Antes de leer alguna entrada de "Cierto personaje acusado de alta traición":

13 de mayo de 2011

De conversaciones inconclusas [XV]

Los árboles parecen ser nuestros únicos testigos ¿qué insinúan? ¿cómo es que no alcanzamos a embriagarnos con el curioso ritmo de sus susurros?. Las estrellas, la luna menguante, Saturno. Pocas veces he deseado tanto, tantas veces y sigues diciendo cosas que harían estallar en llanto a cualquier otra mujer, respondo con la verdad o dejo que el silencio aleje tus sentencias, nada más. El silencio es algo que pocas personas quieren. El cigarrillo deja su marca en las ropas, en mi rostro hay siempre una sonrisa de medio lado. Perros cruzándose otra vez en mi camino, perros que muerden mis zapatos, perros que beben y se mojan las patas, perros que cantan, perros que caminan en tres de sus cuatro patas.  

11 de mayo de 2011

El insano ritual de cada noche I

*Cigarrillos liados a mano.
El humo de aquellos cigarrillos es particularmente denso. Siempre la mirada perdida intentando seguir el humo que sale de su boca. El contenido de cada inspiración debe llegar a tu boca, todo lo que alcances a guardar sin distorsionar para ello tus mejillas, el contenido debe introducirse a tus pulmones llenándolos, un resto quedará alojado en tu boca. La nariz permitirá que tus pulmones evacúen el humo, no sin antes botar el humo de tu boca formando círculos, rostros, mujeres; esta es la sustancia pura y densa con la que puedes jugar a ser un animal, las rutas que toma el humo te da una idea de la velocidad y dirección del viento. El humo que te conecta con el verdadero vicio se calienta en tus pulmones, queriendo salir por alguna vía produce un ardor en la garganta, detrás de la nariz. Un leve mareo llega a tu cuerpo en lo que el humo sale a través de la boca, las piernas temblando como a continuación de un orgasmo. La última calada más caliente que las predecesoras y con el sonido del papel quemándose dentro de la boquilla, la inquietante sensación de que necesitas liar otro. El silencio, la noche, la contemplación de todo lo que jamás habías notado.

De conversaciones inconclusas [XIV]

Los perros respiraban al compás del suelo, dormidos seguían los destellos verdes de las raíces que a momentos  se dejaban ver. Los árboles siempre presentes quizás quieran decirnos algo ¿cómo saberlo?. Necesitaba vomitar, vaciar mi estómago de los perros que respiraban unidos a mi vientre. El sonido de todas las cosas, de todos aquellos pequeños perros que intentaban llamar mi atención, las jugarretas y el forcejeo, perro durmiendo a mi lado, más allá y hasta donde podía ver.

IV. Las hojas aplastadas.

Larga avenida de semáforos en rojo, yo leía. El sonido de las hojas secas quebrándose se escuchaba a mi espalda, detuve mi lectura y esperé que el ruido cesara. Las personas caminaban por la acera cercana, a ambos lados, pocos automóviles. La errática caminata de una viejecita de falda larga, chamarra y gorro de distintos colores me llamó la atención, a cada paso intentaba pisar una de las hojas estrelladas que yacían en el suelo, a cada paso tronaba una hoja y si no lo hacía, la abuela movía su pie sobre la hoja hasta que lograba quebrar el delicado marrón que se había asentado en ellas. Sonreí, seguí leyendo mientras el sonido de las hojas aplastadas me hacía grata la visita a la avenida. Quizás algún día puedas escuchar los pasos de la viejecita.

10 de mayo de 2011

Los ojos tristes de mis compañeras de cama [IX]

En el balcón era fácil encontrarla mirando el cielo despejado del desierto, viví algunos años con ella, los tiernos años de su niñez. Una cuantas veces cerré la puerta para que nadie pudiera ver lo que hacíamos allí, los detalles de nuestras conversaciones las escribió en un diario que más tarde sirvió de prueba para que me alejaran de ella. La casa era grande, de dos pisos, un balcón con baranda de madera, ventanas grandes, todo estaba siempre limpio, demasiado limpio para una casa que debía soportar las inclemencias del desierto más árido del mundo. En aquel balcón tomé su mano y la besé con sentimientos de culpa pulsando en mi estómago. Yo bebía cerveza, ella jugo de naranja con algunas rodajas de plátano en el fondo del vaso. Su ropa era la de una niña, los detalles de la tela estampada con flores me provocaba abrazarla hasta que me pedía que la soltara, aquellas flores fueron testigos de tantas tardes de pequeños besos. ¡Ah! pequeña mariposa observando el cielo ¿cuándo emprenderás el difícil camino?. En aquella casa ya alguien sospechaba de algo extraño, los ancianos siempre saben lo que sucede a su alrededor o creen saberlo, da igual, la anciana completó la historia con cosas que no había visto, buscó alguna prueba y la expuso. Naturalmente me expulsaron de la familia, de la casa, todos me aborrecían. Le dije a mis amigos que me iba a estudiar a otra ciudad y tuve una coartada perfecta, nadie jamás volvió a preguntar. De vez en cuando le envío una carta y ella la responde con la frescura de los años de su niñez.

9 de mayo de 2011

De conversaciones inconclusas [XIII]

El cielo parecía fundirse con el árbol que jamás se movió, las hojas, el tronco. Las cenizas de una vieja fogata hacían que toda aquella visión fuera de un pasado duro. El fabuloso descubrimiento de algunas flores que conservaban su color aunque hace tiempo habían muerto. La soledad y el silencio que tanto me hacían falta me dieron una último respiro antes de regresar y de preocuparme, y de esperar, las últimas cartas o las primeras de otro tipo de misivas, ¿se podrían publicar aquellas cartas que ambos escondemos debajo de nuestras camas?.