Antes de leer alguna entrada de "Cierto personaje acusado de alta traición":

26 de mayo de 2013

Matando las moscas del aburrimiento

    Hace mucho, mucho tiempo, fui a ciegas a Coquimbo, busqué la casa de la cultura y me senté a escuchar poesía femenina latinoamericana; así, sin saber nada del evento. Me costó encontrar el lugar, llegué hora y media antes, conversé mucho rato con el guardia. Cuando las mujeres subían y se preparaban, me embargó la emoción, se veía interesante, se notaba cierta preocupación y delicadeza ¡bien!. Subí y me topé con una mesa llena de chiches, sí, aquellas cosillas que pretendían ser libros y marcapáginas eran chiches sin valor literario, delicadas manualidades muy caras, ordenadas, visibles y limpias... reconozco no haber hojeado todos los libros expuestos, pero los que vi eran pésimos. Me senté entre pocos asistentes -habían de cuatro a siete personas-, nadie aplaudió lo suficiente, yo incluida. Llegado el final del evento, leyó una mujer rellena, brasileña, el título de su poema era muy largo -hablaba de un sujeto en un avión-. Al acabar de leer, yo abrí mis ojos perpleja, era la única lectura que había hecho eco en mi decepcionado cerebro. Aplaudí sinceramente, fuerte y rápido; un poco más adelante, un sujeto joven se levantó de su silla, aplaudía y gritaba ¡bueno! ¡bueno! ¡genial!. Creo que jamás he escuchado a alguna otra persona aplaudir de ese modo, levantarse y gritar, seguir aplaudiendo y ruborizar al autor. Tengo por norma, jamás aplaudir antes de oír o ver la "gracia" de la persona que ocupa el escenario; no tengo la natural disposición a recibir al artista con un aplauso ¡muéstrame antes lo que haces!, sin embargo, si ya conozco el trabajo de la persona, no tengo problemas en recibirlo batiendo mis manos. Cuando me preguntan les digo que aún no sé lo que hacen, si no me gusta la presentación o el texto -o no les he puesto atención- no aplaudo. Tengo un par de amigos que les encanta joder los emocionante minutos de los aplausos, los familiares del sujeto se levantan y aplauden, luego viene los alumnos invitados -jamás faltan-, luego amigos y, al final, los desconocidos y curiosos. Entre los aplausos masivos (que jamás me han parecido sinceros), destaca el golpeteo pausado e impactante de estos personajes burlescos, mis conocidos juntando sus manos para producir el sonido del trueno. El aludido jamás entiende que es una especie de insulto recibir "esos" aplausos, lo que es gracioso -para mí- y triste -para la gente que lo entiende-.

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