuándo le entregarán sus libros y le dicen que, de sacarlo, lo harán tal cual (sin corregir). Yo me esperaba que ese fuera el problema y me lo confirmó. A pesar de verse complicada con el asunto (punto que se hubiera resuelto con un simple "adelante"), ella se negaba a que su libro saliera tal cual ella lo había mandado ¿por qué? Se supone que cuando buscas una editorial ya todo lo que es proceso creativo, edición y corrección ya se ha hecho (lo mínimo que debe hacer un autor al terminar su libro); ahora, claro, una editorial también leerá el original y si le interesa publicarlo, editará lo que considere necesario y corregirá en caso de requerirlo (aunque se recomienda que el original esté lo más pulcro posible). ¿Acaso ella estaba consciente de que su original no estaba listo para ser publicado? ¿acaso sabía con certeza que tenía errores o que no estaba suficientemente pulido? Entre mil cosas que me contó, mencionó que ella viajaba mucho fuera del país, por lo tanto, si yo tomaba el trabajo, prácticamente debía hacerlo según mi criterio y sin poder tomarme el tiempo que requiere una publicación (según cada caso, puede ir de dos a seis meses e incluso más). Me dijo que su libro debía salir en cinco semanas o algo así. Le pregunté por qué tenía tanto apuro y me dijo que su secretaria ya había agendado un lanzamiento, pensando en que ya tendría la publicación en la mano para esa fecha. Si me conoces, sabrás que después de cada respuesta de su parte, yo le hacía recomendaciones y le daba consejos al respecto.

Lamento haber tomado ese trabajo, me espantó cada vez que soltaba algo nuevo, me asusté con cada cosa que decía. Terminé tomando el trabajo (por plata y sin ninguna otra motivación), le dije mis condiciones y el precio, además de mencionarle que ella debía gestionar las copias, que a mí no me interesaba promocionar su libro; ella no tuvo problemas con lo que le dije, sólo deseaba que alguien se lo publicara rápido. El manuscrito ya era una basura tremenda y ¡no! no estoy siendo mala; es el peor original que ha pasado por mis manos. Debí cobrarle mucho más por todo el tiempo que me tomó corregirlo ortográficamente y darle algo de sentido, además de tener que aguantarme una historia absolutamente vacía. Cuando acepté la pega, no pensé que su original exhibiera tantas falencias e incoherencias imperdonables. Rabié mucho con eso, gritaba cada tanto y maldecía cada tres palabras. Ella parecía estar consciente de que su original tenía errores, pero no tenía idea de cuántos horrores había ahí; estaba segura de lo escrito (incluso orgullosa), pero no podía justificar las incoherencias; ella sabía que su original no estaba listo para ser publicado, pero sabía que "con plata salta el monito” (y yo era ese monito fumeta con dificultades financieras). Vale, la plata compra cigarros y los cigarros mitigan la ansiedad, el hambre, el deseo, las molestias, los nervios, la rabia y todo eso que perjudica a la gente que no puede pagarse un psicólogo porque se gasta su plata en cigarros; todo bien, continué avanzando para entregar el libro a tiempo. Lo hice y cumplí con el plazo, pero me costó un montón de mensajes por whatsapp y explicaciones que rebotaban en ella, me debieron salir decenas de canas nuevas y mi paciencia se fue al carajo. Llegué al punto de necesitar hablar con alguien sobre el asunto, porque no podía lidiar sanamente con ese monstruo. Para darte un par de ejemplos: más de veinte pitias ortográficas por página (el infierno), cambios de narrador a cada momento por capricho (otro nivel de infierno), total falta de coherencia y cohesión (acá una puerta con fuego que debí abrir con las manos desnudas). Mucho después de esa terrible experiencia, me queda escribir estos textos descargando los últimos recuerdos que conservo de aquello. 

Siempre caigo en la paranoia y me pregunto si, en algún momento, fui tan ingenua como esa autora; no como insulto para ella, sino reconociendo ingenuidad pura, el no saber qué demonios significa escribir y qué implica publicar. Si en algún momento hice algo absurdo por capricho o impulso, si creé algo terrible que decepcionó tanto a alguien como para que le salieran canas y rabiara, para que tuviera que conversar con alguien más porque el asunto la tenía enferma. Si he metido tanto la pata para que alguien llegara a odiarme por eso. Dejando mi corazón bien resguardado: hice todas esas cosas y me convierten en una persona terrible.

