«¿Si dejas de escribir qué harías?
Un jardín, fue su respuesta.»
Cesare D´amico
Tengo el recuerdo intacto de mi
padre enseñándome a recolectar semillas de cosmos,
en las manos juntas formando un cuenco, soplábamos los restos de flor que se
mezclaban con las semillas, éstas, pequeñas agujas negras, quedaban en mis
manos, mientras los restos florales saltaban fuera, escapando con un ligero
soplo, huyendo livianas, cayendo en mis ropas como alargados copos de nieve que
jamás se derretían.
Se parte un macetero, estalla
dejando expuestos entramados caminos subterráneos, blancos, abultados, tan
apretados que no conseguiría una hormiga introducir una de sus patas. ¿Qué es eso blanco? –pregunto–, ¿dónde
está la tierra? ¿qué rompió el macetero?. Las respuestas son obvias, aún así mi
madre las relata como si de un cuento se tratara. Un día la vi impregnando un
paño negro con cerveza, limpiaba cada hoja del gomero; de pequeña, me quedé con la idea de que mi madre
emborrachaba a los bichos para que cayeran de las hojas, tambaleándose,
desorientados, ya no volverían.
Paseando por los parques de la
universidad, una amiga cortó una espiga
de entre muchas otras, de color azulado, la colocó entre sus manos suavemente,
acunando la oruga de hierba que apuntaba recta a los soles al final de sus
manos, las juntó y comenzó a frotarlas, con mirada expectante observé lo que
parecía un ser vivo deslizarse de entre sus dedos, librándose del suave agarre,
asomando una cabeza puntiaguda.
Desafié a un joven a cortar un cardo mariano con los dientes, lo
intentó, su éxito le provocó varias heridas que colorearon sus labios, mientras
un rubor de orgullo se asomaba más arriba; de donde tomé el cardo, también
sentí acalorada sangre pegarse a mis dedos, las puntas de las hojas se
aferraron a su piel y tocarle dañaba mis dedos; decidí aliviar su malestar
besándolo, acabé ruborizada y herida por un desafío.
Quisiera
recordar a mi abuela caminando jardín abajo, entre frutas y flores, observando
atentamente cuál ha de servir para mermelada y si alguna es perfecta para
dejarla en mi boca mientras me pide que cierre los ojos. Quisiera recordarme
pidiendo dulces infusiones o té amargo y cargado, un menjunje para la pena u
otro para olvidar, incluso una hierba para provocar en otros un intenso
enamoramiento, recordar también su respuesta “lo único para enamorar es ser
sincera y esperar”. Me gustaría recordarla porque no la conocí, murió en
agosto, nací en septiembre.
Publicado en Revista Escarnio Nº48 - Editorial Especial Botánica
No hay comentarios:
Publicar un comentario