Antes de leer alguna entrada de "Cierto personaje acusado de alta traición":

23 de mayo de 2020

¿Para qué te voy a mentir?

Me imagino que igual, de repente, ves concursos literarios en las redes sociales y piensas: ey, demás que tengo algo para mandar (porque escribir algo... los plazos son cortos y todos suponen que los que escriben tienen cincuenta páginas de algo escrito o tienen veinte cuentos para escoger el adecuado). No recibo ni un peso por escribir, la prioridad la dicta el estómago y no me alimento de la satisfacción que siento cuando termino un texto: usted cambie "el estómago" por "los cigarros". De diez concursos, uno que otro me llaman la atención y, además de compartirlo entre mis pares cuentistas, comienza a seducirme la idea de "enviar algo". Tengo harto cuento, pero los que se pueden enviar (porque caben en las bases) son muchos menos; escribir uno para el concurso no está dentro de mis posibilidades (lo que considero mejor logrados, se han escrito en más de un mes); seleccionar alguno y hacerlo encajar a la fuerza en el tema, me revienta; muchas veces piden registro o documentos que cuestan dinero que, sabiamente, prefiero fumarme antes de desperdiciar en un concurso que no ganaré; los temas que abordo no son algo prioritario, necesario, contingente o actual; me sobran razones por las cuales acabo decidiendo no enviar ni una weá a ningún concurso. 