No puedo decir que me he esforzado por algo en la vida, soy de las que decido teniendo por guía el gusto y el placer. No siento pasión por lo que hago y me cuesta sentirme atraída hacia actividades que no tienen relación con los libros. Me puse a escribir porque es el oficio de los "sin aptitudes", de aquellos que no pueden dibujar o que no pueden hacer música, o que no entienden el arte y la música, o que no les interesa en absoluto aprender algo más de lo aprendido a los seis años. Soy de esos pasivos que consumen libros como gominolas, que se sientan a sufrir con un libro en las manos mientras el mundo sigue girando y las personas crecen para hacerse mejores seres humanos. Exploré el mundo a través de historias, pero no me interesa vivir esas historias ¿viajar? no, ¿salir? no, ¿vivir? no.

Decepción. 

Por años, desde el 2005 como una afición y desde 2009 como algo serio, escribí porque sí; sin ambición, sin miedo. Ahora, además de escribir sin ambición ni miedo, lo hago sin esperanzas, sin testigos y sin recompensas. He recolectado muchas experiencias con el tiempo y lo único que realmente poseo dentro de mí, es una mezcla parecida al vómito y no puedes sacar nada de ahí sin ensuciar tus manos (y todo huele fatal). Mientras crecía, más me dedicaba a la escritura y la pasé mal durante mucho tiempo -incluso ahora quedan cicatrices de aquello-, pero creo que fue fundamental tragar todo eso para centrarme en lo importante: escribir. Por lo mismo mi visión no es optimista y si me preguntas seré sincera, no saco nada con mentir y decir que todo es lindo, que la escritura sana o que es un pasatiempo genial, que existe la inspiración o que escribir cura el alma o algo por el estilo, que existe el talento o que la escritura transforma realidades. ¿Quieres oír algo motivador? pregunta a Tomás, a Guise o a Juanita. Escribir no te dará lo que quieras, porque debes saber que la literatura no te dará nada, pero tú tienes el deber de darle algo a la literatura (si no se lo das, te lo va a quitar).

Alguna vez, durante una cogorza química que duró siete días o más, me acosté sobre el pasto húmedo y les dije a Los Viajeros: cabros, mátense. En ese tiempo nos juntábamos en la plaza de armas y, constantemente, debíamos hablar con desconocidos que se acercaban a curiosear. Esos Viajeros fundaron las bases de lo que somos hoy. 

Alguna vez, mientras ocupábamos una pieza en el centro de La Serena, mientras jugábamos a "presentar en vivo", mi voz comenzó a enturbiarse y sentí vergüenza. Decidí, a la fuerza, replantearme lo que estaba haciendo y el papel que interpretaba en todo eso. Esos Viajeros transformaron las bases y las ordenaron.

Alguna vez, mientras nuevos Viajeros ocupaban una sala de reuniones de la biblioteca regional, yo estaba de pie mirando hacia abajo desde el cuarto piso. Pensé mucho en lo que estaba haciendo y no podía dejar de mirar abajo y preguntarme si debía sobrepasar el límite que me separaba de la caída. Esos Viajeros dieron objetivos al Mary Celeste. 

Alguna vez, mientras sentía que me perdía gracias a la desesperación, el Mary Celeste convocó a su más reciente viaje. Esos Viajeros, ustedes, le han dado nuevo rumbo al viaje. 

Cuando pienso en mí a través de la mirada de Mis Queridos Viajeros, pienso en que los he conocido a todos y cada uno, desde el primer día, desde que decidimos llamar Mary Celeste a nuestro barco.

El muchacho amigo, ese que me pagó la charla con cigarros, ni siquiera tenía un manuscrito, él me citó para que yo le contara cómo comenzar a escribir. Estuve alrededor de cuatro horas con él y le dije todo, respondí a cada pregunta e intenté darle ánimos para tomar un lápiz y comenzar a escribir, pero cuando terminamos, su rostro no era el mismo. Pude leer la palabra "decepción" escrita en esos ojos, los mismos ojos que hacía un par de horas parecían brillar por la emoción. Tomé mis cigarros y me fui a casa a seguir fumando. 

Lo que yo piense sobre todo esto es irrelevante, es un modo de sentirme mejor o un modo de hacerme daño, quizás una manera de conocer a otros o de intentar lidiar con aquello que me molesta; en cualquier caso persigue un objetivo egoísta y, por lo mismo, no importa. Creo que el camino es muy largo para detenerse a pensar en el bienestar o en la felicidad, basta con seguir, ya sea sobre el Mary Celeste, en otro barco o incluso nadando; de algún modo nos veremos. Siempre estaré ahí, de algún modo sé que cada Viajero regresa algún día. 

*Escrito para la última sesión de Los Viajeros, Sexto Viaje. 

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