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11 de diciembre de 2010

Los ojos tristes de mis compañeras de cama V

El invierno hacía estragos en el desierto, temperaturas bajo cero amenazaban con asesinar a unas cuantas aves y mi único consuelo por las noches era abrazar a una muñeca -Tamy: chica de plástico que sacaron del mercado por sus monstruosos pechos-. Viviendo en un desierto los días parecen ser iguales, trescientos sesenta y cuatro días del año despejados, tormentas de tierra y muchachas hermosas despreciándome día a día.
Me levanté y decidí dejar que las cosas siguieran su curso, yo no intervendría persiguiendo muchachas bajo el sol o robando en bibliotecas para satisfacerlas. Mi primer paso para dejar de pensar en mujeres era dejar de verlas y ¡bingo!, solamente debía dormirme en algún lugar y dejar de ver a las muchachas que caminaban sin detenerse.
El primer día me dormí y desperté unas cuantas horas después,  algo estaba respirando muy cerca de mi nariz, me levanté rapidamente y dejé a aquello durmiendo allí.
Al día siguiente me dormí en el mismo lugar y desperté con aquello mirándome fijamente, el miedo corría a través de mi cuerpo y no pude moverme, aquello se levantó y salió corriendo.
Eso sí era un ser humano, pude ver sus piernas sostenerlo y sus brazos balancearse para tomar velocidad en la huida, pero no había en eso rasgos femeninos ni masculinos, simplemente escapó de mí porque le miré con miedo.
Algunos días después, sin miedo ni motivos, regresé a dormir al mismo lugar. Al despertar no había nadie a mi lado. Ni el día siguiente, ni en los días de los meses que siguieron ¿acaso eso se convertiría en otra obsesión?.

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