Esta aversión a los concursos no la sentí siempre, cuando yo era una década más joven me encantaba "probar suerte" (porque eso es un concurso, una jodida lotería) y me gasté un montón de dinero -que me pude haber fumado- en anillados, fotocopias, impresiones, declaraciones ante notario, sobres, copiado de archivo en cd, envíos por correo e internet de ciber. No quiero calcular cuánta plata se me fue en varios intentos absurdos, jamás gané ningún concurso (excepto el Manuel Concha, Fondo Editorial Municipal de La Serena; en ese tiempo había sólo publicación y no dinero; tampoco viene una buena reputación cuando te ganas ese concurso). Hace algunas semanas leí un artículo de un grupo de mujeres escritoras feministas, sí, bueno, ellas están organizadas y tienen poder económico para hacer algo y no andar mendigando monedas para un proyecto. Lo leí completo y, pues, nada; no es un lugar en donde me gustaría estar. De hecho me estoy cuestionando -ahora mismo- si continuar en algún que otro grupo que se está formando acá en La Serena. En el verano alguien dijo algo que sabía, pero que no tenía forma de poner en palabras: "nosotros no creemos ni en nosotros mismo y vamos a andar creyendo en [...]" (me reservo la otra parte de lo que dijo, pues da para otra entrada en el blog). "Nosotros no creemos ni en nosotros mismos", ahí me voy a enfocar. El artículo en sí tiene poco que ver con esta entrada, pero los comentarios a propósito del artículo sí tienen mucho que ver. Recuerdo que había cuatro comentarios, todos de hombres, recuerdo sólo dos: uno estaba ofreciendo servicios editoriales a las mujeres del artículo y otro comentaba algo así "¿no han considerado que si nadie las publica, ustedes no sean buenas escritoras?". Recuerdo que le saqué captura de pantalla a los comentarios y publiqué el artículo en redes sociales y, como la mayoría de las veces, nadie puso un comentario a propósito. Hay varias cosas que pensé, algunas se me cruzaron con cosas que había oído de algunos autores y otras simplemente las he pesando. ¿Qué quiero? ¿qué quiero conseguir? Al parecer la idea de ser un creador (acá me referiré sólo al oficio de escribir) viene de la mano con la idea de que, para obtener algo, debes pasar por una faceta de exposición pública importante: estar en todo, salir en todo, organizar de todo, ir a todo, que te inviten, que te consideren, que te ofrezcan de todo. Yo pensaba que era natural que si creabas algo, pues debías también presentar tu trabajo y estar en todo evento relacionado con lo que haces; no es así, son las reminiscencias de una creencia bien arraigada. Si escribes, no tienes que ser un personaje público: las vías para que tu creación sea conocida no tienen que ver con qué tan "público" o "anónimo" seas, tiene que ver con la calidad de tu obra y cómo la mueves. ¿Qué quería? ¿qué deseaba conseguir? Cuando estaba comenzando a escribir en serio (2009), mi gran objetivo era estar en donde estaban los escritores conocidos, me importaba poco que esos escritores conocidos fueran pésimos escritores o pésimas personas: yo quería estar ahí porque los escritores de verdad estaban ahí, la gente los conocía, la gente los iba a escuchar, la gente se sabía sus nombres y leía sus libros. De un modo casual, pasé a ser considerada y no por mí ni mis cuentos, sino porque era parte de una revista con editores con buenos contactos: yo nací en otro lugar, crecí en otro lugar y llegué a La Serena a los dieciocho. No sabía de los circuitos literarios de acá, tampoco sabía bien quién o qué escribía cada uno, me tomó alrededor de dos años conocer lo mínimo y tampoco hubiera llegado tan lejos de no conocer a los editores de la revista; ellos me presentaron a muchas personas que ellos conocían -poetas principalmente-. Siempre de los siempres (sé que suena fatal) yo era la última que conocía a tal o cual escritor, la última en conocer los bares, las casas, los antros, las historias de este mundillo pantanoso. Con el tiempo me pasó mucho que comencé a notar muchas actitudes que me molestaron. Lo más básico fue que nadie me meaba... de verdad, nadie me pescaba: nadie leía lo que yo escribía, nadie me comentaba a menos que yo preguntara primero, nadie me invitaba a mí (fui invitada por un tercero, generalmente un editor de la revista), hay algunos que no me saludaban aunque me conocían (el "gato serenense" es uno de esos), la gente tenía una actitud distinta cuando estaba con los editores y cuando yo estaba sola. ¿Acaso era porque yo no escribía poesía? ¿era yo muy estúpida para estar al nivel de sus conversaciones? ¿acaso mi poca capacidad de retención y memorización les era nefasta? ¿acaso era tarada por ir a meterme donde no me habían invitado? Mientras nadie me meaba, yo los leía; conocí las editoriales, conocí los autores, conocí los libros. Mientras nadie me meaba, me dañaba repitiéndome mil y una vez: "eres estúpida", "no eres buena", "escribes como la mierda", "jamás vas a ser una escritora", "no eres capaz de hacer un buen cuento", "no eres más que la acompañante", "te tratan distinto porque escribes mal". Nah, no era nada de eso (y yo me pasé rollos muchos años): era porque yo no era una poeta con la cual pelear o unir fuerzas. Yo era una cuentista con necesidad de juntarse con cuentistas en las mismas condiciones que yo: comenzando, entrenando, aprendiendo, levantándome y cayéndome. No puedo decir que no me dañó que nadie me pescara, me dañó harto de hecho; acá sigo escribiendo de weás que pasaron hace décadas, pero aún siento que lo tengo fresco porque sufrí mucho con eso. 

Después de mucho tiempo y de mucho autocastigo, aprendí que le tengo una fobia tremenda a que alguno de mis amigos (que escribe) pase por lo que yo pasé, tanta fobia y miedo que muchas veces los protejo demasiado. Después de mucho llorar y llorar, aprendí que la literatura no tiene que servirte, sino que tú tienes que servir a la literatura: no le pidas nada, dale algo (una obra, un poema, un cuento, una novela, etc.). Si soy buena en algo o no, si acabo siendo buena o no, si de verdad me convierto en una verdadera escritora será por mí y para mí, con el propósito de darle algo a la literatura; no pido nada más. ¿He considerado que si nadie me reconoce como escritora soy mala? pues todo el tiempo, nada es suficiente, nada es relevante, ninguna historia escrita es genial: me falta tanto, tanto, tanto, algunas veces me duele harto no haber podido escribir algo realmente bueno hasta ahora (llevo once años escribiendo en serio y son puras weás). 

Gracias por leer, esto está en mi cabeza y quería dejarlo acá. Gracias por leer, porque aunque digo "nadie", sé que hay muchxs que me leen. Gracias porque sabes que el camino no ha terminado y seguirá doliendo. Gracias por confiar en mí. Quizás algún día envíe algo a un concurso con la alegría con que solía hacerlo: enviarlo porque sí.

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