“-Henry Chinaski- anunció el director por el micrófono, y yo anduve
hacia delante. Nadie aplaudió. Entonces un alma bendita entre los espectadores
dio dos o tres palmadas. Había varias filas de asientos dispuestos sobre el
escenario para los alumnos recién graduados. Nos sentamos allí y esperamos. El
director pronunció su discurso sobre el tema de la oportunidad y el éxito en
América. Al poco todo había acabado.”
Mi graduación fue el término de los peores meses de mi vida, con el
discurso del director se acababan los conflictos con mis compañeros y
profesores. Cuando dijeron mi nombre, se oyeron los aplausos de mi familia,
cuando estaba sobre el escenario me sentía demasiado incómoda, mareada,
enferma. No tengo imágenes claras de ese día, a mi madre se le ocurrió que
debía sacarme los lentes para la ocasión. No sé cuánto duró, pero agradecí
cuando todo acabó. No me gusta la gente y estar sentada en medio de los
integrantes de cinco cursos, sus padres y familiares, profesores y niños de
cursos inferiores, me dejó deprimida. En mucho tiempo no volví a hablar de eso.
1 comentario:
Recordar ese tipo de cosas como días especiales en tu vida, son , al menos para mi, una cosa aberrante, aunque sea un día de alegría. (ah, rimas modernistas!)
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