Antes de leer alguna entrada de "Cierto personaje acusado de alta traición":

19 de marzo de 2013

Hoteles, bares y libros

Me detuve a hojear una revista, esperaba por mi dentista. En las páginas centrales había un artículo sobre los bares de Manhattan, el sujeto que narraba era un escritor estadounidense. ¿Qué pasó con la bohemia literaria? ahí se decía que algunos escritores se habían desanimado por la prohibición de fumar dentro de los bares, también que los nuevos escritores habían cambiado el alcohol por los pasteles y el café. El sujeto esperaba encontrar algunos “colegas” en su recorrido, quizás vio algunos escritores (¿cómo saberlo?), pero dijo no conocer a ninguno, creo que se identificaba con una vieja, vieja escuela, algo que los novatos olvidaron en algún momento. Leyendo el artículo, recordé los bares de La Serena, el nulo espacio literario en nuestras calles; la incomodidad se apoderaba de mis pensamientos ¿por qué no existe aquí un bar, local o café, que ofrezca recitales literarios periodicamente? ¿qué tanto éxito tendría un local así, aquí? Seguí leyendo. Los esfuerzos del narrador se desviaron a los hoteles, pequeñas curiosidades, datos, mensajes literarios en las cabeceras de las camas (“los escritores jamás se van solos a la cama”), mensajes a las mucamas (“por favor, sacuda el polvo de mis libros”), pequeños carteles en las perillas de las puertas (“no molestar, en esta habitación se escribe una novela”) y carteles de bienvenida (“aquí se escribe la gran novela americana”). Todos sabemos que, en algunos de los hoteles de Manhattan, se han escrito novelas famosas, algunos escritores se han alojado exclusivamente para acabar sus novelas, ahí se alcoholizaron y jodieron, fumaron y corrigieron sus obras, algunos se suicidaron, otros simplemente murieron. Recuerdo los nombres de Anaïs Nin y F. Scott Fitzgerald, aunque habían muchos más vivos y del ámbito literario actual. Luego de los hoteles, aparecieron en el artículo las infaltables librerías. El sujeto recordaba sus andanzas y narraba sobre las librerías noventeras, antes de Kindle y las Tablets, tiempos en que el libro impreso era el rey de calles y calles de librerías. Me llamó la atención lo de “más de 3 kilómetros de libros”, esbocé una pequeña sonrisa. En una última vista al artículo, vi las fotografías, sí parecían imágenes tomadas en Manhattan, en la isla del desencanto. El autor finalizaba diciendo que cada uno de nosotros, los escritores, debíamos buscar un lugar para ir, algo que, a nuestros ojos se le pareciera a NuevaYork.   

  

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