¿Sabes?
estuve a punto de ser aplastada por un automóvil que retrocedía, me aplastó
contra el portón de madera que intentaba abrir infructuosamente. A pesar de lo
cerca que estuvo de dañarme –sentí el apretón en los brazos y costillas-, no
sucedió nada grave. Aunque me asusté y permanecí asustada hasta horas después
del incidente, no es algo de qué preocuparse. No se me pasó por la mente una
recopilación mal hecha de los eventos que marcaron mi vida desde mi nacimiento,
siempre pensé que esa estupidez provenía de gente que alcanzaba a anhelar algo
de su vida antes de su muerte, gente con demasiado tiempo para morir. Un
suspiro de alivio vino acompañado por un golpeteo en la ventana trasera
polarizada, unos golpecitos con los nudillos de la mano derecha. Mi madre se
bajó del automóvil y me preguntó si estaba bien, mi padre se preguntaba qué
sucedía (como si él no hubiese estado manejando el dichoso vehículo). Mi
corazón latió rápido, más a prisa que cuando tengo un orgasmo, más deprisa que
cuando dejo que mi bicicleta se deslice sin frenos en una bajada. Y como dicen por ahí “en conclusión, esta
había sido una lotería rara, rara”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario