Abres
los ojos, un precioso sol te acaricia y comienza a quemarte subiendo la
temperatura de la habitación. No vives solo –tu madre permite que te quedes
mientras ganas un poco de dinero–, tampoco tienes pareja. Sales de tu cama
pensando que un buen día comienza con una buena ducha. Te secas y, al mirarte
al espejo, te encuentras con el recuerdo de la tarde anterior, una bestia, el
dueño del infierno te habla de un trato, te deja boquiabierto el fuego
acariciando el pelo en tu cara, medio en broma alguien sugiere un calzón a
cambio de la vida, de la libertad de todos estos seres peludos, únicos y
especiales que no pueden ver el peligro latente en sus narices; ganan a cambio
de un calzón, salvan sus colas de caer en un pozo lleno de muertos vivientes
violadores. Escribo del paciente Abel, escuchando a diario críticas por sus
gustos nerds y su novela de Ci-Fi
“Zozobra estelar”, malintencionadas palabras de su amigo Javier/Leoncio, quien
nunca se calla.
Los
diálogos absurdos y el non-sense
distorsionan el día de la mano de un peludo de cabellera alborotada;
Javier/Leoncio salta frente al paciente zorro, le interrumpe y siempre tiene en
la punta del hocico algún comentario que “suelta” sin más, juega constantemente
con sentencias ilógicas, un comentario fuera de lugar en cada situación. Te
ríes sin querer, provoca tu simpatía porque no piensa antes de hablar,
manipulador y desvergonzado; tan simple como un niño, tan absurdo como un niño.
Vive el día a día hostigando a su amigo Abel, haciéndole creer que nada de lo
que hace tiene valor, que su vida es una mierda, que debe estar agradecido de
tener a un amigo “con onda” a su lado; acabas creyendo que sin Javier/Leoncio,
nuestro paciente Abel no sería más que un infeliz animal cualquiera. Dependen
uno del otro, aunque con una dinámica extraña: el león (que, fácilmente se
asocia al concepto de “valentía”) no puede hacer nada sin Abel, siempre le hace
actuar para validar sus decisiones. Y el zorro (un animal de naturaleza astuta)
deja que el león le influencie y manipule constantemente.
Judith
y Melisa, ambas mujeres/animales empoderadas, ambas supervisoras de estos desastrosos
trabajadores, aparecen para salvar el día; con espadas, inteligencia o sólo
tomando la iniciativa para resolver la situación. De algún modo también aceptan
la grosera, pero encantadora personalidad de Javier/Leoncio, dejando que
deambule provocando desastres en cada capítulo. Ambas demuestran un trato amable
con Abel, ambas aprecian su paciencia, sus gustos, confían en él; una
contándole el quiebre con su “ex” y la otra leyendo su novela (encontrada en un
basurero).
Puedes ver demonios, puedes ver
humanos y pareciera que estos cuatro peludos trabajadores ocultan su identidad
del mundo con cabezas y colas furry,
dejando que sus frágiles cuerpos de adultos jóvenes sean maltratados por
situaciones que hieren su forma de ser, su forma de presentarse ante el mundo y
enfrentarlo. Pensando en Abel, viñeta a viñeta te preguntas cómo es que aguanta
su vida, cómo es que soporta –como tú, como todos– insultos, malos tratos, un
eterno disturbio a su alrededor, la tortuosa provocación de un día que se
repite, se repite, se repite y se repite. En fin, puede que todos estemos
atrapados en nuestra propia «Bodega S.A. Guardamos su porquería», escondidos
dentro de adorables máscaras peludas, agitando nuestras colas para agradar al
mundo.
*¿Quieres un ejemplar del comic “Bodeguero”?
escribe al autor: fcoriverarivera@gmail.com
Publicado en Escarnio Nº50 - Especial Trenes