Antes de leer alguna entrada de "Cierto personaje acusado de alta traición":

18 de abril de 2015

Botánicaviesa


«¿Si dejas de escribir qué harías? 
Un jardín, fue su respuesta.» 
Cesare D´amico

 
Tengo el recuerdo intacto de mi padre enseñándome a recolectar semillas de cosmos, en las manos juntas formando un cuenco, soplábamos los restos de flor que se mezclaban con las semillas, éstas, pequeñas agujas negras, quedaban en mis manos, mientras los restos florales saltaban fuera, escapando con un ligero soplo, huyendo livianas, cayendo en mis ropas como alargados copos de nieve que jamás se derretían.      

Se parte un macetero, estalla dejando expuestos entramados caminos subterráneos, blancos, abultados, tan apretados que no conseguiría una hormiga introducir una de sus  patas. ¿Qué es eso blanco? –pregunto–, ¿dónde está la tierra? ¿qué rompió el macetero?. Las respuestas son obvias, aún así mi madre las relata como si de un cuento se tratara. Un día la vi impregnando un paño negro con cerveza, limpiaba cada hoja del gomero; de pequeña, me quedé con la idea de que mi madre emborrachaba a los bichos para que cayeran de las hojas, tambaleándose, desorientados, ya no volverían.  

Paseando por los parques de la universidad, una amiga cortó una espiga de entre muchas otras, de color azulado, la colocó entre sus manos suavemente, acunando la oruga de hierba que apuntaba recta a los soles al final de sus manos, las juntó y comenzó a frotarlas, con mirada expectante observé lo que parecía un ser vivo deslizarse de entre sus dedos, librándose del suave agarre, asomando una cabeza puntiaguda.  

Desafié a un joven a cortar un cardo mariano con los dientes, lo intentó, su éxito le provocó varias heridas que colorearon sus labios, mientras un rubor de orgullo se asomaba más arriba; de donde tomé el cardo, también sentí acalorada sangre pegarse a mis dedos, las puntas de las hojas se aferraron a su piel y tocarle dañaba mis dedos; decidí aliviar su malestar besándolo, acabé ruborizada y herida por un desafío.   

            Quisiera recordar a mi abuela caminando jardín abajo, entre frutas y flores, observando atentamente cuál ha de servir para mermelada y si alguna es perfecta para dejarla en mi boca mientras me pide que cierre los ojos. Quisiera recordarme pidiendo dulces infusiones o té amargo y cargado, un menjunje para la pena u otro para olvidar, incluso una hierba para provocar en otros un intenso enamoramiento, recordar también su respuesta “lo único para enamorar es ser sincera y esperar”. Me gustaría recordarla porque no la conocí, murió en agosto, nací en septiembre. 

Publicado en Revista Escarnio Nº48 - Editorial Especial Botánica
        

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